La tumba de Hércules (24 page)

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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

BOOK: La tumba de Hércules
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Y pistolas en las manos.

—¡Agáchate! —le gritó Chase.

Pero Nina ya había visto el peligro y se había encorvado detrás del asiento. Disparar desde un vehículo en marcha era mucho más difícil de lo que Hollywood lo hacía parecer, pero el T282B no era precisamente un objetivo pequeño. Las balas repiquetearon alrededor de la cabina y un lado del parabrisas se resquebrajó cuando un disparo lo atravesó y golpeó la pared interior.

—Vale, tú lo has querido… —gruñó Chase.

Pisó a fondo el acelerador, el motor respondió rugiendo estruendosamente bajo él, y condujo el camión hacia los 4 × 4 recién llegados. Uno de ellos decidió inmediatamente que la supervivencia imperaba sobre las órdenes y se hizo a un lado, pero el otro siguió hacia delante. Más balas repiquetearon en el camión. Una parte del parabrisas se hizo añicos y los pedazos de cristal laminado llovieron sobre el salpicadero. Chase gimió, pero mantuvo la dirección.

El conductor del Land Cruiser se dio cuenta, por fin, de que estaba jugando a «a ver quién se aparta antes» con un oponente trescientas veces más pesado que él y trató de girar, pero ya era demasiado tarde. El Toyota desapareció de su vista bajo el parabrisas, pero un crujido explosivo de metal (y un pequeño bache) le confirmaron a Chase que se había apuntado un tanto. Un momento después, lo que quedaba del Land Cruiser apareció en uno de los monitores que enfocaban la parte de atrás del camión. Solo una rueda amputada, que botaba alejándose de los restos, permitía adivinar que esos restos aplastados habían sido en su día un vehículo.

Chase hizo una mueca de dolor.

—Ay.

El edificio de administración se acercaba, junto con el escenario y la marquesina situados bajo él. Vio lo que supuso que era el helicóptero de Yuen en la pista, delante del edificio, los rotores que giraban, las personas corriendo hacia él…

—¡Mierda!

Una de las figuras le resultó muy familiar.

—¡Se llevan a Sophia!

—Espera, ¿qué estás haciendo? —le preguntó Nina cuando Chase cambió de sentido y fue directamente hacia el helicóptero.

—¡Impedir que despeguen!

—¿Cómo? ¿Chocando contra ellos? ¡La matarás!

Chase sabía que tenía razón, pero no se le ocurría nada mejor.

—¡No voy a permitir que se la lleve!

El helicóptero ya estaba elevándose y el polvo se arremolinaba bajo sus patines.

—¡No vamos a llegar a tiempo!

—¡Iríamos más rápido si hubieses tirado la carga cuando te lo dije!

—¡Oh, no se te ocurra culparme a mí de esto! —gruñó Nina.

El helicóptero de Yuen abandonó la pista y dio una vuelta sobre su eje, bajando el morro mientras se dirigía hacia la pista de aterrizaje.

—¡Mierda! —dijo Chase, dándole un puñetazo al volante.

Se quedó observando, sin poder hacer nada, al helicóptero que ganaba altura y salía volando por encima de la marquesina.

—¡Eddie! —señaló Nina.

El helicóptero del presidente Molowe se encontraba en medio de su camino, cerca de la tienda, y los rotores iban cogiendo velocidad. Delante de él había una línea de soldados.

Apuntándolos…

Chase no necesitaba avisar a Nina para que se tirara al suelo de la cabina. Él también se agachó y se colocó casi horizontalmente para protegerse detrás del salpicadero, al tiempo que las balas de rifle penetraban en la cabina. El resto del parabrisas explotó y los pedacitos cayeron en cascada sobre el salpicadero, como una ola de cristal. Los disparos agujerearon las paredes de acero de la cabina y uno de los monitores de vídeo explotó. El pedal de acelerador le golpeó el pie porque le habían dado al mecanismo, en algún lugar, pero el motor siguió rugiendo, a toda potencia.

Como no podía ver, lo único que hizo fue mantener el volante firme y avanzar…

El fuego cesó cuando los soldados rompieron filas y corrieron. El camión se abalanzó tras ellos. El rotor principal del helicóptero aún no había alcanzado la velocidad de despegue… Sus ocupantes saltaron fuera del aparato y huyeron, aterrorizados. Un soldado prácticamente arrastró a Molowe para apartarlo del camino del monstruo.

Las palas del rotor se abrieron paso en el frontal del camión y cortaron la escalera en pedacitos, antes de golpear la sólida estructura de acero del vehículo y hacerse añicos como si fuesen de cristal.

Un momento después, el Liebherr chocó contra el helicóptero.

El aparato se inclinó hacia un lado mientras su fuselaje se desintegraba y su larga cola se desprendía y se alejaba dando vueltas. Salió fuego del motor. Los restos aplastados fueron arrastrados por el parachoques durante un rato… Después explotaron con el golpe sordo del combustible en ignición, seguido casi instantáneamente por una detonación más fuerte y aguda del motor. Los escombros llovieron por encima del camión.

—¡Joooodeeer! —jadeó Chase cuando un pedazo de metal ardiente botó encima del techo de la cabina y le golpeó el brazo.

Mantuvo el acelerador pisado. Se notó un bache cuando una de las ruedas pasó por encima de lo que quedaba del helicóptero y después los restos aplastados se esparcieron en la estela del camión. Se enderezó y vio algo grande justo delante de él.

—¡Oh, mierda!

Nina acababa justo de levantar la cabeza cuando el camión viró violentamente, lanzándola contra la puerta de la cabina mientras Chase trataba de esquivar la marquesina.

No lo consiguió. El vehículo gigante arrasó con la parte VIP del final de la tienda y las mesas y las botellas de cristal se hicieron añicos bajo sus impresionantes ruedas. Nina tuvo una visión fugaz del interior: camareros huyendo hacia las salidas del otro extremo antes de que el tejado se soltase y todo se derrumbase.

Chase comprobó los dos monitores que le quedaban y vio desplomarse la marquesina arrugada y, tras ella, los restos ardientes del helicóptero.

—Genial —se quejó, dirigiendo al camión de nuevo hacia la carretera—, ya hay otro líder africano que me quiere muerto.

Entrecerró los ojos para tratar de atisbar algo a través del parabrisas roto y del viento seco que entraba por él. El helicóptero de Yuen seguía a la vista, delante de ellos; estaba descendiendo, al final de su corto vuelo.

Nina se puso de pie.

—Aún puede conseguirlo.

—¿A qué te refieres?

—Tiene tanques en el puesto de control, ¿recuerdas?

Chase hizo un gesto desdeñoso.

—No pueden prepararlos en tan poco tiempo. Además, solo están ahí de adorno.

Llevó al camión a la carretera que conducía a la pista de aterrizaje y al hacerlo golpeó la pancarta festiva, cruzándola como si fuese un corredor rompiendo la cinta en la línea de meta. La pancarta se soltó de los postes que la sujetaban y se enganchó en la pasarela del techo de la cabina, por lo que las cuerdas serpentearon mientras la pancarta se agitaba furiosamente en el viento.

Giró hacia la puerta… y dirigió los dos Leopards moviéndose para bloquear la puerta de salida del puesto de control. Las torretas se giraron para apuntarlos con su arma principal.

12

—¡Me cago en la puta, joder! —gritó Chase.

—Solo de adorno, ¿eh? —dijo Nina sarcásticamente, volviéndose a agachar detrás del asiento.

Él no respondió, sino que trató de girar el volante frenéticamente para sacar al camión de la carretera y así colocar la valla alta y las bermas de tierra entre ellos y los tanques, bloqueando su línea de tiro. Bastaba con que un solo tanque le disparara a la parte delantera del camión para destrozarles el motor… Aunque, en realidad, el motor poco importaría, porque si los alcanzaban, tanto él como Nina morirían. Miró por el lateral de la cabina. Uno de los tanques había desaparecido tras la valla, pero el otro todavía trataba de apuntarlos con el cañón…

El disparo no llegó. Los ocupantes de los tanques se habían superado a sí mismos taponando con rapidez la carretera, pero todavía no habían conseguido cargar los cañones. Sin embargo, no les llevaría mucho.

El helicóptero de Yuen estaba fuera de su campo de visión, detrás de la valla corrugada. O había aterrizado, o estaba a punto. Y teniendo en cuenta las circunstancias, el piloto del avión privado de Yuen probablemente ya estaba preparándose para un despegue más que rápido. No parecía haber forma de que Chase rescatase a Sophia.

Pero tenía que intentarlo…

—¿Cómo vamos a escapar? —preguntó Nina.

Él hizo un gesto con la barbilla, señalando la valla que había sobre la cima de la pendiente del muro de tierra que tenían delante.

—¿Has visto
La gran evasión
?

—Sí… no —jadeó ella, entendiendo lo que Chase estaba pensando—. ¡No! ¿No irás en serio a…?

Chase apretó la mandíbula, seriamente.

—Espero que se nos dé mejor que a Steve McQueen. ¿Recuerdas que dices que ese colgante tuyo da suerte?

—¿Sí?

—Ahora sería un buen momento para usarlo. ¡Agárrate!

Pisó a fondo el acelerador.

El camión embistió como si fuese un toro, moviéndose a más de cincuenta kilómetros por hora y ganando más velocidad al llegar a la base de la berma y salir disparado hacia arriba. Aferrada a su colgante, Nina chilló… La valla se rompió en mil pedazos cuando el camión se estrelló contra ella, más de seiscientas toneladas de metal, goma y piedra volando por los aires para superar el obstáculo…

Después golpeó el suelo y la fuerza del impacto fue tan inmensa que los neumáticos, de treinta centímetros de grosor, se ondularon. Una inmensa lluvia de polvo salió de debajo de las ruedas y la onda del impacto se transmitió por la tierra, como un miniterremoto tan fuerte que tiró al suelo a los soldados y a los guardias de seguridad e hizo volcar sobre un lateral a los 4 × 4 aparcados en la puerta. Pedruscos del tamaño de un coche salieron despedidos del camión y se estrellaron contra la tierra, como si fuesen meteoritos.

Tanto Nina como Chase gritaron cuando el frontal del camión rebotó y se impulsó hacia el aire otra vez. Volvió a caer al suelo y provocó una ola asfixiante de polvo y fragmentos de piedra, proveniente del volquete, que penetraron en la cabina. Medio cegado, Chase luchó por seguir dominando el volante y girarlo en dirección a la pista.

—¡Nina! ¿Estás bien?

—Oh, superbien —respondió una voz enfadada desde el suelo de detrás de su asiento—. ¡Si exceptuamos mi pelvis destrozada!

—Estás bien.

El polvo quedó atrás cuando el camión volvió a coger velocidad, agitando la pancarta en el aire. Ya se veía el aeropuerto delante. El avión de T. D. estaba aparcado entre los otros…

Y había un elegante
jet
privado que ya se estaba colocando en posición de despegue.

Chase no albergaba dudas sobre de quién era ese avión.

—¡Está despegando!

Unas columnas de humo salieron de los motores del reactor y flotaron en el aire, levantando polvo detrás de ellas.

—¡No podrás alcanzarlos! —chilló Nina—. ¡Estamos demasiado lejos, nunca llegaremos a tiempo!

—Tengo que…

Ella lo agarró de los hombros y lo sacudió, poniéndole la boca casi contra la oreja.

—¡Eddie! No puedes llegar hasta ella. No puedes.

Chase la miró a los ojos, sin querer aceptar lo que le decía, aunque sabía que era la verdad.

—No puedes —le repitió ella.

Destrozado, Chase volvió a mirar a la pista. El avión se alejaba rápidamente de él.

Demasiado rápido para alcanzarlo.

Finalmente, admitió su derrota.

—¡Mierda!

Nina lo soltó.

—Debemos llegar al avión de T. D. —le dijo ella—, y salir de aquí deprisa, antes de que…

Con un sonido ensordecedor, una explosión abrió un cráter en el suelo, justo delante de ellos. La arena les llovió dentro de la cabina.

Los artilleros de los tanques ya habían cargado sus armas.

Chase viró bruscamente en dirección contraria al aeropuerto, intentando darle la espalda al tanque…

Algo les pasó por encima, dejando más una sensación que una imagen. Fue como si una ola de aire caliente atravesara la cabina. Un segundo después, otro obús golpeaba el suelo delante de ellos, esta vez más lejos. El artillero del primer tanque que había disparado había apuntado bajo, tratando de darle a una de las ruedas del camión.

El segundo había apuntado hacia arriba, al conductor.

—¡Mierda! —dijo Nina, mirando el cráter con estupor—. ¡Nos están disparando, hay unos putos tanques disparándonos!

—¡Sí, ya me había dado cuenta!

Chase miró los monitores. En el que mostraba justo la parte trasera, vio que los dos tanques se giraban para perseguirlos. Las torretas casi permanecieron estables mientras los artilleros apuntaban al camión que huía. El hecho de que ambos tanques hubiesen errado el tiro sugería que no contaban con sistemas de determinación de blancos computerizados, pero no estarían apuntando manualmente… Como mínimo, tendrían telémetros láser, por lo que lo único que tenían que hacer era mantener la vista en el camión y los sistemas automáticos harían el resto.

El aeródromo (y el avión de T. D.) ya no eran una posible escapatoria. Habían tenido suerte con el primer disparo porque habían girado justo en el breve periodo de vuelo del proyectil y eso le había hecho errar el tiro. Si volvían a la pista, el camión sería un objetivo fácil, colocado perpendicularmente a los cañones de los tanques. Ni siquiera los inmensos neumáticos podrían aguantar ante un obús de ciento cinco milímetros.

—Necesito que los vigiles —le dijo a Nina, indicándole la pantalla—. Vete diciéndome lo que hacen.

—¡Bueno, pues justo ahora nos están persiguiendo de nuevo!

—Gracias por eso, doña obviedades. ¡Me refería a que me avisases de cuándo disparan!

Chase observó el paisaje que había delante de ellos. Se dirigían más o menos hacia el norte y las amplias marismas verdes del delta del Okavango iban tomando forma desde el desierto polvoriento del horizonte. El terreno llano que atravesaban en ese momento empezaría a bajar hacia el enorme sistema fluvial en un kilómetro y medio, aproximadamente…

—¡Han disparado! —chilló Nina.

En la pantalla, el cañón de uno de los tanques se iluminó con la llama anaranjada de un estallido intenso.

Chase viró bruscamente el volante hacia la derecha, lo más fuerte que pudo. El camión se tambaleó y amenazó con volcar lateralmente.

Un proyectil pasó silbando por su izquierda y explotó unos cien metros delante de ellos. Luchando por mantenerse de pie mientras miraba la pantalla, Nina advirtió que disparaba el segundo tanque.

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