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Authors: Margaret George

Tags: #Histórico

La seducción de Marco Antonio (3 page)

BOOK: La seducción de Marco Antonio
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- Mis legiones están aquí, tal como César las dejó -dijo Alieno-. Protegerán Egipto de los depredadores.
¡Qué previsor había sido César, dejándolas estacionadas allí! Se lo agradecía con toda mi alma.
- Esperaremos juntos -dije- y cuidaremos del bienestar de Alejandría. Pero ¿y el resto del país? Quizá convendría reunir más tropas para fortalecer la línea de defensa que sigue el curso del Nilo y la que discurre de este a oeste, bordeando la costa.
- Siempre y cuando nos lo podamos permitir -dijo Mardo.
- ¿Cuál es la actual situación del Tesoro del Estado? -le pregunté a su custodio.
- Se está recobrando poco a poco. Tardaremos años en recuperar las pérdidas de Rabirio y en reparar los daños de la guerra en la ciudad. Pero mientras no haya gastos extraordinarios, primero sobreviviremos, después viviremos bien, y finalmente seremos ricos -contestó-. Y no olvidemos que Egipto siempre tiene alimentos, y eso de por sí ya lo convierte en un país rico. Puede alimentarse no sólo a sí mismo sino también a otros en caso necesario.
Confiaba en que no tuviéramos que alimentar a nadie más que a nosotros mismos o a clientes que pudieran pagarnos bien.
Me volví hacia el jefe de los canales.
- ¿Cómo están los canales de riego y los depósitos?
- En condiciones aceptables -contestó-. Las crecidas del Nilo de los últimos dos años han sido adecuadas, y eso nos ha permitido llevar a cabo obras de mantenimiento en los canales de riego, para que el nivel del agua no sea ni demasiado alto ni demasiado bajo. Pero últimamente ha habido algunas obstrucciones debido al cieno. Y eso se tiene que arreglar.
- Todo está relacionado: las cosechas no pueden crecer sin un riego adecuado, y sin el dinero de las cosechas no podemos drenar para mejorar el riego. ¿Y los impuestos?
- Los impuestos sobre la importación se han cobrado como de costumbre -contestó el jefe de aduanas.
- Los beneficios han aumentado -añadió Epafrodito-. De repente, parece que todo el mundo se vuelve loco por el aceite de oliva. No sé qué hace la gente con él; quizá lo está utilizando para bañarse…
- ¿Y a nosotros qué más nos da mientras pague el cincuenta por ciento del impuesto de importación? -contestó el jefe de los cobradores de impuestos.
- Es verdad -dijo Mardo-. Hoy en día la gente pide el mejor. Antes se conformaban con el aceite de linaza, pero ahora o les das aceite de oliva o no quieren nada. No sé de qué nos quejamos.
- ¿Acaso me quejo yo? -dijo el jefe de los impuestos-. ¡Por supuesto que no!
- Los grandes festejos de Serapis y las peregrinaciones al templo de Isis han atraído a grandes multitudes y a muchos peregrinos en las dos últimas estaciones -dijo el sumo sacerdote, tomando de pronto la palabra. Se había mantenido tan callado que yo casi había olvidado su presencia-. Puede que eso signifique algo.
- La gente está cansada de este mundo y busca algo -dijo Epafrodito-. Al parecer, la religión atrae a numerosos conversos en todas partes. Los misterios, el culto de Isis y de Mitra, todos los ritos orientales están muy extendidos.
- Pero no así el judaísmo -dijo Mardo-. Vuestras leyes y normas son demasiado severas. Es demasiado duro unirse a vosotros.
- De eso se trata precisamente -dijo Epafrodito-. No queremos ser excesivamente populares. Cuando las cosas crecen mucho y tienen demasiado éxito se convierten en algo distinto.
- ¿Como los romanos? -preguntó de pronto el sumo sacerdote-. Cuando sólo poseían una ciudad, parece que eran muy nobles y comedidos. Pero míralos ahora, convertidos en los amos de casi todo el mundo conocido…
- Sí, nuestro Dios previo el peligro -dijo Epafrodito-. «Guárdate de olvidar al Señor tu Dios -añadió-, no sea que cuando hayas comido y estés harto y cuando edifiques hermosas casas y habites en ellas y veas multiplicarse tus ovejas y tus bueyes y acrecentarse tu oro y tu plata y tus bienes, tu corazón se vuelva soberbio y te olvides del Señor tu Dios y te digas: “Mi fuerza y el poder de mi mano me han dado esta riqueza.” Y así será si te olvidas del Señor tu Dios; yo doy testimonio de que aquel día perecerás.»
- No me extraña que no atraigáis a muchos conversos -dijo el sacerdote de Serapis-. Nuestro dios es mucho más realista con las debilidades humanas, e Isis mucho más compasiva, por supuesto.
- Nosotros esperamos a un Mesías que completará los designios de nuestro Dios -dijo Epafrodito.
- Todo el mundo espera un libertador… un niño de oro -expuso Mardo con indiferencia-. Una vez hice una lista de todos ellos. Hay muchísimos. Algunos dicen que la libertadora será una mujer, y que vendrá de Oriente. A mi juicio, todos sabemos que tiene que haber algo mejor. Somos lo bastante sensibles como para percibirlo, pero no lo suficiente como para hacerlo realidad. Y entonces pensamos: «Si un misterioso ser viniera a ayudarnos…» -Se encogió de hombros, haciendo oscilar la orla de su túnica-. Pero entretanto tenemos que seguir luchando.
- Creo que habéis luchado muy bien en mi ausencia -dije-. Todos sois dignos de elogio. Jamás gobernante alguno fue mejor servido por sus ministros.
Tendría que ocuparme de que recibieran una merecida recompensa.
De repente me sentí tan cansada que apenas podía mantener la cabeza erguida. Egipto estaba bien; había averiguado todo lo que necesitaba saber.
34
La fresca brisa del puerto penetró en mi estancia a la mañana siguiente, y el reflejo de la luz del sol jugueteó en las paredes. Me desperté muy despacio, como si estuviera sumergida en un lecho de agua de mar, que era precisamente lo que había estado soñando. Unos largos cordones de algas se habían enredado alrededor de mis piernas y me seguían como una cola; mi cabello se agitaba muy despacio, prendido en los arrecifes de coral. Al despertar me pasé la mano por el cabello para desprenderlo, y entonces me pregunté por qué razón no estaba enredado. Qué sueño tan extraño y realista.
Me desperecé. Me encontraba muy a gusto envuelta en las finas sábanas de lino, mucho más finas que cualquier tejido de Roma. Me sentía un poco mejor; la noche había ejercido en mí su efecto reparador.
Di orden a Carmiana e Iras de que deshicieran las arcas y los cofres y mandé llamar a Olimpo. Necesitaba verle tanto por mí misma como por Tolomeo. Tolomeo seguía con su tos y se había pasado casi toda la travesía mareado. Tanto él como yo habíamos puesto a dura prueba la paciencia de nuestros servidores durante el viaje. La víspera se la había pasado en los jardines, pero yo lo veía un poco decaído. A lo mejor estaba simplemente cansado. Eso esperaba que me dijera Olimpo.
Pero cuando Olimpo entró en mi cámara tras haberse pasado la mañana con Tolomeo, su sonrisa no resultó nada convincente.
- Querida -dijo, y entonces comprendí que me iba a dar una mala noticia.
- ¿Qué ocurre? -le pregunté. No podía soportar los preámbulos-. ¿Qué le ocurre a mi hermano?
- Le he auscultado el pecho, le he hecho expectorar un poco de flema y la he examinado. También le he examinado la columna y las articulaciones y he estudiado atentamente el color de su piel. No me ha gustado lo que he visto.
- ¿Qué has visto? ¡Dímelo!
- Es la corrupción del pulmón -contestó-. La tisis.
¡Era obra de Roma! Roma con su frío, sus heladas y su humedad.
- Ocurre en todas partes y no sólo en Roma -dijo Olimpo, como si hubiera leído mis pensamientos-. En Egipto hay muchos casos de corrupción del pulmón.
- Roma no le ha sido muy beneficiosa.
- Puede que no, pero ahora ya ha vuelto. Viene mucha gente a Egipto para curarse.
- ¿Crees que lo podrá superar?
- No lo sé -contestó-. Si tú fueras otra gobernante y no una amiga de la infancia y si yo fuera otro tipo de cortesano, te diría: «Sí, sí, Majestad, estoy seguro de que se va a recuperar.» Pero tú eres Cleopatra y yo soy Olimpo, y con toda sinceridad te tengo que decir que tu hermano corre grave peligro.
- ¡Oh! -exclamé. No podría sufrir otra pérdida. Tolomeo no-. Comprendo.
- No podemos hacer nada. Simplemente asegurarnos de que esté bien abrigado, tome mucho el sol, descanse todo lo que pueda y pase mucho tiempo al aire libre. Hay que esperar. Tal vez en otoño tengamos que enviarlo al Alto Egipto, donde la temperatura es más elevada y luce el sol.
Incliné la cabeza. Tener que volverle a enviar lejos cuando estaba tan contento de haber regresado a casa…
- Te veo distinta -me dijo finalmente Olimpo.
- ¿Y eso?
- Más delgada -me contestó-. Se te ha consumido algo. Si fueras de oro, diría que te has refinado. Te favorece mucho. Ahora eres realmente hermosa. -Trató de sonreír-. Un atributo muy útil en una reina.
- Estoy embarazada -le dije.
- Ya lo había adivinado. Pero no hace falta que sea un adivino para darme cuenta de que esta vez lo estás pasando peor. Tanto en el corazón como en el cuerpo.
- No me encuentro nada bien.
- ¿Y eso te extraña? ¿Por qué tendrías que encontrarte bien? La situación es terrible. César ha muerto, pero no ha muerto sin más sino que ha sido asesinado. Tu defensor y protector ha desaparecido; un hijo al que nadie reconocerá.
- Lo reconoceré yo.
- Y no podrás darle ninguna explicación a tu pueblo. Lamentablemente, Amón ha desaparecido, por lo menos en su manifestación humana.
Sus palabras eran muy duras, pero era un alivio que hubiera tenido la audacia de decírmelas.
- Lo siento -dijo-. Siento lo que le ha ocurrido a César.
- Sé que no lo apreciabas. Jamás lo apreciaste y siempre fuiste sincero a este respecto.
- Eso no tiene nada que ver con el hecho de que lamente su muerte, que no se merecía. Era un gran hombre -dijo Olimpo-. Pero yo nunca pensé que fuera digno de ti. Te consiguió con demasiada facilidad y temí que no te valorara tal como tú debes ser valorada.
- Creo que con el tiempo me valoró más.
- El tiempo se terminó para él. Y lo lamento.
- Gracias. -Hice una pausa-. Pero es que además no me encuentro físicamente bien. Temo que me ocurra algo extraño. Por favor, dime lo que piensas.
Me dio unas palmadas, me auscultó los latidos del corazón, me examinó el cuello y los tobillos, me hizo echarle el aliento, me comprimió las costillas y me giró los pies. Escuchó atentamente la descripción que yo le hice de todas las molestias, y al final, me dijo:
- No veo que te ocurra nada en particular, nada que no pueda atribuirse a la mala experiencia que has sufrido. Ven a dar un paseo por mi nuevo jardín. O, mejor dicho, tu jardín, porque lo he creado en el recinto del palacio. Pasearemos y yo te enseñaré algo de medicina.
El aire de fuera era suave y estaba perfumado con la última floración de los árboles frutales cuyas ramas cubiertas de hojas creaban una alfombra moteada de sol y sombra sobre el verde prado que había debajo. Qué distinto era todo aquello de la villa de César. Aquí los prados eran llanos, constelados de flores blancas, y parecían estar pidiendo a gritos un lienzo púrpura donde extender unos ricos manjares para poder disfrutar de una saludable comida al aire libre. «Venid a solazaros», parecía susurrar el prado bajo la brisa.
Vimos a Tolomeo arrodillado bajo la copa de uno de los árboles y lo llamamos. Giró bruscamente la cabeza y nos dijo, señalando un pulcro nido redondo colocado en la bifurcación de una rama por encima de su cabeza:
- Estoy vigilando este nido de pájaros.
- La hembra no regresará si te ve -le dijo Olimpo-. Ven con nosotros. Quiero enseñarte una cosa.
Le miré mientras hablaba. Él también había cambiado en mi ausencia. Sus facciones se habían afilado y ahora parecía más bien triste. Eso, combinado con su cáustico sentido del humor, posiblemente le aislaría de la gente. Me pregunté si tales rasgos resultarían tranquilizadores en un médico o si, por el contrario, inducían a la gente a apartarse de él. ¿Y su vida privada? Tenía casi mi edad… ¿pensaba casarse? Semejante información jamás se facilitaba en las cartas.
Tolomeo se levantó con cierto esfuerzo y se acercó corriendo a nosotros. Observé que tenía las piernas muy frágiles y que le faltaba la respiración debido a la corta carrera.
- Olimpo ha creado un jardín mientras nosotros estábamos en Roma -le dije.
Tolomeo hizo una mueca.
- ¡Bah, un jardín! Eso es cosa de mujeres… o de inválidos. No, gracias.
- Éste es un jardín para asesinos y milagreros -dijo Olimpo-. Creo que te parecerá distinto de todos los demás.
Se extendía sobre un terreno llano no muy distante del templo de Isis, pero miraba al puerto y no al mar. Estaba cercado primero por un murete de piedra, y en la parte interior por un seto lleno de capullos rojos. Olimpo abrió una puerta provista de gruesos pestillos para que entráramos.
De una fuente que murmuraba en el centro irradiaban cuatro caminos que dividían pulcramente el jardín en cuatro partes.
- Mirad… en un extremo la muerte, y en el otro la vida.
Yo sólo veía cuadros de plantas, algunas en flor, unas altas y otras bajas. Le miré inquisitivamente.
- En el Museion encontré una lista de plantas venenosas -explicó Olimpo-. Algunas eran claramente imaginarias, como la que escupía llamas y devoraba a los espectadores, pero otras me llamaron la atención. ¿Qué efecto tenían? ¿Por qué mataban? Me pareció útil que alguien escribiera un tratado sobre ellas. A fin de cuentas, hay algunas que tomadas en pequeñas dosis son inofensivas e incluso beneficiosas. Y confieso que sentía curiosidad por estudiarlas, porque eran plantas equivalentes a las serpientes venenosas.
Tolomeo lo miraba con expresión de asombro.
- ¡Venenosas! -dijo-. ¿Cuáles son?
- En primer lugar, todo este seto es venenoso -contestó Olimpo, señalándolo con un gesto de la mano.
- ¡Pero si es precioso! -dije yo.
Y realmente lo era. Tenía unas brillantes hojas de color verde oscuro y estaba punteado de flores.
- Aun así, es muy venenoso. Se llama rosa de Jericó, y si se ponen las flores en agua la envenenan. Las ramas envenenan la carne si se utilizan para cocerla, e incluso el humo es venenoso. La miel de las flores es también venenosa, y tanto los caballos como los asnos se mueren si comen sus hojas. Lo curioso del caso es que las cabras son inmunes.
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