La trampa (24 page)

Read La trampa Online

Authors: Mercedes Gallego

BOOK: La trampa
10.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Parece pequeña para Manel —apuntó Julia.

—Eso estaba pensando. Tiene que ser de alguien más delgado, menos corpulento que él.

—¿Del Flaco?

—Yo no lo conozco. Tenemos que hablar con Manel. Ahora vamos, aquí ya no hacemos nada. Ayúdame a recoger otra vez la basura.

—¿Entonces no vas a hablar con el batería?

—No. Todavía no. Tal vez otro día.

El lunes cuando Candela entró en el Condal Salgado, se acercó a pedirle un cigarro entregándole la consabida nota: a las diez te espero en el Maracaibo.

Manel no estaba en la sala de inspectores; esperó sin éxito hasta el último momento por si se había retrasado.

A la hora acordada se hallaba frente a su jefe en el bar de la calle Canuda. Salgado, sin mediar palabra, le entregó un papel.

Respetado comisario: probablemente no sea esta la forma de dirigirme a ti ni de formular una solicitud, pero ya sabes que siempre he sido un poco especial y confío en que mi compañera Candela realice por mí las instancias oficiales que hagan falta, estoy seguro de que lo hará. Sin más rodeos, iré directo a lo que quiero pedirte.

Un tiempo sin sueldo, de vacaciones, de baja o lo que tenga que ser. No puedo continuar trabajando como si nada hubiera pasado, cuando noto a mi alrededor un ambiente de murmuración y sospecha que está acabando con mi escaso ánimo. No consigo dormir, no puedo centrarme en nada y en este estado, soy más una rémora para el trabajo que una ayuda.

Si las cosas no se resuelven de forma satisfactoria, me he planteado pedir la excedencia o la baja del cuerpo, si fuera necesario, pero en este momento no estoy en disposición de tomar ninguna decisión, sólo te pido que confíes en mí. Yo no he matado a la cantante, tampoco sé quién lo ha hecho. Mi único delito ha sido, ya lo sabes, consumir cocaína desde hace unos meses, mejor dicho, durante unos meses, porque desde el día que mi amiga murió no he vuelto a probarla;eso también me tiene nervioso, pero no temas, lo superaré. En este momento es lo que menos me preocupa.

Te agradeceré que si tengo que firmar algún papel, se lo des a Candela. No puedo volver a pisar la Brigada hasta que este tema esté resuelto.

Muchas gracias por tu comprensión en todo este desagradable asunto; haz lo que tengas que hacer, pero no te vendas a ningún juez por mí. Si me tienes que suspender de empleo, lo haces y que se investigue el caso como Dios manda y no dirigido por una autoridad judicial corrupta.

Atentamente te saluda,

Manel Romeu

—¿Qué te parece?

Candela había leído con avidez la carta de Manel, escrita con bolígrafo y con letra temblorosa, pero clara. Hasta cierto punto lo esperaba.

—Normal. Lo que no sé es como ha tardado tanto.

—Vamos a darle una baja por depresión; yo me encargo de hablar con el jefe del Servicio Médico, por eso no hay problema.

—¿Y qué vas a hacer con lo de suspenderlo de empleo?

—Estoy pillado, Candela. Hace casi una semana que asesinaron a la cantante con la pistola de un funcionario y debería haber actuado de inmediato. Si lo hago en este momento, seremos dos los suspendidos de empleo: el inspector Romeu y yo.

—Menuda mierda —dijo la inspectora asintiendo.

—¿Cómo llevas lo del Barrio Chino?

—Así así… Estábamos con el vidente. Manel tenía que ir a hablar con él porque nos enteramos de que la mujer que murió, trabajaba haciendo faenas en su casa, pero no lo hicimos; se empezaron a liar las cosas y hasta cierto punto, tengo que confesarte que perdimos interés. Yo seguiré con ello, tranquilo.

—No me gusta que nadie trabaje solo. Le diré a Vázquez que te asigne un compañero.

—Como quieras —respondió Candela, con un gesto de contrariedad.

—Habla con Manel; tranquilízalo como puedas y dile que tiene todo mi apoyo. Que no se preocupe y que se quede en su casa hasta que todo esto se aclare; y tú no lo pierdas de vista, tengo miedo de que haga alguna tontería como intentar resolver las cosas por su cuenta.

Candela apartó la mirada cuando respondió a su jefe:

—Pierde cuidado, yo me encargo de decírselo.

Llevaba varios días sin ocuparse del vidente, ni de ningún aspecto del caso, un día más no iba a cambiar nada. Debía ponerse en contacto con Manel cuanto antes, pero no por teléfono; desde la Brigada no quería llamar y desde su casa menos. Estaba segura, aunque Virginia no se lo había confirmado, que Manel también tenía intervenido su teléfono. Se presentaría en su casa, eso era lo que pensaba hacer: cogerlo por sorpresa.

Vázquez no estaba en la sala cuando entró. Decidió esperarlo para decirle que se ausentaba, al jefe de grupo no le gustaba perder el control de sus funcionarios, lo que hasta cierto punto, era lógico. Pensó que probablemente estaría hablando con el comisario para decidir a quién le asignaban como compañero.

Revisó las notas que tenía del caso e hizo un resumen para entregárselo y ponerlo al día. Prácticamente lo tenía terminado cuando entró el jefe de grupo.

—Estupendo que estés aquí, Candela. Hay novedades.

Ella ya lo sabía, pero no lo manifestó.

—¿Ah sí? Cuenta, cuenta…

—Manel está de baja. El jefe me ha dicho que te asigne un nuevo compañero para la investigación que estabas llevando. He pensado que sea el inspector Valverde. Tiene experiencia, antes estuvo destinado en Atarazanas, por lo que más o menos conoce la zona.

Diego Valverde era uno de los funcionarios más antiguos del grupo, aunque llevaba poco tiempo en la Brigada; antes había estado al frente del grupo de Homicidios de la comisaría de Atarazanas, por lo que a pesar de ser nuevo acumulaba en su haber una larga trayectoria en la lucha contra el crimen. Era un hombre tranquilo con algunos quilos de más que disimulaba con su metro noventa de estatura. Ágil a pesar de su corpulencia, de su adicción al tabaco y a los carajillos de anís. Estaba casado y era padre de cuatro hijos, el mayor de la edad de Candela y la pequeña, la única mujer, de dieciséis. Candela apenas lo conocía porque nunca había trabajado con él, sólo se relacionaban lo normal cuando se encontraban en la sala de inspectores, pero siempre le había caído bien por su defensa hacia las prostitutas con las que, según sus palabras «se ensañaba todo el mundo: los chulos, los clientes y la policía».

—¿Se lo has dicho a él?

—No. Está trabajando con Miguel en otro caso; en cuanto regresen se lo comunico. Ya veré cómo reorganizo el trabajo, me pongo ahora mismo a ello. ¿Qué tienes previsto para hoy?

—En realidad quería pedirte el día… Yo…

—Perfecto. No creo que unos muertos de tanto tiempo se vayan a enfadar por esperar un día… —bromeó el jefe de grupo.

—Eso pensaba yo… —respondió Candela con una muecasonrisa.

—Hablaré con Diego en cuanto vuelva. Mañana a las nueve os quiero a los dos en marcha, que hay que cerrar este caso cuanto antes, con o sin resultados, tenemos mucho trabajo.

—A lo mejor a Diego no le apetece trabajar conmigo.

—Pero bueno, Candela, ¿tú que te has creído que es un grupo de Homicidios?, ¿un partido de tenis o qué? Diego hará lo que yo le ordene, lo mismo que tú. Contigo tengo confianza y, por muchas cosas que no hace falta que te recuerde, te guardo consideración, pero a la hora de confeccionar los servicios no me influye, te lo aseguro. Si no te gusta un compañero, no te hagas amiga suya. ¡Faltaría más!

—Está bien. No te cabrees… Me marcho. Mañana a las nueve estaré aquí, tranquilo.

Dando un soplido por la innecesaria bronca de Vázquez, se marchó decidida a ver a Manel, aunque para ello tuviera que ir a su casa. Abrió la puerta la madre; era la una del mediodía.

—Pues ha salido a primera hora de la mañana. Me ha dicho que iba a la peluquería y luego de compras, pero no creo que tarde porque me dijo que vendría a comer. Pero pasa, hija, pasa, no te quedes ahí. Puedes esperarlo, si quieres. Mi marido está dando una vuelta y tampoco tardará.

La madre de Manel estaba a sus anchas hablando con Candela.

—Tenía muchas ganas de conocerte, a Manel se le llena la boca hablando de ti.

—No quiero abusar; si le parece vuelvo dentro de un rato.

—De ninguna manera; ahora mismo te sirvo una cervecita y unas aceitunas. Ya tengo lista la comida: los lunes siempre pongo escudella. Y tú te quedas a comer, no se hable más.

Sentada en el salón, Candela se sentía una intrusa. No era su intención sonsacar nada a la madre de su compañero, pero no hacía falta. La incontinencia verbal era una de sus características.

—Tú eres abogada además de policía, ¿no? Me lo contó Manel. Dice que sois muy amigos y me alegro, a ver si de una vez deja esas tonterías de la música, porque si te digo la verdad, a mí la gente de la banda no me gusta. A ver qué necesidad tiene el chico de tocar en ningún sitio, además, ni siquiera le pagan.

—A Manel le gusta y lo hace muy bien.

—Pamplinas; se metió en eso por llevar la contraria a su padre, que quería que se hiciera cargo del puesto del mercado. Lo mismo que lo de policía. ¡Bueno se puso su padre cuando se lo dijo!

Candela guardaba silencio. No hacía falta preguntar nada, la madre de Manel derramaba entre las aceitunas toda la vida de su compañero, aspectos de los que nunca había hablado con ella con el lujo de detalles que ahora le ofrecía la señora.

—Pues sí —continuó después de una breve pausa para tomar aire—; no ha sido hasta que empezó a trabajar contigo que él se sintió policía.

La construcción de las frases que utilizaba la madre de Manel al hablar con Candela, hicieron comprender a ésta que debería resultarle incómodo expresarse en castellano.

—Si se siente usted más cómoda hablando catalán, hágalo. Yo no lo hablo muy bien, pero lo entiendo perfectamente. Le ruego que se exprese como quiera.

—No filla meva.
Estoy acostumbrada a hablar castellano. recuerda que hasta hace poco sólo hablábamos catalán en casa, porque en el mercado tampoco se podía. En los últimos años sí, pero la costumbre… A ver si con
l’Estatut
cambian las cosas, porque a ver, digo yo: ¿qué mal hacemos hablando nuestra lengua?

—Tiene usted razón. Yo nunca he llegado a comprender por qué se prohibió.

A la madre de Manel no le preocupaba en absoluto el problema lingüístico, por lo que volvió a reconducir la conversación hacia su hijo.

—¿Entonces has visto actuar a Manel? —sin dejarla responder, continuó hablando—. Pues a mí no me gusta ni un pelo esa gente. Sobre todo el tal Gabi. ¿Lo conoces?

—No. Sólo he ido al bar de Ismael un día. Manel nos presentó a toda la banda, pero nada más.

—Ay, noia.
El chico cree que yo no me entero de nada, pero hay cosas que se notan…

Se oyó el ruido de la llave en la cerradura e instantes después, Manel entraba en el salón. No se sorprendió al ver a Candela, aunque no esperaba encontrarla allí, estaba seguro de que se pondría en contacto con él a lo largo del día y sin saberlo, intuía que no utilizaría el teléfono.

Estaba irreconocible. Su atuendo era el de siempre: jersey de cuello alto, pantalón de pana y las botas de piel vuelta, pero su cara no se parecía en nada al Manel que Candela estaba habituada.

Se había cortado el pelo con raya a un lado y llevaba gafas de montura de concha con cristales transparentes y el flequillo cayendo sobre ellas. Candela no pudo contener su sorpresa.

—¡Coño, Manel! —mirando a la madre, exclamó—: perdone, señora, es que soy muy mal hablada.

—Tranquila hija, aquí todo el mundo dice tacos menos yo —de nuevo centró la atención en su hijo—: ¡Qué guapo estás,
fill meu.
Estaba deseando que te quitases esa pinta que llevabas, que parecías un mendigo.

—Pues ya ves,
mare,
te he hecho caso. ¿Qué tal estoy, Candela?

—Bueno, desconocido…

—Perfecto: era lo que pretendía. Pues espera a verme cuando me cambie de ropa —señaló unas bolsas que llevaba.

—¿Qué es eso? ¿Te has comprado ropa nueva? Ya era hora,
fill meu,
ya era hora de que vistas como Dios manda.

Por lo visto la madre debía «machacar» a Manel por su forma de vestir, porque la expresión «ya era hora» la repetía hasta la saciedad. Manel, ignorándola, se dirigió a Candela.

—Supongo que te quedas a comer. A mi madre no es fácil decirle que no.

Con una sonrisa abierta Candela se fijó en él como si lo viese por primera vez. Nadie lo reconocería, había sido una buena idea, además, con las gafas todavía despistaba más. En ese punto incidió la madre.

—Veo que también has decidido usar las gafas —miró a Candela haciendo un inciso—. No tiene muchas dioptrías, pero nunca le ha dado la gana de ponérselas.

—¿Y el pare? —continuó hablando en castellano—. ¿No ha venido todavía?

La madre utilizó la misma lengua para responderle.

—No fill meu.
No creo que tarde, ya son las dos.

Concentrados en la conversación y en el aspecto de Manel, no oyeron la cerradura. El padre hizo su entrada en el salón sorprendiendo a todos, que volvieron la cabeza al oírlo.

—Hola pare. Saludó Manel al verlo entrar. Esta es Candela, mi compañera de trabajo; ya me habéis oído hablar de ella.

—Encantado, señorita. Manel nos ha hablado de usted, pero no nos había dicho lo guapa que es. ¿Y tú qué? —mirando a su hijo—, por fin te has decidido a cortarte el pelo como un hombre y a quitarte esa pelambrera de la cara.

Comieron hablando de temas generales: el sí en el Referéndum, el aumento del paro y de la delincuencia, el terrorismo, y al final, la madre consiguió arrimar el agua a su molino, pensó Candela acudiendo a un refrán.

—Pues le estaba diciendo yo aquí, a Candela, que Manel debería dejar de una vez eso de la música y centrarse en lo que ha elegido: ser policía.

—Lo que tendría que haber hecho el chico es seguir con el negocio de la familia y dejarse de tonterías: ¿músico?, ¿policía? Qué necesidad tenía…

—No empieces, pare. No empieces.

—Tu padre tiene razón,
fill meu.
Pero al menos si te centras en ser policía, alabado sea Dios de que al menos hayas cambiado la pinta que llevabas.

Cuando finalizó la comida Manel, recogió los paquetes que había dejado sobre uno de los sillones y abandonó el comedor.

—Me voy a cambiar, Candela. Enseguida salgo. Tengo que ducharme porque voy lleno de pelos. No tardo —miró a su madre—. Y tú mare, no le des la paliza con lo que debería hacer o dejar de hacer, ¿estamos?

Other books

Magic by Tami Hoag
Love in the WINGS by Delia Latham
I Shot You Babe by Leslie Langtry
Dead Renegade by Victoria Houston
Traps by MacKenzie Bezos
Edie Kiglatuk's Christmas by M. J. McGrath
The Way Back Home by Alecia Whitaker