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Authors: Carmen Gurruchaga

Tags: #Intriga

La prueba (11 page)

BOOK: La prueba
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«Como no deja de ser predecible en un hombre de su ambición, pronto comprendió que, para medrar de verdad, debía establecerse por su cuenta. Hace casi veinte años decidió iniciar sus propios negocios y, aprovechando el boom del ladrillo, creó una empresa constructora que ahora, como casi todas, ha presentado concurso de acreedores. Paulatinamente, su compañía fue participando en otras más importantes del sector, de ámbito internacional, hasta conseguir ser el accionista mayoritario de AISEN-SON, con una participación del veintiséis por ciento. Para entonces —continuó relatando Jorge—, ya había creado una maraña de empresas, con sedes en distintos países, haciendo que unas participaran de las otras. En 1996 logró hacerse con la presidencia del holding. Su patrimonio, en esa fecha, estaba estimado en torno a lo que actualmente serían unos seiscientos millones de euros.

Jimena, admirada, emitió un silbido.

—Ahora entiendo el recuento de propiedades que hizo Paloma. Que si el chalé de La Moraleja, que si dejé de trabajar para atender a mi familia, que si el colegio carísimo de la niña…

—¿Y te has fijado en la ropa de lujo que todavía usa Paloma?. Está claro que se marchó de casa, pero se llevó el contenido del armario— comentó Jorge.

—Vaya, vaya, vaya.— Jimena volvió a silbar.

—¿Qué?— preguntó su socio perplejo.

—Nada, sólo que no creo que Paloma tenga el cuerpo para fiestas. Debe centrarse en recuperar a su hija.

—¿Por qué lo dices?. ¿Qué insinúas?— preguntó Jorge poniéndose colorado.

—Nada— zanjó su amiga mientras pensaba que, en muchos aspectos, por más que hubieran pasado los años, la relación con su amigo seguía siendo la misma que cuando, con dieciocho años, se conocieron en la Facultad de Derecho: confidencias, novios y novias, velados reproches sobre lo masculino y lo femenino y bromas, muchas bromas. —Anda, sigue hablándome de ese Wiren.

—Para abrir el horizonte de sus negocios no tardó en saltar de la construcción a otros campos empresariales e incluso financieros—. Jorge cogió carrerilla en el recuento de los logros del empresario: —Acudió en ayuda de una entidad bancaria en apuros y se encaramó a la cúspide del poder financiero, donde no fue bien recibido, pues se le consideró un advenedizo, carente de un apellido vinculado a la tradición de las grandes sagas financieras del país. Con todo, hizo buenos amigos, muchos de ellos tan arribistas como él, y pronto, a través de su afición por la caza y la vela, se codeó con la flor y nata de la sociedad española. Todos le debían favores. Las malas lenguas dicen que también era aficionado a la fotografía, y que ocultaba cámaras en las alcobas de sus fincas y, como los avaros, atesoraba instantáneas indiscretas de sus invitados durante las celebraciones de alguna de sus fiestas por si acaso, en el futuro, pudieran sacarle de un apuro.

«Para entonces ya había logrado la nacionalidad española y cometió su primer gran error: pretendió inmiscuirse en política. Fue ahí cuando surgieron las primeras complicaciones en su vida.

Jimena entendió de inmediato lo que insinuaban las palabras de Jorge. No necesitaba de ninguna red de informantes ni hacer búsquedas en Internet para saber que, en España, todo empresario de éxito con pretensiones de liderar un partido político existente o crear uno nuevo termina siempre cayendo en desgracia.

—Y fueron a por él— concluyó.

—Exacto— corroboró Jorge. —Hasta ese momento nadie había investigado sus empresas, ni su relación con Hacienda, ni hurgado en las tripas de la entidad financiera de la que era vicepresidente. Pero, de pronto, los medios empezaron a informar sobre la mala situación que atravesaba y las posibles irregularidades que había cometido hasta que esta fue intervenida por el Banco de España por un supuesto agujero patrimonial. Y empezaron sus problemas con la Justicia.

«Aunque su nombre nunca llegó a adquirir notoriedad ni mucho menos fama, ya que todos los medios se centraron básicamente en el del presidente del banco, Wiren, igual que su jefe, fue procesado y condenado a dos años de cárcel por apropiación indebida y falsedad en documento mercantil. No llegó a ingresar en prisión, pues carecía de antecedentes, pero el auto condenatorio fue toda una bofetada para él, sobre todo si se tiene en cuenta su ambición desmedida. Además, en un sumario diferente, el Supremo lo condenó por haber engañado a sus socios al negociar la venta de unos terrenos en Madrid. Aquí tienes la sentencia.

Jorge tendió las fotocopias a su amiga y esta, echando un rápido vistazo a los hechos probados, supo que Wiren hizo llegar a dos socios minoritarios de una filial de su holding una suscripción preferente sobre los solares en venta en la capital a un precio de ciento cincuenta mil pesetas por metro cuadrado cuando, en realidad, él había pactado con los vendedores un precio de trescientas mil.

—Los abogados de los accionistas presentaron una querella por falsedad y estafa un día antes de que acabase el plazo— prosiguió Jorge. —La Audiencia Provincial de Madrid declaró los hechos prescritos, con lo que daba la razón al chileno en su pretensión, mientras que el Tribunal Supremo, en un recurso posterior a la sentencia de la Audiencia, revocó esta y sumó así una nueva pena de tres años de cárcel que, esta vez sí, ya obligaba a Wiren a ingresar en prisión además de verse forzado a abonar cincuenta y ocho millones de euros a los accionistas minoritarios damnificados, lo que hizo mediante avales bancarios. Pero ahora viene lo bueno, agárrate —anunció Jorge a Jimena—: Wiren pidió amparo al Tribunal Constitucional y este entendió que la interpretación del Supremo sobre la querella lesionaba su derecho a la tutela judicial efectiva, de modo que anuló la sentencia y nuestro amigo chileno quedó exonerado de cumplir la pena, si bien, eso sí, no pudo volver a ocupar la vicepresidencia de la entidad bancada.

—¿Sólo eso?. ¿El prohombre se salió de rositas?— se indignó, incrédula, Jimena.

—Sí y no. Esa jugada le salió bien, pero lo que no podía prever era que la titular del juzgado número 54 de Madrid dictaría un auto de apertura de juicio oral contra él y sus abogados, entre ellos nuestro queridísimo amigo José Luis Martínez, por una carta falsa utilizada para incriminar a los socios minoritarios estafados. Hasta ese momento ningún juez había negado la existencia de la estafa, sino que la duda estribaba en la prescripción o no del delito. Sin embargo, en este caso, la jueza consideró que existían indicios racionales de que Wiren y sus abogados incurrieron en falsedad de documento privado, denuncia falsa y estafa procesal en grado de tentativa. Los procesados habían llegado a presentar la misiva ante el Tribunal Supremo como prueba para intentar demostrar que los socios estafados habían cometido falso testimonio contra él. La magistrada trasladó la documentación a la Audiencia Provincial de Madrid y se confirmó el procesamiento de todos los imputados. Wiren resultó nuevamente condenado y curiosamente, en esa ocasión, el Tribunal Constitucional denegó el recurso de amparo que presentó.

—Quién lo iba a decir, parece que sí hay justicia en este mundo.

—Qué va, esta gente siempre tiene un as bajo la manga. Cuando parecía que ya tenía una pata en la prisión madrileña de Soto del Real, sus abogados solicitaron la no ejecución de sentencia mientras tramitaban la petición de indulto. La Fiscalía se posicionó en contra, y sin embargo Wiren ganó, porque finalmente el gobierno le indultó. Al menos, quedó maltrecho socialmente— añadió Jorge.

—Qué pena —lamentó irónicamente Jimena—. Se le acabaron las cenas de gala con el embajador ruso, los cócteles con Peter Caruana…

—Eso no lo sabía — se admiró Jorge—. ¿Dónde has encontrado la información?.

—Me lo contó Paloma.

—Pues me temo que ahora su ex sólo trata con dudosos ejecutivos rusos de la Costa del Sol, vinculados a la trata de blancas o al tráfico de estupefacientes. Se sabe que también conserva negocios más que turbios con países iberoamericanos y es socio de algunas empresas radicadas en Gibraltar. Parece ser que no se mueve jamás solo, que allá donde vaya le acompañan dos o tres guardaespaldas, y ya sabes lo que eso quiere decir —terminó Jorge clavando sus ojos en los de su amiga con perturbadora seriedad—. ¿Me entiendes ahora cuando hablaba de ser precavidos?. Si estos son sus actuales amigos y si él se hace acompañar de hombres armados, no debería caberte la menor duda de que este tipo es un mafioso, y peligroso, por más que juegue a disfrazarse de empresario.

T
RECE

—Ya sé que no es habitual en mí —comenzó Martínez casi susurrando, encogido sobre el auricular del teléfono de su despacho y, sin embargo, intentando aparentar naturalidad—, pero me he quedado solo y quisiera saber si puedes mandarme una chica para esta noche.

El breve silencio que oyó al otro lado del hilo le dio a entender que su interlocutor estaba mudo a causa de la sorpresa.

—¿Cómo es eso?. ¿Qué te ha pasado, Pepe Luis? —se regodeó—. ¿Y esa novia tuya?. ¿Se te ha terminado el chollo?.

—Pasará unos días fuera de la ciudad— confesó lacónico, entre cabreado y abochornado por el evidente cachondeo. «Cono, mierda, joder —pensó—, no llevo ni dos segundos de conversación y ya me estoy arrepintiendo de haber llamado a este gañán».

—Ay, qué penita, te has quedado sólito y te has acordado de nosotros…

—Si es un problema… —sugirió incómodo—. Creí que mediaba una especie de pacto tácito entre nosotros por el cual, ya que los tres estamos en igualdad de condiciones y poseo similares derechos que vosotros, cada uno de nosotros teníamos a nuestra disposición a cualquiera de las chicas. Que no haya pedido ninguna hasta ahora no quiere decir que renunciara a esa prebenda —concluyó con aridez y, en efecto, arrepentido.

Para sus adentros, se prometió a sí mismo que nunca más volvería a hacer una petición semejante. De ahora en adelante, si volvía a necesitar compañía femenina, se la buscaría por su cuenta y, si era necesario, hasta la pagaría.

—Tranquilo, tranquilo, señor letrado —su camarada interrumpió el hilo de sus pensamientos—, no hace falta que saques todo tu arsenal de código y leyes y artículos, y mucho menos las actas de constitución de nuestra sociedad. Un pacto es un pacto y sabes perfectamente que, en esto como en lo demás, Cardoso y yo siempre vamos a respetarlo. ¿Acaso te hemos dado motivos para que pienses lo contrario?. Sólo por el hecho de que nosotros nos dediquemos a la parte sucia y tú te las des de legal sentado en tu despacho no deberías tener tan mala consideración de nosotros —le reprochó.

—Ni lo hago. Es sólo que me molesta ese tonito, esa familiaridad…

—No te hagas el digno, no seas puñetero, que aquí todos nos vamos de putas. Solo porque nosotros hablemos de eso en las comidas y tú te dediques a la meditación contemplativa y a contar nuestro dinero no deberías escandalizarte ahora. A ver —Martínez detectó que su socio comenzaba a perder la paciencia—, ¿qué te gusta?.

—No sé, lo que tú me recomiendes…

—Te voy a mandar una bien joven, para que varíes. —Su tono adquirió de pronto una distancia fría, práctica—. ¿Piensas sacarla a cenar?. Al fin y al cabo, eres un hombre libre.

—Sí, por qué no. En ese caso, tendrá que tratarse de un material elegante y presentable. —Sin saber cómo, casi sin darse cuenta, Martínez comprendió que también estaba hablando con el desdén impersonal de un negociador profesional.

—No me ofendas, ¿por quién nos tomas? —tras una pausa en que le oyó pasar páginas, posiblemente de su agenda, su interlocutor le facilitó un número.

—Llama de mi parte y pregunta por Sheila. Ella es la encargada y te pondrá al tanto de lo mejor que tenemos por aquí. Ya sabes que en nuestra división de Estepona, ahora que estamos en verano, tenemos más variedad, pero creo que, aun así, algo de tu categoría podremos encontrar aquí en Madrid —añadió con retintín—. Y no retrases la llamada. Si el plan es para hoy, sería preferible que lo hicieras pronto, en Madrid en verano, con tanto Rodríguez suelto, nada más caer la tarde la cosa se pone imposible.

—Haré lo que dices, y muchas gracias.

—No me las des, José Luis, tú mismo has dicho que tienes tantos derechos como nosotros, y es cierto. Aunque, por otra parte…

Martínez puso su mano sobre el auricular para que su socio no pudiera escuchar ningún sonido que proviniera de él. Solo cuando se hubo asegurado de este aspecto, suspiró ruidosamente. Conocía de sobra esa pausa dramática, como si repentinamente acabara de acordarse de algo por más que, él lo sabía, era perfectamente posible que desde el inicio mismo de la conversación, en cuanto oyó su petición, hubiera planeado qué pedirle a cambio.

—José Luis, ¿estás ahí?.

—Sí, por supuesto, ¿qué se te ofrece? —respondió intentando no parecer demasiado brusco pero tampoco solícito. Él, al fin y al cabo, era su socio, no su sirviente. A veces los tipos podridos de dinero confundían la educación con el servilismo.

—Acabo de recordar ahora mismo que necesito toda la información posible sobre un bufete de abogados, seguro que tú tienes que conocerlos. Me refiero, ya sabes, a trapos sucios, dudas, asuntos pendientes, hipotecas, pufos, vicios y cualquier otra cosa que pueda joderlos. Puedo indagar por mi cuenta, por supuesto, pero supongo que tú, como profesional y colega, podrás darme datos que no encontraría yo con mis medios.

—No te prometo nada, esta ciudad es enorme y está llena de despachos de abogados, pero dime su nombre y lo intento.

—Que sí, Pepito, seguro que los conoces. Lo busco y te lo mando por e-mail, ya sabes que para este tipo de datos soy un desastre.

En cuanto le colocó el marrón, Martínez se dio perfecta cuenta de que su socio se vio acuciado por las prisas y comenzó a despedirse con la clara intención de colgar.

—Todo lo demás bien, ¿no?. Pues nada, estamos en contacto. Y que te lo pases en grande, campeón.

—Claro, claro… Muchas gracias de nuevo. Adiós.

Nada más dejar el auricular sobre su soporte, Martínez levantó la vista y se sorprendió por el reflejo de su figura, que lo miraba desde el cristal del enorme ventanal que se abría frente a él y le ofrecía unas inmejorables vistas de los rascacielos de esa zona financiera de la ciudad. Se observó durante un instante más largo de lo que hubiera sido normal en un abogado activo y seguro de sí mismo como él.

¿Quién era ese hombre que le miraba con tanta intensidad?, se dijo, y ¿cómo había llegado hasta ese punto, a vender su alma por una noche con una puta sólo para matar el pavor de quedarse a solas consigo mismo?.

BOOK: La prueba
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