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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (17 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Por eso necesita dinero. Tiene que comprar a la gente para que hablen y voten a su favor.

—Esperad un minuto. Annias es sólo un primado, ¿no es cierto?

—Así es.

Talen frunció el entrecejo.

—Si no es más que un primado y los otros son patriarcas, ¿cómo cree que tiene posibilidades de ganar la elección?

—Los miembros del clero no deben ser patriarcas para ascender al trono de la Iglesia. En varias ocasiones, un simple párroco de pueblo ha accedido a la condición de archiprelado.

—Todo es muy complicado, ¿eh? ;No nos sería más sencillo avanzar con el ejército y poner en el trono al hombre que queramos?

—Eso ya lo intentaron antaño y nunca ha dado buenos resultados. No creo que Dios lo apruebe.

—Aún aprobará menos que Annias salga vencedor.

—Podría ser que no te equivocaras en eso, Talen.

Tynian se adelantó con el caballo, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa.

—Kalten y Ulath se están divirtiendo aterrorizando a Lycheas—contó—. Ulath ha estado cortando troncos con su hacha y Kalten ha hecho un nudo corredizo con una cuerda. Después ha ido señalándole a Lycheas ramas de árboles salidas. Como Lycheas no paraba de desmayarse, hemos tenido que encadenarle las manos al arzón de la silla para que no se caiga.

—Kalten y Ulath son hombres simples—observó Sparhawk—. No necesitan gran cosa para divertirse. Lycheas tendrá un montón de cosas que contarle a su madre cuando lleguemos a Demos.

Hacia mediodía, giraron hacia el sureste, cortando a campo traviesa. El tiempo siguió estable y, cabalgando a buen paso, llegaron a Demos a última hora del día siguiente. Justo antes de que la columna virara rumbo sur en dirección al campamento que ocupaban los caballeros de las otras tres órdenes, Sparhawk, Kalten y Ulath se llevaron a Lycheas y, bordeando el límite norte de la ciudad, se dirigieron al convento donde estaba recluida la princesa Arissa. El edificio, de amarillenta piedra arenisca, se elevaba en medio de una cañada boscosa donde resonaba el canto de los pájaros entre los rayos del sol del atardecer.

Sparhawk y sus amigos desmontaron ante la puerta y, sin muchos miramientos, bajaron al maniatado Lycheas de la silla.

—Debemos hablar con vuestra madre superiora —anunció Sparhawk a la amable monjita que les abrió—. ¿Pasa todavía la princesa Arissa la mayor parte del tiempo en ese jardín cercano al muro sur?

—Sí, mi señor.

—Pedid , por favor, a la madre superiora que se reúna con nosotros allí. Vamos a entregarle al hijo de Arissa.

Cogió a Lycheas por la nuca y lo arrastró por el patio en dirección amurallado jardín donde transcurrían las largas horas de confinamiento de Arissa. Sparhawk sentía, por varias razones, un contenido enfado.

-¡Madre! —gritó Lycheas al verla. Se zafó de Sparhawk y avanzó a trompicones hacia ella con manos implorantes cuyo movimiento entorpecían las cadenas.

La princesa Arissa se puso en pie, indignada. Las ojeras de sus ojos se habían difuminado y un presuntuoso y prematuro regocijo había sustituido a su anterior aire de hosca insatisfacción.

—¿Qué significa esto? —preguntó abrazando a su pusilánime hijo.

—Me arrojaron a las mazmorras, madre —gimoteó Lycheas—, y han estado amenazándome.

—¿Cómo osáis tratar así al príncipe regente, Sparhawk?—se indignó.

—La situación ha cambiado totalmente, princesa—la informó Sparhawk con frialdad—. Vuestro hijo ya no es el príncipe regente.

—Nadie tiene autoridad para deponerlo. Pagaréis esto con vuestra vida, Sparhawk.

—Lo dudo mucho, Arissa —disintió Kalten con una amplia sonrisa en el rostro—. Estoy seguro de que estaréis encantada de oír que vuestra sobrina se ha recobrado de su enfermedad.

—¿Ehlana? ¡Eso es imposible!

—La realidad afirma lo contrario. Me consta que como buena hija de la Iglesia, os sumaréis a nuestra alabanza a Dios en agradecimiento de su milagrosa intervención. El consejo real casi se ha desvanecido de alegría. El barón Harparin estaba tan complacido que ha perdido completamente la cabeza.

—Pero nadie se recupera jamás de... —Arissa se mordió el labio.

—¿De los efectos del darestim? —terminó por ella la frase Sparhawk.

—¿Cómo habéis...?

—No era tan difícil, Arissa. Todos vuestros planes se vienen abajo, princesa. La reina estaba muy molesta con vos y vuestro hijo... y también con el primado Annias, por supuesto. Nos ha ordenado tomaros a los tres bajo custodia. Podéis consideraros bajo arresto de ahora en adelante.

—¿Cuál es la acusación? —exclamó.

—Alta traición, ¿no era eso, Kalten?

—Me parece que ésas eran las palabras que utilizó la reina, sí. Estoy convencido de que todo es un malentendido, Su Excelencia.

—El rubio caballero sonrió con afectación a la tía de la reina Ehlana—. Vos, vuestro hijo y el buen primado Annias no deberíais tener problemas para aclarar las cosas ante el tribunal que os juzgue.

—¿Un juicio? —La princesa palideció visiblemente.

—Creo que ésta es la forma normal de proceder, princesa. En otras circunstancias, os habríamos colgado simplemente a vos y a vuestro hijo, pero, como ambos sois personajes de cierta importancia en el reino, se imponen ciertas formalidades.

—¡Eso es absurdo! —gritó Arissa—. Yo soy una princesa y no pueden culparme de ese delito.

—Podríais tratar de explicárselo a Ehlana —replicó Kalten—. Estoy seguro de que escuchará vuestras alegaciones... antes de dictar sentencia.

—También se os acusará del asesinato de vuestro hermano, Arissa —añadió Sparhawk—. Seáis princesa o no, eso solo bastaría para llevaros a la horca. Pero estamos un poco escasos de tiempo. No dudo que vuestro hijo os explicará todo con profusión de detalles.

Una anciana monja entró en el jardín con expresión que demostraba a las claras su desaprobación por la presencia de hombres dentro de los muros del convento.

—Ah, madre superiora —la saludó Sparhawk con una reverencia—. Por orden de la corona, debo recluir a estos dos criminales hasta que puedan ser llevados a juicio. ¿Tenéis por casualidad celdas de penitencia en el recinto?

—Lo siento, caballero —se negó en redondo la madre superiora—, pero las normas de nuestra orden prohíben confinar a los penitentes en contra de su voluntad.

—No importa, madre —intervino, sonriendo, Ulath—. Nosotros nos encargaremos de eso. Antes moriríamos que ofender a las damas de la iglesia. Puedo aseguraros que la princesa y su hijo no van a querer abandonar sus celdas... estando como estarán tan sumidos en su arrepentimiento, comprendedlo. Veamos, necesitaré tres largos de cadena, algunos cerrojos bien resistentes, un martillo y un yunque. Cerraré esas celdas sin dificultad de ninguna clase, y vos y vuestras buenas hermanas no habréis de preocuparos de asuntos políticos.—Hizo una pausa y miró a Sparhawk—. ¿O queríais que los encadenara a la pared?

Sparhawk concedió cierta reflexión a tal posibilidad.

—No —resolvió al cabo—, no será necesario. Pese a todo, son miembros de la familia real, y por ello merecedores de alguna cortesía.

—No me queda más remedio que acceder a vuestras demandas, caballeros —declaró la madre superiora. Guardó silencio un instante—. Circula el rumor de que la reina se ha restablecido —dijo—. ¿Es posible que sea cierto?

—Sí, madre superiora —confirmó Sparhawk—. La reina está bien y el gobierno de Elenia se halla de nuevo en sus manos.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó la anciana religiosa—. ¿Y retiraréis pronto de entre nuestros muros a nuestros indeseados huéspedes?

—Pronto, madre. Muy pronto.

—En ese caso limpiaremos las estancias que la princesa ha contaminado... y ofreceremos oraciones por su alma, desde luego.

—Desde luego.

—Qué conmovedor —exclamó sarcásticamente Arissa, al parecer ya mas recuperada—. Si esto se vuelve un punto más empalagoso, creo que vomitaré.

—Estáis empezando a irritarme, Arissa —espetó fríamente Sparhawk—. No os recomiendo que lo hagáis. Si no actuara por orden de a reina, os decapitaría en el acto. Os aconsejo que os pongáis en paz con Dios, porque estoy seguro de que compareceréis ante él sin tardanza.—La miró con extremo desagrado—. Quitádmela de delante—indicó a Kalten y Ulath.

Unos quince minutos más tarde, Kalten y Ulath regresaron del interior del convento.

—¿Quedan bien cerrados? —les preguntó Sparhawk.

—Un herrero tardaría una hora para abrir esas celdas —respondió Kalten—. ¿Nos vamos pues?

—¡Cuidado, Sparhawk! —gritó de repente Ulath cuando apenas habían recorrido cerca de un kilómetro, y lo empujó bruscamente a un lado.

La saeta de ballesta atravesó zumbando el aire en el lugar que había ocupado Sparhawk un instante antes y se clavó hasta la pluma en un árbol del borde del camino.

La espada de Kalten salió silbando de la vaina al tiempo que él espoleaba el caballo en la dirección de donde había surgido la flecha.

—¿Estáis bien? —inquirió Ulath, desmontando para ayudar a ponerse en pie a Sparhawk.

—Sólo un poco magullado. Empujáis muy fuerte, amigo mío.

—Lo siento, Sparhawk. Me he puesto nervioso.

—Pues me alegro, Ulath. Empujad tan fuerte como os plazca cuando ocurran estas cosas. ¿Cómo habéis visto venir la saeta?

—Por pura suerte. Miraba por casualidad por ese lado y he visto que se movían los arbustos. Kalten profería juramentos al volver.

—Se ha escapado —informó.

—Me estoy cansando de ese tipo —afirmó Sparhawk, volviendo a montar sobre la silla.

—¿Crees que podría ser el mismo que te disparó por la espalda en Cimmura? —le preguntó Kalten.

—Esto no es Lamorkand, Kalten, y no hay una ballesta apoyada en un rincón de todas las cocinas del reino. —Analizó un momento la situación—. No alarmemos a Vanion con esto —sugirió—. Yo puedo cuidar de mí mismo y él ya tiene suficientes problemas.

—Creo que es una equivocación, Sparhawk —opinó dubitativamente Kalten—, pero, como se trata de tu pellejo, lo haremos a tu manera.

Los caballeros de las cuatro órdenes aguardaban en un campamento oculto a una legua al sur de Demos. Sparhawk y sus compañeros se dirigieron al pabellón donde sus amigos conversaban con el preceptor Abriel de la orden de los cirínicos, el preceptor Komier de los genidios y el preceptor Darellon de los alciones.

—¿Cómo ha recibido las noticias la princesa Arissa? —inquirió Vanion.

—Se ha quedado moderadamente descontenta por todo. —Kalten sonrió, satisfecho—. Quería pronunciar un discurso, pero, dado que lo único que realmente quería decir era «No podéis hacer esto», la hemos cortado.

—¿Que habéis hecho qué! —exclamó Vanion.

—Oh, no en ese sentido, mi señor Vanion —se disculpó Kalten—. Una mala elección de palabras, quizá.

—Decid a qué os referís, Kalten —le indicó Vanion—. Éste no es momento para malentendidos.

—Yo no querría realmente cortarle la cabeza a la princesa, lord Vanion.

—Yo sí —murmuró Ulath.

—¿Podemos ver el Bhelliom? —pidió Komier a Sparhawk.

Sparhawk miró a Sephrenia y ésta asintió, si bien con expresión algo vacilante.

Sparhawk introdujo la mano bajo la sobreveste y sacó la bolsa de lona. Después aflojó la cuerda y tomó en su mano la rosa de zafiro. Aunque habían pasado varios días sin que sintiera la más leve punzada de aquella sombría e informe amenaza, ésta volvió no bien su mirada se posó en los pétalos de la joya, y una vez más aquella sombra indefinida, aún más oscura y abultada, parpadeó justo en los confines de su campo visual.

—¡Dios mío!—exclamo sin resuello el preceptor Abriel.

—Ya está —gruñó el thalesiano Komier—. Apartadlo de nuestra vista, Sparhawk.

—Pero... —se dispuso a protestar el preceptor Darellon.

—¿Queréis preservar vuestra alma, Darellon? —preguntó Komier sin miramientos—. Si ése es el caso, no miréis ni un segundo más esa piedra.

—Guardadla, Sparhawk —indicó Sephrenia.

—¿Hemos recibido alguna noticia acerca de lo que está haciendo Otha? —inquirió Kalten mientras Sparhawk devolvía el Bhelliom a su bolsa.

—Parece que se mantiene firme en la frontera —respondió Abriel—. Vanion nos ha contado la confesión del bastardo Lycheas. Es muy probable que Annias haya pedido a Otha que se apostara allí y profiriera amenazas. Después el primado de Cimmura puede arrogarse la posesión de la manera de detener a los zemoquianos, lo cual desviaría algunos votos en su favor.

-¿Creéis que Otha sabe que Sparhawk tiene el Bhelliom?—planteó Ulath.

—Azash lo sabe—afirmó Sephrenia-, y eso significa que Otha también tiene la misma información. La cuestión cuya respuesta ignoramos es si Annias ha recibido la noticia.

—¿Cuál es la situación en Chyrellos?—preguntó Sparhawk a Vanion.

—La última noticia de que disponemos es que la vida del archiprelado Clovunus sigue pendiente de un hilo. Como no hay modo de que podamos mantener en secreto nuestra llegada, entraremos en Chyrellos a las claras. Nuestros planes se han modificado ahora que Otha ha entrado en juego. Nos interesa llegar a Chyrellos antes de que fallezca Clovunus. Es evidente que Annias va a intentar convocar forzosamente la elección tan pronto como pueda y, aunque no puede comenzar a impartir órdenes hasta entonces, una vez que Clovunus esté muerto, los patriarcas que Annias controla pueden comenzar a reclamar votaciones. Probablemente lo primero que votarán será el cierre de la ciudad y, dado que ésa no es una cuestión fundamental, seguramente obtendrá los votos suficientes para que se acepte la propuesta.

—¿Puede Dolmant trazar alguna clase de estimación respecto a la intención de voto actual? —inquirió Sparhawk.

—Es aproximativa, sir Sparhawk —le respondió el preceptor Abriel, el dirigente de los caballeros cirínicos de Arcium, un hombre de robusta complexión de unos sesenta años con cabello plateado y expresión ascética—. Un buen número de patriarcas no se encuentran presentes en Chyrellos.

—Un tributo a la eficiencia de los asesinos de Annias —apuntó secamente el thalesiano Komier.

—Es lo más probable —convino Abriel—. Sea como fuere, en estos momentos hay ciento treinta y dos patriarcas en Chyrellos.

—¿Y cuántos son en total? —preguntó Kalten.

—Ciento sesenta y ocho.

—¿Por qué un número tan extravagante? —se extrañó Talen.

—Así se dispuso hace tiempo, joven —explicó Abriel—. Se seleccionó ese número de modo que se requiriera un centenar de votos para elegir un nuevo archiprelado.

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