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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (38 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—No lo sé, hijo. ¿Qué crees tú? Intenta ponerte en su lugar. Makoto reflexionó sobre aquello, balanceando las piernas de un lado a otro.

—Puede que estuviera resentido.

—¿Resentido?

—Sí, en su casa no le dejan tener perro.

Aquel era el mismo chico que había dicho que no estaba permitido tener perros en el complejo de apartamentos, y que si a Makoto no le parecía bien, que se fuera con su familia a vivir en una casa de verdad.

—Todos hablan de ello en el colegio. Tío Tsuneo aseguró que había oído a los vecinos decir que la familia de Tazaki tenía pensado comprar un perro, pero no fue así. Su madre no quiso porque decía que habían ahorrado mucho dinero para construir la casa, como para que ahora un perro viniera a destrozarla.

Honma miró a Makoto.

—Entonces, ¿crees que tal vez ese Tazaki no quiso matar de verdad a
Zoquete
?

—¿Qué quieres decir?

—Puede que el niño hubiera querido quedárselo, pero sus padres se opusieran. Y no quería que Kazzy tuviera un perro si él no podía.

—¿Y por eso lo mató?

—Puede ser.

—¿Por qué hacer algo así? Podría haber ido de vez en cuando a casa de Kazzy para ver a
Zoquete
y jugar con él.

—Tal vez no se le ocurriera. O puede que estuviera muy enfadado porque no podía tener perro.

Makoto se pasó el lápiz entre los dedos.

—¿Sabes lo que dice tío Tsuneo?

—¿Qué?

El chico hizo una mueca. Se esforzaba por repetir algo que le había costado mucho trabajo entender al oírlo por primera vez.

—Dice que en este mundo hay personas que no desean ser felices, y tampoco quieren que los demás lo sean.

—¿Ah, sí?

—Y cuando ven algo que no les gusta, van y lo destrozan. Después, dan sus razones. Así que si Tazaki dice cuál fue su motivo para asesinar a
Zoquete
, no tenemos que escucharlo. No importa lo que diga ahora, sino lo que hizo entonces.

Hum. Le resultaba sorprendentemente cínico, viniendo de alguien tan blandengue como Isaka. ¿Habría malinterpretado su personalidad?

—Tío Tsuneo limpia casas, ¿verdad? Y tía Hisae y él tienen suficiente dinero pero aseguran que no quieren mudarse. Bueno, pues a él no le importa que la gente diga cosas malas de ellos. Dice que es mejor dejarles que hagan lo que quieran mientras no se interpongan en su camino. «Si llegan a causarnos algún problema, haré que se arrepientan de ello».

Makoto había contado todo aquello del tirón, tras lo cual enmudeció durante un minuto.

—Dice que la gente que hace cosas horribles, en realidad, no piensan en la consecuencia de sus actos. Como Tazaki.

—Así que, ¿no deberías perdonar a Tazaki? ¿Es esa la idea, no?

Makoto negó con la cabeza.

—No, espera. El tío dice que si Tazaki viene a pedir perdón, deberíamos perdonarlo.

Aquello fue todo un alivio.

—Bien. Yo también lo creo.

A Makoto también se le veía aliviado, y retomó sus deberes. Honma abrió de nuevo el periódico. Pero, por lo visto, Makoto no había terminado aún.

—¿Papá?

—¿Sí? —Asomando la cabeza por el periódico, Honma vio que su hijo parecía preocupado de nuevo.

—Esa mujer a la que estás buscando, ¿no la has encontrado aún?

—No, todavía la estamos buscando.

—¿Ha matado a alguien?

—Aún no sé lo que ha hecho.

—Cuando lo averigües, ¿la vas a llevar a la policía?

—Bueno, tenemos muchas preguntas que hacerle.

—¿Por qué? ¿Ese es tu trabajo? ¿Hacerle preguntas a la gente?

Hasta aquel instante, Makoto nunca se había interesado verdaderamente por el oficio de Honma; su padre era un detective que atrapaba a los tipos malos, y eso era todo. Nunca le había preguntado nada más. Honma quería decirle que las cosas eran mucho más complicadas. Quería explicarle que sentía compasión por Kyoko Shinjo. Confesar que se le había pasado por la cabeza dejarla escapar. Pero lo único que dijo fue:

—Sí, ese es mi trabajo —dijo, antes de añadir—: Esa mujer tiene sus razones. No hizo cosas terribles sólo porque sufrió mucho, sino que
quería
hacer esas cosas malvadas.

A Makoto le llevó un momento procesar aquello.

—¿Esperas una llamada?

—Sí.

—¿Y cuando la recibas, a dónde irás? —A Nagoya u Osaka, seguramente.

Justo entonces el teléfono que quedaba junto al codo de Honma, sonó. Makoto puso los ojos en blanco y suspiró.

—Tráeme algún regalo, ¿vale?

Capítulo 25

—Hace dos años que no sé nada de Kyoko. No tengo ni idea de dónde puede estar ahora.

La amiga de Kyoko en Nagoya, Kaoru Sudo, se había casado y adoptado el apellido de su marido hacía sólo un año. Ahora vivía en las afueras de esta ciudad con sus suegros, así que quedar con ella en casa no habría sido una idea brillante. Ella sugirió que sería más fácil hablar en el exterior, ya que de todas formas tenía que irse a trabajar.

Honma preguntó si podían verse cerca del lugar donde vivía cuando conoció a Kyoko. Ella accedió.

—Hay un bonito restaurante cerca de mi antiguo apartamento. Incluso después de que Kyoko se mudara a Osaka, volvía de vez en cuando, se quedaba a pasar la noche, y al día siguiente comíamos allí.

Coty era la típica cafetería, uno de esos locales de toda la vida donde la clientela se reduce a la gente del barrio. En cuanto Kaoru entró, el propietario sonrió de oreja a oreja y le preguntó qué tal le iba. Kaoru era alta, delgada y tenía la cara pequeña, como una modelo. Tendría unos treinta y dos o treinta y tres años. En cuanto se acomodaron en una mesa, fue directamente al grano.

—El agente que llamó… ¿El señor Funaki, verdad? Dijo que Kyoko había desaparecido.

Honma le explicó las circunstancias, guardándose las peripecias que la situaban como sospechosa de asesinato. Kaoru tomó un largo sorbo de café. Su serenidad sólo se vio alterada por el ligero ceño que arrugaba sus cejas pintadas a lápiz.

—¿Qué le estará pasando por la cabeza? —murmuró dentro de la taza.

Kaoru conocía a Kyoko desde que ésta huyó a Nagoya con su madre, a la edad de diecisiete años, cuando empezó a trabajar allí a media jornada.

—Sé que su familia huyó de sus deudas. Me lo contó todo. —La información que proporcionó coincidía en gran parte con lo que había relatado el ex marido de Kyoko, aunque salieron varios nuevos hechos a la luz.

«Cuando Kurata y ella se separaron, los acreedores dieron otra vez con ella. —No era de extrañar, teniendo en cuenta que sabían dónde había residido la pareja en Ise—. La primera vez que la vi tras el divorcio fue… —Kaoru ladeó la cabeza—. Al año siguiente, creo que alrededor de febrero. Sí, estaba nevando.

El divorcio ocurrió en septiembre, con lo cual quedaban unos seis meses de los que aún no se sabía nada.

—¿Recuerda algo en particular de esa visita?

Kaoru asintió, enérgicamente.

—Desde luego. En realidad, fue bastante inquietante.

Kyoko había aparecido en taxi en mitad de la noche y Kaoru pagó la carrera.

—Lo único que llevaba bajo el impermeable eran unas braguitas. Tenía la piel de color gris, y los labios agrietados. Supe de inmediato el tipo de trabajo al que se dedicaba.

Cuando Kaoru le preguntó dónde se había metido todo aquel tiempo, Kyoko no dijo gran cosa.

—No era una ciudad tan grande como Tokio u Osaka, ni siquiera como Nagoya. Probablemente fuera alguna zona turística a las afueras, en el quinto pino.

—¿La estaban haciendo trabajar para saldar las deudas?

—No. La habían vendido.

Kyoko se quedó con ella durante un mes.

—Me preguntó si podía prestarle algo de dinero, y le dejé unos quinientos mil yenes. Dijo que si se quedaba en Nagoya estaría poniendo en peligro mi vida, que irían a por mí si no daban con ella. Había decidido marcharse a Osaka a buscar trabajo.

En abril, Kyoko pasó a formar parte de la plantilla de Roseline.

—Al principio estuvo viviendo en una especie de cuchitril, pero más tarde me enteré de que se había instalado en un bonito apartamento con una compañera suya de la oficina.

—Sí, esa tiene que ser la señorita Chino.

—Podría ser… —Kaoru se frotó la sien con el dedo—. Bueno, cuando me enteré de aquello, me quedé mucho más tranquila. Su sueldo en Roseline no estaba mal tampoco. Kyoko empezó a venir de vez en cuando a visitarme.

—¿Viajaba en coche? ¿Nunca cogía el tren?

Kaoru asintió.

—Me dijo que le daban miedo los trenes. Y no sólo los trenes, solía evitar cualquier lugar en el que hubiera aglomeración de gente. No sabía con quién se podía encontrar. —Sabia precaución—. Al viajar en coche, incluso si de repente se veía envuelta en algún embrollo, podría escapar. Desde luego, siempre eran coches de alquiler. —Era obvio que Kyoko estaba muerta de miedo. Las posibilidades de toparse con un acreedor en una ciudad tan grande como Osaka o Nagoya eran casi nulas, pero aun así, prefería no correr el menor riesgo.

—¿Siguieron tras ella cuando se mudó?

Kaoru negó con la cabeza.

—Yo diría que no. Y le pregunté, ¿no crees que ya estás a salvo? Pero no entraba en razón. Me dijo que tendría que pasarse toda la vida durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado para no encontrarse con ellos. —Kaoru había intentado averiguar lo que había ocurrido durante los seis meses en los que no habían mantenido el contacto. Kyoko nunca llegó a abrirse del todo pero, al parecer, había un chico, uno de la Yakuza, que se encaprichó de ella. Y ese tipo estaba dispuesto a buscarla hasta debajo de las piedras, no sólo por las deudas, sino por sus propias razones. «Un pirado», fue todo lo que dijo ella.

El semblante de Kaoru adoptó una expresión amarga.

—Yo tengo una teoría bastante buena de lo que pasó. Aunque hay algo que todavía sigue sin encajar muy bien. Verá, de un día para otro, Kyoko no podía soportar ver la carne cruda… Ya sabe, el sashimi o cualquier otra cosa sin cocinar. Decía que el olor le daba nauseas. Antes nunca le había molestado. —Kaoru se cruzó de brazos.

—¿Le mencionó Kyoko algún proyecto en concreto? —Honma estaba pensando en cosas como un matrimonio feliz, una vida nueva.

Kaoru negó de nuevo con la cabeza. No, era poco probable, no sin un padre, una madre, alguien que la protegiera, ni siquiera la ley. Incluso su querido señor Wada, del que había pensado poder depender, la había abandonado; su numerosa y rica familia la veía como una leprosa. Los hombres dejan tiradas a las mujeres, es así. A partir de ahí, ya no podía confiar en nadie. Tenía que valerse por sí sola, buscar su camino hacia la superficie.

—¿Le enseñó alguna vez Kyoko la foto de una casa? —¿Qué casa?

—Ésta. —Sacó la instantánea del modelo marrón chocolate y la deslizó por la mesa.

—Ah, esto…

—¿Había visto ya esta foto? Kaoru sonrió y asintió.

—Claro, es de su sesión de formación, ¿verdad? —¿Ah, sí? —dijo Honma, fingiendo sorpresa.

—Cogió prestada la cámara Polaroid de una amiga. A Kyoko le gustaba pasear frente a los modelos de casas. Yo solía meterme con ella por eso, me parecía una costumbre un tanto peculiar.

«Le gustaba pasear frente a los modelos de casas».

—¿A pesar de que fuera un préstamo hipotecario lo que le causó tantas desdichas?

Kaoru dejó la foto sobre la mesa.

—Sí, cuando lo piensas, supongo que parece extraño. Pero, yo no lo veo así, ¿sabe? Así me lo dio a entender ella, dijo que algún día tendría una familia y viviría en una casa como esta. Ese era su sueño, y todo lo que había sufrido le daba más significado aún. Estaba decidida a lograrlo. —Y por esa misma razón se había aferrado a aquella foto.

»Al parecer, de todas las que había visto, ésta era la que más le gustaba. Me la enseñó en su primera visita. Me dijo: «Kaoru, algún día cuando consiga enderezar mi vida, viviré en una casa como ésta»—. Kaoru intentaba imitar el tono entusiasta que Kyoko había utilizado.

—¿No le dijo que le gustaría enseñársela? ¿No la invitó a pasar por allí alguna vez?

Kaoru se sobresaltó, algo sorprendida.

—Pues ahora que lo dice, no, no lo hizo.

Claro que no, pensó Honma, porque aquella casa pertenecería a una mujer con otro nombre. Por aquel entonces, Kyoko ya había tramado su plan.

Honma alzó la vista de la foto y dijo:

—¿No ha tenido noticias de Kyoko últimamente?

Kaoru parecía algo molesta; estaba cruzada de piernas y esbozaba una ligera mueca de desilusión.

—No ha dado señales de vida. Es la verdad.

—¿No ha recibido ninguna llamada en la que cuelgan una vez responde?

—No, que yo recuerde.

El esfuerzo que suponía suplantar la identidad de otra persona debía haber dejado a Kyoko asustada e insegura. Prueba de ello era que no había intentando contactar con su amiga, la única con la que había compartido su sueño. ¿Qué podría significar aquello? ¿Dónde estaría?

—Cuando Kyoko y yo nos conocimos, yo ya salía con mi marido. Habíamos decidido casarnos en un año o dos. Quizás piense que ya no puede venir a visitarme como solía hacer en los viejos tiempos, ahora que estoy casada. —No obstante, pensó Honma con suspicacia, quizás simplemente se negara a confiar en Kaoru y hubiera decidido seguir sola su camino.

—En aquella época, ¿vivían por la zona, verdad?

—Mire, justo ahí. —Señaló por la ventana un edificio que quedaba en diagonal al otro lado de la calle. El apartamento quedaba en la esquina de la segunda planta. Una hilera de coloridas macetas se alineaba en la ventana. Un par de calcetines rojos colgaba del tendedero que quedaba sobre el aparato del aire acondicionado. Honma casi podía ver a Kyoko ayudando a Kaoru a tender la ropa.

En todos los lugares en los que había vivido, Kyoko se las había arreglado perfectamente sola para hacer la colada, ir de compras y cocinar: la pensión con su madre; el apartamento de Nagoya; el albergue en Ise donde había trabajado; en el hogar de la familia Kurata dentro de aquella urbanización de lujo; aquel agujero de mala muerte, paradero desconocido donde había sido convertida en esclava sexual; el estudio de Osaka y, finalmente, el pequeño apartamento de Honancho. Su vida había sufrido muchos altibajos, momentos de pánico, de tristeza, de miseria, y en contadas ocasiones, de felicidad. Tan sólo había algo, una constante a lo largo de su vida: el estado de fugitiva. Salió huyendo para escapar de la Yakuza, y jamás dejó de hacerlo. Y cuando pensó que había dado con el modo de dejar atrás su pasado, se había visto obligada a huir de nuevo. Todo seguía igual.

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