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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (51 page)

BOOK: La música del mundo
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por el camino, se cruzaron con dos guardas forestales que habían oído algo, pero no querían revelarse el uno al otro todo lo que sabían —una mezcla de celo profesional y de avidez poco digna por trepar en el escalafón

—están por aquí cerca, decía uno, lo sé de buena tinta

—yo sospecho que la entrada está cerca de aquel montículo, decía el otro, con evidentes deseos de confundir a su compañero… lo que es a mí, no me la dan con queso

—sí, yo también tengo sospechas, dijo el primero… estoy siguiendo varias pistas, pero no puedo decir nada

cuando se acercaban al viejo roble ya se oían gritos, canciones y chocar de copas; a través del agujero del tronco hueco, los tres metiendo mucho las cabezas y con cuidado de no caer rodando tronco abajo, contemplaron la sala subterránea del refugio de los osos… era bastante difícil ver nada: la luz se filtraba a través de agujas de pino, y toda la escena estaba oscurecida por el espeso humo de las velas y los vapores de la fiesta… la cena de invierno estaba terminando, y todos estaban ya bastante ebrios; ebrios y alegres —y oh, cuánto ruido puede hacer un oso cuando está un poco alegre, cuando ha bebido algo más de la cuenta… Estrella y Jaime, que ya habían visto la escena muchas veces, dejaron a Block el mejor sitio, y éste, agarrándose con fuerza a las raíces del árbol y asomándose por su interior todo lo que podía, logró por fin tener una visión aceptable de la sala de banquetes subterránea… casi todos los padres de familia estaban sentados alrededor de la gran mesa, adornada con velas rojas, nueces, manzanas y ramas de muérdago… de la cocina se traían tartas de frambuesa, enormes frascos de cristal llenos de frutas en almíbar, pasteles de cereza y de moras recién sacados del horno, y jarras llenas de vino rojo y de hidromiel, de cerveza de jengibre y de aguardiente, y a esas alturas Mascup, el abuelo oso, y algunos otros viejos osos, habían empezado ya a hacer discursos… Sascup, el feroz devorador de mirtilos, con las fauces manchadas de violeta por los muchos tarros de mermelada en los que había hundido el hocico, había intentado hacerse oír un par de veces, pero a nadie le apetecía oír sus aburridas historias; todos gritaban, y cuando empezaba a hacer un discurso, los que estaban cerca de él gritaban más fuerte todavía… «era yo muy joven, gritaba Sascup, vivía en una bella gruta de los Cárpatos orientales, cuando de pronto, un día…» «¡tú no has visto los Cárpatos en tu vida!» le decían, «¡cállate, tragón!» «¿cómo que no he visto los Cárpatos?» se enfadaba Sascup… en la cabecera de la mesa, Mascup levantaba la jarra de hidromiel y repetía de nuevo: «queridos amigos… queridos familiares y amigos: en este día memorable…», pero la aparición de una enorme fuente de pastelitos de crema con almendras, que tres ositas sonrientes traían directamente de la cocina (estaban muy graciosas con sus cofias y sus delantales de cuadros, muy tímidas, muertas de risa) provocó tales alaridos de placer, que el pobre Mascup tuvo que volver a empezar, y así una y otra vez: «queridos familiares y amigos; en este día memorable…» Proscup, con su hermosa y potente voz de barítono, tenía más éxito: «¡no, amigos míos! nunca olvidaremos este banquete memorable, nunca nos serán tan sabrosas las zarzamoras como en este banquete, ni tan alegre la música de campanillas, ni tan bellas las jóvenes cocineras que nos regalan con su arte inimitable, ¡oh, amigos míos! ¡permitidme que me ponga sentimental!…» aunque allí nadie deseaba permitir nada a nadie, su referencia a las jóvenes pinches fue bien recibida, y en seguida todos los comensales empezaron a levantar sus copas y a brindar a gritos, pidiendo la presencia de la cocinera: «¡queremos a la cocinera! ¡que brinde con nosotros!» «¡Fosbiewul, maestra de los fogones, que venga aquí con todas sus ositas!» toda la sala subterránea retumbaba, y Estrella, Jaime y Block se asustaron un poco… «si siguen así, les van a descubrir en seguida, dijo Jaime, y además, se les va a hundir toda la gruta encima…» los dos guardas forestales se acercaban caminando en círculos y aparentando encontrar pistas concluyentes por todos los rincones; uno de ellos se inclinó detrás de un seto y encontró un frasco vacío con una cinta roja alrededor

—¡ajá! dijo triunfal, mostrándosela a su compañero

—¡ajá! dijo su compañero, guiñándole un ojo; el primer guarda tiró el frasco en una papelera, y después los dos continuaron a lo largo del seto en busca de nuevas pistas

—es un tarro de miel, dijo Estrella

volvieron a meter la cabeza en el tronco del roble —vapores, humo de las velas, olor a piñas resinosas quemadas en el fuego —ése era el ambiente de la cueva de los osos…

Fosbiewul, la cocinera, había aparecido por fin en el salón del banquete de invierno; venía secándose las manos con un trapo, y con la cofia y el delantal llenos de harina, y en cuanto se asomó por la puerta todos los osos empezaron a levantar sus jarros de hidromiel o de aguardiente y a lanzar los brindis más inverosímiles: «¡nos ha encantado la sopa de repollo!» chilló Roscup, «¿el año que viene la harás otra vez?» «¡que le callen a ése, gritó Oscup, lo más rico eran las rosquillas de chocolate con anises! ¡viva Fosbiewul!» Fosbiewul, la vieja osa, les hizo callar como pudo, y luego anunció: «¡el banquete de invierno ha terminado, queridos tragones; a continuación, serviremos la miel!…» ahora el entusiasmo y los gritos fueron indescriptibles: «¡la miel, la miel!» gritaban todos, y a Proscup le vaciaron la jarra de zumo de arándanos por encima porque se estaba quedando dormido y se iba a quedar sin miel: «¡Proscup, que viene la miel!» le gritaban, y Proscup empuñaba su cuchara de madera y decía «¿qué? ¿la miel? ¿ya? ¡yo quiero!»

—¿seguimos caminando? dijo Estrella… estaban los tres un poco aturdidos por los gritos y por los vapores que subían por el tronco del roble

—espera un segundo, dijo Jaime, ha pasado algo…

—espera, dijo Block, esto es increíblemente divertido

una de las ayudantes de la cocina había aparecido en el salón del banquete dando chillidos: «¡Sibiewul!» le decían todos «¿qué le pasa a Sibiewul?» «¡horror, horror!» gritaba Sibiewul, «¡un osito ha robado la miel! ¡no hay miel! repetía como una loca, ¡un osito la robó!»

—madre mía, rio Estrella, ¿qué van a hacer ahora?

—¿es la miel tan importante? preguntó Block

—¿para los osos? es fundamental

los tres miraban de nuevo: el banquete de invierno parecía alcanzar un apogeo amargo

siguieron caminando a lo largo de los árboles, alejándose de la zona de los temblores y los aromas de jarabe caliente y crema y pasteles recién horneados… caminaban por entre los árboles: a lo lejos, contemplaron la pared de piedra, las arcadas fantásticas, las hiedras y los cipreses y el rizo de agua pálida de la Fuente Clara… en la Sala Norte del refugio de los osos (los tres arrodillados al pie de un árbol de gruesas e hinchadas raíces entre las cuales era posible contemplar, de nuevo, el interior de la tierra) unos cuantos osos, ajenos al ajetreo que había en el depósito de miel, cantaban la canción de
El oso que subió a la montaña

—pues, ¿qué le sucedió? preguntó Block, que no conocía la canción

—¿de verdad que no lo sabes? preguntó Estrella, sorprendida…

era muy fácil, había que sustituir cada dibujo por una palabra:

Lorraine era una
que vivía en una
muy pequeña en medio de un bosque de
. Una tarde salió a buscar
con una
y anduvo anduvo hasta que empezó a
… Block no entendía qué tenía que ver todo aquello con el oso que subió a la montaña, y como no tenían mucho tiempo, hubo que resumir la historia:

un oso subió a la montaña

un oso subió a la montaña

un oso subió a la montaña

para ver lo que podía ver

debajo de un banco del parque, encontraron un grueso libro donde se contaba la historia del oso con todo lujo de detalles; era un libro muy grueso, demasiado grueso, demasiado pesado para un niño; la portada representaba a María Elena jugando con dos ositos (María Elena era quizá una versión rubia de la pelirroja Lorraine; el paisaje de alrededor, con sus
amanita muscaria
y su luz dorada por la hierba y sus distantes iglesias bizantinas de cúpulas doradas, reflejadas en esbeltas lagunas de nelumbos, evocaban algún rincón del noroeste de Rusia —quizá completamente inventado por el artista)… allí sentados los tres, recorrieron páginas y páginas en las que el oso se preparaba para emprender su camino a través del helado mundo del invierno, y se despedía de sus familiares, contándole a cada uno que quería subir a la montaña para ver qué había al otro lado; a todos les admiraba el valor y la imaginación del aventurero, pero nadie, absolutamente nadie quería seguirle…

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