Read La tierra de las cuevas pintadas Online
Authors: Jean M. Auel
—Lo intentaré.
—En cuanto a las paredes de hielo de las que has hablado, una vez nos contaste, si no recuerdo mal, que caíste en una grieta mientras cruzabas un glaciar. Por milagro, fuiste a parar a una repisa y Jondalar te rescató, ¿no es así? —preguntó la Primera.
—Sí. Me echó una cuerda y me dijo que me la atara alrededor de la cintura. Sujetó el otro extremo a su caballo. Me sacó Corredor —aclaró Ayla.
—Pocas personas que se caen en una grieta en el hielo tienen la suerte de salir. En ese momento estuviste al borde de la muerte. No es raro que los acólitos, al recibir la llamada, vuelvan a experimentar las ocasiones en que han estado cerca del mundo de los espíritus. ¿Dirías que esa es una posible interpretación de las paredes de hielo? —preguntó la Primera.
—Sí —respondió Ayla, y miró a la mujer corpulenta—. No lo había pensado antes, pero eso podría explicar también algunas otras cosas. Estuve a punto de morir al cruzar un río desbordado en el viaje hacia aquí, y casi con toda seguridad fue la cara de Attaroa la que vi. Sin duda ella me habría matado de no ser por Lobo.
—Eso explica alguna de las visiones. Aunque yo no he oído la historia completa de tu viaje hasta aquí, es evidente que la mayoría de la gente la conoce —dijo la Zelandoni visitante—. Pero ¿qué era el vacío negro? ¿Era una alusión al Canto a la Madre o tenía algún otro significado? Casi me has aterrorizado. —Su comentario suscitó risas ahogadas y alguna que otra sonrisa, pero también gestos de asentimiento.
—¿Y qué hay de ese mar cálido, y de las criaturas que escarbaban en el barro y en los árboles? Eso ha sido todo muy extraño —dijo otra—, por no hablar ya de todos esos mamuts y renos y bisontes y caballos.
—Por favor, las preguntas de una en una —terció la Primera—. Son muchas las cosas que todos queremos saber, pero no hay prisa. ¿Tienes alguna interpretación para esos detalles, Ayla?
—No necesito interpretarlos: sé lo que son —respondió Ayla—, pero no los entiendo.
—¿Y qué son? —preguntó la Zelandoni de la Tercera Caverna.
—Casi todo el mundo sabe que cuando viví con el clan, la mujer que fue como una madre para mí era curandera, y me enseñó prácticamente todo lo que sé de sanación. Esa mujer tenía también una hija, y todos vivíamos en el hogar de su hermano, que se llamaba Creb. La mayoría de la gente del clan conocía a Creb como el Mog-ur. Un Mog-ur es un hombre en contacto con el mundo de los espíritus, y el Mog-ur era como La Que Es la Primera, el más poderoso de todos los Mog-ures.
—Venía a ser un Zelandoni, pues —dedujo la Zelandoni visitante.
—En cierto modo. No era curandero. Las curanderas son mujeres, y ellas conocen las plantas y las prácticas de sanación, pero es el Mog-ur quien invoca el mundo de los espíritus para contribuir a la sanación —explicó Ayla.
—¿Esas dos partes van por separado? Siempre me habían parecido indivisibles —dijo a Ayla una mujer a quien ella no conocía.
—Quizá te sorprendiera saber también que sólo se permitía a los hombres acceder al mundo de los espíritus, ser Mog-ures, y sólo las mujeres se dedicaban a sanar, a ser curanderas —explicó Ayla.
—Es sorprendente.
—No sé qué pasaba con los otros Mog-ures, pero el Mog-ur poseía una capacidad especial para invocar el mundo de los espíritus. Podía retroceder hasta los orígenes y enseñar el camino a los demás. Incluso me lo enseñó a mí una vez, aunque en principio no debía, y creo que luego se arrepintió de haberlo hecho. Después, el Mog-ur cambió, perdió algo. Ojalá aquello no hubiese ocurrido.
—¿Qué sucedió? —preguntó la Primera.
—Usaban cierta raíz, sólo para la ceremonia especial con todos los Mog-ures en la Reunión del Clan. Debía prepararse de una manera en concreto, y sólo las curanderas de la línea de Iza sabían hacerlo.
—¿También tienen Reuniones de Verano, pues? —preguntó el Zelandoni de la Undécima.
—No todos los veranos, sólo una vez cada siete años. Cuando llegó el momento de celebrar la Reunión del Clan, Iza estaba enferma. No pudo hacer el viaje, y su hija aún no era mujer: la raíz debía prepararla una mujer, no una niña. Pese a que yo no tenía los recuerdos del clan, Iza había estado adiestrándome para ser curandera. Se decidió que fuera yo quien preparase la raíz para los Mog-ures. Iza me explicó que era necesario masticar la raíz y luego escupirla en un cuenco especial. Me advirtió que no tragara el jugo mientras masticaba. Cuando llegamos a la Reunión del Clan, los Mog-ures no quisieron que la preparase yo, que había nacido entre los Otros, no en el clan. Pero en el último momento Creb vino a buscarme y me pidió que la preparase.
»Celebré el ritual, pero me fue difícil y al final tragué un poco, y preparé una cantidad excesiva. Iza me había dicho que era algo muy preciado y no debía desperdiciarse. Además, para entonces yo ya no pensaba con claridad. Bebí lo que sobraba para no desperdiciarlo y, sin querer, entré en la cueva cercana, en cuyas profundidades encontré a los Mog-ures. Ninguna mujer debía participar en las ceremonias de los hombres, pero allí estaba yo, y también había tomado la bebida.
»No puedo explicar qué pasó después realmente, pero Creb, no sé cómo, notó mi presencia. Cuando me sentía caer en un vacío negro y profundo, pensando que me perdería en él para siempre, Creb vino a por mí y me sacó. Estoy segura de que me salvó la vida. La gente del clan posee en la mente una cualidad especial de la que nosotros carecemos, del mismo modo que nosotros poseemos una cualidad de la que ellos carecen. Ellos conservan recuerdos, pueden rememorar lo que sabían sus antepasados. A diferencia de nosotros, no tienen que aprender lo que necesitan saber. Les basta con recordarlo, con que se les avive el recuerdo. Pueden aprender algo nuevo, pero para ellos es más difícil.
»Sus recuerdos se remontan muy atrás en el tiempo. En ciertas circunstancias pueden volver a sus orígenes, a un tiempo tan lejano que no existía la gente y la tierra era distinta. Quizá hasta el tiempo en que la Gran Madre Tierra dio a luz a su hijo y, con las aguas de su parto, cubrió la tierra de verde. Creb tenía la habilidad de dirigir a los otros Mog-ures y llevarlos a esos tiempos. Después de salvarme, me guio, junto con los otros Mog-ures, de regreso a los recuerdos. Si nos remontamos en el tiempo lo suficiente, todos tenemos los mismos recuerdos, y él me ayudó a encontrar los míos. Yo compartí la experiencia con ellos.
»En los recuerdos, cuando la tierra era distinta, hace tanto tiempo que es difícil imaginarlo, aquellos que existieron antes de los humanos vivían en las profundidades del mar. Cuando el agua se secó y se quedaron atascados en el barro, cambiaron y aprendieron a vivir en la tierra. Después de eso cambiaron muchas veces más, y guiada por Creb, yo pude ir allí con ellos. Para mí no fue exactamente igual que para ellos, pero el caso es que pude ir. Vi la Novena Caverna cuando los zelandonii aún no vivían en ella. Al llegar por primera vez, reconocí la Piedra que Cae. Y luego fui a un sitio adonde Creb no podía ir. Me escondió para que los demás Mog-ures no me vieran, y luego me ordenó que me marchara, que saliera de la cueva antes de que ellos me descubrieran. Nunca llegó a decirles que estuve allí, porque me habrían matado en el acto si se hubieran enterado. Pero él ya no volvió a ser el de antes.
Se produjo un silencio cuando Ayla acabó. Lo rompió la Zelandoni Que Era la Primera.
—En nuestras historias y leyendas, la Gran Madre Tierra dio a luz a toda forma de vida, y por último nos creó a nosotros los humanos, que tenemos el don de recordarla. ¿Quién sabe cómo nos formó Doni? ¿Qué niño recuerda su vida en el útero? Un bebé, antes de nacer, respira agua, y cuando nace, le cuesta respirar. Todos habéis visto y examinado la vida humana antes de formarse por completo, cuando ha sido expulsada prematuramente. En las primeras etapas se asemeja a un pez; luego, a ciertos animales. Puede que Ayla esté recordando su propia vida en el útero, antes de nacer. Su interpretación de la precoz experiencia con aquellos a quienes llama el clan no contradice las leyendas ni el Canto a la Madre; por el contrario, las confirma, las explica. Pero me sobrecoge pensar que aquellos a quienes hemos llamado animales durante tanto tiempo posean tal saber sobre la Madre y que, a pesar de ese saber, presente en sus «recuerdos», no sean capaces de reconocerla.
Los zelandonia sintieron alivio. La Primera había conseguido conciliar lo que al principio parecía un conflicto básico de creencias, expresado por Ayla con convicción tan creíble que casi habría podido crear un cisma. Esa interpretación reforzó las creencias de los zelandonia en lugar de socavarlas. Quizá podían aceptar que aquellos a quienes llamaban cabezas chatas eran inteligentes a su manera. Pero los zelandonia debían defender la idea de que las creencias de ellos eran de todos modos inferiores a las suyas: los cabezas chatas no habían reconocido a la Gran Madre Tierra.
—Fue, pues, esa raíz lo que provocó la aparición del vacío negro y las criaturas extrañas —dijo el Zelandoni de la Quinta Caverna.
—Es una raíz poderosa. Cuando abandoné el clan, me llevé un poco. No era mi intención, pero la tenía en la bolsa de las medicinas. Al convertirme en mamutoi, le hablé a Mamut de la raíz y mi experiencia con Creb en la cueva. Una vez, de joven, Mamut resultó herido mientras viajaba y lo sanó una curandera del clan. Se quedó con ellos un tiempo, aprendió algunas de sus costumbres y participó al menos en una ceremonia con los hombres del clan. Quiso que probáramos la raíz juntos. Creo que pensó que si Creb podía controlarla, él también sería capaz, pero existen ciertas diferencias entre el clan y los Otros. Con Mamut, no retrocedimos a los recuerdos del pasado; fuimos a otro sitio, no sé adónde. Fue todo muy extraño y aterrador. Atravesamos ese vacío y estuvimos a punto de no regresar, pero… alguien… deseó tanto que volviésemos, que su necesidad se impuso a todo lo demás. —Ayla se miró las manos—. Su amor era tan intenso… en aquel tiempo —dijo en un susurro. Sólo la Zelandoni advirtió el dolor en los ojos de Ayla cuando alzó la vista—. Mamut dijo que nunca más tomaría esa raíz. Temía perderse en ese vacío y no volver nunca, no encontrar el otro mundo. Y a mí me aconsejó que, si algún día tomaba otra vez esa raíz, procurara estar bien protegida o me arriesgaba a no regresar nunca más.
—¿Todavía te queda un poco de esa raíz? —se apresuró a preguntar la Primera.
—Sí. Encontré más en las montañas cerca de los sharamudoi, pero desde entonces no he vuelto a ver la planta. Dudo que crezca en esta región —contestó Ayla.
—¿Se conserva aún en buen estado, la raíz que te queda? —insistió la mujer corpulenta.
—Según me dijo Iza, si se seca debidamente y no se expone a la luz, la raíz se concentra, adquiere mayor potencia con el tiempo —explicó Ayla.
La Que Era la Primera asintió, más para sí que para los demás.
—Tuve la clara impresión de que sentiste el dolor de un parto —dijo la Zelandoni visitante—. ¿Alguna vez has estado a punto de morir al dar a luz?
Ayla había contado a la Primera su angustiosa experiencia al traer al mundo a su primer hijo, el hijo resultante de una mezcla de espíritus, y la mujer corpulenta pensó que eso quizá explicara en parte la difícil prueba del parto en la cueva, pero pensó que no era necesario contárselo a todo el mundo.
—Creo que la pregunta más importante es la que todos hemos estado eludiendo —intervino la Primera—. El Canto a la Madre es quizá la Leyenda de los Ancianos más antigua. Las distintas cavernas, las distintas tradiciones, presentan en general pequeñas diferencias, pero el significado es siempre el mismo. ¿Podrías recitarlo para nosotros, Ayla? No todo el canto, sino sólo la última parte.
Ayla asintió, cerró los ojos y pensó por dónde empezar.
Partió en dos las rocas con un atronador rugido
,
y en sus profundidades, en el lugar más escondido
,
nuevamente se abrió la honda y gran cicatriz
,
y los Hijos de la Tierra surgieron de su matriz
.
La Madre sufría, pero más hijos nacían
.
Todos los hijos eran distintos, unos terrestres y otros voladores
,
unos grandes y otros pequeños, unos reptantes y otros nadadores
.
Pero cada forma era perfecta, cada espíritu acabado
,
cada uno era un modelo digno de ser copiado
.
La Madre era afanosa. La Tierra cada vez más populosa
.
Todos, aves, peces y animales, eran su descendencia
,
y esta vez la Madre nunca habría de padecer su ausencia
.
Cada especie viviría cerca de su lugar originario
,
y compartiría con los demás aquel vasto escenario
.
Con la Madre permanecerían; de Ella no se alejarían
.
Ayla había empezado de un modo un tanto vacilante, pero conforme avanzó, su voz ganó fuerza, y su recitación fue más firme.
Aunque todos eran sus hijos y la colmaban de satisfacción
,
consumían la fuerza vital que hacía latir su corazón
.
Pero aún le quedaba suficiente para una génesis postrera
,
un hijo que supiera y recordara quién la Suma Hacedora era
.
Un hijo que la respetaría y a protegerla aprendería
.
La Primera Mujer nació ya totalmente desarrollada y viva
,
y recibió los dones que necesitaba, esa era su prerrogativa
.
La Vida era el primer don, y como la Madre naciente
,
al despertar del gran valor de la vida era ya consciente
.
La Primera en salir de la horma, las demás tendrían su forma
.
Vino luego el don de la percepción, del aprendizaje
,
el deseo de saber, el don del discernimiento, un amplio bagaje
.
La Primera Mujer llevaba el conocimiento en su interior
,
que la ayudaría a vivir y transmitiría a su sucesor
.
Sabría la Primera Mujer cómo aprender, cómo crecer
.
Con la fuerza vital casi extinta, la Madre se consumía
,
transmitir el Espíritu de la Vida, sólo eso pretendía
.
A sus hijos confirió la facultad de crear una nueva vida
,
y también la Mujer con esa posibilidad fue bendecida
.
Pero la Mujer sola se sentía; a nadie tenía
.