Read La Odisea Online

Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (32 page)

BOOK: La Odisea
5.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

135
Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo:

136
—Entiendo, hágome cargo, lo mandas a quien te comprende. Mas, ea, habla y dime con sinceridad si me iré de camino a participárselo al infortunado Laertes; el cual, aunque pasaba gran pena por la ausencia de Odiseo, iba a vigilar las labores y dentro de su casa comía y bebía con los siervos cuando su ánimo se lo aconsejaba; pero dicen que ahora, desde que te fuiste en la nave a Pilos, no come ni bebe como acostumbraba, ni vigila las labores, antes está sollozando y lamentándose, y la piel se le seca en torno a los huesos.

146
Contestóle el prudente Telémaco:

147
—Muy triste es, pero dejémoslo aunque nos duela; que si todo se hiciese al arbitrio de los mortales, escogeríamos primeramente que luciera el día del regreso de mi padre. Tú vuelve así que hayas dado la noticia y no vagues por los campos en busca de aquél; pero encarga a mi madre que le envíe escondidamente y sin perder tiempo la esclava despensera; y ésta se lo participará al anciano.

154
Dijo así y dio prisa al porquero; quien tomó las sandalias y atándoselas a los pies, se fue a la ciudad. No dejó Atenea de advertir que el porquerizo Eumeo salía de la majada; y se acercó a ésta, transfigurándose en una mujer hermosa, alta y entendida en espléndidas labores.

159
Paróse al umbral de la cabaña y se le apareció a Odiseo, sin que Telémaco la viese, ni notara su llegada, pues los dioses no se hacen visibles para todos; mas Odiseo la vio y también los canes, que no ladraron, sino que huyeron, dando gruñidos a otro lugar de la majada. Hizo Atenea una señal con las cejas: la entendió el divino Odiseo y salió de la cabaña, transponiendo el alto muro del patio. Detúvose luego ante la deidad y oyó a Atenea que le decía:

167
—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Habla con tu hijo y nada le ocultes, para que, después de tramar cómo daréis la muerte y la Parca a los pretendientes, os vayáis a la ínclita ciudad, que yo no permaneceré mucho tiempo lejos de vosotros, deseosa como estoy de entrar en combate.

172
Dijo Atenea, y tocándole con la varita de oro, le cubrió el pecho con una túnica y un manto limpio, y le aumentó la talla y el vigor juvenil. El héroe recobró también su color moreno, se le redondearon las mejillas y ennegreciósele el pelo de la barba.

177
Hecho esto, la diosa se fue y Odiseo volvió a la cabaña. Viole con gran asombro su hijo amado, el cual se turbó, volvió los ojos a otra parte, por si acaso aquella persona fuese alguna deidad, y le dijo estas aladas palabras:

181
—¡Oh, forastero! Te muestras otro en comparación de antes, pues se han cambiado tus vestiduras y tu cuerpo no se parece al que tenías. Indudablemente debes de ser uno de los dioses que poseen el anchuroso cielo. Pues se nos propicio, a fin de que te ofrezcamos sacrificios agradables y áureos presentes de fina labor. ¡Apiádate de nosotros!

186
Contestóle el paciente divinal Odiseo:

187
—No soy ningún dios. ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas las violencias de los hombres.

190
Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en tierra. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su padre, respondióle nuevamente con estas palabras:

194
—Tú no eres mi padre Odiseo, sino un dios que me engaña para que luego me lamente y suspire aún más; que un mortal no haría tales cosas con su inteligencia, a no ser que se le acercase un dios y lo transformara fácilmente y a su antojo en joven o viejo. Poco ha eras anciano y estabas vestido miserablemente; mas ahora te pareces a los dioses que habitan el anchuroso cielo.

201
Replicóle el ingenioso Odiseo:

202
—¡Telémaco! No conviene que te admires de tan extraordinaria manera, ni que te asombres de tener a tu padre aquí dentro pues ya no vendrá otro Odiseo que ese soy yo, tal como ahora me ves, que, habiendo padecido y vagado mucho, tornó en el vigésimo año a la patria tierra. Lo que has presenciado es obra de Atenea, que impera en las batallas; la cual me transforma a su gusto porque puede hacerlo; y unas veces me cambia en un mendigo y otras en un joven que cubre su cuerpo con hermosas vestiduras. Muy fácil es para las deidades que residen en el anchuroso cielo dar gloria a un mortal o envilecerle.

213
Dichas estas palabras se sentó. Telémaco abrazó a su buen padre, entre sollozos y lágrimas. A entrambos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamente, plañendo más que las aves —águilas o buitres de corvas uñas— cuando los rústicos les quitan los hijuelos que aún no volaban; de semejante manera, derramaron aquéllos tantas lágrimas que movían a compasión. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si Telémaco no hubiese dicho repentinamente a su padre:

222
—¿En qué nave los marineros te han traído acá, a Ítaca, padre amado? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no creo que hayas venido andando.

225
Díjole entonces el paciente divinal Odiseo:

226
—Yo te contaré, oh hijo, la verdad. Trajéronme los feacios, navegantes ilustres que suelen conducir a cuantos hombres arriban a su tierra: me transportaron por el ponto en su velera nave mientras dormía y me dejaron en Ítaca, habiéndome dado espléndidos presentes —bronce, oro en abundancia y vestiduras tejidas— que se hallan en una cueva por la voluntad de los dioses. Y he venido acá, por consejo de Atenea, a fin de que tramemos la muerte de nuestros enemigos. Mas, ea, enumérame y descríbeme los pretendientes para que, sabiendo yo cuántos y cuáles son, medite en mi ánimo irreprensible si nosotros dos nos bastaremos contra todos o será preciso buscar ayuda.

240
Respondióle el prudente Telémaco:

241
—¡Oh, padre! Siempre oí decir que eres famoso por el valor de tus manos y por la prudencia de tus consejos; pero es muy grande lo que dijiste y me tienes asombrado, que no pudieran dos hombres solos luchar contra muchos y esforzados varones.

244
Pues los pretendientes no son una docena justa ni dos tan solamente, sino muchos más, y pronto vas a saber el número. De Duliquio vinieron cincuenta y dos mozos escogidos, a los que acompañan seis criados; otros veinticuatro mancebos son de Same, de Zacinto hay veinte jóvenes aqueos; y de la misma Ítaca, doce, todos ilustres; y están con ellos el heraldo Medonte, un divinal aedo y dos criados peritos en el arte de trinchar. Si arremetemos contra todos los que se hallan dentro, temo que, ahora que has llegado, pagues muy amarga y terriblemente el propósito de castigar sus demasías. Pero tú piensa si es posible hallar algún defensor que nos ayude con ánimo benévolo.

258
Contestóle el paciente divinal Odiseo:

259
—Voy a decirte una cosa; atiende y óyeme. Reflexiona si nos bastarán Atenas y el padre Zeus o he de buscar algún otro defensor.

262
Respondióle el prudente Telémaco:

263
—Buenos son los defensores de que me hablas, aunque residen en lo alto, en las nubes; que ellos imperan sobre los hombres y los inmortales dioses.

266
Díjole a su vez el paciente divinal Odiseo:

267
—No permanecerán mucho tiempo apartados de la encarnizada lucha, así que la fuerza de Ares ejerza el oficio de juez en el palacio, entre los pretendientes y nosotros. Ahora tú, apenas se descubra la aurora, vete a casa y mézclate con los soberbios pretendientes, y a mí el porquerizo me llevará más tarde a la población transformado en viejo y miserable mendigo. Si me ultrajaren en el palacio, sufre en el corazón que tienes en el pecho que yo padezca malos tratamientos. Y si vieres que me echan, arrastrándome en el palacio por los pies, o me hieren con saetas, pasa por ello también. Mándales únicamente, amonestándolos con dulces palabras, que pongan fin a sus locuras; mas ellos no te harán caso, que ya les llegó el día fatal. Otra cosa te diré que guardarás en tu corazón: tan luego como la sabia Atenea me lo inspire, te haré una señal con la cabeza; así que la notes, llévate las marciales armas que hay en el palacio, colócalas en lo hondo de mi habitación de elevado techo y engaña a los pretendientes con suaves palabras cuando, echándolas de menos, te pregunten por ellas:

288
«Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen las que dejó Odiseo al partir para Troya, sino que están afeadas en la parte que alcanzó el ardor del fuego. Además, el Cronión sugirióme en la mente esta otra razón más poderosa: no sea que, embriagados, trabéis una disputa, os hiráis los unos a los otros, y mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro por sí solo atrae al hombre.» Tan solamente dejarás para nosotros dos espadas, dos lanzas y dos escudos de boyuno cuero, que podamos tomar al acometer a los pretendientes, y a éstos los ofuscarán después Palas Atenea y el próvido Zeus.

299
Otra cosa te diré que guardarás en tu corazón: si en verdad eres hijo mío y de mi sangre, ninguno oiga decir que Odiseo está dentro, ni lo sepa Laertes, ni el porquerizo, ni los domésticos, ni la misma Penelopea, sino solos tu y yo procuremos conocer la disposición en que se hallan las mujeres y pongamos a prueba los esclavos, para averiguar cuáles nos honran y nos temen en su corazón y cuáles no se cuidan de nosotros y te desprecian a ti siendo cual eres.

308
Contestándole, le hablo así su preclaro hijo:

309
—¡Oh, padre! Figúrome que pronto te será conocido mi ánimo, que no es la flaqueza de espíritu lo que me domina; mas no creo que lo que propones haya de sernos ventajoso y te invito a meditarlo. Andarás mucho tiempo y en vano si quieres probar a cada uno, yéndote por los campos; mientras ellos, muy tranquilos en el palacio, devoran nuestros bienes orgullosa e inmoderadamente.

316
Yo te exhorto a que averigües cuáles mujeres te hacen poco honor y cuáles están sin culpa; pero no quisiera ir a probar a los hombres por las majadas, sino dejarlo para más tarde, en el supuesto de que hayas visto verdaderamente alguna señal enviada por Zeus, que lleva la égida.

321
Así éstos conversaban. En tanto, arribaba a Ítaca la bien construida nave que traía de Pilos a Telémaco y a todos sus compañeros; los cuales, así que llegaron al profundo puerto, sacaron la negra embarcación a tierra firme, y, después de llevarse los aparejos unos diligentes servidores, transportaron ellos los magníficos presentes a la morada de Clitio. Luego enviaron un heraldo a la casa de Odiseo, que diese nuevas a la prudente Penelopea de cómo Telémaco estaba en el campo y había ordenado que el bajel navegase hacia la ciudad, para evitar que la ilustre reina, sintiendo temor en su corazón, derramara tiernas lágrimas.

333
Encontráronse el heraldo y el divinal porquerizo, que iban a dar a la reina la misma nueva, y tan pronto como llegaron a la casa del divino rey, dijo el heraldo en medio de las esclavas:

337
—¡Oh, reina! Ya llegó de Pilos tu hijo amado.

338
El porquerizo se acercó a Penelopea, le refirió cuanto su hijo ordenaba que le dijese y, hecho el mandado, volvióse a sus puercos, dejando atrás la cerca y el palacio.

342
Los pretendientes, afligidos y confusos, salieron del palacio, transpusieron el alto muro del patio y sentáronse delante de la puerta. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a arengarles:

346
—¡Oh, amigos! ¡Gran proeza ha ejecutado orgullosamente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría a efecto! Mas, ea, echemos al agua la mejor nave negra, proveámosla de remadores, y vayan al punto a decir a aquellos que vuelvan prestamente al palacio.

351
Apenas hubo dicho estas palabras, cuando Anfínomo, volviéndose desde su sitio vio que el bajel entraba en el hondísimo puerto y sus tripulantes amainaban las velas o tenían el remo en la mano. Y con suave risa dijo a sus compañero:

355
—No enviemos ningún mensaje, que ya está en el puerto, sea porque un dios se lo ha dicho, sea porque vieron pasar la nave y no lograron alcanzarla.

358
Así habló. Levantáronse todos, fuéronse a la ribera del mar, sacaron en el acto la negra nave a tierra firme y los diligentes servidores se llevaron los aparejos. Seguidamente se encaminaron juntos al ágora, no dejando que se sentase con ellos ningún otro hombre, ni moza, ni anciano. Y Antínoo, hijo de Eupites, hablóles de esta suerte:

364
—¡Oh dioses! ¡Cómo las deidades libraron del mar a ese hombre! Durante el día los atalayas estaban sentados en las ventosas cumbres, sucediéndose sin interrupción; después de ponerse el sol, jamás pasamos la noche en tierra firme pues, yendo por el ponto en la velera nave hasta la aparición de la divinal la Aurora, acechábamos la llegada de Telémaco para aprisionarle y acabar con él; y en tanto lo condujo a su casa alguna deidad. Mas, tramemos algo ahora mismo para que le podamos dar deplorable muerte, no sea que se nos escape; pues se me figura que mientras viva no se llevarán a cumplimiento nuestros intentos, ya que él sobresale por su consejo e inteligencia y nosotros no nos hemos congraciado totalmente con el pueblo. Ea, antes que Telémaco reúna a los aqueos en el ágora —y opino que no dejará de hacerlo, sino que guardará su cólera y, levantándose en medio de todos, les participará que tramamos contra él una muerte terrible, sin que lográramos alcanzarle; y los demás, en oyéndolo, no han de alabar estas malas acciones y quizás nos causen algún daño y nos echen de nuestra tierra, y tengamos que irnos a otro país—, prevengámosle con darle muerte en el campo, lejos de la ciudad, o en el camino; apoderémonos de sus bienes y heredades a fin de repartírnoslos equitativamente; y entreguemos el palacio a su madre y a quien la despose, para que en común lo posean.

387
Y si esta proposición os desplace y queréis que Telémaco viva y conserve íntegros los bienes paternos, de hoy más no le comamos en gran abundancia, reunidos todos aquí, las agradables riquezas; antes bien, pretenda cada cual desde su casa a Penelopea solicitándola con regalos de boda y cásese ella con quien le haga más presentes y venga designado por el destino.

BOOK: La Odisea
5.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Zombie X by S.G. Harkness
The Cassandra Project by Jack McDevitt
Assassination Game by Alan Gratz
Pyramid of the Gods by J. R. Rain, Aiden James
Hearths of Fire by Kennedy Layne
A Year and a Day by Sterling, Stephanie
Angel in the Parlor by Nancy Willard
Lost and Found by Nicole Williams