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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (38 page)

BOOK: La música del mundo
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Estrella y Block se desperezaban entre la hierba: no había ni una sola nube en el cielo, sobre el parque Servadac; Jaime apareció entre los arbustos, sonriente…

—os habéis dormido los dos, les dijo… he estado mirando por los alrededores y no hay rastro de los salvajes; podemos continuar el camino

—¿nos hemos dormido? Estrella parecía sorprendida

—he tenido un sueño extraño, dijo Block… no me acuerdo bien… una especie de rumor… había, quizá, cosas orientales, pagodas y cosas así…

—es una lástima que no te acuerdes, dijo Estrella, cerrando los ojos al sentir un escalofrío, los sueños en el parque Servadac siempre son extraordinariamente coloridos e intensos… como si el parque enviara imágenes o mensajes a tu imaginación

—el monte habla, dijo Block, el monte hablaba… y luego había un gran río, y la Pagoda de Posibles

—¿qué es la Pagoda de Posibles? preguntó Jaime

—no lo sé, pero en la Pagoda de Posibles había una especie de jardín, y todo lo que sucedía fuera del jardín era reescrito luego dentro, con frases ligeramente inexactas pero más hermosas… y esto ha sucedido muchas veces… todo sucedía y después se escribía…

—¿había alguien en la pagoda? preguntó Estrella

—no lo sé… había dos personas hablando, las dos estaban dormidas en el jardín de la pagoda, y lo que uno decía, el otro lo escribía con frases ligeramente distintas, pero más exactas, más hermosas… y no recuerdo más…

—la Pagoda de Posibles, murmuró Jaime pensativo… la Pagoda de Posibles

de nuevo en camino, bajaron fácilmente por la otra ladera de la colina y continuaron valle arriba; lejos, muy lejos, cada vez más lejos…

un columpio vacío, colgado de una altísima rama de un castaño curvada en el aire como el brazo de un marinero, se balanceaba suavemente, como si alguien acabara de abandonarlo hacía un instante… ahora hablaban de sueños, de los sueños en el parque Servadac; «muchos en Países, creen que cuando uno sueña en el parque puede ver el futuro… otros aseguran que el parque envía mensajes a los que sueñan, que el parque habla directamente a los que sueñan…» muchos se iban al parque a pasar la noche, con un saco de dormir y una linterna, para recibir en los sueños inspiración o aliento, o para escuchar las palabras del parque; muchos de estos durmientes, que elegían sin cuidado el lugar donde habían de pasar la noche, eran devorados por las fieras salvajes —o desaparecían de formas más inexplicables y misteriosas… la imagen, como un gran animal dorado… «pero tú también has dormido antes ¿verdad, Estrella? preguntó Block, sintiendo por primera vez en los labios el extraño sabor del nombre de ella, ¿qué has soñado tú?» ella le miró con una sonrisa vaga, desde abajo y con las pupilas atravesadas por los arcos oscuros de las pestañas, las pupilas azules llenas de reflejos de miel: «sí, he soñado, dijo, pero no podría recordar… sonreía, como abstraída: no ha habido mensaje, esta vez, quizá he soñado, pero no sé con qué ni con quién»; había una ladera de flores en el Himalaya, había un camino entre las flores en el Himalaya… «no, no recuerdo», dijo Estrella… «hay algunos que aseguran que bajo ciertos árboles del parque Servadac es posible recordar las vidas anteriores, dijo Jaime, quizá sean tan sólo los mensajes del parque…» «pero ¿a qué llamas "mensajes del parque"?» preguntó Block; «hay muchos fenómenos inexplicables, dijo Jaime… de la noche a la mañana, cambia por completo la configuración de las piedras de un prado, o de una ladera…» «bromistas nocturnos» dijo Block —«ah, pero no hay nadie de noche en el parque, dijo Jaime, es muy peligroso… además, a veces son los árboles los que cambian de sitio en una ladera…»

mensajes del otro lado: las
Cartas de Terra
de Voltemand, los falsos tomos de la Británica que contienen noticias de «Uqbar», los informes confidenciales del Foreign Office sobre «Vheissu», los habitantes de los mundos estelares que a partir de una cierta edad comienzan a soñar con el sagrado planeta «Purgatorio», la sociedad de los ciegos, la organización Tristero y su secular enemistad con Thurn y Taxis, y también los extraños mensajes recibidos (en medio de la indiferencia general) por la Veze 5000; Block les contó a sus amigos sus extraños presentimientos, sus alucinadas angustias… «yo nunca había pensado cosas así, dijo Block… creo que Montoliu nos ha vuelto un poco locos con sus imágenes orientales»; «son mensajes del parque», dijo Estrella, «¿recuerdas que nos perdimos cuando íbamos al Palacio de Cristal? de pronto, ninguno de los tres sabíamos dónde estábamos ni cómo habíamos llegado hasta allí… nada de eso sucedía por casualidad… son mensajes del parque»

caminaban muy juntos, por la sombra del valle, por la ladera en sombra salpicada de margaritas y de gencianas; el valle se había hecho más estrecho y abrupto, hasta convertirse casi en una garganta de enormes paredes de roca dorada por las que trepaban y se enroscaban salvajes bosques de abetos y de cedros del Líbano, praderas, zarzales y ortigales en flor… todos los caminos que serpenteaban entre la hierba conducían ahora hacia las ruinas de la ciudad prohibida de Almadrea, cuyos edificios erizados y dorados descubrieron en seguida al otro lado de una boscosa revuelta del valle, reflejados en las aguas de un estanque de agua oscura e inmóvil, con verdosos puentes de piedra llenos de crespones vegetales, fantásticas islas flotando a través de los reflejos, inmóviles entre los reflejos en movimiento de las nubes, y juncos y lilas de agua adornando aquí y allá… Jaime, Block y Estrella se detuvieron y contemplaron al otro lado de las aguas luctífugas los edificios en ruinas de Almadrea, las torres, las pagodas, como gigantes dorados, surgiendo de entre los árboles de su huerto-mundo, sorprendidos en medio de la recolección estival de moras o de cerezas, contemplándoles en silencio —luego cruzaron el más «artístico» de los puentes, con brazadas de hiedra verde-malva que pendían en el vacío hasta hundirse en el agua (y a partir de allí ¿«se hundían» o «ascendían»? —hacia el cielo en blanco) y, después de cruzar una puerta guardada por leones de piedra y leones-pájaro, entre retóricas oleadas de glicinas violeta, adornada con inscripciones, empezaron a recorrer las calles de Almadrea… arcos rotos, mastabas de adobe rodeadas de hiedras, rostros esculpidos en las cúpulas de piedra, surgían por doquier, amenazando con su furia dormida o bendiciendo al viajero con la gracia de sus moradores invisibles, grandes rostros de pómulos soñolientos y arqueados labios sensuales aparecían esculpidos en el centro de los muros más altos, rostros de reyes o de dioses, relojes de sol, mosaicos azules y largas inscripciones corriendo entre las flores de los muros… la avenida por la que entraban a Almadrea era una sorpresa, el suelo empedrado era una sorpresa después de los caminos silvestres del valle, y también la grandiosidad y la amplitud de la avenida, en aquel rincón del mundo donde parecía imposible… los primeros edificios parecían torres de templos de Orissa, llenos de ventanas hasta las alturas (torreones de escribanos, torreones de ermitaños o de nefelibatas o de contempladores del cielo, ante los que Jaime y Estrella suspiraban, sonreían; torreones de soldados vigilantes, de notarios y de disecadores de pájaros y linces); paredes de piedra amarillenta-dorada rodeaban jardines prehistóricos donde se retorcían las higueras; en las alturas de los muros surgían galerías voladas ejecutadas en oscura madera de cedro tallado, cerradas con celosías y bellamente desniveladas; no había cornisas en aquellos edificios bárbaros, sino tan sólo aleros de madera labrada (palomas rojas, esvásticas, lotos dorados, espirales, águilas azules, orlas de fuego) cubiertos de tejas de madera superpuestas y entrelazadas y de paja seca —o a veces de ambas…

entraban por los arcos de Almadrea tal como una vez, hacía muchos años, habían entrado las legiones bajo una lluvia de pétalos de rosa, ahora bajo las oleadas del desmesurado bosque de buganvillas que invadía la avenida con sus venenosas flores rosas y malvas, volando en la imaginación de Block y agitándose con ellas cuando el perezoso viento entraba entre sus ramas; le gustaba a Block que las buganvillas fueran tan excesivas, que los arbustos parecieran no poder soportar apenas una carga de flores tan exuberante, que sus hojas finas permitieran el paso de la mirada a través de su ligera estructura sostenida en el aire por un tronco fino y retorcido, esa especie de transparencia y de fuerza concentrada y a la vez de perfume y abandono que para él significaba el sur…

Jaime, Block y Estrella se iban asomando a las ventanas, y empujaban las chirriantes puertas de madera, tras las que temían encontrar a una pobre y oscura familia calentando al fuego su comida; recorrían las galerías, se asustaban unos a otros apareciendo en la misma terraza por distintas puertas o saludándose desde balcones enfrentados, desde los que era posible contemplar la salvaje muerte de las anémonas y las rosas en torno a los dioses y los príncipes de piedra de los jardines, y la curiosa asimetría de las escaleras y las piscinas… Almadrea, con toda su vasta acumulación y desorden, con su fertilidad y su indolente repudio de la escuadra, el cartabón y el compás, parecía empeñada en imitar a la naturaleza, igual que un enorme animal cuya única función fuera la de entrar o salir de la realidad —con taimados y suaves pasos, poniéndose en una postura, con el cuello retorcido y ambas hileras de dientes brillando débilmente, en la que, a través de su parcial reducción a pura imagen, la intersección, en un escondido y trémulo parpadeo pineal, se hiciera visible, las patas (quizá) tocando los límites dorados o plateados de la Región y la cola espinosa barriendo todavía las máculas grises de lo que Russp llamaba «la dotación del mundo», los «archivos de la tarde» de Keats, es decir, un puente vivo, una palabra cabezal… «la imagen, como un gran animal dorado…»

Jaime trepó por una higuera que crecía pegada a un muro de adobe, y luego caminó por lo alto del tejado a dos aguas del muro, bombardeando con higos podridos a los lagartos que tomaban el sol en el deslavazado jardín; los lagartos verdes y relucientes huían en todas direcciones por entre la seca y retorcida multitud de anémonas, y luego se disipaban bajo los acantos, que se quedaban balanceándose como quitasoles sagrados… desde lo alto del muro de adobe, Jaime les contó asombrado cómo una serpiente surgía de entre las flores y atrapaba en el aire a una desprevenida zancuda blanca y negra; sus anillos de bronce se dilataban monstruosamente cuando empezaba a devorarla, ambos animales retorciéndose entre las polvorientas anémonas agostadas; Estrella y Block subieron también al muro, y los tres contemplaron el dulce estertor de los dos animales, la muerte del pájaro y la gula delirante de la serpiente, que lo engullía todavía vivo…

un canal de agua transparente discurría por el centro de la ciudad, retorciéndose al arbitrio de los extraños edificios, y guiando sus pasos por en medio del laberinto… unos centenares de metros más allá, el canal parecía hacerse más ancho y profundo, y lo cruzaban artísticos puentes de piedra… no había en Almadrea avenidas, ni plazas, ni grandes perspectivas arquitectónicas; los palacios, los templos y las casas corrientes parecían confundirse unos con otros en medio de una monstruosa y monumental indiferencia… se organizaban los árboles y los edificios con el agradable desorden de un pequeño jardín; el espacio jugaba como un gato a través de mágicas superposiciones y transformaciones: lo que ellos tomaban por un jardín suspendido como un arco por encima de sus cabezas se revelaba unos metros más allá como un caprichoso escorzo que había ido reuniendo macizos de flores, balaustradas y columnas en la línea de su mirada, y de forma parecida se iban deshaciendo y construyendo a su paso pirámides con escalinatas casi verticales, palacios hundidos en medio de altísimos jardines, espejeantes jardines llenos de pabellones blancos y de islas de rosas… los grajos y los arrendajos daban vueltas alrededor de las torres, las golondrinas llenaban el aire, y sus oscuras cabecitas y sus colas de pinza asomaban aquí y allá por las oquedades de los muros y en los nidos construidos a la sombra de los aleros —y Block podía, igual que uno de los antiguos habitantes, imaginar una «canción de los pájaros de Almadrea», hundirse en el ensueño…

oh, pájaros de Almadrea

cuervos, grajos, golondrinas de Almadrea

atravesando el aire perfumado de la tarde,

llamando al amigo, al hermano, al amante

que, escondido en su refugio de piedra

prepara ya el cálido plumón de la noche o atesora el grano

¿de qué tierra sois vosotros

que habéis elegido como hogar esta

abandonada ciudad de los hombres?

¿sois quizá los antiguos habitantes

a los que dioses perversos o iracundos

castigaron convirtiéndoles en pájaros,

condenándoles para siempre a la región del aire,

y a abandonar sus labores, sus amores?

oh, pájaros de Almadrea,

cuántas veces os he oído gritar en el cielo de la tarde

en lejanos lugares del mundo, en desoladas regiones

de mi corazón

reyes, dioses de las ruinas

poseedores de un lenguaje indescifrable

verdaderos dueños de los aleros, de las torres, de las cornisas

tan puros que ya no tocáis la tierra

pájaros de Almadrea

únicos testigos de tanto abandono, de tanta melancolía,

únicos habitantes de la belleza final

siguiendo las curvas del canal llegaron a la plaza central de Almadrea, con estatuas de caballos y elefantes elevando al cielo sus ojos desencajados, intentando librarse del mortal abrazo de la hiedra, con estanques vacíos y altas paredes veteadas de hierba y flores y con largas inscripciones que corrían entre las flores… cruzando la plaza entraron en un parque devastado (que, según les contó Jaime, estaba situado en pleno corazón de Almadrea), donde las raíces de los baobabs abrían los suelos de mármol… un espectacular abismo, románticamente adornado con cascadas, pasarelas y jardines verticales y sobre el que pendían lianas colgando de los eucaliptus, separaba el parque de la parte oeste de la ciudad, en lo alto de cuyas torres vivían cigüeñas rosa y palomas torcaces… «cigüeñas de Almadrea», pensó Block: «torres de Almadrea, de piedra dorada en medio del vuelo de los cuervos…» en el parque se distinguía aún el trazado de las avenidas y algunos de los viejos árboles, pero todo estaba invadido y destrozado por la naturaleza, las lianas colgaban por doquier y los monos cruzaban chillando por las extensiones de mármol, abiertas aquí y allá por las golosas e hinchadas raíces de los árboles…

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