La puerta oscura. Requiem (5 page)

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Authors: David Lozano Garbala

BOOK: La puerta oscura. Requiem
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* * *

El teléfono fijo perturbó con su estridencia la calma que reinaba en casa de los Marceaux. La mujer que leía en el salón se estiró desde el sofá hasta alcanzar el auricular.

—¿Sí?

—¿Mamá?

Ella se irguió, buscando una postura más cómoda.

—¿Jules? ¿Eres tú? Se te oye una voz muy rara…

—Sí, soy yo.

—Oye, ¿te pasa algo?

—No, no, tranquila. Estoy muy bien.

—¿Pero dónde te has metido toda la mañana? ¡No has ido al funeral de Dominique! ¿Cómo es posible? Todos te han echado en falta… ¿Te encuentras bien?

Desde el comienzo del progresivo deterioro de su hijo meses atrás, ella no había dejado de controlarle.

—He llegado tarde, pero he llegado —se justificó—. Y me encuentro bien, de verdad. No me sentía así desde hace mucho —en el fondo era dolorosamente cierto; ahora que había tomado su decisión definitiva, se había quitado un gran peso de encima, el lastre de la incertidumbre—. Ahora estoy con Pascal y Michelle.

Aquella evasiva podía servir para reorientar la conversación.

—Pues me alegro mucho de que estés mejor, hijo. Dime, entonces.

—Verás…

—¿Pero dónde estás? —la mujer se esforzaba por escuchar, inclinada hacia delante—. Se te oye muy mal…

—Te llamo desde el móvil. Estamos… —Jules improvisó sobre la marcha— en el piso de abajo de una cafetería, mamá. Hay mala cobertura.

—Ah, vale. ¿Qué quieres?

—Decirte que me voy a quedar a dormir en la residencia de Michelle. Mañana es sábado y ahora no tenemos exámenes.

Jules necesitaba un margen de tiempo mientras se adaptaba a su nueva vida —qué irónica le pareció aquella expresión—. Aunque la rutina de su familia era bastante caótica, no quería que su madre terminara asustándose al comprobar que su hijo no aparecía por ningún lado.

Algo que, de todos modos, terminaría ocurriendo. A Jules le dolió constatar que le resultaría imposible desaparecer sin causar daño.

—¿Y te dejarán quedarte allí?

Su madre se mostraba reticente, una actitud inusual en ella. ¿Intuía algo?

—Un compañero de Michelle se ha ido de fin de semana —continuó mintiendo— y me deja su habitación libre. No habrá problema.

La mujer lo meditó unos instantes.

—De acuerdo, cariño —concedió por fin ella, a quien le gustaba mucho Michelle—. Pasadlo bien.

—Gracias, mamá.

La mujer se disponía a colgar cuando la voz de su hijo —igual de extraña que durante toda la conversación— volvió a dejarse oír.

—Mamá.

—¿Sí, Jules? —ella recuperó su atención—. ¿Algo más?

El chico se contuvo a duras penas, quería decir tantas cosas… Al final se conformó con una simple despedida.

—Nada, no era nada. Hasta… hasta mañana, mamá.

—Hasta mañana, hijo. ¿Volverás a la hora de comer?

Jules tuvo que esforzarse mucho para reprimir las lágrimas. Aquella charla era tan absurda…

—No creo —su voz tembló un poco—. Pasaremos todo el día juntos, así que llegaré por la noche.

* * *

—Así que la ausencia de Jules nos obliga a acelerar el viaje de Pascal, supongo —dedujo Marcel con voz grave, enfocando con sus pupilas el rostro arrugado de la pitonisa—. Con lo que has insinuado…

Daphne asintió.

—Lo más triste —señaló ella, apenada, mostrando a todos un grueso tratado que había llevado al palacio— es que ayer por la noche, cuando llegué a mi local tras la reunión, seguí documentándome sobre procesos vampíricos y por fin encontré algo que tal vez podría ayudar al muchacho, no estoy segura. De todos modos, justo lo he descubierto ahora que no está. Ojalá lo hubiera hecho antes. El destino se ríe de nosotros. Vuestro amigo está cometiendo un grave error, si es que ha decidido fugarse.

Aunque se trataba de un fallo muy comprensible. ¿Cómo iba a imaginar Jules aquel último hallazgo? Nadie lo habría hecho.

—¿En serio? —preguntaba Michelle, esperanzada—. ¿Existe alguna forma de curar su… enfermedad? —la chica, a pesar de que su amigo gótico todavía se encontraba en paradero desconocido, sintió cómo la esperanza se abría paso en su castigado corazón. Siempre podían buscarlo…

Daphne titubeó.

—De curarlo, no. En realidad, hay muy poco material fiable sobre este tipo de asuntos —adelantó la vidente, ante el gesto expectante de todos—. Pero, por lo visto, alguna vez sí se experimentó un método de ralentizar el avance de la infección vampírica. Se trata de un procedimiento que se llevó a cabo a finales del siglo dieciocho como parte de la estrategia para erradicar una sospechosa epidemia de «resurrecciones» que asoló algunos pueblos de los Cárpatos, con muy buenos resultados. Yo podría aplicarlo a Jules… si lo encontramos. Eso daría margen a Pascal en su misión.

—¿Funcionará? —en el rostro de Michelle se leía el ansia por una respuesta afirmativa que la pitonisa no pudo ofrecerle.

—No tengo ni idea —Daphne había bajado los ojos, con pesadumbre—. Ni lo averiguaremos hasta que lo probemos con Jules.

Incluso sin garantías, aquella novedad arrojaba una nueva luz en el sombrío panorama que planeaba sobre el joven gótico. Era un recurso que, a pesar de su dudosa eficacia, suponía mucho más de lo que tenían hasta el momento.

Por eso, con mayor urgencia que nunca, había que localizar a Jules.

El Viajero los miró a todos.

—Vaya —comentó, calculador—. Veo que tenéis tarea mientras estoy en el Más Allá. Toca lanzarse a otra carrera.

—Una cuenta atrás —matizó el Guardián—, que ha empezado ya.

Capítulo 3

A Jules, después de varias horas bajo la luz del sol, le escocían los ojos, le quemaba la piel, le faltaba el aire en sus pulmones. Se arrastraba por aquella periferia de París con la trayectoria vacilante de un borracho, de un yonqui en fase terminal, consternado tras sus gafas oscuras ante las muestras de su declive humano: nunca antes se había sentido así.

Ni siquiera la frialdad húmeda del día atenuaba aquellos síntomas.

Cada vez tenía más de vampiro y menos de persona. Sus rasgos iban desgajándose de él a cada paso, descubriendo un interior corrupto, perverso. Bajo su piel latía el Mal, la semilla había germinado en sus entrañas y amenazaba con devorar a su otro yo, demasiado debilitado.

Siguió su camino, abandonando la zona urbanizada.

Por fin distinguió un lugar que bien podía servirle de refugio hasta la llegada de la noche. Se trataba de una pequeña construcción de ladrillo que se alzaba junto a una tierra de labranza de aspecto descuidado. Lo bueno de aquella casa era que, además de estar aislada, no tenía ventanas, tan solo una rudimentaria puerta de acceso. La madriguera perfecta.

Jules no lo pensó y, llegando hasta ella, entró para comprobar el estado del interior. Nada más hacerlo —no obstante la suciedad y un olor vagamente desagradable—, sintió una clara mejoría. La sombra le sentaba bien, a pesar del resplandor procedente de la puerta. Ya se disponía a tapar el acceso cuando escuchó unos pasos fuera.

—¡Eh, tú, largo de aquí! —sonó una voz enfadada; se trataba de un vagabundo de rostro curtido y barba muy cerrada que se había apresurado a llegar hasta allí desde las proximidades y ahora se asomaba por la puerta—. ¡Largo de mi casa!

Jules retrocedió hacia la zona más resguardada de la construcción, sorprendido por aquella aparición que no había previsto. ¿De dónde había salido ese tipo flaco y sucio, que debía de rondar los cuarenta años y apestaba a alcohol?

—¡Que te largues! —insistía.

—Perdone —comenzó Jules, encogido, procurando aplacarlo—. Necesito descansar, yo…

El otro atrapó una botella vacía de un manotazo y estrelló uno de sus extremos contra la pared.

—¿Me has oído? —alzó el fragmento de bordes afilados dirigiéndolo hacia el rostro de Jules—. No te lo volveré a decir…

Jules no tenía fuerzas para seguir buscando. Necesitaba dormir. Intentó una vez más negociar con aquel individuo.

—Me iré pronto, se lo prometo. Pero ahora…

No sirvió de nada. El vagabundo dio un paso más hacia el chico, dispuesto a rajarle la cara con la botella rota.

Se oyó un gruñido, un gemido gutural que detuvo en seco al hombre. Jules supo que aquel sonido había surgido de su garganta; intentó resistirse, pero fue en vano. Ese ataque estaba despertando en él unos instintos que durante el día permanecían en estado latente. Notaba correr por sus venas la sangre contaminada.

El vagabundo, confuso, sin atreverse a adelantarse más, buscaba con la vista alrededor de Jules.

—¿Tienes un perro? —ahora el tipo sonreía, aunque era una mueca hipócrita que no engañó al chico—. Déjame verlo…

—Váyase —la voz de Jules empezaba a deformarse, los dedos de sus manos iniciaban la curvatura de las zarpas—. Ahora. Antes de que sea demasiado tarde…

Pero aquel hombre no escuchaba.

—¿Dónde está el animal? No lo veo…

El vagabundo no soltaba la botella. Jules no podía retroceder, su espalda tocaba ya la pared. Entonces alzó el rostro y lo miró.

El tipo palideció en cuanto se enfrentó a aquellos ojos amarillentos de aspecto felino que destilaban rencor. Su agresividad derivó hacia un miedo que tiñó sus movimientos volviéndolos torpes, titubeantes. Con lentitud soltó su arma improvisada, que cayó al suelo haciéndose añicos, y, tartamudeando, comenzó a retroceder sin dar la espalda a Jules. Lloriqueaba, pedía perdón de un modo patético.

Nada más alcanzar la puerta, el vagabundo echó a correr dando tumbos. Tropezó, cayó al suelo, volvió a levantarse y continuó su fuga. Jules lo siguió con sus facciones fieras, conteniéndose a duras penas.

Unas horas más, y aquel hombre no habría tenido ninguna oportunidad.

* * *

—¿Habéis resuelto lo del plazo? —Marcel observaba a los chicos con atención—. Necesitamos que vuestras familias no os echen en falta durante las próximas horas.

—Hemos puesto la excusa del fin de semana en la casa familiar de Michelle —respondió Pascal mirándola a ella de forma fugaz—. Sirve como coartada.

—Como sabes, mis padres viven en un pueblo, a unos cien kilómetros de París —explicó la chica manteniendo un tono aséptico, como si no se hubiese dado cuenta del breve gesto de su amigo—. Mathieu ha dicho lo mismo, y todos piensan que lo hacemos para intentar superar la muerte de Dominique. Nadie ha puesto objeciones.

Se hizo un silencio algo embarazoso, violento. Mencionar el nombre del amigo fallecido era para todos demasiado doloroso.

—Tus padres no se enterarán de nada, claro —comentó Edouard a la chica, tras aguardar lo que consideró un tiempo prudencial.

—Es lo bueno de vivir en una residencia —contestó ella.

—Perfecto —Daphne se mostraba satisfecha—. Ahora son las dos de la tarde, así que disponemos de un margen máximo hasta el crepúsculo del domingo de alrededor de cincuenta horas antes de tener que justificar vuestras ausencias.

—Cincuenta horas de nuestro mundo, lo que equivale más o menos a catorce jornadas en la Tierra de la Espera —calculó Pascal, teniendo en cuenta que en el Más Allá el tiempo transcurría a un ritmo siete veces más lento.

—De sobra —la vidente lo había pensado todo muy bien—. Ten en cuenta que en cuanto cruces el paso fronterizo de los centinelas desde la Tierra de la Espera y accedas a la Tierra de la Oscuridad para dirigirte a la Colmena de Kronos, ya no deberás ceñirte al plazo máximo que rige en la zona donde aguardan los muertos.

—De sobra —repitió el Guardián con el semblante solemne—, sobre todo porque, dada su sospechosa desaparición, dudo mucho que Jules aguante por encima de las cuarenta y ocho horas sin sucumbir por completo a la transformación vampírica. Más vale que no apures tu tiempo, Viajero.

Pascal asintió, consciente de lo preciso que parecía aquel pronóstico. Nadie fue capaz de añadir algo más ante semejante conjetura, imbuidos ya de la urgencia que transmitía en sí misma.

¿Dónde estaría Jules en esos momentos? Michelle, mientras se lo preguntaba, procuraba anotar mentalmente los lugares que su amigo podía haber elegido para su huida. Porque en cuanto Pascal hubiese desaparecido rumbo al Más Allá, comenzaría en la dimensión de los vivos la búsqueda del joven gótico, al menos durante las horas de luz.

—Dormiréis aquí, en el palacio —continuó Marcel—. Ya han dispuesto unas habitaciones para vosotros.

Ellos asintieron; se trataba de un lugar seguro que además permitía la necesaria proximidad con la Puerta Oscura.

—Y ahora debemos hablar de tu misión, Pascal —señaló Daphne sin perder tiempo—. Porque debes partir casi de inmediato. ¿Has traído tu instrumental de Viajero?

La misión del Viajero
. Mathieu urdió desde su asiento una intervención que iba a sorprender a todos, consciente de que se aproximaba el momento de comunicar su hallazgo.

—Claro —Pascal, ajeno a los pensamientos de su amigo, contestaba a la vidente levantándose la camiseta para mostrar, bajo la cinturilla de su pantalón, la empuñadura de la daga capaz de dañar carne muerta. En su mochila, junto a las acostumbradas provisiones y un botiquín, descansaban tanto el brazalete que anulaba los latidos del corazón (en cuyo empleo debía ser muy prudente, pues un abuso podía matarle de verdad) como la piedra transparente que ejercía de brújula en el Más Allá, así como unos tapones destinados a combatir la seductora llamada de las sirenas—. Me he convertido en un experto en preparativos.

El Viajero, que también llevaba al cuello el talismán que le entregara Daphne poco después de su conversión en Viajero, no lograba disimular su impaciencia. Tanto por la situación crítica de Jules, como por la inminencia de un posible encuentro con Dominique. Necesitaba dar a su mejor amigo un último abrazo, despedirse de él, una posibilidad excepcional por la que Michelle habría estado dispuesta a cualquier cosa. Pero solo el Viajero poseía ese privilegio.

Mathieu se decidió a interrumpir aquella conversación.

—Hablando de la misión de Pascal, definitivamente Lena Lambert ha pasado por esa… Colmena de Kronos —afirmó—. Seguro.

Todos se giraron hacia él.

—¿Tienes algún nuevo dato? —le preguntó Marcel, sorprendido ante la convicción del chico.

—Anoche, al llegar a casa, seguí navegando por la red —comunicó—. Mirad esto.

El muchacho extrajo de uno de sus bolsillos un folio que desdobló antes de tendérselo a los demás. Se trataba de la imagen fotográfica, en color sepia, de una mujer vestida con elegancia. Pasó de mano en mano. Aunque la impresión no era muy buena, fue suficiente para que todos llegaran a la misma conclusión que Mathieu: aquella señora era idéntica a la condesa Sabine de La Martinette… y a la bisabuela de Jules.

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