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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La sangre de los elfos (24 page)

BOOK: La sangre de los elfos
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—Muy honrado.

—Humm... Se me ha dicho que vuesa merced vigila el transporte por encargo de la Compañía de Malatius y Grock. Al parecer ante el peligroso ataque de cierto monstrum. Me pregunto qué monstrum ha de ser.

—Yo mismo me lo pregunto. —El brujo se apoyó en la borda, mirando a los contornos apenas vislumbrados entre la niebla de los pantanos de la orilla temeria—. Y he llegado a la conclusión de que más bien me han contratado para el caso de que ataque un comando de Scoia'tael que, al parecer, vaga por estos contornos. Así que viajo entre las Espumas y Novigrado por sexta vez y la abejorra no ha aparecido ni una vez...

—¿Abejorra? Se trata de algún nombre popular. Preferiría que os sirviérais de su nombre científico. Humm... Abejorra... Ciertamente, no sé que género tenéis en mente...

—Tengo en mente un monstruillo rugoso, dos brazas de largo, que recuerda a un tocón cubierto de algas, con diez zarpas y mandíbulas como sierras.

—La descripción deja mucho que desear desde el punto de vista de la precisión científica. ¿Se trata acaso de alguno de los géneros de la familia de las Hyphydridae?

—No lo excluyo —suspiró Geralt—. La abejorra, por lo que sé, procede de una familia extraordinariamente asquerosa, ningún nombre que se le dé es insultante para esta familia. La cosa es, noble bachiller, que al parecer uno de los miembros de este género tan poco simpático atacó hace dos semanas una barcaza de la Compañía. Aquí, en el delta, no lejos del mismo lugar en que estamos.

—Quién tal afirma —sonrió despreciativo Linus Pitt— es o un ignorante o un mentiroso. No ha podido suceder algo parecido. Conozco muy bien la fauna del delta. La familia de las Hyphydridae no se da aquí en absoluto. Ni otros de ese género hasta tal punto peligroso y feroz. El significativo grado de salinidad y la poco habitual composición química de las aguas, sobre todo durante la marea baja...

—Durante la marea baja —le interrumpió Geralt—, cuando el reflujo se escapa por el canal de Novigrado, en el delta no hay agua en el verdadero sentido de la palabra. Hay un fluido compuesto de excrementos, jabones, aceites y ratas muertas.

—Lástima, lástima. —El magister bachiller se entristeció—. Degradación del medio ambiente... No lo creeréis, pero de más de dos mil especies de peces que todavía vivían en este río hace cincuenta años, no han quedado más que novecientas. Esto es verdaderamente triste.

Ambos se apoyaron sobre la baranda y miraron en silencio a las verdes y turbias profundidades. Ya había comenzado el reflujo, porque las aguas cada vez apestaban más. Aparecieron las primeras ratas muertas.

—Se extinguieron por completo el cabezón aletablanca —interrumpió el silencio Linus Pitt—. Desapareció el mujol, el cabeza serpiente, la citara, la locha rayada, el barbo, el gobio bigotudo, el bagre real...

A una distancia de alrededor de diez brazas de la borda, el agua se agitó. Por un momento ambos vieron un espécimen que pesaría casi veinte libras de bagre real, el cual se tragó una rata muerta y desapareció en las profundidades moviendo alegremente la aleta caudal.

—¿Qué ha sido eso? —el magister se sobresaltó.

—No sé. —Geralt miraba al cielo—. ¿Puede que un pingüino?

El científico le miró, apretó los labios.

—¡Con toda seguridad no era vuestra legendaria abejorra! Me han dicho que los brujos disponen de importantes conocimientos acerca de algunos géneros muy escasos. Y a vos no os basta repetir cuentos y rumores, aún intentáis burlaros de mí de un modo vulgar... ¿Acaso me habéis escuchado?

—La niebla no se va a levantar —dijo en voz baja Geralt.

—¿Eh?

—El viento es todavía débil. Cuando naveguemos por el brazo del río, entre las islas, será aún más débil. Habrá niebla hasta el mismo Novigrado.

—Yo no voy a Novigrado, me quedo en Oxenfurt —anunció Pitt con sequedad—. ¿Y la niebla? No es tan densa como para impedir la navegación, ¿qué pensáis?

El niño de la gorrilla con la pluma corrió a donde estaban ellos, se inclinó mucho sobre la borda, intentando cazar con un palo una rata que estaba junto a la borda. Geralt se le acercó, le quitó el palo.

—Largo de aquí. ¡No te acerques a la borda!

—¡Maaamááá!

—¡Everett! ¡Ven aquí ahora mismo!

El magister bachiller se incorporó, lanzó una mirada penetrante al brujo.

—¿Vos, por lo que parece, creéis de verdad que algo nos amenaza?

—Señor Pitt —dijo Geralt lo más sereno que pudo—. Hace dos semanas algo arrancó a dos personas de la cubierta de una de las barcazas de la Compañía. Entre la niebla. No sé que era. Puede que vuestra hyfydra o como se llame. Puede que fuera un gobio bigotudo. Pero yo creo que fue una abejorra.

El científico abrió la boca.

—Las sospechas —anunció— deben apoyarse en sólidos principios científicos, no en rumores y cotilleos. Ya os he dicho, la hyfryda, a la que os obstináis en llamar abejorra, no se da en las aguas del delta. Fue exterminada hace más de medio siglo, dicho sea entre paréntesis, a consecuencia de la actividad de gente parecida a vos, lista para matar de inmediato a todo lo que no tiene bonito aspecto, sin pensar, sin investigar, sin observar, sin reflexionar sobre el nicho ecológico.

Geralt tuvo ganas por un instante de decirle con sinceridad dónde podía meterse las abejorras y sus nichos, pero lo pensó mejor.

—Señor bachiller —dijo sereno—. Una de las personas que fueron arrastradas de la embarcación era una joven muchacha embarazada. Quería enfriar en el agua sus pies hinchados. Teóricamente su niño podría haber sido alguna vez rector de vuestra universidad. ¿Qué decís ante tal modo de contemplar la ecología?

—Se trata de un modo acientífico, emocional y subjetivo. La naturaleza se rige por sus propias leyes y aunque éstas son leyes crueles y brutales, no podemos corregirlas. ¡Es la lucha por la existencia! —El magister se inclinó sobre la baranda y escupió al agua—. Y la exterminación de especies, incluso de rapiña, no puede ser disculpada. ¿Qué decís a eso?

—Digo que es peligroso inclinarse así. En los alrededores puede haber una abejorra. ¿Queréis comprobar en vuestra propia piel de qué forma lucha la abejorra por su existencia?

Linus Pitt soltó la baranda, retrocedió con violencia. Palideció ligeramente, pero al instante recuperó su aplomo, abrió de nuevo la boca

—Seguramente sabéis mucho de tales abejorras fantásticas, señor brujo.

—Sin duda alguna menos que vos. ¿Por qué no aprovechamos la ocasión? Ilustradme un poco, señor bachiller, exponed un tanto de ciencia acerca de los animales de rapiña fluviales. Os escucharé con agrado, así el viaje se hará más corto.

—¿Os burláis de mí?

—De ningún modo. De verdad querría rellenar los huecos de mi educación.

—Humm... Si de verdad... Por qué no. Escuchad entonces. La familia de las Hyphydridae, que pertenece al orden de los Amphipoda, es decir de dos pies, abarca cuatro géneros conocidos por la ciencia. Dos de ellos viven sólo en aguas tropicales. En nuestro clima se encuentra en cambio, la pequeña Hyphydra longicauda, en la actualidad muy escasa, así como la Hyphydra marginata, que alcanza unas medidas algo mayores. El biotopo de ambos géneros son las aguas estancadas o que fluyen con lentitud. Son ciertamente géneros de rapiña, que prefieren como alimento seres de sangre caliente... ¿Tenéis algo que añadir?

—De momento no. Escucho conteniendo el aliento.

—Sí, humm... En los libros se pueden encontrar también referencias al subgénero Pseudohyphydra, que vive en las aguas pantanosas de Angren. Sin embargo, últimamente el doctor Bumbler de Aldersberg demostró que se trata de un género completamente diferente de la familia de los Mordidae, o sea mordedores.

Viven exclusivamente de pescado y de pequeños anfibios. Ha recibido el nombre de Ichtyovorax bumbleri.

—El monstruo tiene suerte —sonrió el brujo—. Ya tiene tres nombres.

—¿Cómo es eso?

—El ser del que habláis es un girador, llamado también cinerea en la Antigua Lengua. Y si el doctor Bumbler afirma que se alimenta exclusivamente de peces, concluyo que nunca se ha bañado en las lagunas en las que habitan los giradores. Pero en algo tiene Bumbler razón: con la abejorra tiene la cinerea lo mismo en común que yo con un zorro. A ambos nos gusta comer pato.

—Pero, ¿qué cinerea? —se indignó el bachiller—. ¡La cinerea es un ser mítico! En verdad me decepciona vuestra ignorancia. Cierto, estoy asombrado...

—Lo sé —le interrumpió Geralt—. Pierdo mucho cuando se me conoce de cerca. No obstante, me tomo la libertad de corregir en unos cuantos detalles más vuestras teorías, señor Pitt. Cierto es que las abejorras siempre vivieron en el delta y viven todavía. También es cierto que hubo un tiempo en que parecía que habían desaparecido. Se alimentaban sobre todo de esas pequeñas focas...

—Morsas enanas, para hablar con propiedad —le corrigió el magister—. No seáis ignorante. No confundáis foca con...

—... se alimentaban de morsas, y a las morsas se las exterminó porque se parecían a las focas. Proveían de piel y grasa de foca. Luego en el curso alto del río se hicieron canales, se construyeron diques y presas. La corriente se debilitó, el delta se encenagó y se llenó de vegetación. Y la abejorra sufrió una mutación. Se adaptó.

—¿Eh?

—Los humanos reconstruyeron su cadena alimenticia. Le trajeron seres de sangre caliente en lugar de las morsas. Comenzaron a transportar por el delta ovejas, ganado vacuno, porcino. Las abejorras aprendieron en un daca las pajas que cada barcaza, almadía, lanchón o bote que navegue por el delta es un gigantesco plato con comida.

—¿Y la mutación? ¡Habéis dicho algo acerca de una mutación!

—Este estiércol fluido —Geralt señaló al agua verdosa— parece gustarle a la abejorra. Precisa de crecimiento. Joder, consigue hacerse tan grande que arranca sin esfuerzo una vaca de la almadía. Arrancar a un ser humano de la cubierta es para ella pan comido. Sobre todo en las cubiertas de estas chalanas que usa la Compañía para el transporte de pasajeros. Vos mismo veis cuán baja está dentro del agua.

El bachiller se alejó rápidamente de la borda, lo más lejos que pudo, tanto como le permitían los carros y los equipajes.

—¡He oído un chapoteo! —resopló mirando a la niebla entre los árboles—. ¡Señor brujo! He oído...

—Tranquilo. Además de un chapoteo se oye también el chirrido de los remos en los escálamos. Son los aduaneros de la orilla redana. Mirad, en unos minutos estarán aquí y crearán tal lío que no lo conseguirían tres y ni siquiera cuatro abejorras.

Chapotes pasó corriendo junto a ellos. Blasfemó horriblemente, porque el niño de la gorrita con la pluma se le metió por entre las piernas. Pasajeros y mercaderes, muy nerviosos, miraban sus bienes e intentaban esconder el matute.

Al cabo de unos instantes un barco grande chocó contra la borda y cuatro personajes muy ágiles, disgustados y muy ruidosos saltaron sobre la cubierta de la barcaza. Los hombres rodearon al patrón, gritaron amenazadoramente, intentando dar a sus personas y funciones aspecto de importantes, después de lo cual se lanzaron con entusiasmo sobre el equipaje y los haberes de los viajeros.

—¡Y además controlan antes de llegar a tierra! —se quejó Chapotes acercándose al brujo y al magister—. Esto es ilegal, ¿no? Pos si aún no estamos en la tierra de Redania. ¡Redania está en la orilla derecha, a media milla de aquí!

—No —le rebatió el bachiller—. La frontera entre Redania y Temeria discurre por el centro de la corriente del Pontar.

—¿Y cómo coño medir aquí la corriente? ¡Esto es el delta! ¡Los arribes, los bancos de arena y los islotes cambian todo el tiempo de posición, la ruta es cada día distinta! ¡Castigo divino! ¡Eh! ¡Mierdecilla! ¡Suelta ese bichero o te pongo morado el culo! ¡Noble señora! ¡Vigilad al crío! ¡Castigo divino!

—¡Everett! ¡Deja eso, que te vas a manchar!

—¿Qué hay en este cofre? —vociferaban los aduaneros—. ¡Eh, desenvuelve ese hato! ¿De quién es este carro? ¿Tenéis divisas? ¡Divisas, pregunto! ¿Dinero temerio o nilfgaardiano?

—Así es como es una guerra comercial —comentó el barullo Linus Pitt adoptando una mueca de sabiduría—. Vizimir exigió en Novigrado la introducción del derecho de depósito. Foltest de Temeria le respondió con un derecho de depósito retorcido y sin contemplaciones en Wyzima y Gors Velen. Esto afectó mucho a los mercaderes redanos, así que Vizimir subió el arancel para las mercancías temerias. Protege la economía redana. Temeria está inundada de mercancías baratas que proceden de las manufacturas nilfgaardianas. Por eso los aduaneros son tan entusiastas. Si las mercancías nilfgaardianas atravesaran la frontera en exceso, la economía de Redania podría derrumbarse. Redania casi no posee casi manufacturas y los artesanos no podrían afrontar la competencia.

—En pocas palabras —sonrió Geralt—, Nilfgaard conquista poco a poco con mercancías y oro lo que no conquistó por las armas. ¿Temeria no se protege? ¿Foltest no ha introducido el bloqueo de las fronteras del sur?

—¿De qué forma? Las mercancías acuden a través de Mahakam, de Brugge, de Verden, por el puerto de Cidaris. Para los mercaderes lo que cuenta es exclusivamente el beneficio, no la política. Si el rey Foltest bloqueara las fronteras, el gremio de los mercaderes sufriría terribles pérdidas...

—¿Tenéis divisas? —ladró, acercándose a ellos, un aduanero de ojos enrojecidos y morros llenos de pelos—. ¿Algo que declarar?

—¡Yo soy un científico!

—¡Como si fuerais un príncipe! He preguntado que qué lleváis.

—Déjalos, Boratek —dijo el jefe del grupo, un alto y costilludo aduanero de largos bigotes negros—. ¿No conoces al brujo? Hola, Geralt. ¿Éste es amigo tuyo?

¿Científico? ¿Entonces va a Oxenfurt, señor? ¿Y sin equipaje?

—Ciertamente. A Oxenfurt. Sin equipaje.

El aduanero se sacó de la manga un gran pañuelo, se limpió la frente, los bigotes y el cuello.

—¿Y qué tal hoy, Geralt? —preguntó—. ¿No apareció el monstruo?

—No. ¿Y tú, Olsen, has visto algo?

—Yo no tengo tiempo para mirar. Yo trabajo.

—¡Mi padre —explicó Everett, que se había acercado sin hacer ruido— es caballero del rey Foltest! ¡Y tiene unos bigotes más grandes!

—Esfúmate, mocoso —le dijo Olsen, después de lo cual lanzó un profundo suspiro—. ¿No tendrás un poco de aguardiente, Geralt?

—No.

—Pues yo tengo —asombró a todos el sabio hombre de la Academia sacando de un bolsillo de su capa una petaca.

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