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Authors: Charles Bukowski

Tags: #Biografía,Relato

La senda del perdedor (11 page)

BOOK: La senda del perdedor
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Levantó un tubo de ensayo que tenía algo blanco en el fondo.

—¿Qué es eso?

—Corrida —dijo Eddie—, es mi corrida.

—¿Sí?

—Sí, todo lo que tienes que hacer es escupirte en la mano y empezar a frotarte la picha, es muy agradable y al poco rato te sale esta cosa blanca de la punta de la picha. Se le llama «corrida».

—¿Sí?

—Sí.

Eddie se fue con su tubo de ensayo. Yo pensé acerca de ello durante un rato y entonces decidí intentarlo. Mi polla se endureció, la cosa me gustó realmente, me sentía cada vez mejor, seguí y me sentí como nunca me había sentido antes. Entonces salió un chorro de jugo de la punta de mi polla. Después de aquello empecé a hacerlo más a menudo. Era mejor si imaginabas que lo estabas haciendo con una chica mientras te la meneabas.

Un día yo estaba en una banda observando a nuestro equipo dándole una paliza de cuidado a otro equipo. Estaba fumando un cigarrillo al tiempo que observaba. Tenía una chica a cada lado. Mientras nuestros chicos rompían una melée, vi al profesor de gimnasia, Curly Wagner, viniendo hacia mí. Tiré el cigarro y di unas palmadas.

—¡Vamos a romperles el culo, muchachos!

Wagner vino hasta mí. Se quedó allí mirándome. Yo había desarrollado un aire de maldad en mi expresión.

—¡Voy a acabar con todos vosotros! —dijo Wagner—. ¡Especialmente contigo!

Volví la cabeza y le miré, como casualmente, luego volví a mirar el juego. Wagner se quedó allí mirándome. Luego se fue.

Me sentí bien después de aquello. Me gustaba que me consideraran en el grupo de los chicos malos. Me gustaba ser malo. Cualquiera podía ser un buen chico, no hacía falta cojones para eso. Dillinger tenía cojones. Ma Barker era una gran mujer, enseñando a sus hijos a manejar ametralladoras. Yo no quería ser como mi padre. El sólo pretendía ser malo. Cuando se es malo no se pretende serlo, sólo se es. A mí me gustaba ser malo. Ser bueno me ponía enfermo.

La chica que estaba a mi lado dijo:

—No deberías dejar que Wagner te dijiese esas cosas. ¿Es que le tienes miedo?

Me volví y la miré. Planté mis ojos en ella durante un buen rato, sin moverme.

—¿Qué te pasa? —dijo ella.

Dejé de mirarla, escupí en el suelo y me alejé. Caminé lentamente a todo lo largo del campo, salí por la puerta del extremo y empecé a andar hacia casa.

Wagner siempre llevaba una camiseta gris y unos pantalones grises de chandal. Era un poco barrigón. Siempre estaba irritado por algo. Su única ventaja era su edad. Siempre trataba de hacernos reventar, pero eso cada vez le valía de menos. Siempre había alguien empujándome sin tener derecho a empujarme. Wagner y mi padre. Mi padre y Wagner. ¿Qué era lo que querían? ¿Por qué estaba yo en su camino?

22

Un día, igual que en la escuela primaria con David, un chico se me juntó. Era pequeño y flaco y apenas tenía pelo en la cabeza. Los chicos le llamaban Baldy (Calvito). Su verdadero nombre era Eli LaCrosse. Su verdadero nombre me gustaba, pero no me ocurría lo mismo con él. El simplemente se me pegó. Era tan infeliz que no podía decirle que desapareciera y me dejara en paz. Era como un perro vagabundo, muerto de hambre e inflado a patadas. De todas formas, no me gustaba el andar por ahí con él. Pero como conocía lo que era sentirse como un perro vagabundo, le dejaba que anduviese colgándoseme. Usaba un taco en casi cada frase, pero era todo falso, él no era un tipo duro, era una persona asustada. Yo no era una persona asustada, pero sí bastante confundida, así que puede que al fin y al cabo hiciésemos una buena pareja.

Le acompañaba hasta su casa todos los días después de clase. Vivía con su madre, su padre y su abuelo. Tenían una casita cruzado un pequeño parque. Me gustaba aquella zona, tenía grandes árboles que daban grandes sombras, y como la gente me había dicho que era feo, prefería la sombra al sol, la oscuridad a la luz.

Durante nuestros paseos, Baldy me había hablado de su padre. Había sido doctor, un cirujano de éxito, pero le habían quitado su licencia por borracho. Un día lo conocí. Estaba sentado en una silla debajo de un árbol, sin hacer nada.

—Papá —dijo Baldy—, éste es Henry.

—Hola, Henry.

Me recordó a la primera vez que había visto a mi abuelo, de pie en los escalones de su casa. Sólo que el padre de Baldy tenía el pelo y la barba negros, pero sus ojos eran iguales, brillantes y luminosos, tan extraños. Y aquí estaba Baldy, el hijo, que no brillaba lo más mínimo.

—Ven —dijo Baldy—, sígueme.

Bajamos al sótano de la casa. Estaba oscuro y húmedo y pasó un rato hasta que nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad. Entonces pude ver unos cuantos barriles.

—Estos barriles están llenos de diferentes clases de vino —dijo Baldy—. Cada barril tiene un grifo. ¿Quieres probar un poco?

—No.

—Venga, prueba un trago.

—¿Por qué?

—¿Es que no eres hombre, o qué?

—Soy un chico duro.

—Entonces toma un jodido trago.

Allí estaba el pequeño Baldy, desafiándome. No había problema. Me acerqué a un barril y puse debajo la cabeza.

—¡Abre el maldito grifo! ¡Y abre la boca!

—¿No habrá arañas por aquí?

—¡Venga! ¡Hazlo, maldita sea!

Puse mi boca bajo el grifo y lo abrí. Un líquido oloroso salió y cayó en mi boca. Lo escupí.

—¡No seas gallina! ¡Trágatelo, qué cojones!

Abrí la boca y el grifo. El líquido oloroso entró y yo lo tragué. Cerré el grifo y me puse de nuevo en pie. Sentía ganas de vomitar.

—Ahora bebe tú —le dije a Baldy.

—Claro —dijo—. ¡Yo no tengo miedo!

Se puso bajo un barril y tomó un buen trago. Un mierdecilla como aquel no iba a ponerme en ridículo. Me puse bajo otro barril y tomé un trago. Me levanté. Estaba empezando a sentirme bien.

—Eh, Baldy —dije—, esto me gusta.

—Bueno, mierda, toma más.

Bebí un poco más. Cada vez sabía mejor. Cada vez me sentía mejor.

—Esto es de tu padre, Baldy. No nos lo deberíamos beber todo.

—No le importa. Ha dejado de beber.

Nunca me había sentido tan bien. Era mejor que masturbarse.

Fui de barril en barril. Era mágico ¿Por qué nadie me había hablado de esto? Con ello, la vida era grandiosa, el hombre era perfecto, nada podía afectarle.

Me erguí y miré a Baldy.

—¿Dónde está tu madre? ¡Voy a follarme a tu madre!

—¡Como te acerques a mi madre te mato, hijo de puta!

—Sabes que te puedo machacar, Baldy.

—Sí.

—Está bien, dejaré en paz a tu madre.

—Vámonos entonces, Henry.

—Un traguito más…

Me acerqué a un barril y me pegué uno largo. Luego subimos por la escalera del sótano. Cuando salimos, el padre de Baldy seguía sentado en su silla.

—¿Habéis estado en la bodega, eh chicos?

—Sí —dijo Baldy.

—¿Empezáis un poco pronto, no?

No contestamos. Fuimos hasta el bulevar y entramos en un almacén que vendía chicle. Compramos varios paquetes y nos los metimos en la boca. A él le preocupaba que su madre lo descubriera. A mí no me preocupaba nada. Nos sentamos en un banco del parque mascando chicle, y yo pensé, bueno, ahora sí que he encontrado algo, algo que me va a ayudar en los días venideros. La hierba del parque parecía más verde, los bancos del parque tenían mejor aspecto y las flores lucían más. Quizás aquella bebida no fuera buena para los cirujanos, pero el que alguien quisiera ser cirujano ya indicaba que no estaba bien desde el principio.

23

En el instituto Justin, la clase de biología era un chollo. Teníamos de profesor al señor Stanhope. Era un viejales de unos 55 años al que dominábamos como queríamos. Lilly Fischman estaba en la clase y era una chica que estaba de lo más desarrollada. Tenía unas tetas enormes y un trasero maravilloso que meneaba mientras caminaba con sus zapatos de tacón alto. Era magnífica, hablaba con todos los chicos y se frotaba contra ellos mientras hablaba.

Todos los días ocurría lo mismo en la clase de biología. Nunca aprendíamos nada de biología. Stanhope se ponía a hablar durante diez minutos y entonces Lilly decía:

—¡Oh, señor Stanhope, vamos a hacer un numeral!

—¡No!

—¡Oh, señor Stanhope!

Ella se acercaba hasta el estrado, se inclinaba sobre él dulcemente y le susurraba algo.

—Oh, bueno, está bien… —decía él.

Entonces Lilly empezaba a cantar y a menearse. Siempre empezaba con «The Lullaby of Broadway» y luego seguía con otros números. Era magnífica, era caliente, era abrasiva, y a nosotros nos ponía en ascuas. Era como una mujer crecida, poniendo a cien a Stanhope, poniéndonos a cien a nosotros Era maravilloso. El viejo Stanhope se quedaba allí sentado gimoteando y babeando. Nosotros nos reíamos de Stanhope y jaleábamos a Lilly. La cosa duró hasta que un día el director, el señor Lacefield, entró de golpe en la clase.

—¿Qué está ocurriendo aquí?

Stanhope se quedó allí sentado, incapaz de articular palabra.

—¡Esta clase queda suspendida! —gritó Lacefield. Mientras salíamos, Lacefield dijo:

—¡Y en cuanto a usted, señorita Fischman, preséntese inmediatamente en mi oficina!

Por supuesto, después de aquello nadie se preocupó por estudiar biología. Todo fue bien hasta el día en que el señor Stanhope nos puso el primer examen.

—Mierda —dijo en voz alta Peter Mangalore—. ¿Qué vamos a hacer? Peter era el tío de los 22 centímetros en blando.

—Tú nunca tendrás que trabajar para vivir —dijo el chico que se parecía a Jack Dempsey—. Esto es problema nuestro.

—Quizás deberíamos incendiar esta escuela —dijo Red Kirkpatrick.

—Mierda —dijo uno desde el fondo de la clase—, cada vez que saco un suspenso mi padre me arranca una uña.

Todos miramos nuestras hojas de examen. Yo pensé en mi padre. Entonces pensé en Lilly Fischman. Lilly Fischman, me dije, eres una puta, una mala mujer, meneando tu cuerpo delante de nosotros y cantando de esa forma, nos llevarás a todos al infierno.

Stanhope nos estaba mirando.

—¿Por qué no escribe nadie? ¿Por qué no contestan las preguntas? ¿Tiene todo el mundo lápiz?

—Sí, sí, todos tenemos lápiz —dijo uno de los chicos.

Lilly estaba sentada en la primera fila, junto a la mesa de Stanhope. Vimos cómo abría su libro de biología y buscaba la respuesta a la primera pregunta. Eso era. Todos abrimos nuestros libros. Stanhope siguió allí sentado mirándonos. No sabía qué hacer. Empezó a farfullar algo. Siguió allí durante cinco minutos y entonces se levantó de un salto. Empezó a ir de un lado a otro por el pasillo central de la clase.

—¿Qué estáis haciendo? ¡Cerrad los libros! ¡Cerrad los libros!

Mientras iba de un lado a otro, la gente cerraba los libros sólo para volverlos a abrir en cuanto se alejaba un poco.

Baldy estaba en el asiento de al lado mío, riéndose.

—¡Vaya gilipollas! ¡Vaya viejo gilipollas!

Sentí un poco de pena por Stanhope, pero era él o yo. Stanhope se puso detrás de su escritorio y gritó:

—¡O se cierran todos los libros de texto o suspendo a toda la clase! Entonces se levantó Lilly Fischman. Se levantó la falda y se inclinó hacia una de sus medias de seda. Se ajustó la liga, vimos una porción de carne blanca. Luego se ajustó la otra media. Nunca habíamos visto nada igual, ni tampoco Stanhope. Lilly se sentó y todos acabamos el examen con los libros abiertos. Stanhope se quedó sentado tras su escritorio, completamente derrotado.

Otro tipo con el que nos las teníamos que ver era Pop Farnsworth. Empezó el primer día en el taller. Dijo:

—Aquí se aprende practicando. Empezaremos ahora mismo. Cada uno desmontará un motor y lo volverá a montar de modo que funcione perfectamente a lo largo de un semestre. Hay planos en la pared y si algo no lo entendéis, no tenéis más que preguntarme. También se os mostrarán películas acerca de cómo funciona un motor. Pero ahora, por favor, empezad a desmontar vuestros motores. Tenéis herramientas en vuestro cajón de trabajo.

—¿Eh, Pop, qué tal si vemos antes las películas? —preguntó alguien.

—¡He dicho que empecéis a trabajar!

No sé de dónde habían sacado todos aquellos motores. Estaban negros, grasientos y llenos de óxido. Tenían un aspecto realmente fúnebre.

—Coño —dijo uno de los chicos—, éste parece una plasta de mierda pringosa.

Nos inclinamos sobre nuestros motores. La mayoría de la gente cogió la parte de arriba de su motor desprendiendo cuidadosamente una línea de grasa de casi medio metro de longitud.

—Venga, Pop. ¿Qué tal si ponemos una película? ¡Acabamos de salir del gimnasio, estamos machacados! ¡Wagner nos ha tenido haciendo el pino, saltando y dando volteretas como a un puñado de ranas!

—¡Exijo que empecéis a trabajar tal como os dije!

Empezamos a trabajar. No tenía ningún sentido. Era peor que la clase de Educación Musical. Se oían golpeteos de herramientas combinados con jadeos intensos.

—¡Mierda! —aulló Harry Henderson—. ¡Me he despellejado los malditos nudillos! ¡Esto no es más que jodido esclavismo de blancos!

Envolvió cuidadosamente su mano derecha con un pañuelo y se quedó contemplando cómo la sangre lo empapaba:

—¡Mierda! —exclamó.

El resto de nosotros seguimos intentándolo.

—Prefiero meter la cabeza en el coño de un elefante —protestó Red Kirkpatrick.

Jack Dempsey tiró su herramienta al suelo.

—Paso —dijo—, haz lo que quieras conmigo, que paso. Asesíname. Córtame las pelotas. Yo paso.

Cruzó la habitación y se apoyó contra la pared. Se cruzó de brazos y se quedó mirando a sus zapatos.

La situación parecía verdaderamente desesperada. No había ninguna chica… Cuando mirabas por la puerta trasera del taller podías ver el patio de la escuela repleto de luz y espacio vacío apto para zascandilear. Y aquí estábamos nosotros encorvándonos sobre unos estúpidos motores que ni siquiera estaban conectados a un coche y eran perfectamente inútiles. Sólo estúpido acero. Era un trabajo duro y embolador. Necesitábamos clemencia. Nuestras vidas ya eran lo suficientemente tontas. Algo tenía que salvarnos. Habíamos oído que Pop era un tipo suave, pero no parecía cierto. Era un gigantesco hijo de puta repleto de cerveza, vestido con un mono grasiento, con el pelo colgándole sobre los ojos y la barbilla tiznada de grasa.

Arnie Whitechapel mandó a paseo a su herramienta y anduvo hasta situarse frente al señor Farnsworth. Arnie ostentaba una enorme mueca en su cara.

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