Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
Garza lo miró directamente y volvió a humedecerse sus labios cuarteados. Pensé que el odio y la hostilidad regresarían a sus facciones, pero su expresión me hizo apartar la mirada. Garza fue capaz de muchas cosas en su vida, incluyendo el asesinato, pero sacrificar al único hombre que le había mostrado algo de amistad y cariño, por poco que fuera, era algo que estaba más allá de su capacidad.
—Fue... idea mía. Nadie me ayudó.
—Tu odio por Gorrión debe haber sido increíblemente intenso, Garza. ¿Por qué?
—Gorrión es... un buen hombre —murmuró Garza una vez más.
—Entonces, ¿por qué, Garza?
Garza inclinó la cabeza y dejó fluir sus lágrimas. No respondió.
El Capitán se quedó en silencio y pensé que estaba conmovido, que Tibaldo estaba equivocado, que incluso puede que le perdonara la vida a Garza. Tras un largo momento, hizo una anotación final en su tablilla y se levantó.
—El acusado queda sentenciado.
La estupefacción de los asistentes fue sobrecogedora.
Ya nos habíamos puesto en fila para salir cuando el Capitán alzó el brazo. Fue preciso, formal... militar de una manera que no habíamos visto nunca. Recuerdo que pensé en lo mucho que la mayoría lo habíamos admirado y amado en otros tiempos.
Ahora, como ocurrió durante la generación de Orix, la mayoría le teníamos un miedo atroz.
—Continuaremos en el período siguiente. Estará presente toda la tripulación excepto aquellos cuyas tareas sean vitales para el funcionamiento de la nave.
Garza iba a morir. Y aparentemente, también otros.
M
i reacción ante la sentencia de Garza fue extraña. Mi mente se llenó de pensamientos mórbidos acerca de la forma de ejecución. ¿Sería Banquo no solo uno de los hombres del Capitán sino además su verdugo público? ¿Le daría Abel una inyección letal a Garza? ¿O lo encerrarían en su compartimento hasta que muriera de inanición?
A la siguiente comida, miramos a hurtadillas a Zorzal pero nadie le habló. La mayoría de nosotros esperábamos ver a Garza a sus pies, a la espera de que Zorzal le encomendara algún recado. En cuanto a mí, ya no tenía nada más que temer de Zorzal, o eso pensaba yo, ya que a partir de ahora sería el principal sospechoso si me ocurría algo. Como Garza había sido sentenciado, no había nadie que llevara a cabo sus conjuras en su nombre. De ahora en adelante, Zorzal se cuidaría mucho de que yo siguiera con vida.
Una vez condenado, Garza adquirió un estatus que lo hubiera asombrado. El intento de asesinato lo había colocado más allá de lo tolerable; pero su comparecencia ante el Capitán había sido tan patética que se ganó la simpatía de la mayor parte de la tripulación. Incluso a mí me resultaba difícil aceptar la sentencia del Capitán... pero ¿cuál debería ser entonces la pena por intento de asesinato? ¿Treinta períodos a pan y agua? ¿Cincuenta latigazos?
Considerándolo en abstracto, la muerte era un castigo adecuado, pero aun así... ¿cómo iba a morir? ¿Y cómo reaccionaría la tripulación una vez que se dieran cuenta de que algo vivo, algo pensante, algo que caminaba, hablaba, flexionaba sus dedos y se golpeaba los pies contra los mamparos sería deliberadamente privado de su vida?
Sabía que una buena parte de la tripulación no creía que el Capitán pudiera condenar a nadie a muerte. ¿Qué ocurriría cuando la muerte de Garza fuera una realidad? ¿Qué pensarían? ¿Qué harían?
Garza me preocupaba no sólo por lo duro de la sentencia sino porque sospechaba que habría más juicios en el futuro y sabía sobre qué versarían y a quiénes concernirían. Después de que dejáramos Aquinas II, cambiaríamos de rumbo hacia la Oscuridad. Pero el Capitán no se arriesgaría a emprender el viaje con un motín entre manos. Lo había tolerado en generaciones pasadas, pero ahora no podía permitírselo. El juicio de Garza era un preludio al aplastamiento del motín.
Estaba asustado, y no sólo por mí mismo, gracias a Dios había permanecido apartado de la conspiración, sino por Cuervo, Ofelia, Noé, Gavia y el resto de los amotinados. Intenté no pensar en ello, pero los demás no podían permitirse ese lujo. Después de mi siguiente partida de ajedrez con Noé, éste plegó el tablero y me lo entregó.
—Ahora es tuyo, Gorrión.
Era su posesión más preciada. Me negué a aceptarlo, fingiendo no saber por qué me lo ofrecía.
—Lo necesitas para practicar —dije—. Quédatelo.
Negó con la cabeza.
—Ésa fue mi última partida, Gorrión.
Nadie nos prestaba atención pero aun así bajé mi voz hasta un murmullo.
—¿Crees que el Capitán te enjuiciará?
—Perderá la nave si no lo hace.
—No deberías contarme eso —le advertí.
Se encogió de hombros.
—Y tú tampoco deberías hablar conmigo.
Me sentí desdichado.
—No sé qué decir.
—Gorrión. —Se quitó las gafas y las limpió con la banda del faldellín, pero sus ojos no se apartaron de los míos—. Eres muy importante para esta nave y su tripulación. Tienes que darte cuenta de ello... y protegerte del Capitán y de Zorzal.
—Zorzal no me molestará —dije con aplomo.
Alargó el brazo y me apretó la mano con tanta fuerza que dolía.
—No seas idiota. Zorzal no es como los demás a bordo, y entre todos, tú eres el que menos lo conoces. Tu ignorancia te matará, Gorrión. Es tu enemigo. Lo ha sido desde el principio.
Pensé con irritación que me estaba tratando como a un niño. Nadie conocía a Zorzal tan bien como yo.
—¿Y el Capitán? —pregunté con sarcasmo, e inmediatamente me arrepentí del tono de mi voz. Quizá fuera la última vez que hablaba con Noé, la última vez en que me enseñaría una lección, sobre el ajedrez o la vida. Pero una parte perversa de mí también decía que si estaba leyendo el futuro en los posos de una taza de té, bien podría escuchar lo que tenía que decir.
Apartó su mano, dejándome la marca blanca de sus dedos en la mía.
—El Capitán —repitió. Sus ojos ya no estaban centrados en mí. Veía otra cosa, quizá una anotación en una bitácora, o un archivo que había encontrado en el ordenador o en los registros médicos de la nave—. A tu manera, eres vital para esta nave, Gorrión. Me imagino que hubo un tiempo en que también fuiste vital para el Capitán. Todavía lo sigues siendo para nosotros. —Secamente—: Pero no estoy seguro de que lo seas todavía para el Capitán.
Me debatía entre la curiosidad y el miedo repentino.
—¿Por qué? —pregunté.
Se encogió de hombros una vez más.
—Si lo supiera, te lo diría. Confiaba en que tú me lo dijeras. Esperaba que pudieras recordar.
Seguían queriendo saber qué había sepultado en el interior de mi cabeza. Pero si mis recuerdos eran tan importantes para ellos, estaba seguro de que no lo eran para el Capitán: él ya los conocía, estaba presente en ellos. Deseché la advertencia de Noé sobre el Capitán pero no estaba tan dispuesto a desechar lo que me había dicho sobre Zorzal. Noé tenía razón acerca de lo bien que lo conocía. No lo conocía en absoluto.
Noé apretó el tablero contra mis manos y se volvió.
—Dentro de unas pocas horas tendré que comparecer ante el Capitán. Quisiera pasar esas horas con Julda. —Ahora estábamos solos en el compartimento, los demás habían ido a sus puestos. Al llegar a la escotilla se giró hacia mí y susurró, más para él que para mí—: Cuida de ella, Aarón. Hubo un tiempo en que también la amaste.
No veía a Gorrión cuando lo dijo, ni tampoco fue sólo Gorrión quien le aseguró que si era condenado, la tripulación entera le lloraría.
L
a cubierta hangar estaba completamente abarrotada de gente, pero el Capitán llegaba tarde y también el prisionero. No había visto a Noé, pero me había convencido a mí mismo de que estaba equivocado, que el Capitán dejaría en paz a un viejo inofensivo como él.
Cuando aparecieron finalmente, el Capitán flotaba al frente con Noé detrás, seguido de Banquo y Catón. Ambos llevaban brazaletes negros para indicar que estaban al servicio del Capitán y me percaté de que había unos cuantos entre el público que también los llevaban. El Capitán esperaba problemas, pensé con inquietud, o intentaba intimidarnos.
Se alzó un murmullo, que el Capitán silenció con una mirada. Se sentó detrás de su escritorio y Noé ocupó el lugar de Garza frente a él. El contraste era impresionante. El Capitán era esbelto, de piel bronceada, impecable en su mandil negro ajustado que se ondulaba cuando se movía. La apariencia de poder y el temor que inspiraba probablemente no habían cambiado en dos mil años. Personificaba toda la autoridad de la lejana Tierra, las esperanzas y miedos de toda una raza.
Noé estaba ligeramente encorvado y parecía desaliñado. Los pies y los brazos emergían como astas huesudas de su mandil arrugado, su ralo cabello gris se le levantaba sobre las oreja y le flotaba frente a la cara, así que de vez en cuando tenía que apartárselo de los ojos. Estaba nervioso y al principio le falló la voz, pero jamás perdió la dignidad.
El Capitán hizo unas cuantas preguntas preliminares, y luego fue al meollo del asunto.
—Según tengo entendido hay un movimiento para el motín a bordo y tú eres su líder, ¿es eso correcto, Noé?
Hubo un jadeo de sorpresa colectivo entre aquellos asistentes para los que la mención de un posible motín era una noticia perturbadora.
—Me gustaría enfrentarme a mis acusadores —dijo Noé.
El Capitán desestimó la idea.
—Tu petición te sería concedida si estuviéramos en la Tierra y éste fuera un juicio formal. Pero por necesidad las comparecencias a bordo de esta nave tienen carácter informal, un intento por llegar a la verdad.
—¿La sentencia también será informal? —Noé estaba azuzando al Capitán, pero éste se negó a morder el anzuelo.
Estudió a Noé durante un momento. Creo que se dio cuenta de que no podría obligar al viejo a confesar nada que no quisiera, y decidió tentarlo. Repentinamente se volvió más informal, más parecido al Capitán con el que hablé en el puente por primera vez.
—Tienes tus opiniones, Noé. Estoy seguro de que son diferentes de las mías y crees que son ciertas y fundamentadas. Pero no estoy seguro de que todo el mundo aquí presente las conozca, y creo que tienen derecho a oírlas. —Parecía disculparse—. Creo que estarás de acuerdo en que sería mejor que las expusieras públicamente en vez de intentar convencer a los tripulantes en secreto.
Sonaba justo, y ponía al Capitán a la altura de los ángeles, animando a la discusión abierta de ideas en vez de al motín. También era una trampa y no estaba seguro de si Noé, cegado por sus propias convicciones, sería capaz de verla.
Noé parecía indeciso.
—Un asunto por debatir, entonces.
El Capitán asintió mostrándose de acuerdo y se reclinó hacia atrás en su silla.
—No crees que haya vida en el universo, ¿verdad, Noé?
—Sólo la que hay a bordo de esta nave y allá en la Tierra.
El Capitán sonrió.
—Aparte de la Tierra, Noé.
—No —dijo lentamente Noé—. No creo que haya otra vida en el universo. Creo que es un milagro que ocurrió sólo una vez.
El Capitán garabateó una nota en su tablilla.
—¿Puedes aseverar eso de manera científica, Noé?
—La única manera de demostrar que hay vida es encontrándola, y hasta ahora no ha ocurrido.
—¿Y qué parte de la galaxia hemos explorado hasta ahora? ¿La centésima parte de un uno por ciento?
Noé vio la trampa al final.
—Mucho menos que eso, a menos que se cuenten los barridos del radiotelescopio. Entonces es más.
—Pero sigue siendo menos de una centésima parte —repitió el Capitán, con los ojos cerrados.
Hubo murmullos entre la audiencia. El Capitán se había anotado un tanto.
—Estabas descontento con nuestro avance, estabas convencido de que le propósito de la
Astron
era en vano. ¿Es eso correcto, Noé?
—Es correcto en gran parte —dijo Noé con voz tensa.
El Capitán pareció como si quisiese presionarlo más sobre ese tema, pero luego cambió de opinión.
—Así que tú y unos cuantos amigos de ideología similar formasteis un grupo con la intención de... ¿qué? ¿Haceros con el control de la
Astron
? Y entonces ¿qué?
—Volver a la Tierra —dijo Noé, con calma—. El único planeta que conocemos que tiene vida.
Contuve el aliento. Era una admisión de la acusación del Capitán. El Capitán tomó otra nota, y luego soltó el resto de su trampa.