Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
Anakin arrugó el plastifíno y lo tiró al triturador. Sacó otra hoja. Un Jedi no siente miedo, desesperación, soledad. Sabía que la batalla podía ganarse y que su división se portaría bien: Grudo se lo había dicho muchas veces, y el rodiano conocía muy bien los ejércitos y sus comandantes. La verdad era que Anakin había realizado un rápido pero intensivo estudio del arte del mando, empleando para dicha tarea cada hora disponible de cada día desde que la flota estaba en tránsito. También se había sumergido con entusiasmo en todos los aspectos de la gestión militar. Nunca sintió desesperación; tenía la meta puesta en la cercana batalla. La razón y la justicia estaban de su parte, y debían vencer. Estaba impaciente por conocer al legendario capitán Slayke. Y no creía estar solo en esto. Su relación con Alción, que le trataba como a un hermano pequeño, había crecido y ahora era más estrecha. Y Grudo, el fiel, sólido y fiable viejo rodiano, había permanecido tan cerca de él durante el viaje, que acabaron haciéndose compañeros inseparables.
Anakin Skywalker no era ajeno al miedo, al dolor, a la desesperación y a la rabia, pero había dejado atrás todo eso, en otra vida. Empezó a escribir de nuevo: "Estás conmigo, amor mío. Siento la calidez de tu aliento en mi mejilla y huelo el aroma de tu pelo y de tu ropa mientras presionas tu cuerpo contra el mío. Nos enfrentamos juntos a la muerte y la vencimos, amor mío. Mañana, aunque vuelva a enfrentarme con ella, tu amor me acompañará y me sostendrá en...". Siguió escribiendo algún tiempo. A menudo, en este viaje, había tenido la tentación de utilizar su considerable sensibilidad en la Fuerza para contactar con Padmé. Quizás lo habría logrado, pero ni siquiera lo intentó. Aquello hubiera supuesto un abuso inexcusable de sus poderes como Jedi, y al haber roto su promesa casándose con Padmé, estaba dispuesto a no volver a romperla para satisfacer simples deseos personales. Aun así, mientras escribía, las paredes de su espartano camarote parecieron desvanecerse, y se vio reunido de nuevo con su amada Padmé junto al bello lago de Naboo, donde se consagraron votos de amor y compañía eternos.
Al terminar la carta tenía un nudo en la garganta. La releyó. Su letra no era fácil de descifrar, pero algo tan personal como aquello no podía dejarse en manos de un medio electrónico que podía ser leído por cualquier otra persona. Era privado y seguiría siéndolo. Sacudió la cabeza y sonrió.
No puedo creer que haya escrito esto
. Se enjugó la lágrima que estaba a punto de brotar de su ojo, pestañeó y miró a su alrededor. Bueno, aquí estaba de nuevo, entre las planchas de acero de su pequeño camarote. Sintió el suave zumbido de los motores de la
Ranger
a través de las planchas de la cubierta que calentaban las plantas de sus pies. Aquello sí era real. Anakin dobló varias veces y con cuidado la hoja de plastifíno, y la selló. Escribió en ambas caras: "PERSONAL. PARA LA SENADORA AMIDALA", y la colocó amorosamente en uno de los bolsillos interiores de su capa. Antes de partir hacia la batalla la dejaría bajo la custodia del capitán de la
Neelian
, junto al resto de sus objetos personales, para que fuera entregada si moría en combate.
Se tumbó en la litera y cerró los ojos, pero no era momento para dormir. Alción había estado de acuerdo en que, en lugar de tomar una lanzadera hasta la
Neelian
, Anakin pilotase su propio Delta-7 Aethesprite. Bueno, si no podía tener a su Padmé, al menos tenía su caza estelar, y pasaría las horas siguientes jugueteando con él.
≈
Una flota de guerra nunca duerme. La tripulación de las naves puede que duerma cuando no está de servicio, pero la flota en sí siempre está despierta, siempre está alerta, y en la víspera de las hostilidades, los soldados duermen por turnos en sus puestos de combate. La tensión recorre la flota de tal forma que las naves individuales y sus tripulaciones son como partes de una vasta criatura viviente, de un depredador a punto de saltar sobre la presa que ha rastreado a través de las profundidades del espacio. Sólo que, en este caso, la presa podía revolverse. También las tropas de clones sentían la tensión, aunque no afectase significativamente a su estado mental. Hasta Grudo podía sentirla. Para el Maestro Jedi Alción era una sensación familiar y estimulante, pero no merecía perder unas horas de sueño por ella.
Alción había celebrado ya la última reunión de Estado Mayor con sus capitanes, y éstos partieron a sus respectivas naves. Todo estaba preparado. La espera final había empezado.
Cuando Alción despertó, tras un breve sueño, se sentó en su camarote y escribió: "Queridos Scerra y Valin...". Era la última de una serie de cartas que había escrito a su esposa y su hijo para ser entregadas si moría..., aunque esperaba poder hacerlo personalmente una vez terminase la expedición. Las escribía a mano para que no las pudiera leer nadie más y mantener a salvo —por ahora— el secreto de la violación de su juramento Jedi. Al terminar la carta, la dobló, la selló y la añadió al paquete que formaban una docena más como aquélla. Pensar en su esposa y en su hijo le confortaba.
Apartó a un lado el pensamiento de sus seres queridos. Hacía tanto tiempo que estaba separado de ellos que el dolor se había convertido en una sorda pulsación en sus entrañas. No era bueno pensar en aquellas cosas.
Se desperezó. Tenía que ver a Anakin, charlar con él una última vez, animarlo y animarse mutuamente. El joven Jedi estaba resultando ser todo un comandante por derecho propio. Oh, todo el mundo sabía que era valiente, lo había demostrado en las batallas de Geonosis y Jabiim, y en otras situaciones desesperadas. En Jabiim, el Canciller Supremo Palpatine en persona le ordenó que abandonase el campo de batalla tras más de un mes de intensos combates, le obligó a abandonar a sus amigos y a ayudar en la evacuación. Y Anakin obedeció la orden, aunque fuera de mala gana. El dolor, la derrota y la muerte no le eran ajenos. Sabía que tenía un destino, y que ese destino era mandar. El joven Jedi poseía una enorme sensibilidad hacia la Fuerza; era brillante hasta la genialidad. Alción estaba seguro de que Anakin sería un Maestro Jedi, y que incluso se sentaría en el Consejo. Y ahora demostraba su aptitud para el mando, su habilidad para el liderazgo, esa inefable cualidad personal que convence a los demás de que uno sabe lo que está haciendo y de que, si le siguen, lograrán su objetivo. Le había observado a diario y estaba seguro de que Anakin había superado sus emociones, dejándolas tras él.
Alción se puso en pie. En aquel momento, Anakin sólo podía estar en un lugar.
≈
—¿Cómo va eso, Anakin?
Sorprendido, el joven salió de la carlinga de su caza estelar, el
Ángel Celeste II
.
—Sólo hacía unos ajustes de última hora —saltó del caza y se limpió las manos con un paño—. Estoy preparado.
El hangar estaba tranquilo. Las demás naves, lanzaderas sobre todo, habían sido aseguradas ante la inminencia de la batalla. La pareja se sentó sobre unas cajas vacías.
—Unas cuantas horas más y habremos llegado —dijo Alción—. Tienes a diez mil soldados bajo tu mando. ¿Cómo te sientes?
—Preparado —Anakin se dio una palmada en la rodilla—. Preparado.
—¿Está bien tu brazo?
—Nunca ha estado mejor —Anakin flexionó los dedos para demostrarlo—. Maestro Alción, quería preguntarte una cosa...
—Bien, ¿qué es?
Anakin dudó antes de hablar:
—Grudo me habló de tu persecución de Slayke y..., bueno, quería preguntarte... —se encogió de hombros—. ¿Por qué peleaste aquel día con él? No me refiero al motivo de la pelea, sino a por qué lo hizo de la forma en que lo hizo.
—Me lo he preguntado muchas veces —Alción aspiró aire profundamente—. Nunca quise ir tras Slayke, ¿sabes? Unos creían que era un rebelde, otros lo consideraban un pirata. Pero yo creía que hacía lo que la República tenía que haber hecho. Tenía planes para irme a casa y... —se contuvo—, y visitar a unos amigos, descansar, pero el Consejo me eligió para comandar la corbeta judicial que enviarían a por Slayke, y yo tuve que obedecer las órdenes, cumplir con mi deber, hacer lo que había jurado que haría. Los Jedi no tenemos vidas personales ni familias, como los demás.
Su voz adquirió un tono de amargura que sorprendió a Anakin, ya que él mismo se sentía así en aquellos momentos. Tocó inconscientemente el bolsillo de la capa donde se encontraba la carta dirigida a Padmé.
—Así que —prosiguió Alción—, cuando llegamos al lugar donde había aterrizado la nave de Slayke, supe que no se encontraba a bordo, y medio sospeché que la presencia de Grudo allí, con sus cuchillos preparados, sólo formaba parte de una maniobra de distracción en su plan. En aquel momento pensé que sólo intentaba desviar mi atención de los bosques, donde yo creía que se ocultaban Slayke y su tripulación —rió abiertamente—, pero ya no me importaba nada.
El joven Jedi quedó desconcertado por la emoción contenida en la voz del Maestro Jedi.
—Anakin, ¿puedo confiar en ti?
El Maestro Jedi parecía mortalmente serio, y sus ojos estaban ensombrecidos por la tristeza. Anakin quiso decirle: "Claro que puede confiar en mí". Pero, de repente, no supo si podía asegurárselo con tanta rotundidad.
—Adelante —terminó diciendo, inseguro.
—Conoces la razón por la que se supone que los Jedi no han de tener una conexión emocional con los demás, ¿verdad? —preguntó Alción. Anakin no respondió: la pregunta era retórica—. Es porque las emociones nublan el juicio y pueden hacen que un Jedi dude de lo que es su deber, dude en llevar a cabo las difíciles tareas que ha jurado realizar. Bien, yo he fallado esa prueba.
Nejaa Alción le habló a Anakin de su esposa y de su hijo.
Al principio, Anakin no supo qué decir, sólo boquear sin decir palabra ante el hombre que se había convertido en su mentor. Alción soltó una risita y cerró la mandíbula del joven.
—Abriste la boca tan rápido que pensé que te habías dislocado la mandíbula —bromeó, antes de suspirar—. Así están las cosas. Eres el único que lo sabe. ¿Se lo dirás al Consejo Jedi cuando volvamos?
—No —susurró Anakin, sin saber muy bien qué más responder e intentado controlar su voz—. Creo que Yoda ya lo sabe..., o lo sospecha. No se le escapan muchas cosas —entonces, la culpabilidad y la sinceridad fueron más fuertes que él—. Además, si yo informo de lo tuyo, puedes compensarlo informando de lo mío.
Y le habló a Alción de su matrimonio con Padmé.
Fue el turno de Nejaa Alción de quedarse con la boca abierta. Cuando pudo recuperar la palabra, preguntó:
—¿Casado? ¿Tú? —sacudió la cabeza, asombrado—. Así que te casaste con ella cuando fuisteis juntos a Naboo, ¿verdad? ¿Ni siquiera Obi-Wan Kenobi lo sabe?
Anakin enrojeció mientras la vergüenza surgía de las profundidades de su corazón.
—Ha sido... difícil ocultárselo —admitió—. Obi-Wan es mi Maestro... y mi amigo. ¡Aborrezco mentirle!
—Lo sé, lo sé —asintió Alción—. Hemos ido contra todo lo que se nos ha enseñado, contra todo lo que significa ser un Jedi... —su voz se quebró.
—¡Pero yo no creo estar haciendo algo malo! —estalló Anakin—. Quiero decir... ¡Mentir es algo deshonesto, sí, pero amar no lo es! ¡Querer a otra persona no lo es! ¡No me siento menos Jedi porque ame a Padmé!
—Yo también he tenido que luchar con eso —reconoció Alción—. A veces me pregunto si Yoda no sabe lo mío..., lo nuestro. Pero, si es así, ¿por qué me eligió el Consejo para comandar esta expedición? ¿Y por qué permitió que te nombrara mi segundo cuando compartimos ese temible secreto? No éramos los únicos Jedi disponibles. Había más en el Templo, y podían haber convocado a otros. ¿Por qué actuaron así? —miró a Anakin y cuadró los hombros—. Te diré lo que opino. Creo que nos están dando una oportunidad de probarnos ante nosotros mismos..., por así decirlo. Y estoy empezando a pensar que esta misión puede ser sólo una simple prueba —parecía estar a punto de añadir algo, pero cerró la boca y se puso en pie—. Pronto será hora de despegar, joven amigo. Hora de demostrar de qué pasta estamos hechos.
—Supongo.
Anakin también se levantó de las cajas y, mientras se estrechaban las manos calurosamente, se preguntó qué prueba realmente tendría pensada el Consejo para ellos.
—¡Atacad! ¡Atacad! ¡Atacad! —gritó Tonith, golpeando el panel de control—. ¡Atacad en todos los frentes! ¡Lanzad tantos androides de combate como sean necesarios para romper sus defensas! Ya hemos capturado su bastión más avanzado... ¡Presionadlos! ¡Seguid presionándolos!
Tonith había establecido su puesto de mando cerca del Centro de Comunicaciones, en la meseta que dominaba el campo de batalla. Esto le permitía tener una visión directa del mismo, mientras mantenía a su Estado Mayor y a él lo bastante lejos del frente como para evitar los peligros directos de la contienda.
—Pero, almirante, ya hemos perdido cien mil androides en los ataques anteriores —protestó B'wuf, el principal técnico de control—. Y hemos tomado ese bastión dos veces para después volverlo a perder. Nuestras bajas son enormes. Lo siento, señor, pero le advierto seriamente que lo mejor es mantener las líneas del frente hasta que recibamos refuerzos, y después aplastarlos con nuestra superioridad.
—Mi querido B'wuf, los depósitos bancarios que no se invierten sólo obtienen un magro interés. Hay que invertir si se quiere conseguir una fortuna.
Contempló cuidadosamente al controlador. B'wuf tenía la molesta costumbre de hablar con un ritmo lento, cansino, como buscando siempre las palabras exactas para expresarse, como temiendo decir algo equivocado y meterse en un lío. Según la experiencia de Tonith, aquello era típico de los técnicos. Se sentían perdidos cuando se enfrentaban al mundo real o a cuestiones de negocios. Aquel hombre cedía cuando debía mantenerse firme, y se mantenía firme cuando debía ceder. Tonith había tratado antes con ese tipo de personajes, que, a pesar de sus defectos, tenían su utilidad.
—Yo... —empezó B'wug.
—¿Eres el dueño de esos androides de combate? —le cortó Tonith—. ¿Has pagado por ellos? Actúas como si fueran de tu propiedad personal. Sólo son bienes, mi querido B'wuf, bienes en un mercado activo, inútiles si no se saben invertir adecuadamente, ¿comprendes? Mi trabajo es realizar esa inversión y el tuyo obedecer mis órdenes. Al pie de la letra, B'wuf, al pie de la letra —Tonith se dio cuenta de que todo el centro de control había dejado de trabajar y los estaba escuchando—. ¡Vosotros, volved al trabajo!