La tía Mame (12 page)

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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

BOOK: La tía Mame
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La señora Burnside pareció sentirse mucho mejor después de recibir la noticia de la caída en desgracia de su nuera, y pudo bajar a cenar casi cada noche. Entre vasos de bicarbonato y ventosidades nos obsequió a todos con recuerdos como: «¡Ah, cuando era una joven recién casada, nada me gustaba más que ir de caza! Era una auténtica Diana». Beau callaba y parecía lúgubre y avergonzado. Y una tarde en que los recuerdos ecuestres y las flatulencias de la señora Burnside fueron particularmente insoportables, la señorita Fan prestó a la tía Mame su pañuelo y susurró: «¡No le haga caso, señora Beau, odiaba cazar y montaba aún peor que yo!». Pero la nerviosa solicitud de la señorita Fan era un parco consuelo para la tía Mame. Se había convertido en
persona non grata
en la comunidad, y lo sabía. La única que seguía brindándole su amistad era Sally Cato McDougall.

—Pero, Mame, encanto —decía—, no llores más. No fue culpa tuya…, todo el mundo sabe que los accidentes ocurren. Si la gente es demasiado estrecha de miras para perdonarte, que se vayan todos al demonio. Sigo siendo tu amiga. Ya lo sabes.

La tía Mame estuvo muy agradecida a Sally Cato. Se veían a diario y Sally Cato era la única persona que era amable con ella. Incluso el tío Beau parecía un poco más estirado.

Vi mucho a Emory Oglethorpe en el tiempo que la tía Mame estuvo excluida socialmente. Me enseñó a fumar, a mascar tabaco y a beber una especie de repugnante licor de diente de león que preparaba él mismo.

—No me creíste cuando te avisé de que Sally Cato quería el pellejo de tu tía. Sabía perfectamente que estaríais atravesando ese prado cuando llegase la jauría. Se conoce el coto como la palma de su mano. Tendrías que haberla oído reír y gritar cuando los caballos se estrellaron contra el coche de tu tía. A mí también me pareció divertido. Puedes estar seguro de que Sally Cato recuperará a Beau, aunque para eso tenga que llevarse a tu tía por delante. —Soltó una risita maliciosa—. No ha perdido una apuesta, una carrera o un marido en toda su vida, y no piensa empezar a hacerlo ahora. Ten, llévate lo que queda de ese paquete de Lucky.

Yo estaba casi convencido de que Emory Oglethorpe tenía razón, aunque me parecía imposible que Sally Cato se rebajase a cometer semejante bajeza.

Pero esa misma tarde empecé a valorar los juicios de Emory sobre el carácter de su hermana. Sally Cato, que era la favorita de la señora Burnside, cenó con nosotros en Peckerwood. Parecía muy sureña, muy romántica, muy hermosa vestida de encaje blanco, y era el encanto personificado. La tía Mame, a quien ese mediodía habían tratado abiertamente mal en el departamento de sombreros de J. B. White, parecía cansada y, lo que es peor, vieja.

La señora Burnside estuvo especialmente parlanchina esa noche y no dejó de lanzarle indirectas a la tía Mame. No habló más que de Sally Cato. De la belleza de Sally Cato, de su juventud, de su riqueza, de lo antiguo de su estirpe, de su forma de montar, de lo guapa que estaba en el último baile de cazadores, de lo vitalista y saludable que parecía y de lo típica, deliciosa y radiantemente sureña que era. «Una hija genuina de nuestro hermoso condado. Una aristocrática flor del viejo Sur y de nuestra gloriosa comunidad, donde cada familia tiene un rico pasado de grandes tradiciones y ningún extranjero se ha entrometido jamás desde la guerra de Secesión».

La tía Mame alegó tener un terrible dolor de cabeza y se marchó justo después de la cena. Últimamente había sufrido mucho de jaqueca, y Beau dijo:

—¿Cómo, otra vez?

Subí temprano a mi habitación. Hacía una noche tan cálida y húmeda que no podía dormir, así que me puse en la boca uno de los cigarrillos de Emory Oglethorpe y salí a la galería de arriba. Pero no llegué a encenderlo porque justo debajo vi las brasas de otros dos cigarrillos y oí la voz de Sally Cato, que hablaba en tono grave y apremiante.

—¡Oh, Beau! —decía—, ya sé que Mame es buena. Créeme, la quiero tanto como tú, pero ¿estás seguro de que es la chica adecuada para ti? De verdad, Beau, lo único que quiero es que seas feliz. Al principio me dolió que te casaras con ella y no conmigo, pero eso ya es agua pasada. Mame es una mujer magnífica, Beau, pero ¿tú crees que encaja bien aquí?

—Mame es yanqui —repuso rígidamente Beau—, ellos tienen costumbres diferentes.

—¡Oh, Beau!, ya lo sé. Después de todo, soy su única amiga. Pero, Beau, no dejo de preguntarme si podrá ofrecerte la familia, el hogar y los hijos que son parte de nuestra tradición sureña. ¿Tú crees que podrá, Beau?

—No veo por qué no iba a poder —respondió Beau con un leve tono de duda.

—En fin, Beau, recuerda que lo único que deseo es tu felicidad. Mañana tengo que madrugar, para ir a las pruebas de caza, así que me voy. ¿No me das un beso en recuerdo de los viejos tiempos?

Los cigarrillos cayeron al suelo y la conversación terminó. Se quedaron entre las sombras, abrazados y no se movieron en mucho, mucho tiempo.

Me volví acongojado y, en ese momento, algo me rozó la cara. Me asusté demasiado para gritar. Luego, una mano huesuda se aferró a mi brazo y una voz susurró:

—Ven, muchacho. —Era la señorita Fan. Me condujo a su pequeño y sofocante cuartito—. Dame un cigarrillo —suspiró—. Sé que tienes, los he visto en tu armario. —Ambos fumamos en silencio. A ella se le daba mucho mejor que a mí—. Supongo que habrás oído a… Beau y a esa horrible Sally Cato. —Asentí—. ¿Entiendes ahora? ¿Comprendes por qué tienes que llevarte de aquí a tu tía… y a Beau? —Moví la cabeza sin decir nada—. Dios sabe que no soy más que una pobre solterona y, en esta casa, poco más que una criada a las órdenes de esa vieja veinticuatro horas al día. No es asunto mío, pero la señora Beau es la única persona en este condado dejado de la mano de Dios que me ha tratado como a un ser humano. Beau también es buen chico. Por eso tienes que llevártelos, antes de que sea demasiado tarde. Antes de que esa furcia y esa vieja malvada lo echen todo a perder. Las oigo a diario en su dormitorio, conspirando, conspirando, conspirando. ¿Lo entiendes, muchacho? ¿Lo ves? Saca a tu tía de aquí. Y rapidito, antes de que esas dos puedan hacerle daño. Ahora vete a la cama, muchacho. ¡Ah, sí, y deja aquí los cigarrillos!

Al día siguiente, traté de advertir a la tía Mame acerca de Sally Cato de un modo confuso e infantil, pero lo hice tan mal que se enfadó conmigo.

—¿Qué? —gritó dando un respingo.

—Te preguntaba, tía Mame, si alguna vez te has parado a pensar que tal vez Sally Cato no sea verdaderamente tu amiga. Al fin y al cabo estaba prometida con Beau, y fue ella quien dibujó el mapa e hizo que mataras esos caballos, y Emory Oglethorpe dice que…

—Emory Oglethorpe dice… —me imitó con voz chillona—, Emory Oglethorpe dice… Qué más da lo que diga ese demonio con ojos de cordero degollado. En cuanto a ti, me avergüenzo…, sí, me avergüenzo de que un sobrino mío sea tan rastrero y mezquino para pensar, aunque sea por un momento, algo así. ¡Menuda idea! —En ese momento el enorme Packard de Sally Cato llegó por el camino—. Ahí llega Sally Cato. Te ahorraré la vergüenza de tener que verla. Vete y no vuelvas hasta que aprendas a hablar y pensar como un caballero. Sally Cato es la única amiga que tengo aquí, y no quiero oír otra palabra. Y ahora, ¡largo!

Alicaído, me marché a toda prisa. No le conté lo de la noche anterior porque no quería herir sus sentimientos. Ella quería mucho al tío Beau…, debía de hacerlo, o de lo contrario no habría soportado la vida en Peckerwood.

Pero, cuando Sally Cato se marchó, la tía Mame me pareció muy nerviosa y disgustada y me pidió que fuese a la Casa de la Novia.

—¡Oh, Patrick, Patrick! —gimió—, ¿qué voy a hacer ahora?

—¿Acerca de qué?

—Ha venido Sally Cato y está preparando otra de sus espantosas cacerías. Dice que el único modo de redimirme con la gente del condado es demostrarles lo estupenda amazona que soy. Ahora tendré que montar, y, Patrick, lo de que me gustan los caballos era falso. Los odio.

—¿Por qué no les dices que todo ha sido una broma, tía Mame? —dije con cierta inocencia infantil—. Así no tendrás que montar.

—¡Qué! ¿Para que se rían más todavía? ¡Antes prefiero la muerte!

—Pero eso es exactamente lo que conseguirás si vas a cazar con ellos.

—Mejor morir con las botas puestas —dijo noblemente y se estremeció.

—Bueno, anímate, tía Mame, siempre puedes recurrir a un resfriado o volver a doblarte el tobillo antes de la cacería.

—Pero ¡si es mañana a las seis de la madrugada!

El tío Beau había ido a verse con otros terratenientes esa noche y la tía Mame y yo cenamos en silencio en la Casa de la Novia. La tía Mame estaba tratando de leer
Les Fleurs du mal
cuando llegó a la puerta el coche de Foxglove. Emory Oglethorpe se apeó cargando una caja, un par de botas, un sombrero de seda y una silla de amazona de cuero.

—Buenas —gruñó con su voz, parecida a un rallador de nuez moscada—, Sally Cato me ha pedido que trajera estas cosas para tu tía Mame. De hombre a hombre, tendrías que ver a Sally Cato, está dando gritos de alegría por los establos. Dice que tu tía Mame no ha subido en su vida ni a los caballitos de un tiovivo. No hace más que apostar cien contra uno. Mañana traerán en el remolque el caballo que ha escogido para tu tía Mame. Más vale que le adviertas a tu tía que se rompa una pierna antes de romperse el cuello. Bueno, hasta luego. Tengo una negrita estupenda esperándome en el cobertizo.

Tuve la sensación de que el traje de montar de paño que le llevé a la tía Mame era en realidad un sudario. Parecía muy asustada y empezó a temblar.

—Oh, Dios, Sally Cato ha enviado el equipo completo. —Luego miró la silla de montar—. ¿Se supone que tengo que sentarme en ese suspensorio? —Rompió a llorar y todavía seguía sollozando sobre la almohada cuando volví a la casa.

A la mañana siguiente, en cuanto terminé de vestirme, oí el ruido de unos cascos en el camino. Todo el condado —excepto los que seguían convalecientes de la última actuación cinegética de la tía Mame— se congregó a las puertas de Peckerwood. Incluso había algunos llegados de Carolina. Parecían menos alegres que la última vez y se palpaba cierta perversidad y un ambiente conspiratorio en el aire.

La tía Mame y yo no dábamos precisamente impresión de
haute couture
. Yo vestía un viejo traje de caza de Emory Oglethorpe McDougall, a quien le sacaba la cabeza; la tía Mame estaba arrebatadora, desde ciertos ángulos, con el traje de montar de paño que le había prestado Sally Cato, y su rostro parecía engañosamente sereno bajo su sombrero de seda. No obstante, la chaqueta le quedaba un poco más ceñida de la cuenta aquí, un poco más suelta de lo conveniente allá, y la falda arrastraba un poco. Además, le apretaban las botas. La tía Mame empalmaba un cigarrillo con otro y daba sorbitos de una petaca de plata. Se esforzaba por parecer alegre y despreocupada, pero aun así parecía incómoda y todos los jinetes la miraban con suspicacia.

Sally Cato trotaba sobre una hermosa yegua, seguida de Emory Oglethorpe y un remolque de Foxglove. Se oyeron muchas coces y relinchos, procedentes del interior del remolque, y, con muchos esfuerzos, dos mozos de cuadra lograron sacar al caballo más grande y de aspecto más avieso que yo había visto nunca.

Sally Cato besó cariñosamente a la tía Mame.

—¡Qué rara estás esta mañana, Mame, encanto! —dijo—. Disculpa un momento, querida, quiero subir a saludar a la señora Burnside.

Volvió al cabo de un minuto. Miré hacia la galería del primer piso y vi a la vieja señora Burnside con una extraña y desagradable expresión pintada en el semblante. Sally Cato se acercó a la tía Mame.

—Este es el caballo que he escogido especialmente para ti —dijo con una sonrisa astuta—. Se llama
Pararrayos
, y es manso como un corderito. —
Pararrayos
era un enorme caballo de caza irlandés, un castrado que no se había resignado a una vida de celibato. Miró a la tía Mame con ojos sanguinarios y pateó el suelo salvajemente. Sally Cato le acarició el hocico—. Es un animal precioso, sí señor.

Emory Oglethorpe reptó hasta donde yo estaba.

—Es el bicho más puñetero y retorcido de todo el condado de Richmond, sí señor, eso es lo que es. A ese hijo de puta deberían haberlo sacrificado hace dos años, cuando coceó al tío Grady y estuvo a punto de matarlo. Al menos eso dijo el veterinario. El muy condenado ha vivido suelto en el campo desde entonces. Ayer hicieron falta seis negros para atraparlo.

Sally Cato dio unas palmadas con sus manos elegantemente enguantadas y dijo:

—Atención todos, vamos a tener el exclusivo privilegio de cazar con una de las más famosas amazonas de la ciudad de Nueva York, la señora de Beau Burnside.

Guiñó el ojo con perversidad, pero no lo bastante deprisa para que pasase desapercibido para la tía Mame, que abrió los ojos como platos. Se produjo una oleada de risas contenidas entre los jinetes. Sólo Beau conservaba su aire de inocencia.

Yo ya estaba montado a horcajadas sobre un jamelgo paralítico cuando tres mozos de cuadra condujeron a
Pararrayos
hasta el poyete y la tía Mame montó cuidadosamente. Pronuncié una inaudible plegaria y reparé en que la tía Mame también movía los labios.

Marchando en dirección al coto, traté de ponerme lo más cerca posible de la tía Mame, pero
Pararrayos
había adquirido la perniciosa costumbre de cocear tanto que tenía el camino para él solo. Esperé que la tía Mame no se hiciese mucho daño al caer. Anduvimos con bastante placidez, aunque saqué la clara impresión de que los perros, casi todas las personas y algunos caballos hacían que
Pararrayos
se pusiese aún más nervioso e irritable. Por fin llegamos a la línea de salida.
Pararrayos
relinchó de un modo escalofriante y se encabritó, pero, sorprendentemente, la tía Mame no cayó al suelo. Un par de personas parecieron impresionarse. Sally Cato se limitó a hacer un gesto desdeñoso.

Cuando estábamos a punto de empezar, el coche de Peckerwood llegó corriendo, con un negro de aspecto asustado al volante. La señorita Fan se apeó y gritó:

—¡Alto! ¡Ese caballo está loco!

Pero fue demasiado tarde. Habían soltado al zorro, que había echado a correr como una bala por el prado, seguido de cerca por los perros; simultáneamente, el primo Van Buren Clay-Pickett y la tía Mame iniciaron la persecución y la caza empezó. Ya no había forma de pararla.

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