La prueba del Jedi (21 page)

Read La prueba del Jedi Online

Authors: David Sherman & Dan Cragg

BOOK: La prueba del Jedi
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Por favor —gruñó Grudo—, no apartes la vista del terreno.

—¡Preparaos! —avisó Anakin a los cientos de pilotos que lo seguían—. Estamos a cero-tres de tocar tierra. Os veré allí —y, dirigiéndose a Grudo, añadió—: Sólo espero que haya sobrevivido parte del ejército de Slayke.


Los códigos de identificación eran imprescindibles para distinguir al amigo del enemigo. Las fuerzas de la República estaban provistas de un datapad estándar llamado Instructor Operativo de Señales, que se actualizaba cada mes. El datapad contenía una palabra clave y una contraclave para cada día del mes, utilizadas por todas las unidades mayores de las tropas republicanas para identificarse. Los datos se cruzaban con los que tenían en Coruscant, donde confeccionaban los códigos, así que no importaba en qué lugar de la galaxia se encontrasen, todos utilizaban las mismas contraseñas.

Así pues, el día en que Anakin hizo aterrizar su ejército en Praesitlyn, la clave era "Jawa" y la contraclave "Eclipse". Eran códigos distintos a los de los identificadores amigo-enemigo, mensajes en clave de alto secreto, utilizados para determinar si las naves militares eran amistosas u hostiles.

El proceso de codificación empleado para proteger los datapad era infinitamente complicado, y los separatistas no habían sido capaces de descifrarlo.

En cuanto se destruyó la plataforma separatista que bloqueaba las transmisiones, el oficial de comunicaciones de la flota de Alción empezó a transmitir repetidamente "Jawa" al sistema de comunicaciones de Slayke; pero el ex pirata no pudo responder porque había destruido todo su equipo para que no cayera en manos del enemigo, antes de abandonar el puesto de mando y retirarse hasta Judlie. Anakin tuvo que hacer desembarcar su ejército sin saber si había parte de las fuerzas de Slayke con vida.

El desembarco en Praesitlyn se produjo en cuatro oleadas: primero llegaron los ingenieros de combate, apoyados por la infantería y por otros cuerpos, para preparar las posiciones defensivas; después llegó Anakin y su división, seguido por Alción y la suya. Cada división tenía asignadas sus propias coordenadas de aterrizaje en zonas lo bastante alejadas del enemigo como para evitar que les disparasen desde las trincheras donde se parapetaba, y así tener una oportunidad de aterrizar, desplegarse y tomar posiciones defensivas antes de ser atacados. Las operaciones contra el enemigo empezarían una vez hubieran desembarcado todas las tropas, con o sin ayuda de los posibles supervivientes del ejército de Slayke.


—Una retirada frente al enemigo es una de las maniobras tácticas más difíciles que existen. Tú eres el comandante, y la elección de la táctica es tuya, pero, ¿podrás llevarla a cabo?

La imagen del Conde Dooku parpadeó ante los ojos de Pors Tonith.

—Los androides no ceden al pánico, Conde Dooku, y el enemigo aún no ha consolidado sus posiciones. Si ahora decido retirarme hasta la meseta, podré hacerlo sin interferencias. Eso me dará la ventaja de un terreno alto y me permitirá reforzar mi dominio del Centro de Comunicaciones. Ellos se cuidarán muy mucho de utilizar armamento pesado para intentar desalojarme y, cuando finalmente ataquen, tendrán que avanzar colina arriba. Si me quedo donde estoy ahora, su fuerza combinada podría aplastarme. Claro que, si recibiera refuerzos...

—Estoy seguro de que comprende que estamos embarcados en una guerra a gran escala por toda la galaxia. Por importante que sea su misión, hay más comandantes involucrados en otras maniobras estratégicas. Tengo que sopesar cuál tiene prioridad sobre las demás. Recibirá refuerzos cuando éstos estén disponibles. ¿Ha sobrevivido su flota?

—Sí. Mis naves se han retirado para unirse a la flota que órbita Sluis Van. No los llamaré hasta que reciba refuerzos. De otro modo, la flota enemiga la destruiría. Es muy superior. La plataforma de control que bloqueaba las comunicaciones también ha sido destruida, y ahora tienen contacto permanente con Coruscant.

—No importa. Funcionó bien mientras la necesitamos, pero ya no nos es útil.

—Los prisioneros dicen que me enfrento a Zozridor Slayke. ¿Qué puede decirme de él? Hasta ahora su defensa ha sido brillante. No obstante, estaba a punto de aniquilarlo antes de que llegasen sus refuerzos de Coruscant.

—Zozridor Slayke es un hombre extraordinario. Nos iría bien contar con alguien como él —el Conde Dooku le contó la reciente historia de Slayke.

—¿Un renegado? No me sorprende, señor. Las tropas de ese hombre luchan como piratas con la espalda contra la pared.

—Pues le diré algo más. Las tropas contra las que tendrá que enfrentarse ahora están comandadas por un Maestro Jedi, Nejaa Alción, y por un joven padawan llamado Anakin Skywalker —le explicó a Tonith parte de la historia de ambos Jedi—. Descubrirá que Nejaa Alción es precavido y predecible, pero tenga cuidado con el joven Jedi, es... volátil. Eso es un grave peligro, pero también una posible debilidad que puede explotarse.

—Se puede matar a los Jedi, Conde Dooku, y si Slayke pudo engañar a uno, tal como me ha contado, ese pirata me preocupa más que ellos. Puede que los Jedi tengan problemas para compartir el mando con él.

—No cuente con ello. A los Jedi no les gusta dejar que sus sentimientos personales interfieran con su deber. Pero si alguno es capaz de sucumbir a las emociones, ése es Skywalker.

—Una cosa más, Conde. Reija Momen. Quiero utilizarla.

—¿Qué propone? —preguntó Dooku, entrecerrando los ojos hasta convertirlos en dos delgadas ranuras.

—He pensado utilizarla para enviar una transmisión vía HoloRed al Senado de la República. Les leerá un comunicado que hemos preparado. En resumen: "Retiren las tropas de Praesitlyn o el almirante Tonith nos matará a todos".

Dooku soltó una exclamación grosera.

—Nunca se lo creerán.

—Puede que todos no. Pero el Senado presume de ser democrático y sé que algunos senadores, por la razón que sea, miran con simpatía nuestra causa, mientras que otros son... digamos que alérgicos a la guerra. La transmisión al menos provocará dudas en sus deliberaciones.

—No puede matar a los rehenes, ya lo sabe.

—¡Oh, pero los mataría! Antes de verme derrotado, no sólo los mataría, sino que destruiría el Centro de Comunicaciones Intergalácticas. Ya he hecho los preparativos necesarios para ello. Y no olvide que Reija Momen es muy conocida y respetada tanto en Alderaan como en Coruscant. Y que es un icono, una matrona atractiva que personifica a la madre que todos tenemos o hemos tenido. Ver cómo suplica por su vida y por la vida de sus hombres les convencerá de que vamos en serio.

—¿Cooperará? Al fin y al cabo, le atacó cuando la hizo prisionera—. La sonrisa de Dooku era como el hielo.

Tonith se sorprendió de que el Conde Dooku supiera que Reija le había abofeteado. Sintió un aguijonazo de vergüenza por el recuerdo del golpe, y un estallido de júbilo. Estaba claro que su propuesta había despertado el interés de Dooku.

—Me pilló desprevenido. No volverá a suceder —hizo una reverencia a la imagen—. Cooperará, me encargaré de eso.

Dooku permaneció un segundo en silencio.

—Está bien, puede proceder —sonrió—. Tenía que haber sido político.

—Soy banquero..., eso es incluso peor —rió Tonith—. Una cosa más, ¿cuándo recibiré refuerzos?

—¿Otra vez lo mismo? Recibirá refuerzos cuando los reciba —su voz tenía un claro tono de exasperación.

—Me gustaría dejar constancia de que no sólo he cumplido al pie de la letra el plan que usted diseñó para esta invasión, sino que, de haber recibido esos refuerzos tal como estaba previsto, el éxito habría sido completo.

—¿Ha escuchado algo de lo que he dicho?

—He cumplido fielmente mi parte del trato. Sería una lástima que mi éxito fuera puesto en duda porque usted o algún otro...

—Almirante Tonith, ¿está cuestionando mi juicio? Desafíeme y podrá darse por muerto. —La imagen holográfica del Conde Dooku fluctuó.

—Sí, señor, lo comprendo —aceptó Tonith—. Pero no soy estúpido. Ningún otro lo habría hecho mejor que yo, ni siquiera su tan cacareado general Grievous, su máquina asesina.

Se sirvió un poco de té con manos temblorosas, lo sorbió ansiosamente y suspiró; después se secó el sudor de la frente con un guante. Sabía que una observación como aquélla podía matarlo, pero en ese momento no le importaba. Pese a sus muchos defectos, Tonith no era un cobarde, y no le gustaba que lo menospreciaran.

—A su tiempo. Todo a su debido tiempo —sonrió Dooku—. Ahora, apruebo sus esfuerzos propagandísticos y su plan defensivo. Llévelos a cabo. No vuelva a intentar contactar conmigo, yo contactaré con usted.

La pantalla quedó muerta.


—Señor, se retiran. El ejército androide se retira —gritó a Slayke un desconcertado oficial que había estado observando el aterrizaje de las naves tras el puesto fortificado de Judlie.

—Sí, teniente —corroboró Slayke, sonriendo ampliamente—. Y eche un vistazo a esas naves: son de las nuestras. ¡A eso se llama llegar justo a tiempo! —Las naves eran de la República, como demostraba claramente el logotipo blanco y negro, una rueda de ocho radios dentro de un círculo—. No creo que haya visto nunca nada tan hermoso. —Slayke palmeó a su oficial en el hombro—. Dígale a nuestra gente que cubra la retirada de los androides. Voy a ver quién está al mando de los refuerzos.


Cuando Tonith entró en la sala donde retenía a sus prisioneros, Slith Skael hizo un movimiento defensivo para proteger a Reija.

—Lleváoslo —ordenó Tonith a los guardias androides—, pero quedaos junto a la puerta. Puede que dentro de poco me sea útil.

Los androides sujetaron con pocos miramientos al sluissi, y lo arrastraron fuera de la sala a pesar de sus protestas.

—¿Qué quiere? —gruñó Reija.

—¿La han tratado bien? —Tonith sonrió y se sentó frente a Reija—. ¿Acaso no nos preocupamos por su bienestar, señora?

—Si llama bienestar al asesinato a sangre fría y a una guerra sin provocación...

—¡Silencio, mujer! —la voz de Tonith restalló como un látigo—. Escúcheme atentamente. Voy a enviar una transmisión vía HoloRed al Senado de la República en Coruscant.

Reija se sorprendió ante la noticia.

—Siéntese aquí y tranquilícese —ordenó Tonith—. Hay más. En esa transmisión, usted leerá una declaración escrita. Si no está de acuerdo con mi propuesta o si intenta algún truco mientras lee la declaración, mataré a su amigo sluissi. Tome, lea —le alargó una corta nota—. Léala en voz alta.

Reija echó un vistazo al corto párrafo y sonrió:

—Sabía que vendrían... —susurró. Su labio tembló mientras leía y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero después sonrió atrevidamente—. Tiene problemas, ¿verdad?

—¡Cállate, arrogante...! —Tonith contuvo visiblemente su ira—. Lea la declaración. Léamela. Ahora.

Reija leyó la nota lentamente.

"Soy Reija Momen, directora del Centro de Comunicaciones Intergalácticas de Praesitlyn. Mis hombres y yo hemos sido hechos prisioneros por un ejército separatista. El comandante de dicho ejército exige la inmediata retirada de vuestras tropas de Praesitlyn. Por cada hora de retraso en cumplir esta orden, un miembro de mi equipo será ejecutado, yo en último lugar. Os lo ruego, por el bien de mi gente, retírense de inmediato."

—Añade un poco más de emoción al final. Por lo demás, está bien. Ahora iremos a la sala de comunicaciones y...

—No nos matará, nos necesita como rehenes. Mientras sigamos vivos, las tropas de la República no lanzarán un ataque masivo contra el Centro. Y con esto sólo pretende retrasar su ataque hasta que usted reciba refuerzos.

Tonith suspiró e hizo crujir sus dedos. Un androide entró en la sala.

—Prepárate para cortarle la oreja izquierda —ordenó el almirante.

El androide inmovilizó a Reija con una mano, y con la otra aferró su oreja izquierda. Los dedos mecánicos y fuertes apretaron, y Reija luchó por no gritar.

—Ahora, ponla en pie —ordenó al androide—. No hagamos esperar al Senado.

Empujaron a Reija por los pasillos de la sala de control. La mujer hizo todo lo posible por controlarse e ignorar el ardiente dolor que abrumaba la parte izquierda de su cabeza, mientras el androide seguía apretándole la oreja.

—El Senado ni siquiera estará reunido en sesión... —jadeó Reija.

—No importa. Enviaremos el mensaje al receptor de la Sala de Comunicaciones del Senado. Le garantizo que el Canciller Supremo convocará una sesión de emergencia, un minuto después de ser recibido.

En la sala de control principal habían instalado un emisor holográfico con una silla delante para que Reija se sentase en ella. El androide la empujó con rudeza hasta la silla. Mientras éste se retiraba, la mujer se llevó la mano a la ardiente oreja.

—Recuérdelo, querida —dijo Tonith con desprecio—. Si intenta pasarse de lista durante la transmisión, haré que le arranquen la oreja —su tono cambió hasta ser casi amable—. Reconozco que es encantadora... o lo sería, cuando se arreglase y peinase un poco. Los senadores quedarán impresionados. Tome la nota. Léala poco a poco y pronunciando bien. Espere la señal del técnico.

Hizo un movimiento de cabeza hacia el técnico que se encontraba frente a los controles. Reija estudió la nota.

—¿Cuándo empezarán las ejecuciones? —preguntó.

—Cuando pase el tiempo necesario sin que hayan respondido —respondió Tonith—. O cuando yo esté preparado. Si todo sale bien, puede que no haya que ejecutar a nadie.

Volvió a hacerle una seña al técnico.

—Cuando quieran —respondió éste en voz alta.

Reija miró tranquilamente a la cámara.

—Soy Reija Momen, directora del Centro de Comunicaciones Intergalácticas de Praesitlyn —empezó con voz firme y bien modulada—. Mis hombres y yo hemos sido hechos prisioneros por un ejército separatista. El comandante de dicho ejército exige la inmediata retirada de vuestras tropas de Praesitlyn. Por cada hora de retraso en cumplir esta orden, un miembro de mi equipo será ejecutado, yo en último lugar.

Hizo una pausa de tres segundos. El técnico miró nervioso a Tonith que, sonriendo, alzó una mano para indicar que debía dejar que Reija terminase la lectura.

—Os lo ruego, por el bien de mi gente... ¡atacad! ¡Atacad! ¡¡ATACAD!! —gritó con todas sus fuerzas.

Capítulo 18

Con la bandera de la República alrededor del cuello, Zozridor Slayke saltó ágilmente por encima de las murallas que los androides de trabajo estaban erigiendo y miró a su alrededor. El corazón le latía con fuerza. Todo el cielo que podían abarcar sus ojos estaba lleno de naves de transporte y desembarco; otras habían aterrizado ya entre vastas nubes de arena y polvo y vomitaban escuadrón tras escuadrón de soldados. Un viejo macho humano, con mostachos castaños y brillantes ojos azules parecidos a los del propio Slayke, se acercaba saludando a sus compañeros, que parecían estudiar mapas o planos. Ellos se giraron al unísono y contemplaron con una enorme sonrisa en el rostro a la figura llena de cicatrices.

Other books

Nine Women by Shirley Ann Grau
The Write Start by Jennifer Hallissy
The Case of the Killer Divorce by Barbara Venkataraman
Romancing the Roads by Gerry Hempel Davis
Virginia Hamilton by Dustland: The Justice Cycle (Book Two)
Children of War by Martin Walker
A Thousand Lies by Sala, Sharon