La Profecía (41 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Profecía
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Y entonces regresaba el invierno, la nieve arremolinándose alrededor de las viviendas, los magos luchando contra el aburrimiento, el frío y el hambre, el Catalista Campesino acurrucado en su casa, las manos envueltas en harapos, leyendo para sí sobre el infinito amor que Almin siente por los suyos...

Mosiah hundió los hombros e inclinó la cabeza. Las imágenes que había pintado sobre la muchedumbre se disolvieron al quedarse el muchacho sin Vida. La gente lo contempló en silencio. Lleno de temor, Mosiah levantó los ojos, esperando ver rostros aburridos, desdeñosos, irónicos. En su lugar vio perplejidad, sorpresa, incredulidad. Aquella gente parecía haber estado contemplando la vida de criaturas que vivían en un mundo muy lejano en lugar de a seres humanos, como ellos mismos, que vivían en su mismo mundo.

Mosiah vio Merilon por vez primera, la verdad iluminando ante sus ojos aquella ciudad con más brillantez que la luz del dócil sol primaveral. Aquellas gentes estaban encerradas en su propio reino encantado, prisioneros voluntarios en un reino de cristal diseñado y fabricado por ellos mismos. ¿Qué sucedería, se preguntó Mosiah —mirándolos ataviados con aquellas lujosas ropas y con aquellos tiernos pies desnudos—, si alguien reaccionara y se
despertase
?

Sacudió la cabeza y miró a su alrededor en busca de Simkin. Quería irse, abandonar aquel lugar. Pero de repente se encontró con que la gente lo rodeaba, intentando estrechar su mano, tocándolo.

—Maravilloso, querido, ¡absolutamente maravilloso! Un estilo tan primitivo y delicioso... Unos colores tan naturales. ¿Cómo lo consigues?

—¡He llorado como una criatura! ¡Son unas ideas tan curiosas! ¡Vivir en un árbol! Es completamente original. Debes venir a mi próxima fiesta...

—Lo del bebé muerto es un poco exagerado. Prefiero las imágenes más sutiles. Ahora bien, cuando lo presentes de nuevo, yo creo que lo cambiaría por... hummm... una oveja. ¡Eso es! Una mujer con una oveja muerta en el regazo. Es mucho más simbólico, ¿no crees? Y si alteraras la escena con el...

Mosiah miró a su alrededor, aturdido. Dando respuestas incoherentes, empezaba a retroceder para irse cuando una fuerte mano lo sujetó por el brazo.

—¡Simkin! —exclamó Mosiah con alivio—. Nunca creí que me alegraría de verte, pero...

—Me halagas, sin duda, amigo, pero te has colocado en una situación bastante comprometida y éste no es el momento de intercambiar abrazos y besos —dijo Simkin en un apresurado susurro.

Mosiah miró en derredor suyo, alarmado.

—Ahí. —Simkin agitó la cabeza—. ¡No, no te vuelvas! Dos mirones enlutados han decidido que son críticos de arte.

—¡En nombre de Almin! —exclamó Mosiah tragando saliva—.
Duuk-tsarith
.

—Sí, y me parece que han sacado mucho más de tu pequeña exhibición que esa camarilla de bebedores de té con bollos. Ellos conocen la realidad cuando la ven, y tú te acabas de anunciar a ti mismo como Mago Campesino tan descaradamente como si te hubiera empezado a brotar maíz de las orejas. De hecho, eso podría haber resultado menos perjudicial. ¡No puedo imaginar qué es lo que te ha llevado a cometer esa necedad! —Simkin alzó la voz—. Me doy por informado, condesa Darymple. ¿Una cena el martes de la semana que viene? Tengo que comprobar mi lista de compromisos. Soy vuestro representante, como muy bien sabéis. Ahora, si nos quisierais excusar un momento... No, barón, realmente no puedo deciros de dónde conjura estas toscas ropas. Si queréis algo parecido, yo probaría en los establos...

—¡Tú eres el que me ha metido en esto! —le recordó Mosiah—. Aunque no es que importe demasiado ahora. ¿Qué vamos a hacer?

Miró temeroso a las negras capuchas que flotaban alrededor de la multitud.

—Están esperando a que las cosas se tranquilicen —musitó Simkin, pretendiendo estar muy ocupado con la camisa de Mosiah, pero manteniendo todo el tiempo la vista fija en los Señores de la Guerra—. Entonces se acercarán. ¿Te queda todavía algo de magia?

—Nada. —Mosiah meneó la cabeza—. Estoy agotado. No podría ni derretir mantequilla.

—Puede que seamos
nosotros
los que nos derritamos —predijo Simkin, inexorable—. ¿Qué estabais diciendo, duque? ¿El bebé muerto? No, no estoy de acuerdo. Produce una sacudida emocional. Se oyen exclamaciones. Las mujeres terminan perdiendo el conocimiento...

—¡Simkin, mira! —Mosiah se sintió, también él, a punto de desmayarse de alivio—. ¡Se han ido! ¡Quizá no nos estaban observando!

—¡Ido! —Simkin miró a su alrededor con creciente agitación—. Querido muchacho, odio tener que pinchar tu burbuja (lo deja todo hecho un asco), pero eso significa que, sin dudarlo, están ya junto a ti, con las manos tendidas...

—¡Dios mío! —Mosiah se aferró a la manga multicolor de Simkin—. ¡Haz algo!

—Voy a hacerlo —repuso Simkin, tranquilo—. Les voy a dar lo que quieren. —Lo señaló con un dedo—. A ti.

Mosiah se quedó boquiabierto.

—Bastardo —empezó a decir, furioso.

Pero se detuvo asombrado. Era a su
propia
manga a la que se estaba aferrando, lleno de pánico. Era su propio brazo el que estaba debajo de aquella manga y el brazo estaba unido a su cuerpo. De hecho, fue su propio rostro el que le devolvió la mirada con una amplia sonrisa.

Una barahúnda de voces se alzó a su alrededor, riendo, lanzando exclamaciones de sorpresa, gritando maravillados. Aturdido, Mosiah se dio la vuelta y se vio a sí mismo; se vio a sí mismo flotando en el aire por encima de él mismo. A todas partes a donde Mosiah miraba, veía Mosiahs hasta tan lejos como le alcanzaba la vista.

—¡Oh, Simkin, esto es lo mejor que has hecho nunca! —exclamó un Mosiah con una inconfundible voz femenina—. Mira, Geraldine..., ¿eres tú, verdad, Geraldine? ¡Estamos vestidas con estas ropas primitivas tan maravillosas, y mira estos pantalones!

—¡Disimula! —dijo el Mosiah al que Mosiah se agarraba, dándole un rápido codazo en las costillas—. ¡Este hechizo no durará mucho tiempo y no los despistarás eternamente! ¡Hemos de salir de aquí! ¡Vaya, duque! El viejo Simkin ha estado absolutamente magnífico, ¿eh? —dijo aquel Mosiah en voz alta—. ¡Disimula! —ordenó en voz baja.

—Ah, de acuerdo, ba... barón —tartamudeó Mosiah con profunda voz de bajo, agarrándose a lo que había sido Simkin como si fuera su última conexión con la realidad.

—¡Empieza a moverte! —le siseó Simkin-Mosiah, arrastrándolo hacia la salida—. ¡Tengo que ir a mostrarle esto al Emperador! —exclamó—. Su Majestad sencillamente no se va a creer lo que Simkin, ese genio, ese auténtico maestro de la magia, ese rey de la comedia...

—¡No exageres! —gruñó Mosiah, abriéndose paso a través del gentío que lo rodeaba.

Pero le fue imposible hacerse oír.

—¡Al Emperador! ¡Vamos a enseñárselo al Emperador!

Todo el mundo captó el mensaje. Mosiahs que se desternillaban de risa y se abrían paso como podían empezaron a llamar a sus carruajes. Otros Mosiahs hacían aparecer los carruajes y algunos simplemente se desvanecían. Los Corredores se abrían multitudinariamente, enormes agujeros en la nada, hasta que el aire de la Arboleda empezó a parecerse a un gran queso mordisqueado por las ratas. Cientos de Mosiahs penetraron en ellos, dejando a los
Thon-Li
, los Amos de los Corredores, totalmente confundidos.

—¿Sabes? —dijo Simkin-Mosiah con satisfacción, sacando un pedazo de seda naranja de la nada y dándose unos toquecitos con ella en la nariz—,
soy
un genio.

Entró en un Corredor y arrastró a otro Mosiah detrás de él.

—Oye, amigo —le oyó decir a uno de los aturdidos
Thon-Li
—, eres tú, ¿verdad?

11. Huidos

—¡Mosiah, ese estúpido! —bufó Joram, colérico, caminando arriba y abajo—. ¿Por qué abandonó la casa?

—Creo que Mosiah ha sido extraordinariamente paciente. Después de todo, no puedes esperar que comparta tu interés por la jardinería —dijo Saryon agriamente—. Ha estado encerrado en esta casa durante más de una semana sin hacer otra cosa que leer libros mientras tú te has...

—¡De acuerdo, de acuerdo! —lo interrumpió Joram de mal talante—. Ahorradme el sermón.

Con un suspiro, el entrecejo arrugado por la preocupación, Saryon se recostó sobre las almohadas, jugueteando nerviosamente con las manos en la sábana. Era por la tarde. Mosiah llevaba todo el día fuera, y nadie sabía dónde estaba. Pero ninguno de sus anfitriones estaba especialmente preocupado por ello; era totalmente natural que el muchacho saliera a visitar Merilon.

Joram cenó con la familia. Lord Samuels y lady Rosamund se mostraron corteses, pero se los notaba fríos y distantes. (Si se hubieran enterado del incidente ocurrido en el jardín familiar, se habrían mostrado indudablemente más fervorosos, pero Marie le había guardado el secreto a su joven señora.) La charla durante la cena se centró en Simkin. Éste había realizado un maravilloso hechizo aquella tarde en la Arboleda de Merlyn. Nadie conocía los detalles, pero había causado sensación en la ciudad.

—Espero que Simkin regrese mañana, para escoltarnos al baile; ¿no lo esperas tú también, Joram? —se atrevió Gwendolyn a preguntarle al muchacho; pero antes de que éste pudiera contestar, intervino lord Samuels:

—Creo que deberías irte a la cama, Gwen —dijo con voz tranquila—. Mañana será un día muy atareado. Necesitas dormir.

—Sí, papá —replicó Gwen, obediente.

Se levantó de la mesa y se retiró a su habitación; no sin dirigir antes una mirada de soslayo a su amado.

Joram aprovechó la oportunidad para abandonar también la mesa, diciendo con cierta brusquedad que debía regresar junto al catalista.

Débil pero consciente, Saryon pudo incorporarse en su cama e incluso ingerir una pequeña cantidad de caldo. La
Theldara
lo había visitado por la mañana y había declarado que ya estaba recuperado, aunque había recomendado descanso, la continuación de la música sedante, las hierbas aromáticas y el caldo de una gallina. También había insinuado que estaría dispuesta a discutir sobre cualquier cosa que el catalista considerara necesario. Saryon había aceptado la música, las hierbas y el caldo, pero había respondido humildemente que no tenía nada que discutir. De modo que la
Theldara
abandonó la casa, sacudiendo la cabeza.

Saryon consideró su dilema una y otra vez. En un febril sueño, había visto a Joram personificando al bufón del juego del tarot, andando por el borde de un acantilado, con los ojos fijos en el sol que brillaba sobre él, mientras la sima se abría a sus pies. Más de una vez, Saryon había empezado a decirle la verdad, a tender la mano que evitaría que cayera por el precipicio. Pero, justo cuando iba a hacerlo, se había despertado.

«Eso le haría darse cuenta del abismo —murmuró el catalista para sí—, pero ¿se retiraría mansamente del borde? ¡No! Príncipe de Merilon. Es todo lo que podría soñar jamás. Y no comprenderá que ellos lo querrán destruir... No —decidió el catalista tras una interminable reflexión—. No; no se lo diré. No puedo. ¿Qué es lo peor que le puede ocurrir ahora? Se encontrará con la
Theldara
y se lo denunciará como impostor. Lord Samuels no querrá hacer una escena en Palacio. Tomaré a Joram y abandonaremos el Palacio rápida y tranquilamente. Luego nos iremos a Sharakan.»

Saryon lo tenía todo calculado, todo arreglado. Pero entonces había ocurrido aquello..., la desaparición de Mosiah...

—¡Algo le ha sucedido! —masculló Joram—. Se ha estado hablando mucho de Simkin durante la cena. Algo sobre un encantamiento que ha realizado. No supondréis que Mosiah iba con él...

Saryon suspiró.

—Quién sabe. Nadie de la casa vio marchar a Mosiah. Nadie ha visto a Simkin desde hace días. —Se quedó en silencio durante un momento; luego dijo—: Deberías irte, Joram. Irte ahora. Si algo le ha sucedido...

—¡No! —exclamó Joram con aspereza; se detuvo en su paseo y miró furioso al catalista—. ¡Estoy demasiado cerca! Mañana por la noche...

—Él tiene razón, me temo, Joram —dijo una voz.

—¡Mosiah! —exclamó Joram, aliviado, contemplando cómo el Corredor se abría y su amigo saltaba fuera de él—. ¿Dónde has...?

Pero su voz se apagó, asombrada, mientras otro Mosiah, que llevaba un pañuelo de seda naranja alrededor del cuello, se materializaba detrás del primero.

—Me ayuda a diferenciarnos —dijo el Mosiah del pañuelo naranja a modo de explicación—. Me estaba empezando a hacer un ligero lío. Por mi honor —continuó con voz lánguida—. Estoy empezando a encontrar esta vida de fugitivo de la justicia bastante divertida.

—¿Qué significa esto? —exigió Joram, mirando a los dos aturdido.

—Es una larga historia. Lo siento. Os he puesto a todos en un terrible peligro.

Mosiah, el auténtico Mosiah, miró a su amigo con serenidad. Una vez que estuvieron bajo la luz, era fácil diferenciarlo de Simkin, incluso sin la ayuda del pañuelo de seda alrededor del cuello. Tenía el rostro pálido y tirante por el miedo; bajo sus ojos aparecían unas oscuras sombras.

—No han estado aquí, ¿verdad? —preguntó, mirando a su alrededor—. Simkin dijo que no lo harían mientras pensaran que yo estaba de moda.

—¿Quién no ha estado aquí? —preguntó Joram, exasperado—. ¿Qué estás hablando... de moda?

—Los
Duuk-tsarith
—respondió Mosiah, apenas en un susurro.

—Será mejor que nos cuentes qué ha sucedido, hijo —intervino Saryon, con la voz quebrada y el miedo atenazándole la garganta.

Precipitadamente y de forma algo incoherente, mientras movía los ojos de un lado a otro de la habitación, Mosiah les contó lo que había sucedido en la Arboleda de Merlyn.

—Y hay copias mías por todas partes —concluyó, extendiendo las manos como si fuera a abarcar el mundo—. ¡Incluso cuando el hechizo de Simkin empezó a desaparecer, la gente comenzó a conjurar la imagen por ella misma! No sé qué estarán pensando o haciendo los
Duuk-tsarith
...

—Tal vez se sientan confundidos durante un rato —repuso Saryon con voz solemne—, pero no tardarán en recuperarse. Desde luego, te habrán relacionado con Simkin. Primero irán a Palacio, harán discretas indagaciones... —sacudió la cabeza—. Será sólo cuestión de tiempo que descubran dónde te has estado alojando. ¡Tiene razón, Joram! ¡Debes irte!

Al ver la expresión de rebeldía en el rostro de Joram, el catalista alzó una débil mano.

—Escúchame. No te estoy diciendo que abandones la ciudad, aunque eso es lo que te aconsejo de todo corazón. Si estás decidido a asistir a la fiesta del Emperador mañana...

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