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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (4 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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El silencio de Honma no debió de pasar desapercibido para Jun, porque cuando tomó la palabra adoptó un tono algo más respetuoso:

—Por cierto, tío Shunsuke, ¿qué tal esa pierna? ¿No estará haciendo esfuerzos excesivos yendo de aquí para allá?

—No —repuso Honma con algo de brusquedad.

Jun bajó la cabeza en un gesto de vergüenza.

—Mi madre me contó que le dispararon…

—Así es.

El incidente no había ocupado ninguna portada en los periódicos. Sólo fue un ladrón de poca monta que atracaba cafeterías nocturnas y pequeños bares de mala muerte. El tipo de aficionado que enseña la navaja pero que en realidad es completamente inofensivo. Pero resulta que aquel inútil también llevaba una pistola barata bajo la camisa, más como una especie de talismán que otra cosa… Al menos hasta que dos agentes aparecieron para arrestarlo. Apuntó a uno de ellos. Más tarde declaró que no había tenido intención de disparar, que lo de apretar el gatillo había sido un accidente. En realidad se quedó tan petrificado cuando disparó el arma que sin querer disparó una segunda vez. Así de sencillo. Incluso Honma, que fue quien recibió aquella primera bala «accidental» en la rodilla, no le dio muchas vueltas al incidente (en realidad le hizo gracia que el perturbado se volara el dedo con el segundo disparo). Fue después, mientras le escayolaban la pierna, cuando empezó a preguntarse si no iba a arrastrar secuelas para el resto de la vida. Ahora sí que podía apreciar la magnitud de aquel lamentable suceso, sobre todo después de experimentar lo agotadoras que eran las sesiones de fisioterapia. Tendría que haberse partido de risa cuando aún le parecía gracioso todo aquello.

Jun se mordió el labio.

—Lo siento, estoy obsesionado con mis propios problemas. No pretendía…

Honma se limitó a mirar al chico sin articular palabra, pero sentía que estaba empezando a perder la paciencia. Se había pedido una excedencia porque era el único modo de no estorbar a sus compañeros. ¿No era eso lo que había pretendido decir Jun? Si un tipo no era capaz de tirar de su propia pierna, no podía formar parte del equipo. Honma era consciente de ello. Y, por lo visto, también los demás. Esa era, a todas luces, la razón por la que se había sentido tan frustrado y nervioso al tomar el tren. Se sentía inútil. Inservible.

—No sé si te serviré de mucha ayuda…

Jun se sobresaltó ante su intervención.

—No esperes demasiado de momento. No te estoy diciendo que acepte el caso. Todavía hay muchas incógnitas. Sólo concentrémonos en lo que tenemos por ahora.

La expresión del rostro de Jun pareció relajarse un poco.

—Gracias —dijo—. Es lo único que le pido.

Capítulo 3

Honma prometió a Jun que lo ayudaría, pero no se pondría manos a la obra hasta que escampase y la nieve se derritiese un poco. No quería salir a la calle con semejante temporal. Esperó que su cometido de buscar a Shoko Sekine se pospusiera al menos un día, pero dejó de nevar por la noche y la ciudad amaneció bajo un cielo de una desoladora claridad. Las máquinas quitanieves ya habían despejado las calles del manto blanco que hacía unas horas lo había cubierto todo. El húmedo hormigón resplandecía bajo los rayos de sol. Aún quedaban montoncitos de nieve compacta que se deslizaban lentamente por los tejados cercanos; el hielo se derretía en los aleros.

Makoto terminó de desayunar, cogió la mochila y se dirigió a la puerta de la casa. A mitad de camino se detuvo y miró hacia atrás por encima del hombro.

—Papá, ¿vas a salir hoy?

—Mm —masculló Honma levantando la vista del periódico. —¿Te ha pedido el tío Jun que hicieras algo? —Así es.

—¿A qué hora volverás a casa?

—Aún no lo sé. Depende de cómo avancen las cosas.

El chico se quedó observando la soleada ventana que daba al este; la expresión ceñuda de su rostro nada tenía que ver con el resplandor del sol.

—Todo irá bien, ¿verdad?

—Yo me encargaré de que así sea.

—¿Qué quería el tío Jun?

Honma miró con los ojos entrecerrados la hora que marcaba el reloj de la pantalla de televisión.

—Eh, vas a llegar tarde.

Makoto se ajustó la mochila sobre el hombro.

—¿No puedes quedarte aquí y tomarte las cosas con calma, verdad? Eso no va contigo —apuntó el chico.

—Venga, no es para tanto. ¡Ni que fuera a enfrentarme a la Yakuza!

—Ya, claro. Pues si te resbalas y te rompes la otra pierna, no vengas después a quejarte.

—Tú encárgate de cuidar de ti mismo, chaval.

—Eso haré. Gracias por el consejo, papá. Hasta luego, dos veces —añadió como una despedida extra—. Uno para ahora y el otro para cuando te vayas, ¿vale?

—Entendido —rió Honma.

Makoto cerró de un portazo. Honma se levantó y se acercó a la ventana. Los niños se reunían en grupos frente a cada edificio. Una cuadrilla de siete chavales, entre los que estaba su hijo, apareció más allá de los arriates caminando por la acera que conducía al colegio situado al extremo sur de la plaza.

Honma se quedó en casa haciendo tiempo hasta las diez, sólo para evitar la hora punta del tren. Pasó un buen rato escrutando los callejeros, intentando dar con el modo de reducir sus desplazamientos a un mínimo. Tampoco estaba muy seguro de qué significaba aquello de «bancarrota personal», así que lo buscó. No pudo dar con el término en su diccionario de toda la vida y el único otro libro de referencia del que disponía era el
Almanaque del Japonés Actual
. Y mira por dónde, allí estaba:

BANCARROTA PERSONAL: Proceso jurídico por el cual, bajo una jurisdicción competente, el conjunto de bienes que forman el patrimonio de un deudor queda repartido entre los acreedores, y mediante el cual, le está concedido al deudor, una EXONERACIÓN que lo libera de sus obligaciones. La BANCARROTA PERSONAL remite a los casos en los que el propio deudor toma la iniciativa de declararse en quiebra. En los últimos años, el número de casos de bancarrota personal se ha disparado debido a la acumulación de deudas por un uso indebido de tarjetas de crédito y préstamos. Este tipo de casos individuales también son conocidos como QUIEBRA DE PERSONAS FÍSICAS, en oposición a las que afectan a personas jurídicas, es decir, a las empresas. Si bien, la bancarrota limita las capacidades financieras del individuo, el fallido puede interponer ante los jueces un RECURSO DE REPOSICIÓN, también mediante exención de responsabilidad. Cabe mencionar, además, que la declaración de quiebra reflejada en el registro familiar u otros documentos de identidad, no restringe su derecho a voto ni a otros derechos civiles.

Las últimas líneas fueron toda una sorpresa para él. No sabía por qué, pero había imaginado que el estado de quiebra, una vez declarado, era permanente. Si alguien como Honma, que era todo un profesional de la invasión de privacidad, había tenido esa impresión, seguro que no sería el único. De lo contrario, no habría necesidad de que el
Almanaque del Japonés Actual
incluyera ese tipo de detalles, ¿verdad?

Si lo había entendido bien, ocultar una antigua quiebra era pan comido. ¡Si guardabas bien el secreto nadie tenía por qué enterarse jamás! Si Jun no hubiera presionado a Shoko para que se hiciera una tarjeta de crédito, nunca lo habría descubierto. Aunque puede que la chica pensara que, tras cinco años, ya se habrían olvidado de ella. ¿Un simple error de juicio?

Honma dejó el volumen sobre la estantería y empezó a prepararse para salir. Llamó a un taxi para que lo acercara a la estación. Se sentía un poco culpable por comenzar la mañana de aquella manera pero, al fin y al cabo, había dejado bien claro que Jun tendría que correr con todos los gastos. Y el joven había acatado sin reservas las condiciones. Era lo habitual, ¿no? Quizás Honma estuviera pidiendo demasiado para un caso de aquella naturaleza, pero al menos iba a conseguir estrechar su relación con alguien de la familia. Así que, siempre y cuando le dieran una factura, pretendía coger un taxi cuando quisiera.

Colgó el teléfono, se fumó un cigarrillo y lo aplastó en el cenicero antes de marcharse de casa. De camino a la planta baja se detuvo en el primer piso, en casa de Isaka, para dejarle la llave. Luego se marchó cojeando, golpeando con el paraguas los montículos de nieve que se apilaban en la acera.

Para alguien que contaba con un par de piernas fuertes, la oficina de Shoko Sekine tan sólo quedaba a cinco minutos de la salida oeste de la estación de Shinjuku. La dirección apuntaba a un triste edificio de unas cinco plantas junto a la autopista de Koshu. En la ventana del vestíbulo había una serie de cinco o seis estrechas tablillas de cristal donde figuraban los nombres de las diferentes empresas domiciliadas en el inmueble. No había nombre en el último panel, tan sólo un visillo. Quizás fuera un fallo de diseño.

Imai Office Machines ocupaba la segunda planta. La pequeña oficina se extendía sin contar apenas subdivisiones; bastaba un único vistazo para apreciar el lugar en su conjunto. Una mujer vestida con un uniforme azul marino se puso de pie y se acercó. Debía de tener unos veinticuatro años, como mucho. Era pequeña, tenía la cara redonda, unos ojos grandes y unas cuantas pecas le salpicaban la nariz.

Honma se presentó:

—Soy pariente de Jun Kurisaka, el prometido de una de las empleadas, Shoko Sekine. Me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de la señora Sekine.

—Ay, sí, ya veo… —repuso la mujer.

—Si es posible, me gustaría hablar con el encargado. ¿Cree usted que podría concertarnos una cita?

—¿Sekine? Conozco a la señora Sekine —contestó ella, algo nerviosa—. El señor Imai, el jefe, está en la cafetería que queda al otro lado de la calle.

—¿En una reunión?

—¿En una… ? Ah, no, sólo está tomando café. Siempre va a esa cafetería. Yo cuido de la oficina mientras él está ausente. Iré a buscarlo. —De camino a la puerta, volvió la vista atrás—. ¿Y qué pasa si llaman mientras estoy fuera?

—Dígame qué he de hacer.

—Bueno, déjelo. No habrá llamadas —concluyó después de pensárselo bien—. Tome asiento. Quítese el abrigo. Puede dejarlo por ahí.

Dicho aquello, salió volando cual gorrión.

Aquella diminuta oficina era todo un ejemplo de orden. Tres mesas idénticas, colocadas la una junto a la otra, lucían toda una colección de expedientes y libros cuyas cubiertas quedaban perfectamente alineadas. Había tal orden y consistencia que a Honma le recordó a aquellos pequeños quioscos que venden revistas y golosinas en los andenes de la estación. Pero, incluso suponiendo que tuvieran un almacén por algún sitio, aquella compañía no tenía pinta de tener un volumen de negocio considerable. Se podía hacer una idea de los sueldos que cobraban Shoko Sekine y su compañera del traje azul.

Honma se acercó a la mesa de la que se había levantado el Gorrión y abrió el cajón superior. Dentro encontró lo habitual: un bloc de notas, un borrador, unos cuantos bolígrafos… y un sello con la firma de Sekine. Contra la ventana, había una imponente mesa de ejecutivo y una silla con un cojín de ganchillo que daba al resto de la oficina. Sobre la superficie descansaba una bandeja vacía y una revista abierta con la cubierta plegada debajo. Al echar un vistazo más de cerca reparó en el título:
Red de Finanzas
.

—Lamento la espera —resonó una voz grave. La mujer había regresado junto a su jefe, un anciano con bifocales que llevaba un cárdigan sobre una camisa blanca y una corbata muy fina. Los dedos de los pies, cubiertos por unos gruesos calcetines de lana, le sobresalían de unas flamantes sandalias de masaje.

—Así que… Es usted pariente de la señora Sekine, ¿verdad?

—No, de su prometido.

—¡No me diga! ¿Del señor Kurisaka? —Señaló el sofá y la mesa baja que quedaban junto a la ventana—. Tome asiento.

Honma se encaminó hacia el sofá, arrastrando ligeramente la pierna.

—¿Reúma? —preguntó con poco tacto el anciano.

—No, no —repuso Honma, algo desconcertado—. Un accidente.

—Ah. ¿Y por qué lleva un paraguas?

—Porque soy demasiado terco como para comprar un bastón. —¿El médico no pudo dejarle uno prestado?

—Créame, lo intentó. Pero si cedía, sabía que acabaría sintiéndome mal. Como un inválido.

—Entiendo —dijo el anciano, rascándose la calva.

Honma le enseñó la carta de visita de Jun. Le había pedido al chico que escribiera un mensaje en el reverso:

«El portador de esta tárjela es el señor Shunsuke Honma, un pariente que, a petición mía, está llevando a cabo una investigación. Apreciaría cualquier ayuda que pudiera prestarle al respecto»
.

De esta manera, Honma contaba con una especie de ventaja, al menos ante todo aquel que estuviera al corriente de la relación de Jun y Shoko Sekine. Jun le había lanzado una mirada que rezaba: «Esto no le será de gran ayuda». Según él, todo lo que debía de hacer un detective para lograr que la gente se fuera de la lengua era enseñar su placa. Esa era la razón por la que había acudido a él, ¿no? El problema era que Honma había entregado su identificación policial al solicitar la excedencia. Se había quedado sin su placa y se la jugaba entrando en un lugar por las buenas, afirmando ser policía pero sin enseñar identificación alguna. Casi era preferible enseñar una placa falsa.

Jun se había desanimado sobremanera, después de que Honma le contara las probabilidades de éxito, pero al menos no había decidido acudir a un detective privado. Era obvio que no deseaba que nadie se enterara de aquello, ni sus padres, ni sus compañeros de trabajo.

Honma también sacó su propia tarjeta de visita en la que únicamente figuraba su nombre, su teléfono y su dirección. Imai las examinó una tras otra. Entretanto, la señorita Gorrión les llevó unas tazas de té verde.

—Dice que es pariente del señor Kurisaka. ¿Qué tipo de parentesco exactamente? —preguntó Imai que, al parecer, prefería aclarar ya ese punto.

—Es el hijo del primo de mi mujer. —Ah.

—Sí, lo sé, es algo complicado. En realidad, no sé qué llamarlo.

—Pues sería algo así como un «sobrino segundo», ¿no? ¿Qué dices tú, Mitchie? —gritó por encima del hombro. Así que, el Gorrión respondía al nombre de Mitchie.

—Ahora mismo lo compruebo, señor.

—Otra cosa —añadió—. He observado que no figura ningún título en su tarjeta de visita.

Honma se había preparado una buena coartada.

—Trabajo para una revista. Por eso Jun acudió a mí; buscar información forma parte de mi día a día.

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