—¿Qué tal el viaje?
Erica no sabía exactamente qué decir y pensó que las preguntas convencionales funcionarían bien hasta que Anna decidiese contarle qué estaba pasando.
—Bueno, el camino es bastante malo. Vinimos por Dalsland. Emma se mareó en los tramos con más curvas, así que tuvimos que parar dos veces por el camino hasta que se le pasó.
—¡Vaya, pobre Emma!
Dijo Erica en un intento de acercamiento a la pequeña. Emma corroboró su comentario con un gesto, pero su mirada seguía sombría y no se apartaba de su madre.
—Creo que deberíais dormir un rato, Emma. ¿Qué te parece? No habéis echado una sola cabezada durante el viaje, así que debéis de estar muy cansados.
Emma aceptó la propuesta con otro gesto y, para corroborarla, empezó a frotarse los ojos con la mano sana.
—Erica, ¿puedo acostarlos arriba?
—Por supuesto. Que se acuesten en el dormitorio de papá y mamá. Yo estoy durmiendo allí, así que la cama está hecha.
Anna tomó a Adrian de los brazos de Erica que, con gran satisfacción, vio cómo el pequeño empezaba a protestar al verse apartado de una señora tan simpática.
—Mamá, mi manta —recordó Emma cuando ya estaban a medio camino escaleras arriba. Anna bajó por la pequeña bolsa de viaje que había dejado en el vestíbulo.
—¿Te ayudo?
—Qué va, estoy acostumbrada.
Anna acompañó sus palabras de una media sonrisa que denotaba amargura y que a Erica le costó interpretar.
Mientras Anna acostaba a los niños, ella puso otra cafetera. Se preguntó cuántas jarras se había bebido últimamente. Su estómago no tardaría en empezar a protestar. De repente, se quedó paralizada con la mano sujetando la cucharilla del café sobre el filtro. Mierda. La ropa de Patrik estaba esparcida por toda la habitación y, o Anna era una tonta, o sacaría la conclusión inevitable. La sonrisa burlona que Anna lucía al bajar la escalera poco después lo confirmaba.
—Bueeeno, hermanita. ¿Qué es lo que tienes que contarme? ¿Quién es ese hombre al que tanto le cuesta doblar su ropa como es debido?
Erica no pudo evitar sonrojarse.
—Pues bueno, verás, todo ha ido tan rápido, ¿sabes?
Se oyó a sí misma balbucir mientras Anna parecía estar disfrutando de lo lindo. Por un instante, las arrugas de cansancio de su rostro se atenuaron ligeramente y Erica volvió a ver a su hermana como la que siempre había sido, antes de que conociese a Lucas.
—A ver, dime quién es. Deja de tartamudear y dale a tu hermana pequeña todo tipo de suculentos detalles. Puedes empezar por decirme su nombre, por ejemplo. ¿Lo conozco?
—Pues sí, lo conoces. No sé si te acordarás de Patrik Hedström…
Anna lanzó un silbido y se dio una palmada en la frente.
—¡Patrik! ¡Claro que me acuerdo de él! Siempre andaba pegado a ti como un perrillo faldero con la lengua fuera. O sea, que por fin lo ha conseguido…
—Ya, bueno, yo sabía que le gustaba, pero no sabía cuánto…
—¡Por Dios! ¡Debías de estar ciega! Estaba enamorado de ti hasta los huesos. ¡Dios, qué romántico! Es decir, que lleva años suspirando por ti y ahora, por fin, tú lo has mirado a los ojos y has encontrado el gran amor de tu vida.
Anna se llevó la mano al corazón en gesto dramático y Erica no pudo por menos de echarse a reír. Aquella era su hermana, tal y como la había conocido, tal y como la quería.
—En fin, no es exactamente así como lo pintas. En realidad, ha estado casado entre tanto, pero su esposa lo dejó hace un año más o menos y ahora está separado y vive en Tanumshede.
—¿A qué se dedica? No me digas que es obrero, que entonces me muero de envidia. Yo que siempre he soñado con tener sexo con un obrero de verdad.
Con un gesto infantil, Erica le sacó la lengua a Anna, que respondió enseñando la suya.
—No, no es un obrero. Es policía, por si te interesa.
—Vaya, policía. Un hombre con pistola, en otras palabras. Bueno, eso tampoco está nada mal…
Erica casi había olvidado lo chinchosa que podía llegar a ser su hermana y movió la cabeza con resignación mientras servía dos tazas de café. Anna se sentía en casa, fue al frigorífico, sacó el cartón de leche y puso un chorrito en su taza y otro en la de Erica. La sonrisa burlona había desaparecido ya de su rostro y Erica comprendió que había llegado el momento de explicar el porqué de su repentina visita a Fjällbacka.
—Bueno, mi cuento de hadas ha terminado. Definitivamente. Claro que ya estaba acabado hacía muchos años, pero no lo he comprendido hasta ahora.
En este punto, guardó silencio mirando con tristeza el fondo de su taza.
—Sé que nunca te gustó Lucas, pero yo lo amaba de verdad. No sé cómo, logré racionalizar el hecho de que me pegase; siempre me pedía perdón después y me demostraba que me quería. Al menos antes lo hacía. No sé cómo logré convencerme a mí misma de que era culpa mía, de que si conseguía ser mejor esposa, mejor amante, mejor madre, no tendría que pegarme más.
Anna respondía a las preguntas mudas de Erica.
—Sí, ya sé que suena absurdo, pero era una experta en engañarme a mí misma. Y luego, claro, era buen padre con Emma y Adrian y, a mis ojos, eso constituía una buena excusa. No podía dejar a los niños sin su padre.
—Pero ha pasado algo, ¿no?
Erica intentó animar a Anna a seguir adelante, consciente de lo difícil que parecía resultarle continuar. De hecho, se veía herida en su orgullo. Anna había sido siempre una persona extremadamente orgullosa y le costaba admitir sus errores.
—Sí, ha pasado algo. Ayer noche empezó a pegarme, como suele hacer. A decir verdad, cada vez con más frecuencia últimamente. Pero ayer…
Su voz se quebró y Anna tragó saliva un par de veces para contener el llanto.
—Ayer atacó a Emma. Estaba fuera de sí y Emma apareció de pronto, en medio de la pelea, y él no pudo contenerse.
Anna volvió a reprimir las lágrimas.
—Fuimos a urgencias, donde comprobaron que tenía una fisura en el brazo.
—Y Lucas fue denunciado a la policía, supongo.
Erica sintió cómo la rabia le hacía un nudo en el estómago, un nudo que no paraba de crecer.
—No —respondió Anna con un hilo de voz apenas audible, mientras las lágrimas empezaban a rodar por sus pálidas mejillas—. No, dijimos que se había caído por la escalera.
—¡Por Dios, Anna! ¿Y de verdad os creyeron?
Anna sonrió con amargura.
—Bueno, ya sabes lo encantador que puede ser Lucas. Se ganó al médico y a la enfermera de un plumazo. Al final, casi les daba tanta pena de él como de Emma.
—Pero Anna, tienes que denunciarlo. No puedes permitir que quede impune.
Erica miraba a su hermana, que no dejaba de llorar. La compasión y la rabia se debatían con la misma pujanza. Anna se derrumbaba a sus ojos, totalmente amilanada.
—Yo misma me encargaré de que no vuelva a ocurrir. Fingí que escuchaba sus disculpas y, después, preparé el equipaje y lo metí en el coche para salir en cuanto se marchó al trabajo. Y no pienso volver. Lucas no volverá a hacerles daño a los niños. Si lo hubiera denunciado, habrían llamado a Asuntos Sociales y nos habrían quitado a los niños a los dos.
—Pero Lucas no va a conformarse sin protestar con que tú te quedes con los niños, Anna. Sin una denuncia y una investigación, ¿cómo conseguirás la custodia y la patria potestad exclusivas?
—No lo sé, Erica, no lo sé. Y no tengo fuerzas para pensar en ello ahora mismo. Tenía que marcharme lejos de él. El resto ya se solucionará. No me culpes, por favor.
Erica dejó la taza sobre la mesa, se levantó y fue a abrazar a su hermana. Le acarició el cabello mientras la calmaba. La dejó llorar a sus anchas sobre su hombro, hasta que sintió que se le mojaba el jersey. Entre tanto, su odio hacia Lucas crecía sin cesar. Nada le gustaría más que arrearle un buen puñetazo.
B
irgit oteaba la calle oculta tras la cortina. Karl-Erik comprendió lo nerviosa que estaba, a juzgar por la postura tensa de sus hombros. Desde la llamada del agente de policía, no había dejado de dar vueltas de un lado a otro de la casa. Él, en cambio, se sintió tranquilo por primera vez en mucho tiempo. Karl-Erik pensaba darle al policía todas las respuestas, si él formulaba las preguntas adecuadas.
Los secretos lo habían calcinado por dentro durante tantos años… Para Birgit había sido más fácil, en cierto modo. Su forma de enfrentarse a la situación había consistido en negar que aquello hubiese ocurrido en realidad. Se negaba a hablar de ello y seguía mariposeando por la vida como si nada hubiese sucedido. Pero todo había sucedido. Y no había pasado un solo día sin que él pensase en ello, y cada vez sentía la carga más pesada de llevar. Sabía que, aparentemente, Birgit era la más fuerte de los dos. En todos los eventos sociales, ella lucía como una estrella mientras él era el personaje gris, un ser invisible a su lado. Ella, con sus hermosos vestidos y sus magníficas joyas y su maquillaje como escudo.
Luego, cuando llegaban a casa tras otra animada noche de glamour y ella se quitaba su armadura, era como si se hundiese de repente quedándose en nada. Lo único que persistía entonces era una niña temblorosa e insegura que se aferraba a él buscando apoyo. Durante todos sus años de matrimonio, él se había debatido entre los diversos sentimientos que le inspiraba su esposa. Su belleza y su fragilidad despertaban en él sentimientos de ternura y un claro instinto protector, lo hacían sentirse como un hombre; pero su rechazo a enfrentarse cara a cara a los aspectos más difíciles de la vida lo irritaban a veces hasta sacarlo de quicio. Lo que más lo indignaba era la certeza de que, en el fondo, Birgit no era una necia, pero le habían inculcado que, cueste lo que cueste, la mujer debe ocultar su inteligencia y emplear toda su energía en aparecer hermosa y necesitada. En complacer. De recién casados, no le llamó la atención, pues era lo normal en aquella época. Pero los tiempos habían cambiado e imponían exigencias muy distintas tanto a hombres como a mujeres. Él había sabido adaptarse, pero no su esposa. Por ese motivo, aquél sería un día terrible para ella. Karl-Erik sospechaba que, en el fondo, ella sabía lo que pensaba hacer. De ahí que se hubiese pasado casi dos horas deambulando nerviosa por la casa. Pero Karl-Erik tenía la certeza de que Birgit no le permitiría ventilar los secretos familiares sin oponer resistencia.
—¿Por qué ha tenido que venir Henrik?
Birgit le preguntó angustiada, mirándolo sin dejar de retorcerse las manos.
—El policía quería hablar con la familia. Y Henrik pertenece a la familia, ¿no?
—Sí, bueno, es que me parece innecesario mezclarlo a él en esto. Ese agente no querrá más que hacernos algunas preguntas generales, y obligarlo a venir aquí por algo así… En fin, que me parece innecesario, simplemente.
El tono de su voz subía y bajaba para ocultar las preguntas no formuladas. La conocía tan bien…
—Ya está aquí.
Birgit se apartó rauda de la ventana. Al cabo de un rato, llamaron a la puerta. Karl-Erik respiró hondo antes de ir a abrir, mientras Birgit se retiraba rápidamente a la sala de estar, donde Henrik aguardaba sentado en el sofá, sumido en sus pensamientos.
—Hola, soy Patrik Hedström.
—Karl-Erik Carlgren.
Se estrecharon la mano y Karl-Erik calculó que el policía tendría más o menos la edad de Alex. Últimamente lo hacía a menudo. Consideraba a las personas en relación con Alex.
—Pasa. Podemos sentarnos a hablar en la sala de estar.
Patrik se sorprendió al ver a Henrik, pero se recobró enseguida y fue a saludar a Birgit y también al yerno. Una vez se hubieron sentado todos en torno a la mesa, siguieron unos minutos de tenso silencio, hasta que Patrik tomó la palabra.
—Bueno, esto ha sido un tanto precipitado, así que os agradezco que hayáis aceptado recibirme con tan poco margen.
—Pues nos preguntábamos si habría pasado algo, si habría habido alguna novedad. Llevamos ya tiempo sin recibir noticias y…
Birgit dejó la frase inconclusa y miró a Patrik esperanzada.
—Vamos lentos, pero seguros. Eso es lo único que puedo decir por ahora. El asesinato de Anders Nilsson le ha dado otro giro al asunto.
—Sí, claro. ¿Sabéis ya si se trata de la misma persona que asesinó a nuestra hija?
El ritmo frenético y nervioso del parloteo de Birgit hizo que Karl-Erik contuviese el impulso de tomarle la mano para calmarla. Hoy tenía que resistir la tentación de adoptar ese papel protector que tan bien desempeñaba.
Por un instante, se permitió incluso dejarse llevar con el pensamiento, lejos del presente, a un tiempo que ahora se le antojaba muy lejano. Miró a su alrededor y vio la sala de estar con cierta aversión. Con qué facilidad habían caído en la tentación; casi se percibía el aroma a un dinero manchado de sangre. La casa de Kålltorp era mucho más de lo que jamás se habían atrevido a soñar siquiera cuando las niñas eran pequeñas. Era grande, amplia, conservaba los detalles de los años treinta, y se habían podido permitir todo tipo de comodidades. Con el salario del trabajo en Gotemburgo, lo habían conseguido todo.
La habitación en la que se encontraban era la más grande de la casa. Demasiado abigarrada de muebles y adornos para su gusto, pero Birgit tenía una incontenible predilección por los objetos brillantes y luminosos y todo era prácticamente nuevo. Cada tres años, más o menos, solía empezar a quejarse de que todo estaba ya estropeado y de lo harta que estaba de lo que tenían en casa y, tras varias semanas de miradas suplicantes, él solía ceder y terminaba abriendo la cartera. Era como si, al tenerlo todo siempre nuevo, Birgit pudiese reinventarse a sí misma y su propia existencia constantemente. Ahora se encontraba en su periodo Laura Ashley, por lo que la habitación estaba repleta de flores y lazos de una feminidad sofocante. Aunque bien sabía él que sólo tendría que aguantarlo un par de años más; si tenía suerte, Birgit se inclinaría por los sillones Chesterfield y los motivos de cetrería ingleses. Claro que, de lo contrario, el próximo cambio le llenaría la casa de motivos de fieras salvajes.
Patrik se aclaró la garganta.
—El caso es que tengo algunos interrogantes que quisiera me ayudasen a aclarar.
Nadie hizo el menor comentario, así que Patrik prosiguió.
—¿Saben cómo se conocieron Alex y Anders Nilsson?
Henrik quedó desconcertado y Karl-Erik comprendió que él no sabía nada. Le dolía por él, pero no podía hacer nada por ayudarle.