—¡No pueden dejarnos aquí sin más!
—Lo siento. Les daremos todos los suministros...
—¡No pueden! ¡No pueden!
Ruth volvió a posar la mirada en el fuego mientras Maureen suplicaba en un tono más suave y la otra mujer californiana se echaba a llorar. No se daban cuenta de que estaban mucho mejor allí.
Lo interesante era que Maureen parecía tener la misma falsa idea utópica de Colorado que Sawyer. Ruth también se había creado expectativas poco realistas a bordo de la EEI. Tal vez todo el mundo necesitaba la posibilidad de un refugio seguro, en algún lugar, para salir adelante. Ruth no sabía cómo sentirse al respecto. La entristecía y le daba miedo.
Se restregó los ojos para no mirar y deseó que hubiera otra manera de hacerlo.
La carne era fantástica, la grasa crujiente, casi cruda en el hueso. Ruth comió demasiado rápido, intentaba no engullir pero no podía controlarse.
Hernández se aseguró de que Ruth tuviera su propia tienda, una de acampada tipo iglú, para dos personas. Los soldados la plantaron entre el fuselaje del C-130 y sus tiendas, más grandes.
Ella se lavó la cara y las manos en un barreño de plástico. Le hubiera gustado, al menos, quitarse la camiseta y limpiarse el cuello y las axilas. Un baño estaría mejor, pero no tenía intimidad, rodeada de soldados, y allí el agua era un recurso muy preciado. A diferencia de Leadville, rodeado de cordilleras y nieve, en aquel pequeño islote sólo había dos débiles saltos de agua, y uno se secaba todos los veranos. Ruth había oído que Maureen le comentaba a Hernández dos veces que había que racionar el agua.
Ruth se quedó mirando el barreño, goteando, reacia a prepararse para la noche pese a sentir un cansancio absoluto. No estaba segura de poder dormir. Allí los insectos eran repugnantes, omnipresentes y ruidosos. Y el miedo de Ruth era como unas descargas incesantes de adrenalina, semejantes a las picaduras de esos mismos insectos. Hernández había informado de las pistas por radio, los nombres «Arcos» y «Freedman», pero podrían pasar días hasta que el FBI encontrara algo útil.
La conspiración ya se habría descubierto mucho antes.
Si Hernández había incluido el nombre de Ruth en su informe, aunque sólo fuera para elogiar sus esfuerzos, sería pronto. Esa misma noche. ¿Qué ocurriría? El combustible era un bien muy preciado, ¿la enviarían de vuelta? ¿Se produciría un tiroteo cuando un grupo de soldados se volviera contra el otro?
Se alegró cuando Cam dio un golpe en una caja de suministros y gritó:
—¡Tengo que verla!
Desde la perspectiva de Ruth, el grupo de hombres era una sombra intrincada, con las linternas enfocadas hacia el cuerpo de Cam. Los soldados parecían dispuestos a impedirle el paso. Ruth salió presurosa y dijo:
—Esperen.
—Quiero intentarlo de nuevo con Sawyer —le dijo Cam—, sólo usted y yo para que no se sienta tan acorralado.
—Yo iré —dijo D. J., que llegó a zancadas al lado de Ruth.
Cam negó con la cabeza.
—No se lo he pedido.
Se movía en la oscuridad como si hubiera nacido para ello, en absoluto entorpecido por su cojera. Ruth y los marines de su escolta no se separaban del incesante cono blanco de sus linternas, miraban abajo, observaban la suave carretera de asfalto en busca de peligros inexistentes. Los cincuenta metros entre su campamento y la cabaña eran distancia suficiente para que Cam los dejara atrás.
Se veía la luz de unas linternas en dos ventanas, en la parte delantera de la cabaña y en un lateral. En la habitación de Sawyer. La noche, tan cerrada, podría haber incomodado a Ruth, pero intensificaba su sensación de inclusión. La fría oscuridad parecía mucho más abarcable que la luz del día, ocultaba los kilómetros de tierra inhóspita que descendía a sus pies.
Oyó a los niños dentro, débilmente, luego la voz más profunda de un hombre. Las linternas de los soldados se alzaron y captaron a Cam y al doctor Anderson, juntos, en la puerta principal. Levantaron las manos para protegerse la cara.
—Gracias —dijo Ruth a los dos soldados—. Esperen aquí.
—Ah, no, señora. —El sargento Gilbride meneó la cabeza.
—Se trata de no atosigarlo...
—Nos quedaremos fuera de su habitación. No sabrá que estamos ahí. —Gilbride empezó a avanzar, gesticulaba hacia Cam, y la potente luz de la linterna se posó en ellos cuando se abrió la puerta. Entraron, Ruth estaba atrapada entre Gilbride y el otro soldado.
¿Qué les había dicho Hernández a esos hombres, que tuvieran cuidado de que aquella gente no la tomara como rehén para que los llevasen a Colorado? Sawyer era más valioso que ella, y habían hecho todo lo que estaba en su mano para que pudieran contar con él...
Los tres niños tenían varias filas de naipes en el suelo, junto a la linterna, un juego que ella no conocía. El doctor Anderson se arrodilló entre ellos. Cam llevó a los dos marines y a Ruth hacia la habitación de Sawyer y se detuvo allí.
—Usted parece tener sentido común —le dijo Cam, mirándola a los ojos. Ruth se encogió de hombros ante el cumplido. Luego bajó el tono de voz—: Flirtee con él.
—¿Qué? Sí, de acuerdo. —Llevaba el ordenador portátil en un costado, en la mano sana. Se puso el fino maletín contra el pecho, sonriente, además de irritada, porque el verdadero motivo por el que la había escogido a ella eran sus tetas. Era la mujer equivocada.
Él no le devolvió la sonrisa.
—Lo digo en serio. Sin pasarse, sólo para ver qué pasa.
—Ningún problema.
En la habitación de Sawyer reinaba un hedor rancio. Tenía los intestinos hechos un desastre, y su función digestiva estaba muy alterada. El doctor Anderson había dicho que lo que Sawyer ganaba comiendo le provocaba tal desgaste al digerirlo que casi se consumía aún más. Describió heces grumosas, hinchazones y ataques de gritos. Ruth se preguntaba si aquellas flatulencias eran el resultado de haberle dado a comer las costillas. También se preguntó si Cam lo había hecho a propósito, para hacerle daño y que bajara la guardia.
Ella nunca llegaría a comprender del todo la relación entre aquellos hombres, de hermanos, enemigos, cada uno dependiente y al mismo tiempo dominante respecto del otro.
—Eh, tío —dijo Cam—, ¿te encuentras mejor?
—No. —Sawyer estaba tumbado sobre el costado derecho, su lado más débil, con las rodillas levantadas por debajo de las mantas. La otra mano se movía por el borde del colchón, como un cangrejo. Buscaba a tientas, se paraba y volvía a buscar. Tenía los párpados bajos y la mirada desviada.
Una parte de ella deseaba no estar allí. No tenía ni idea de qué hacer. Su impulso era gritar y suplicar, podían ofrecer muy poco a alguien en el estado de Sawyer. Pensó compungida en Ulinov, el pobre Ulinov, que había intentado durante días y semanas que ella volviera a su trabajo cuando se quedaba absorta mirando por la ventana del módulo de laboratorio.
Sawyer la sorprendió de nuevo.
—Ha vuelto —dijo con bastante claridad, en un tono de arrepentimiento, casi infantil.
Ruth se caía de cansancio, pero Sawyer, mucho más débil, había quedado reducido a un estado muy vulnerable... Era lo que Cam esperaba, lo tenía planeado.
—Quiere saber más de tus ideas —dijo Cam.
—Mucho más. —Ruth levantó el portátil—. Le enseñaré las mías si usted me enseña las suyas.
—Ah. —El gruñido de Sawyer le sonó ambiguo, pero intentó levantar la cabeza, con un temblor en los músculos del cuello que enseguida se convirtió en un estremecimiento. Se desplomó en el colchón con un suspiro.
Cam lo incorporó y le desenredó las piernas. Sawyer soltó un alarido. Ruth se apartó de ellos y se puso a toquetear el portátil mientras los miraba de reojo. Por fin estuvo acomodado. Lástima que Cam se colocara a la izquierda de Sawyer, su lado más fuerte, probablemente por costumbre, porque era más fácil hablar con la parte viva de su cara.
Ruth se sentó cerca, con la voluminosa escayola como un arma o un muro entre ellos. El ojo caído y la mejilla de Sawyer eran una barrera de otro tipo.
—Esto es lo mejor que hemos podido reunir —anunció, y se colocó el portátil abierto sobre las piernas.
El primer gráfico era de Vernon, una progresión simplificada para impresionar a los peces gordos sin conocimientos técnicos. Tenía cuatro cuadrados arriba y cuatro abajo, como una tira de cómic. Mostraba una estrella descomunal en dos dimensiones que representaba a un NAN cazador que atacaba y luego desmontaba una especie de anzuelo que tenía un nano Arcos. La descripción por escrito de cada gráfico era de diez palabras como máximo.
—¿Sáis so hora? —preguntó Sawyer, que soltaba los sonidos a trompicones.
—¿Usáis eso ahora? —dijo Cam.
—No, aún estamos haciendo pruebas. Es una maqueta, pero el trabajo preliminar es sólido, hemos logrado el cincuenta y ocho por ciento de eficacia. No cabe duda de que el método de discriminación funciona.
—Cinquenta cho esmal. —Sus palabras arrastradas seguían siendo incoherentes, pero el tono despectivo era inconfundible.
—Cincuenta y ocho es muy poco —admitió ella—, pero si podemos funcionar más rápido que el Arcos, tal vez no importe que la tasa de error sea alta.
Sawyer se movió inquieto, volvió a gruñir, y Ruth lamentó sus dificultades para hablar. ¿Eso quería decir que sí, que no, o algo completamente distinto? ¿Cuántas cosas se callaba porque le costaba decirlas? Miró, más allá de su rostro deforme, a Cam, en busca de ayuda.
Estaría bien advertirlo, reclutarlo para la conspiración. Cam sería decisivo para seguir controlando a Sawyer, y quizá necesitaran otro par de manos durante la toma del poder, pero había demasiado en juego. Apenas lo conocía, y cabía la posibilidad de que fuera directo a Hernández a contarle la confesión de Ruth.
Siempre alerta, Cam advirtió su mirada y al parecer la interpretó como una provocación.
—A lo mejor tú puedes mejorarlo —le dijo a Sawyer—, hacer que llegue al cien por cien.
—Sí. —Sawyer inclinó la cabeza.
—Tengo pruebas y esquemas —dijo Ruth.
—Déjae ver. —Sawyer trasteó con una mano en el ordenador, Ruth intentó ayudar, aunque, la escayola la estorbaba. Cam intervino y entre los tres consiguieron poner el portátil sobre los muslos de Sawyer.
Avanzó y retrocedió por los datos que Vernon había recopilado, diagramas modulares y análisis de pruebas. Masculló algo entre dientes. Dio un golpe con la mano sana en la cama. Cam observaba la pantalla mientras traducía el gruñido de Sawyer, tal vez con la esperanza de comprender mejor aquellos términos y conceptos:
—Sólo el hecho de introducir esta tecnología NAN en el cuerpo debería mejorar su capacidad para seleccionar el objetivo. Se concentrará en los mismos lugares que el Arcos, en las extremidades y los tejidos de las cicatrices.
Ruth asintió con la precaución de alguien que está en un campo de minas.
—Seguro.
No quería discutir. ¿Y si se callaba durante una semana sólo para castigarlos? Sin embargo, los seres humanos no eran contenedores vacíos. Los organismos de los seres humanos y los animales eran mil veces más complejos que el resto de los integrantes del ecosistema de la Tierra. Esos organismos estaban repletos de venas y tejidos. El sistema sanguíneo podía hacer que la mayoría de los nanos de la vacuna se acercaran a la mayoría de nanos Arcos, pero cada Arcos extraviado allí podría reproducirse...
Sawyer se le había adelantado.
—El problema es lo que nos dejamos —dijo, a través de Cam—, y este método de discriminación parece bueno. Probablemente se tardaría un año más con todos los que se han dejado la piel en esto para incrementar ese porcentaje. Así que hay que añadir un nuevo componente.
—Más masa nos hará más lentos. —La crítica le salió antes de poder contenerla, aunque Ruth acabara de recordarse que no debía hacerle enfadar.
Sin embargo, Sawyer parecía disfrutar con el reto. Soltó una carcajada ronca y dijo:
—Si ona, ciona.
Cam sacudió la cabeza.
—Perdona, ¿qué?
—Si... —repitió Sawyer, fuerte, con rabia.
—Si funciona, funciona. Por supuesto —dijo Ruth.
El nano Arcos generaba cantidades ínfimas de calor residual, una fracción de caloría cuando despertaba por primera vez dentro de un cuerpo anfitrión y luego setenta y una veces más durante su reproducción. Al modificar el nano vacuna para detectar ese calor como ayuda para la discriminación, Sawyer pensaba que podían garantizar que localizara a todos los Arcos que no hubieran sido destruidos mientras aún estaban inactivos. La persona en cuestión, el campo de batalla, podría experimentar cierto dolor y una acumulación de heridas a largo plazo, pero la mejor manera de mejorar el nano vacuna sería tener un prototipo que funcionara y poder probarlo y perfeccionarlo.
Era una posibilidad. Sería innovador. Y rápido. Sawyer insistió en que no habría que hacer ningún nuevo diseño. Él podía fabricar un sensor térmico programado, y su equipo había utilizado aparatos de fabricación LUVE, láser ultravioleta extremo, con una capacidad mecánica superior al MMFA o la sonda de electrones de Leadville.
—Pero la mayor parte de Stockton se quemó —dijo Ruth. Era el inicio perfecto, suponiendo que el informe del FBI que apuntaba a esa ciudad fuera correcto—. ¿Y si su laboratorio quedó arrasado?
Sawyer se dio la vuelta con rigidez y dirigió la parte animada de su rostro hacia ella. Sus labios agrietados se contrajeron para esbozar una fina sonrisa rígida. Luego meneó la cabeza y pronunció con cuidado cuatro sílabas, encantado como siempre de corregirla.
—Sacramento —dijo—. No vamo a Sacramento, al carent catro de alie sesnta cho.
El cuarenta y cuatro de la calle 68.
Ruth contuvo la respiración, incapaz de disimular su euforia. Sin embargo, el ojo sano de Sawyer no se separaba del rostro de Ruth, consciente y muy cansado. Ella no lo había engañado. Sawyer había decidido revelar su secreto, tras impresionarla de nuevo con sus habilidades.
No era una rendición, sino un cambio de estrategia. Farfulló durante unos diez minutos más, aceleró su discurso, desesperado por explicarse mientras su cuerpo le fallaba. La fatiga redujo sus farfullos a una sarta de sonidos y pronto fue incapaz de seguir su propio razonamiento. Se repetía, se daba golpes con la mano en la pierna, cerraba los ojos o la miraba con una intensidad irregular y debilitada.
Sawyer les tenía preparada una sorpresa más.