La oscuridad más allá de las estrellas (35 page)

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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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—Sigue siendo un salto de fe gigantesco, Gorrión. —Escribió un par de notas en una tablilla de escritura, y luego preguntó, con demasiada indiferencia—: ¿No consideraste la posibilidad de vida indígena en el planeta?

Y ése era el punto al que quería llegar el Capitán. ¿Creía en que había vida ahí fuera? ¿Creía en la misión de la nave? ¿Todavía estaba dispuesto a seguirle?

Yo tenía razón, se trataba de algo más que el juicio de Garza por intento de asesinato. Vislumbré a Ofelia entre el público y parecía perturbada; ella también se había percatado.

Necesitaba tiempo para pensar y carraspeé ostentosamente antes de responder.

—No hubo señales de una civilización tecnológicamente avanzada en las semanas que precedieron al aterrizaje, señor. Y si hubiera permanecido debajo del reborde hubiera sido cuestión de tiempo antes de que muriera.

El Capitán se encorvó hacia delante en su asiento.

—Así que te arriesgaste a quedar al descubierto e intentar pedir ayuda. Ya que no creía que hubiera vida en el planeta, tu atacante tenía que ser un compañero de tripulación. ¿No es así, Gorrión?

Abrí y cerré la boca varias veces antes de responder, y al final conseguí decir:

—Pensaba que había buenas posibilidades de vida, pero no de seres tan tecnológicamente avanzados que tuvieran armas de proyectiles. Es un planeta joven —titubeé de nuevo, y entonces solté—: Me arriesgué porque tenía que hacerlo. Tenía miedo de perder mi oportunidad.

Se relajó, pero no me dejó ir sin reprimenda.

—No hay un programa establecido para el desarrollo de vida y los diferentes niveles de civilización, Gorrión... no puedes usar la tierra como medida universal.

Acababa de reforzar mi premonición. El juicio de Garza no sería sólo de Garza. Sería sobre la lealtad y la fe, y al final acabaría involucrando a muchos otros tripulantes además de a Garza. Si hubiéramos estado en la Tierra, una buena fracción de la tripulación hubiera huido al siguiente período.

—Gorrión... ¿por qué querría matarte Garza?

No era una pregunta con trampa pero era una a la que no podía responder. No en un juicio público. Y no cuando la formulaba el Capitán.

—No lo sé —dije finalmente.

El Capitán enarcó una ceja.

—¿Un hombre te odia tanto que se ve impulsado a intentar matarte y no tienes ni idea de por qué?

La pregunta quedó en el aire y no pude hacer nada excepto encogerme de hombros. No tenía respuesta. Esperó hasta que el silencio se volvió asfixiante, y luego me dio permiso para retirarme.

E
l interrogatorio de Ofelia y Tibaldo por el Capitán comenzó de forma bastante rutinaria. Ofelia actuaba de forma precisa y respetuosa e incluso creí detectar respeto por parte del Capitán. Garabateó algo más en la tablilla y preguntó sin levantar la vista:

—¿Por qué enviaste a Gorrión a explorar por su cuenta?

Las respuestas de Ofelia, que hasta ese momento habían sido instantáneas, se hicieron más lentas.

—Teníamos un límite de tiempo y quería usar al equipo de la forma más eficaz y cubrir tanto terreno como fuera posible.

El Capitán se reclinó en la silla, se dio unos golpecitos con su punzón de escritura y adoptó un aire pensativo.

—¿No creías que fuera arriesgado enviar a un tripulante solo a un territorio desconocido?

—No consideré que fuera peligroso. Gorrión conocía la geología, podía ver qué aspecto tenía el terreno. Y estábamos en comunicación constante... —Se detuvo, consciente de que había cometido un error.

—Pero no lo estabais, por supuesto. Investigar el barranco implicaba que Gorrión estaría fuera de contacto durante varios minutos.

—No me percaté de eso en aquel momento.

El Capitán sonrió ligeramente.

—No previste que estaría tan ansioso por cumplir una orden que incumpliría otra.

—No, señor.

—¿Y no previste ningún peligro por parte de formas de vida nativa, de haberlas?

Ofelia sabía que era una trampa, pero su orgullo la condujo a ella sin vacilación.

—De haberlas habido, no habría supuesto ninguna diferencia —dijo en tono neutro—. Ninguno de nosotros estaba armado.

El Capitán ya lo sabía de antemano; quería conducir las cosas a otro punto. pero las conclusiones a las que quería llegar no eran para los testigos ni para el acusado, eran para sí mismo. Estaba construyendo un caso para respaldar culquier acción que tuviera que tomar posteriormente.

—En retrospectiva —dijo lentamente—, creo que fue un error. Estoy seguro de que Gorrión también lo cree así. —Estudió su tablilla—. No creías en la posibilidad de vida en Aquinas II incluso antes de aterrizar, ¿verdad, ofelia?

Ofelia palideció y su voz sonó ronca.

—No, señor, no creía.

El Capitán la estudió, obviamente juzgándola y encontrándola en falta.

—Todo el mundo tiene derecho a su opinión, Ofelia. Pero nadie tiene derecho a actuar según esa opinión si con ello pone en peligro a esta nave y a su tripulación. Has quebrantado los procedimientos estándar de exploración, y demostrado falta de sentido común. Quedas relevada de tu puesto.

Hubo un jadeo entre la tripulación allí presente.

Allí, delante del Capitán, Garza nos sonrió a todos con desprecio.

El Capitán pidió un descanso e hicimos cola para salir e ir a presentarnos en nuestros puestos de trabajo si nos tocaba turno o a intentar dormir algo si no. Era la hora de comer en Exploración y comimos en silencio mientras Bisbita nos servía sin decir palabra.

Fue Zorzal el que declaró lo obvio delante de todos:

—No va nada bien, ¿eh?

Y fue el pequeño Cartabón el que le gruñó:

—Cállate, Zorzal.

Zorzal empezó a protestar, vio las miradas en nuestras caras, se calló con un encogimiento y fue a su posición habitual en un rincón. Nadie dijo nada a Ofelia, aunque uno o dos le dieron palmadas en la espalda. Entonces apareció Tibaldo y se pusieron a hablar en voz baja, mientras él le pasaba el brazo por los hombros a ella. Cuando terminó la comida, el zumbido normal de las conversaciones de fondo comenzó de nuevo, aunque no oí a nadie hablando del juicio. Noé sacó el tablero de ajedrez, y me reuní con él para jugar una partida. Jugó muy mal, y le gané con facilidad.

—¿Otra? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—Esta vez no, Gorrión.

Bajé la voz de forma que sólo él pudiera oírme.

—Ofelia es demasiado valiosa como líder de grupo —le dije, intentando confortarlo—. El Capitán la restaurará en su cargo dentro de poco.

—Todavía crees en Kusaka, ¿no, Gorrión? —dijo en tono amargo.

—Supongo que sí —admití—. He tenido más contacto con él que tú... al menos últimamente. —Tenía mis dudas sobre la misión, pero todavía no había perdido la fe en el Capitán.

Se rió sin humor.

—Pobre Gorrión —murmuró—. Tanto como ha vivido y cuán inocente sigue siendo.

T
ibaldo fue el siguiente y el Capitán parecía genuinamente contento de tenerlo de testigo. Pero claro, Tibaldo era un verdadero creyente; Tibaldo estaría encantado de ayudar al Capitán a llegar a las conclusiones que éste quisiera.

Dio una versión detallada de todo lo que había hecho su equipo tras el aterrizaje mientras el Capitán asentía pacientemente.

—Pero enviaste a Garza a explorar el borde del barranco en solitario. ¿No crees que eso fue arriesgado?

—Estaba armado —dijo Tibaldo, lleno de autojustificación—. Me aseguré de que todo el mundo en mi equipo estuviera armado.

—Con armas de proyectiles —concedió el Capitán—. No es exactamente artillería pesada para un planeta del que no sabíamos nada.

Tibaldo puso cara de confusión.

—Éramos un grupo de exploración, no una invasión —dijo lentamente.

—No estaba cuestionando el armamento, sólo el hecho de enviar a un hombre en solitario.

Un eco de malhumor apareció en la voz de Tibaldo.

—Fue idea suya. Pensé que era buena idea. Y lo mismo le pareció a los demás miembros del equipo. Teníamos poquísimo tiempo; queríamos cubrir tanto territorio como pudiéramos mientras estábamos allí.

El Capitán se quedó en silencio, absorto en su tablilla.

—Creo que ya lo veo —dijo al final—. Garza se presentó voluntario para explorar el borde del barranco y tú lo enviaste con ese propósito. —Alzó la vista para mirar a Tibaldo con curiosidad—. Has dicho que los demás miembros del equipo dijeron que era buena idea. ¿Quiénes eran?

Tibaldo parecía descontento.

—Zorzal.

Me puse en alerta. No sabía cómo encajaban las piezas, pero ahora me resultaba obvio que Zorzal conocía las intenciones de Garza. Por supuesto, Zorzal siempre sabía lo que planeaba Garza.

—Quizá Zorzal hubiera debido ser el líder del equipo, entonces —dijo el Capitán secamente—. ¿Pensabas que las posibilidades de vida en Aquinas eran buenas?

Como le había pasado a Ofelia, Tibaldo empezo a sudar profusamente.

—Sí, señor.

—Pero aun así dejaste que Garza fuera solo.

La voz de Tibaldo estaba preñada de frustración mientras intentaba explicar algo que el Capitán no podía o no quería comprender.

—Lo envié en misión de reconocimiento. Un grupo de exploración no puede explorar nada si permanecen todos juntos. Estratégicamente, hubiera sido igual de peligroso si nos hubiéramos dividido. Garza se presentó voluntario para reconocer el terreno y como tal lo envié.

—Tienes toda la razón —dijo el Capitás sarcásticamente—. Enviarlo en misión de reconocimiento fue una buena idea. Pero enviarlo de forma que pudiera asesinar a otro miembro de la tripulación fue una idea muy mala.

Incluso desde donde me encontraba pude ver que Tibaldo empezaba a temblar.

—No conocía sus intenciones.

—¿Sabías cómo iba equipado?

—Equipamiento estándar... más una pistola de proyectiles. Todos llevábamos una.

El Capitán sacudió la cabeza.

—¿Sabías que tenía un detector de radiofrecuencias además de la pistola? Podía determinar la ubicación de los tripulantes en otros equipos. Podía saber quiénes eran por los números en sus trajes. Y podía verlos con más facilidad desde lo alto de lo que hubiera podido desde abajo.

Desde el momento en que había puesto pie en Aquinas II, Tibaldo había comandado su parte del aterrizaje como si se tratara de una operación militar. Zorzal y Garza lo sabían, y habían contado con ello. Enviar a un explorador en misión de reconocimiento sería una idea muy atractiva para Tibaldo. Así que Garza había obtenido permiso para ir de caza y la pieza a cobrarse había sido yo.

—¿Sabías que Garza y Gorrión eran enemigos?

Tibaldo miró a Garza con desprecio.

—Sí. Pero en realidad Garza no tiene amigos.

—¿Por qué?

Un encogimiento incómodo por parte de Tibaldo.

—Supongo que es debido a que nadie le cae bien, y como resultado no le cae bien a nadie.

El Capitán parecía irritado.

—Ésa es una respuesta inadecuada. Todo el mundo tiene al menos un amigo. ¿Quién era en el caso de Garza?

Sin vacilación:

—Zorzal era el único en la división que podía tolerarlo.

—¿Tienes alguna idea de por qué Garza querría matar a Gorrión?

Era una pregunta crucial, pero Tibaldo se equivocó de respuesta.

—No se gustan mutuamente. Aparte de eso, no lo sé.

El Capitán suspiró.

—Has sido líder de equipo tanto para Gorrión como para Garza y aun así no tienes ni idea de por qué Garza tiene tan pocos amigos o por qué él y Gorrión son enemigos. Deberías conocer mejor a la gente bajo tu mando. —Dio un golpecito sobre la tablilla—. Puedes retirarte, Tibaldo. Por ahora.

Era injusto. Ningún tripulante a bordo, a excepción del Capitán, había hecho más de media docena de aterrizajes. Los aterrizajes eran demasiado infrecuentes para crear gente especializada en ellos, que supieran mandar a la gente. Tibaldo era el mejor que teníamos, un hombre que había trabajado duro, que creía en la misión y que adoraba al Capitán como a un héroe. Por razones que no entendía, el Capitán lo había humillado delante de la tripulación, cuestionando sus decisiones y su profesionalidad. Una vez más, me sentí inquieto.

El siguiente testigo sería probablemente Zorzal, el único amigo de Garza y el hombre por el que Garza haría cualquier cosa.

Tenía curiosidad por ver qué haría Zorzal por Garza.

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