La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (3 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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¿Estás tomando nota? Deberías. Un editor tendría que enviar más de un ejemplar a las librerías, para que todos los trabajadores también pudieran leerlo.

El señor Seton me ha dicho hoy que
Izzy Bickerstaff
era el regalo perfecto tanto para aquellos que te caen bien como para aquellos que no y a los que tienes que regalar algo por compromiso. También asegura que el treinta por ciento de los libros que se venden se compran para regalar. ¿El treinta por ciento? ¿Es verdad?

¿Te ha dicho Susan que además de dirigir nuestra gira también me dirige a mí? No hacía ni media hora que nos habíamos conocido y ya me dijo que mi maquillaje, mi ropa, mi peinado y mis zapatos no tenían nada de gracia. La guerra se ha acabado, ¿es que no me he dado cuenta?

Me llevó a Madame Helena para cortarme el pelo; ahora lo llevo corto y rizado, en vez de largo y lacio. También me hizo reflejos de un color más claro; Susan y Madame dijeron que realzarían el color dorado de mis «preciosos rizos castaños». Pero a mí no me engañan; sé que es para cubrir las canas (cuatro, he contado yo) que han empezado a aparecer. También me compré crema facial, una maravillosa crema de manos perfumada, una nueva barra de labios y un rizador de pestañas, que hace que me ponga bizca cada vez que lo uso.

Luego Susan me sugirió que me comprara un vestido nuevo. Le recordé que la reina era muy feliz vistiendo su guardarropa de 1939, así que ¿por qué no podía serlo yo? Dijo que la reina no necesita impresionar a desconocidos, pero yo sí. Me sentí como una traidora a la Corona y al país; ninguna mujer decente tiene ropa nueva, pero me olvidé de eso en cuanto me vi en el espejo. ¡Mi primer vestido nuevo en cuatro años, y qué vestido! Es exactamente del color de un melocotón maduro y cuando me muevo, tiene una caída preciosa. La dependienta dijo que tenía «un aire chic francés» y que yo también lo tendría si lo compraba. Así que lo compré. Los zapatos nuevos tendrán que esperar, ya que gasté en el vestido lo equivalente a un año en cupones de racionamiento para ropa.

Entre Susan, el pelo, la cara y el vestido ya no parezco una persona apática y desaliñada de treinta y dos años. Parezco una de treinta llena de vida, elegante, alta-costurada (si esto no es un verbo, debería serlo).

A propósito de mi vestido nuevo y de mis zapatos viejos: ¿no te parece vergonzoso que tengamos más racionamiento ahora que durante la guerra? Soy consciente de que hay que alimentar a miles de personas en toda Europa, buscarles casa y vestirlos, pero entre tú y yo, me molesta que muchos de ellos sean alemanes.

Sigo sin ideas para el libro que quiero escribir. Está empezando a deprimirme. ¿Alguna sugerencia?

Ya que estoy en lo que yo considero el norte, esta noche llamaré a Sophie a Escocia. ¿Algún mensaje para tu hermana?, ¿para tu cuñado?, ¿para tu sobrino?

Esta es la carta más larga que he escrito nunca. No hace falta que tú contestes igual.

Un abrazo,

JULIET

De Susan Scott a Sidney

25 de enero de 1946

Querido Sidney:

No te creas las noticias de los periódicos. Ni detuvieron a Juliet ni se la llevaron esposada. Sólo la recriminó un agente de policía de Bradford, que apenas podía aguantarse la risa.

Le tiró una tetera a Gilly Giibert a la cabeza, pero no le creas cuando dice que lo escaldó, el té estaba frío. Además, más bien le pasó rozando, no fue un golpe directo. El director del hotel ni siquiera nos dejó indemnizarle por la tetera: sólo se abolló un poco. Sin embargo, se vio obligado a llamar a la policía por los gritos de Gilly.

Aquí va la historia, y me considero la única responsable. Debí haberme negado a la petición de Gilly de entrevistar a Juliet. Sabía que era una persona despreciable, uno de esos gusanos empalagosos que trabajan para el
London Hue and Cry
. También sabía que Gilly y el
LH&C
estaban terriblemente celosos del éxito del
Spectator
con las columnas de Izzy Bickerstaff, y de Juliet.

Acabábamos de llegar al hotel de la fiesta de Juliet en el Brady's Booksmith. Las dos estábamos cansadas y nos sentíamos muy importantes, cuando Gilly se levantó de un salto de una silla del salón. Nos pidió por favor que tomáramos un té con él. Nos rogó que le dejáramos hacer una breve entrevista a «nuestra maravillosa señorita Ashton, ¿o debería decir la Izzy Bickerstaff de Inglaterra?». Sólo con su adulación ya tenía que haberme puesto alerta, pero no lo hice; quería sentarme, deleitarme con el éxito de Juliet y tomarme un té con pastas.

Y así lo hicimos. Como la charla estaba yendo bastante bien, desconecté hasta que oí a Gilly decir: «Usted misma fue una viuda de guerra, ¿verdad? O mejor dicho, prácticamente "casi" una viuda de guerra. Iba a casarse con el teniente Rob Dartry, ¿verdad? Hizo los preparativos para la ceremonia, ¿verdad?».

Juliet dijo: «Discúlpeme, señor Gilbert». Ya sabes lo educada que es.

«No me equivoco, ¿verdad? Usted y el teniente Dartry solicitaron un certificado de matrimonio. Concertaron cita para casarse en el juzgado de Chelsea el 13 de diciembre de 1942, a las 11 de la mañana. Reservaron mesa para el almuerzo en el Ritz, sólo que usted no se presentó en ninguno de los actos. Es totalmente obvio que usted dejó al teniente Dartry plantado en el altar —pobre hombre— y lo mandó solo y humillado de vuelta al barco, a llevarse su corazón roto a Birmania, donde le mataron tan sólo tres meses después.»

Me incorporé, con la boca abierta. Me quedé mirando impotente, mientras Juliet trataba de ser cortés: «No le planté en el altar, fue el día antes. Y él no se quedó humillado, sino aliviado. Simplemente le dije que después de todo, no quería casarme. Créame, señor Gilbert, se fue siendo un hombre feliz, contentísimo de haberse librado de mí. No se escabulló de vuelta al barco, solo y traicionado, se fue directo al club CCB y se pasó toda la noche bailando con Belinda Twining».

Bueno, Sidney, a pesar de estar sorprendido, Gilly no se acobardó. Las pequeñas ratas como Gilly nunca lo hacen, ¿no? Rápidamente supuso que tenía una historia mucho más jugosa para su periódico.

«¡Vaya!, ¿de veras? —sonrió con suficiencia—. ¿Qué fue entonces? ¿La bebida? ¿Otras mujeres? ¿Tenía algo del viejo Oscar Wilde?»

Entonces fue cuando Juliet le tiró la tetera. Puedes imaginarte el alboroto que siguió: el salón estaba lleno de gente tomando el té, por eso, estoy segura, los periódicos tomaron nota.

Me imaginé el titular:
«¡IZZY BICKERSTAFF VA A LA GUERRA DE NUEVO! Periodista herido en un combate con bollos en un hotel»
, sonaba un poco escabroso, pero no era del todo malo. Pero
«EL ROMEO FALLIDO DE JULIET: UN HÉROE CAÍDO EN BIRMANIA»
, fue mezquino, incluso para Gilly Gilbert y el
Hue and Cry
.

Juliet está preocupada porque esto haya podido avergonzar a Stephens & Stark, pero está harta de que usen el nombre de Rob Dartry de esta manera. Lo único que conseguí que me dijera fue que Rob Dartry era un buen hombre, un hombre muy bueno, que nada de eso fue culpa suya, y que ¡no se lo merecía!

¿Sabías lo de Rob Dartry? Está claro que lo de la bebida y lo de Oscar Wilde son tonterías, pero ¿por qué Juliet canceló la boda? ¿Sabes por qué lo hizo? ¿Me lo dirás si lo sabes? Claro que no; no sé ni por qué lo pregunto.

Por supuesto que el cotilleo irá amainando, pero ¿tiene que estar Juliet en Londres con este jaleo? ¿Deberíamos alargar la gira hasta Escocia? Reconozco que no sé qué hacer; las ventas allí han sido espectaculares, pero Juliet ha trabajado tan duro en estas recepciones… no es fácil ponerse de pie frente a una sala llena de desconocidos y elogiarse a uno mismo y a tu libro. No está acostumbrada a este ajetreo como yo, y es, según mi punto de vista, muy cansado.

El domingo estaremos en Leeds, así que dime entonces lo de Escocia.

Por supuesto que Gilly Gilbert es despreciable y vil y espero que acabe mal, pero ha empujado a
Izzy Bickerstaff va a la guerra
a la lista de los más vendidos. He pensado en mandarle una nota de agradecimiento.

Apresuradamente tuya,

SUSAN

P.D. ¿Ya has descubierto quién es Markham V. Reynolds? Hoy le ha mandado un montón de camelias a Juliet.

Telegrama de Juliet a Sidney

SIENTO MUCHÍSIMO HABEROS PUESTO EN UNA SITUACIÓN VIOLENTA A TI Y A STEPHENS & STARK. UN ABRAZO, JULIET

De Sidney a Juliet

26 de enero de 1946

Señorita Juliet Ashton

Hotel The Queens

City Square

Leeds

Querida Juliet:

No te preocupes por lo de Gilly, no nos has incomodado; sólo lamento que el té no estuviera más caliente y que tú no apuntaras más abajo. La prensa me está persiguiendo para que haga una declaración respecto al último escándalo de Gilly, y la voy a hacer. No te preocupes; será sobre periodismo en estos tiempos degenerados, no sobre ti o Rob Dartry.

Acabo de hablar con Susan sobre lo de Escocia y, aunque sé que Sophie nunca me lo perdonará, he decidido que es mejor que no vayáis. No tenemos por qué preocuparnos con las ventas de
Izzy
, están subiendo, así que creo que deberías volver a casa.

El
Times
quiere que escribas un artículo largo para el suplemento, una primera parte de una serie de tres que están pensando publicar en próximos números. Dejaré que te sorprendan con el tema, pero ya te puedo asegurar tres cosas: quieren que lo escriba Juliet Ashton, no
Izzy Bickerstaff
; el tema es serio, y la suma de la que se ha hablado va a permitirte llenar el piso con flores frescas todos los días durante un año, comprarte un edredón de satén (lord Woolton dice que ya no te costará encontrar colchas nuevas) y conseguir un par de zapatos de piel auténtica (si consigues encontrarlos). Puedes quedarte mis cupones.

No quieren el artículo hasta finales de primavera, así que tendremos más tiempo para pensar en un posible nuevo libro. Todas son buenas razones para que vuelvas enseguida, pero la más importante es que te echo de menos.

Ahora, sobre Markham V. Reynolds, hijo. Sé quién es, y el registro catastral no ayudaría, es norteamericano. Es el heredero de Markham V. Reynolds, padre, que tenía el monopolio de las fábricas de papel en Estados Unidos y ahora sólo posee la mayoría. Reynolds hijo tiene una veta artística y no se ensucia las manos haciendo papel, sino que imprime en él. Es editor.
The New York Journal
,
The Word
,
View
, son todas suyas, y también tiene algunas publicaciones pequeñas. Me he enterado de que está en Londres. Oficialmente, se encuentra aquí para abrir una oficina del
View
en Inglaterra, pero se rumorea que ha decidido empezar a editar libros, y que en realidad ha venido para seducir a los mejores autores de Inglaterra con sueños de abundancia y prosperidad en América. No sabía que sus técnicas incluían rosas y camelias, pero no me sorprende. Siempre le ha sobrado lo que nosotros llamamos descaro y los estadounidenses, confianza en uno mismo. Sólo espera a conocerle. Ha sido la perdición de mujeres más fuertes que tú, incluyendo mi secretaria. Siento comunicarte que fue ella quien le dio tu itinerario y tu dirección. A la boba le pareció muy romántico con «un traje tan mono y zapatos hechos a mano». ¡Dios mío! No logró captar el concepto de violación de la confidencialidad, así que he tenido que despedirla.

Anda tras de ti, Juliet, no lo dudes. ¿Debo retarle a un duelo? Sin duda me mataría, así que mejor que no lo haga. Cielo, yo no puedo prometerte ni abundancia ni prosperidad, ni tan sólo mantequilla, pero eres la autora más querida de Stephens & Stark, sobre todo de Stark, lo sabes, ¿verdad?

¿Cenamos juntos en cuanto vuelvas?

Un abrazo,

SIDNEY

De Juliet a Sidney

28 de enero de 1946

Querido Sidney:

Sí, será un placer cenar contigo. Me pondré el vestido nuevo y me daré un atracón.

Me alegra mucho no haber importunado a S&S con el tema de Gilly y la tetera; estaba preocupada. Susan me sugirió que también hiciera una «declaración elegante» en la prensa, sobre Rob Dartry y por qué no nos casamos. No podría hacerlo de ninguna manera. Francamente, no creo que me importara quedar como una idiota si eso no hiciera que él pareciera uno mayor. Pero «sonaría» como si lo fuera. La gente lo vería así. Prefiero no decir nada y parecer una arpía irresponsable, frívola e insensible.

Pero me gustaría que tú supieras la razón. Te lo habría contado antes, pero en 1942 estabas fuera con la Marina, y nunca conociste a Rob. Ni tan sólo Sophie lo conoció —ese otoño estaba estudiando en Bedford—, y después le hice jurar que no diría nada. Cuanto más tiempo pasaba sin decirte nada, menos importante era que lo supieras, sobre todo en vista de cómo me hacía quedar a mí, tonta y estúpida para empezar, por haberme prometido.

Pensaba que estaba enamorada (esto es lo más patético, mi idea de estar enamorada). Como parte de los preparativos para compartir mi casa con un marido, le hice un lugar en mi cama para que no se sintiera como una tía lejana de visita. Vacié la mitad de los cajones de la cómoda, la mitad del armario, la mitad del botiquín y la mitad de mi escritorio. Regalé las perchas acolchadas y traje unas de esas pesadas de madera. Quité mi muñeca de trapo de la cama y la metí en el desván. Mi piso ya era para dos, en lugar de para uno.

La tarde antes de nuestra boda, Rob trajo lo último que le quedaba, mientras yo entregaba el artículo de
Izzy
al
Spectator
. Cuando terminé, fui corriendo a casa, subí la escalera volando y al abrir la puerta me encontré a Rob sentado en el taburete delante de la estantería, rodeado de cajas de cartón. Estaba precintando la última con cinta adhesiva y cordel. Había ocho cajas, ¡ocho cajas con mis libros cerradas y listas para bajar al sótano!

Levantó la vista y me dijo: «Hola, cariño. No te preocupes por el desorden, el portero ha dicho que me ayudará a bajar todo esto al sótano». Señaló los estantes con la cabeza y dijo: «¿No se ven bien?».

¡Me quedé sin palabras! Estaba demasiado consternada para poder hablar. Sidney, cada uno de los estantes donde antes reposaban mis libros estaba lleno de trofeos deportivos: copas de plata, copas de oro, escarapelas azules, galones rojos… Había premios para cada uno de los deportes que se pueden practicar con objetos de madera: con bates de cricket, raquetas de squash, raquetas de tenis, remos, palos de golf, palas de tenis de mesa, arcos y flechas, tacos de snooker, palos de lacrosse,
sticks
de hockey y mazas de polo. Había trofeos para todo lo que el hombre puede llegar a saltar, por sí mismo o sobre un caballo. Luego venían los diplomas enmarcados: por haber disparado al mayor número de pájaros de tal a tal fecha, por ser el primero en una carrera, por ser el que aguantó más en uno de esos mugrientos juegos de tira y afloja con una cuerda contra Escocia.

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