La muñeca sangrienta (16 page)

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Authors: Gaston Leroux

Tags: #Misterio, Intriga

BOOK: La muñeca sangrienta
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—¡No me importa nada de eso!… ¡No me importa nada de eso!…

Benito Masson rechazó el vaso, levantóse, se encaró con el guardabosque y le dijo con voz ronca:

—Si no le importa nada de eso, cuando la chica pase junto a usted, ¡tenga la lengua quieta, Violette!… Porque si ella se va a causa de sus habladurías, como quizá se han ido las otras, haré responsable a usted de lo que suceda… A mí la vida me sale por una friolera. Así es que me daré el gustazo de reventarle como a un perro…

Tras un breve saludo a la mesonera, se fue, atravesó el patio y entró en el bosque, que le acogió con su sombra.

—¿Ha oído a ese salvaje? —preguntó Violette cuando ya el otro se hallaba lejos.

—Me ha parecido muy exasperado ese hombre —dijo la señora Muche—.
¡Deseo por tu bien que se quede la séptima!

18. NOTICIAS DE LA MARQUESA

«Le escribo, querida Cristina, porque sólo tengo esperanza en usted y Benito Masson. Esperanza que, por cierto, es bien débil…

»Ahora que estoy lejos de usted, ¿cómo le convenceré de mi real infortunio, si Cuando yo era herida a la vista de usted no lo creía?

»No le escribe, Cristina, una loca, ni una monomaníaca que se muere a causa de una idea fija, como usted lo ha creído durante mucho tiempo y como seguramente continúa creyéndolo. (A no ser por ello, no me hubieran ustedes dejado partir. Ni usted ni Masson, me hubieran abandonado a mi verdugo.) Le escribe la más desgraciada de las criaturas, aquella a quien cada día, cada noche, gota a gota, se le está robando la vida; le escribe la víctima de un monstruo que
ya ha devorado generaciones
y que busca su alimento en venas agotadas por sus sorbos insaciables…

»No sonría, Cristina, como ya le he visto —tan tristemente— sonreír en otras ocasiones… ¿Por qué no me cree, usted que me conoce?… ¿Por qué no acepta mi declaración de moribunda?…

»Cuándo por primera vez pronuncié ante usted la palabra vampiro, no evocaba más que un vago fantasma nacido de Mi imaginación enferma… Y…, sin embargo…, estaba entre nosotras, de carne y hueso…

»¡Ay Cristina!… Los vampiros han existido… Admito que Hayan desaparecido poco a poco de la superficie de la tierra, perseguidos y acorralados hasta el fondo de sus fúnebres guaridas. Pero ¿por qué no admite usted que cuando menos uno de ellos haya sobrevivido a esa raza maldita?…

»A veces, los marinos que vuelven de mares lejanos refieren que, de pronto, han visto surgir del seno de las aguas los repliegues formidables de uno de esos monstruos que, según testimonio de la historia natural, poblaban el mar en los primeros tiempos del mundo… La serpiente de la bahía de Along es quizá la última de esa temible especie, así como el ser que usted conoce es quizá el último vampiro vomitado por las tumbas…

»¡Oh, su tumba!… ¡Oh, su tumba vacía, de donde salió hace más de doscientos años para cebarse con la sangre de los humanos!… He querido verla y la he visto levantando la losa… Guiada por un hombre, por el más humilde de los hombres, a quien mi suerte ha inspirado alguna piedad y que, a escondidas, hace que estas cartas lleguen hasta usted, he bajado a la cripta mortuoria de la capilla de Coulteray, de la cual es guardián ese hombre.

»Allí están las tumbas de la familia… La de él es la primera de la segunda fila de la derecha… «Aquí yace Luis Juan María Crisóstomo, marqués de Coulteray, primer caballerizo de Su Majestad…» Y hay una placa, bajo la fecha, en la que se lee lo siguiente: «Los restos de Luis Juan María Crisóstomo fueron dispersados en 1793 por la Revolución».

»¿Qué es eso de dispersados? Yo sé dónde están los restos de Luis Juan María Crisóstomo… Y también lo sabrá usted, Cristina, a pesar de que no me cree…
Se portan muy bien…

»¡Qué visión la de la cripta!… Aquella tumba vacía me atrae… Hay algo que me dice que alguna noche me despertaré debajo de aquella piedra y que a mi vez me levantaré,
pálido fantasma en busca de su vida…

»¡Evítame semejante destino. Señor!… Ya sabe usted el precio de ello, Cristina; ya sabe lo que hay que hacer con nuestros cadáveres para que no sean temibles luego de morir.

»¡Ojalá cese, al menos, mi tormento al cesar mi vida!… Sangor me ha prometido que cumplirá conmigo cuando yo me muera… Una vez muerta no tiene ningún motivo para engañarme… Además, ha de tener interés en ese gesto que me librará para siempre de los horribles festines de la tierra…
He arreglado las cosas para que así fuera…
Va usted a creerme más loca que nunca, Cristina; pero supongo que pronto tendré ocasión de convencerla de lo que pasa aquí, de darle una prueba decisiva e irrefutable… Entonces, ¿verdad?, acudirán usted y Masson… Y si es tiempo aún, me salvarán…

»El marqués no me deja un momento… Nunca me ha querido tanto desde que soy poco más que un soplo… Ya ha terminado la relativa libertad de que gozaba en París… En cuanto a él, ha renunciado a engañarme sobre el carácter de su mortífero amor y ya no procura engañar a nadie ni hacerme creer que sólo soy una enferma… Ha pasado esa etapa… Estoy prisionera del esposo que me devora… Sus labios no me dejarán harta que exhale el último suspiro… Y está muy tranquilo para bebérseme sin remordimiento la clara sangre que el ingenio diabólico de Saib Khan todavía consigue hacer correr en mis venas…

»No me explico cómo todavía puedo andar… Ese médico indio seria capaz de resucitar a los muertos.

»He de contarle, Cristina, que quería aprovechar las fuerzas que por ignorado sortilegio me había devuelto para escapar durante el último viaje… Pero basta por hoy… Se acercan… Les oigo… Vuelven de paseo y
vienen a enterarse de mi salud…
Ya les abre la puerta Sing-Sing…»

 

Segunda carta. —«Ya
sabe usted, querida Cristina, cómo me hicieron salir de París, tras la escena entrevista por usted y Benito Masson… Puedo asegurarle que no contaban con usted, que se creían solos en el palacio.

»La cara de él se puso terrible cuando ustedes acudieron a mis gritos, cuando entraron en la habitación donde yo era su presa, donde forcejeaba inútilmente contra sus mordiscos, mientras tenía inclinada sobre mí su cara invadida ya por la apasionada embriaguez de sangre, de mi sangre… Y entonces me dije: «Están perdidos».

»Pero quien estaba perdida era yo. A ustedes se les dejó… Suprimirles podía resultar muy grave, muy complicado… Además, ¿qué habían visto ustedes? ¡Nada!… ¿Qué habían oído? Un grito de loca, nada más que de loca… ¿Y mis anteriores confidencias? Eran quimeras de un cerebro dolorido.

»No obstante, con lo visto de aquella escena había para turbar a los más escépticos. Así lo
comprendieron…

»Y se me llevaron.

»Bien sabía yo que aquello era el fin… El horrible sentimiento de una muerte semejante,
seguida de algo ignorado y quizá más horrible,
me ha hecho acercarme por última vez hasta usted en el momento en que podían creerme incapaz de un movimiento… ¡Ay Cristina, me ha parecido que en aquella última entrevista ha vacilado el firme equilibrio de su espíritu sereno, demasiado sereno!… Por sus ojos he visto pasar no solamente la habitual compasión, que yo, desesperada, leía en ellos, sino aleo que pudiera formularse así: «¿Y si la loca tuviera razón?» También a Benito Masson le he encontrado algo nuevo… Pues bien: acudan, acudan inmediatamente si no quieren encontrarme muerta…

»Le decía en mi última carta que había querido escaparme durante el viaje. Si: estaba dispuesta a exponerme a ingresar en el manicomio, cosa con la que tantas veces me han amenazado, antes que continuar esta agonía… Pero habían adivinado mis intenciones… Sangor y Sing-Sing adivinan todo cuanto voy a hacer… Y Saib Khan, que viajaba con nosotros, como usted puede suponer, adivina todos mis pensamientos… Puede estar tranquilo el marqués, que bien le guardan su presa.

»De todos modos, intenté la imposible aventura… En el auto no podía esperar nada… Aún estábamos en París cuando se transformó en una jaula de hierro; las puertas se Cerraron sobre las cortinillas…

»Podía gritar; pero no grité porque esperaba la ocasión…

Y se presentó… Al amanecer tuvimos una avería… Había que desmontar parte del coche… Yo hice como que dormía, como que estaba casi muerta de agotamiento… Y me llevaron a una habitación situada al mismo nivel del patio donde reparaban el coche, y que comunicaba por detrás con el campo abierto…

»Vi que a unos centenares de metros empezaba el bosque. ¡Oh, si llegaba al bosque y huía tierra adentro por entre los árboles y las hojas!

»Desde el lecho en que me habían tendido veía bañado en débil claridad el pequeño espacio que tenía que recorrer…

Y mentalmente lo atravesaba con gran velocidad hasta llegar al bosque salvador.

»Pero ¿cómo llegar a la práctica?… Ante mi puerta estaba Sangor, y un poco más lejos paseaban el marqués y Saib Khan mientras unos mecánicos a quienes se había despertado se apresuraban a reparar el automóvil. En la ventana que daba al campo estaba Sing-Sing.

»Ciertamente, yo sabia que éste era inquieto, travieso, nada amigo de permanecer en un sitio determinado. En nuestro palacio había que atarle a veces como a un perro guardián de los que requieren la cadena al cuello… Y en ese carácter movedizo estaba mi esperanza… Ya le había visto que, ágil como un gato, subía a un árbol para hurtar no sé qué fruta verde… ¿Qué vio desde aquel árbol? No lo sé; pero saltó de rama en rama hasta el alféizar de una ventana abierta en el primer piso y desapareció en la casa.

»Me levanté en un segundo y abrí la ventana… Hacía mucho tiempo que no me había sentido tan fuerte… Sentíame tan ligera como una pluma… Mis piernas iban a llevarme como el viento… Y ya iba a lanzarme al campo, cuando súbitamente lancé un grito espantoso:
¡Había sentido el mordisco!…»

 

Tercera carta.
—«Le escribo, querida Cristina, cuando puedo y como puedo, generalmente de noche y a la luz de mi lamparilla… Al menor ruido escondo, la comenzada carta… Noto que es preciso que le escriba para convencerla.
¡Quiero que venga!
Enséñele mis cartas a Benito Masson. También cuento con él. Cuento con ustedes dos. Lo repito y no cesaré de repetirlo…
Y mis cartas, si ustedes llegan demasiado tarde vara salvarme, ¡quizá sirvan para salvar a otros!…
Pues no es posible que la verdad no se descubra algún día, no es posible que el monstruo que muerde a distancia continúe paseándose durante más siglos entre sus víctimas,
que pueden creer a veces que se han pinchado en un rosal y que a consecuencia de ello mueren…

»Y ahora, querida Cristina, continúo el relato en el punto donde lo dejé la noche pasada… ¡Me sentí mordida por el monstruo, por ese monstruo que estaba escondido detrás de mí, no sé dónde!…

»¡Oh, qué sensación más horrible!… La conocía ya… Cuando menos lo espero, siempre cuando menos lo espero, noto que sus agudos dientes entran en mis venas y salen luego de haber depositado su veneno…

»¡Su veneno, sí!… Creo que los vampiros tienen, como las víboras, un diente hueco lleno de veneno, de cierto veneno que se difunde por todo el cuerpo con una rapidez
y con una dulzura imposible de resistir…
Inmediatamente se nota que las fuerzas huyen como por una puerta abierta, ¡que es el agujerillo de la mordedura!… El embotamiento que se deriva sorprende más que hace sufrir… y es tanto más terrible cuando, como sucede en mi caso, se conocen las consecuencias…

»¡Luego llegó el sátiro!…

»Porque los vampiros tienen la particularidad, que no tienen las víboras, de morder a distancia…

»Yo sabía que estaba allí…

»¡Y no me volví!… Intentaba, en un supremo esfuerzo, luchar contra la modorra que me invadía…

»Así conseguí llegar hasta la cerca que rodeaba la casa…

»Entonces, vencida, me volví… ¡Y vi al marqués que reía en la ventana de mi habitación!…»

 

Cuarta carta
.—«¿Recela algo? Drouine, el sacristán, el encargado de la cripta de que ya le he hablado, una buena persona en toda la acepción de la palabra, me ha dicho que desconfíe de todo… Si comprenden su afecto hacia mí, perderá su empleo, gracias al que vive; pero no es ello lo que le detiene, sino el temor de mí.

»¡Cómo se lo agradezco! Mientras tanto, tomamos mil precauciones, finjo un gran fervor (ya sabe usted que soy católica), y, con excusa de hacer limosna para la capilla, introduzco en el cepillo mis cartas… El mismo Sing-Sing, que me sigue como un duendecillo maligno, no oye más que el ruido de las monedas… Después, abre el cepillo y se apodera de las cartas…

»Luego de mi intentona metiéronme en el automóvil como un bulto y ya no salí hasta el patio del castillo…

»¡Coulteray es un verdadero presidio!… Fosos, murallas de la Edad Media… La capilla está en el patio, así como lo que resta del torreón. Y me dejan pasear por dicho patio, que está medio convertido en jardín.

»La capilla tiene un osario, un pequeño cementerio que la rodea, y que está adornado de bastantes flores.

»En esta estación, todas estas piedras, que pertenecen al pasado y a la muerte, no tienen nada especialmente lúgubre bajo las galas primaverales que las adornan. La verdura triunfa dondequiera, cubre los muros, disimula las llagas. La vida, que huye de mí, desborda en todas partes.

»Desde la ventana, situada en el primer piso, veo por una brecha un paisaje encantador, que se refleja en las tranquilas aguas del riachuelo, que a lo lejos desemboca en el Loire. ¡Y yo me muero!

»¡He venido aquí para morir! Me parece que no se irán de aquí hasta que yo haya muerto.

»Sólo me han traído para aspirar en paz mi último suspiro.

»Nunca ha estado el marqués tan suave, tan amable, tan minuciosamente solícito. ¡Se ha convertido en mi camarero! Quiere ser el único en servirme. ¡Jamás me ha dicho cosas tan bonitas! Jura y perjura que nunca ha querido a otra. ¡Oh, cómo me quiere, cómo me quiere! Y me ofrece su brazo para
percatarse de mi debilidad
. ¡Su amor se ha apoderado de mí!…

»¡Es el gran vampiro!… El mundo está lleno de pequeños vampiros. En él casi no hay sino parejas que se devoran. ¡Es preciso que unos se coman a otros! A veces es el varón, a veces es la hembra… ¡El egoísmo más fuerte reduce poco a poco a cero al ser que vive a su sombra!… Para eso no es necesario abrir venas y chupar sangre… Así ocurre en casi todos los matrimonios. Claro está que lo del nuestro es otra cosa…

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