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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (62 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Entonces es la Tierra
, pensó él, y se preguntó si la Galaxia le permitiría alguna vez ver cumplido su sueño de visitar su planeta natal.
Totalmente improbable, tal como van las cosas.

La voz de Gailet lo distrajo de sus cavilaciones.

—Déjame que ajuste aquí la imagen, sólo para hacerla más real.

El volumen del sonido aumentó. El ruido de la jungla los envolvía.
¿Qué está tratando de hacer Gailet?
, se preguntó Fiben.

De pronto notó algo. Mientras la chima manipulaba el control del volumen, su mano izquierda se movió de una forma brusca pero elocuente. Fiben parpadeó. Era un lenguaje infantil, el lenguaje manual que utilizan todos los chimps hasta cumplir los cuatro años, en que empiezan a expresarse con palabras.

Mayores escuchando
, expresó.

Los sonidos de la jungla parecían llenar la habitación mientras rebotaban contra las otras paredes.

—Así —dijo ella en voz baja—. Ahora no pueden escucharnos y podemos hablar abiertamente.

—Pero… —empezó a objetar Fiben, mas vio el signo de nuevo:
mayores escuchando…

Una vez más creció su respeto hacia la inteligencia de Gailet. Ella sabía, por supuesto, que aquel sencillo método no impediría que los entrometidos escucharan todas sus palabras. Pero los
gubru
y sus agentes podían imaginar que los chimps se dejaban engañar y pensarían que así era. Si ambos actuaban como si lo creyesen, estarían a salvo de escuchas clandestinas…

Vaya tela más complicada que estamos tejiendo
, pensó Fiben. Aquello era un auténtico rollo de espías.

Incluso divertido, en cierto modo.

Pero sabía que también era extremadamente arriesgado.

—El Suzerano de la Idoneidad tiene un problema —dijo Gailet en voz alta. Sus manos permanecían inmóviles sobre su regazo.

—¿Eso te dijo? Pero si los
gubru
están en apuros ¿por qué…?

—Yo no he dicho los
gubru
, aunque creo que también lo están. Yo me refería al Suzerano de la Idoneidad. Tiene problemas con sus compañeros. El sacerdote cometió un serio error en determinado asunto, hace un tiempo, y ahora parece que tiene que pagar las consecuencias.

Fiben permaneció callado, asombrado de que el altivo señor alienígena se hubiera dignado contar tales cosas a un gusano de pupilo terrestre. No se sentía cómodo con la idea. Tales confidencias podían resultar peligrosas.

—¿De qué error se trata? —preguntó al fin.

—Bueno, resulta que hace unos meses —prosiguió Gailet rascándose la rodilla—, insistió para que enviaran a muchos grupos de soldados de Garra y de científicos a las montañas.

—¿Para qué?

—Buscaban
garthianos
—el rostro de Gailet adoptó una expresión de impasibilidad total.

—Buscaban ¿qué? —Fiben parpadeó y luego se echó a reír, pero se interrumpió bruscamente al ver el movimiento de aviso de sus ojos. La mano con que se rascaba la rodilla se dobló e hizo un gesto que significaba cuidado.


Garthianos
—repitió ella.

¡Qué superstición absurda!
, pensó Fiben.
Los chimps ignorantes de carnet amarillo narran cuentos de garthianos para asustar a sus niños.
Resultaba divertido pensar que los refinados
gubru
habían caído en aquellas increíbles patrañas.

Pero no parecía que Gailet encontrase la idea divertida.

—Puedes imaginar lo excitado que debía de estar el Suzerano cuando tenía razones para pensar que los
garthianos
existían. Imagina qué golpe tan fantástico para un clan que reivindicara derechos de adopción de una raza presensitiva superviviente del holocausto de los
bururalli
. La anulación inmediata de los derechos de inquilinato de la Tierra habría sido la más pequeña de las consecuencias.

—Pero… pero ¿qué le hizo pensar por primera vez que…?

—Al parecer, Uthacalthing, nuestro embajador
tymbrimi
, fue en gran parte responsable de la idea del Suzerano. ¿Te acuerdas, Fiben, del día que explotó la cancillería, cuando intentaste entrar en la Reserva Diplomática Tymbrimi?

Fiben abrió la boca y volvió a cerrarla. Intentó pensar. ¿Qué clase de juego jugaba ahora Gailet?

Era obvio que el Suzerano de la Idoneidad sabía que Fiben era el chimp que habían visto escapar, entre el humo y el hedor de oficinistas
gubru
a la plancha, el día de la explosión de la antigua embajada
tymbrimi
. Sabía que había sido Fiben quien jugara un frustrado juego del escondite con el guardián de la Reserva y que, más tarde, escapara por la pared del acantilado ante los mismísimos picos de un pelotón de soldados de Garra.

¿Lo sabía porque Gailet se lo había dicho? Si era así, ¿le había contado ella también el asunto del mensaje secreto que Fiben había encontrado en la parte trasera de la Reserva y que había entregado a Athaclena?

No le pudo preguntar todo aquello. Los ojos de la chima le instaban, con su expresión de aviso, a permanecer en silencio.
Espero que sepa lo que está haciendo
, deseó con fervor. Fiben sentía húmedas las axilas. Se secó una gota de sudor de la frente.

—Sigue —le dijo con voz seca.

—Tu visita invalidó la inmunidad diplomática y dio a los
gubru
la excusa que necesitaban para violar la Reserva. Entonces los
gubru
creyeron tener un auténtico golpe de suerte pues el mecanismo de autodestrucción falló parcialmente. Dentro había pruebas, Fiben, pruebas pertenecientes a las investigaciones privadas llevadas a cabo por el embajador
tymbrimi
sobre la cuestión de los
garthianos
.

—¿Por Uthacalthing? Pero… —entonces Fiben comprendió. Miró a Gailet aturdido, y luego se dobló hacia adelante y se puso a toser para disimular las carcajadas. La risa parecía un torrente de agua que le brotaba en el pecho, una fuerza con movimiento propio, apenas contenible. Un repentino y breve intervalo de afasia fue en realidad como una bendición pues le libró de la reprimenda de Gailet. Tosió un poco más y se golpeó el pecho.

—Perdona —dijo en voz baja.

—Los
gubru
creen ahora que las pruebas eran falsas, una inteligente artimaña —prosiguió ella.

No me extraña
, pensó Fiben en silencio.

—Además de las informaciones falsas, Uthacalthing también se las ingenió para que desaparecieran de la Biblioteca Planetaria los archivos referentes a la Elevación, para hacerle creer al Suzerano que había algo que ocultar. A los
gubru
les costó mucho darse cuenta de que Uthacalthing los había engañado. Hicieron traer, por ejemplo, una Biblioteca Planetaria de investigación. Y antes de conocer la verdad, perdieron muchos soldados y científicos en las montañas.

—¿Los perdieron? —Fiben se echó a hacia adelante—. ¿Cómo los perdieron?

—Tropas irregulares de chimps —respondió Gailet sucintamente. Y de nuevo había en sus ojos una mirada de advertencia.
Vamos, Gailet
, pensó.
No soy tan idiota.
Sabía que de ningún modo debía hablar de Robert o Athaclena. Ni siquiera quería pensar en ellos.

Y, sin embargo, apenas pudo reprimir una sonrisa. ¡Por eso los
kwackoo
eran tan amables! Si los chimps estaban llevando a cabo una guerra inteligente sin contravenir las normas oficiales, entonces todos los chimps tenían que ser tratados con un mínimo grado de respeto.

Los chimps de la montaña sobrevivieron esa primera vez. ¡Seguro que han estado hostigando al enemigo y siguen haciéndolo! Sabía que tenía libertad para mostrar cierta exaltación, puesto que ésta formaba parte de su carácter.

Gailet tenía una leve sonrisa dibujada en el rostro. Esas noticias debieron causarle una mezcla de sentimientos contradictorios, porque, después de todo, el grupo insurgente del que ella formaba parte había tenido mucha peor suerte.

Así que
, pensó Fiben,
la elaborada artimaña de Uthacalthing convenció a los gubru de que en el planeta había algo al menos tan importante como tomar a los humanos de la colonia como rehenes: ¡los garthianos!

¡Imagínate! Se fueron a las montañas a la caza de un mito. Y de algún modo, la general encontró la forma de golpearlos en cuanto estuvieron a su alcance.

Oh, siento mucho haber pensado esas cosas de su viejo. ¡Qué broma tan magnífica, Uthacalthing!

Pero ahora los invasores ya saben la verdad. Me pregunto si…

Fiben levantó la vista y vio que Gailet lo estaba mirando en forma penetrante, como si leyera sus pensamientos. Finalmente Fiben comprendió una de las razones que le impedían ser totalmente franca y abierta con él.
Tenemos que tomar una decisión
, pensó.
¿Hemos de intentar mentir a los gubru?

Gailet y él podían tratar de prolongar durante cierto tiempo la broma pesada de Uthacalthing. Tal vez consiguieran convencer al Suzerano para que saliera una vez más a la caza de los míticos oriundos de Garth. Con que un solo grupo de enemigos se pusiera a tiro de los rebeldes de las montañas, el esfuerzo ya habría merecido la pena. Pero ¿tenían Gailet y él la sutileza necesaria para llevar a cabo una patraña como aquélla? ¿Cómo lo harían?

Apenas podía imaginarlo.
Oh, sí, mi señor, los garthianos existen; sí, mi jefe. Puede confiar en un chimp, sí, señor.
O alternativamente adoptar la postura psicológica opuesta.
¡No, a través de mí no sabrán…!

Pero eso no se parecía en nada al proceder de Uthacalthing, por supuesto. El tramposo
tymbrimi
había actuado sutil y astutamente con pistas falsas. Fiben ni siquiera se planteaba la posibilidad de actuar a un nivel tan refinado.

Y además, si a Gailet y a él los descubrían tratando de engañar a los
gubru
, podían quedar descalificados para el estatus especial, cualquiera que fuera, que el Suzerano parecía haberles ofrecido aquella tarde. Fiben no tenía ni idea de lo que aquella criatura quería de ellos, pero podía significar una oportunidad para descubrir qué estaban construyendo los invasores junto al mar de Cilmar. Aquella información podía resultar vital.

No, no merece la pena correr el riesgo
, decidió Fiben.

Tenía además que enfrentarse a otro problema: cómo comunicar a Gailet aquellos pensamientos.

—Hasta la raza de sofontes más refinada puede cometer errores —dijo despacio y con una cuidada pronunciación—. En especial cuando se encuentran en un medio desconocido —fingió que se buscaba una pulga e hizo un signo que significaba:
¿ha terminado ya el juego?

—El error ya se ha superado —asintió Gailet—, ya no tienen dudas de que los
garthianos
son un mito. Los
gubru
están convencidos de que sólo era una trampa
tymbrimi
. Y de todas formas, tengo la impresión de que los otros Suzeranos, los que comparten el mando con el sumo sacerdote, no van a permitir más incursiones inútiles en las montañas donde pueden ser atacados por las guerrillas.

Fiben levantó bruscamente la cabeza y sintió que su corazón se aceleraba durante unos breves instantes.

Entonces entendió lo que Gailet había querido decir, cómo había pronunciado la última palabra con la intención de que captara su ambigüedad.
[4]
Los homónimos eran uno de los muchos inconvenientes que el ánglico moderno había heredado del inglés, el chino y el japonés de las antiguas épocas. Mientras que las lenguas galácticas habían sido estructuradas para comunicar la máxima información y eliminar las ambigüedades, las lenguas lobeznas habían evolucionado de forma chapucera y disparatada, con grandes complicaciones, tales como palabras con idéntico sonido y diferente significado.

Fiben advirtió que tenía los puños apretados y se obligó a relajarse.
Guerrillas, no gorilas. Ella no sabe nada sobre el proyecto de Elevación clandestina en las montañas y no tiene ni idea de lo irónico que ha resultado su comentario.

Una razón más para terminar, de una vez por todas, con la «broma» de Uthacalthing. El
tymbrimi
ignoraba lo que ocurría en el centro Howletts tanto como su hija. Si hubiera conocido el trabajo secreto que se estaba llevando a cabo allí, Uthacalthing hubiera elegido una artimaña distinta y no habría enviado a los
gubru
precisamente a aquellas montañas.

Los gubru no deben regresar a las Montañas de Mulun. Es sólo cuestión de suerte que no hayan descubierto todavía a los gorilas.

—Pájaros cretinos —murmuró, siguiendo la corriente a Gailet—. ¡Mira que creerse un estúpido cuento popular de los lobeznos! Después de los
garthianos
, ¿a quién irán a buscar? ¿A Peter Pan?

—Tienes que intentar ser más respetuoso —por fuera su expresión era de reprobación, pero Fiben sabía que por dentro ella sentía una intensa corriente de simpatía. Tal vez sus razones eran diferentes, pero en aquello estaban de acuerdo. La broma de Uthacalthing había terminado.

—Nosotros somos su próximo objetivo, Fiben.

—¿Nosotros? —preguntó asombrado.

—Me parece —prosiguió ella tras asentir— que a los
gubru
no les está yendo muy bien en la guerra. No han encontrado la nave de los delfines que todo el mundo anda buscando en el otro extremo de la Galaxia. Y el hecho de tomar Garth como rehén no parece que haya afectado demasiado a la Tierra ni a los
tymbrimi
. Lo único que han conseguido es que se endurezca la Resistencia y que algunos clanes, antes neutrales, muestren su simpatía hacia la Tierra. Fiben frunció el ceño. Hacía tanto tiempo que no pensaba en aquellas repercusiones más amplias, en la confusión que reinaba a lo largo y ancho de las Cinco Galaxias, en el
Streaker
, en el asedio a la Tierra… ¿Cuánto sabía Gailet en realidad y cuánto era mera especulación?

En la pantalla apareció un gran pájaro negro con un inmenso pico de brillantes colores, que se posó con un susurro muy cerca de la alfombra donde Fiben y Gailet estaban sentados. Dio un paso hacia adelante mientras parecía mirar a Fiben, primero con un ojo y luego con el otro. El tucán le recordaba tanto al Suzerano de la Idoneidad que le provocó un estremecimiento.

—Además —continuó Gailet—, esta empresa de Garth parece implicar un gasto excesivo y las finanzas
gubru
no pueden permitírselo, en especial si regresa la paz a la Sociedad Galáctica y el Instituto para la Guerra Civilizada los obliga a devolver el planeta dentro de pocas décadas. Me figuro que están buscando con mucho ahínco una forma de sacar provecho de todo esto.

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