—Sí.
—Eso es lo que ha pasado. Cada vez que pensábamos en algún motivo de la muerte de Morley, ¡presto la carta aparecía! Amberiotis, Alistair Blunt, el actual estado de la política territorial... —se encogió de hombros—. Y usted ha sido quien más me ha despistado.
—¡Oh Poirot, lo siento! Creo que tiene razón.
—Usted estaba en condiciones de saber. Sus palabras tenían mucho peso.
—Yo... creía lo que le dije. Esa es la única disculpa que puedo darle... —hizo una pausa para suspirar—. ¿Y fue todo por un mero motivo de índole particular?
—Exacto. He tardado mucho tiempo en conocer el móvil del crimen..., aunque tuve mala suerte.
—¿Sí? ¿Cómo fue?
—Un fragmento de una conversación. Muy significativa, si hubiese tenido el instinto de comprenderla entonces.
Mister Barnes se rascó la nariz para limpiarse una mota de tierra.
—Es muy misterioso.
Poirot volvió a encogerse de hombros.
—Quizá. Usted tampoco fue muy franco conmigo.
—¿Yo?
—Sí.
—Mi querido amigo, yo no tenía la menor idea de la culpabilidad de Carter. Lo único que sabía era que salió de la casa mucho antes que Morley fuera asesinado. Supongo que no era cierto, ¿verdad?
—Carter estaba en la casa a las doce y veinticinco y
vio
al asesino —dijo Poirot.
—Así que Carter no...
—Le digo que Carter vio al asesino.
—¿Le..., le reconoció?
El detective movió la cabeza lentamente.
Hércules Poirot pasó algunas horas del día siguiente con un agente teatral amigo suyo, y por la tarde se fue a Oxford. Al otro día regresó a la ciudad bastante tarde.
Previamente había telefoneado a Alistair Blunt para concertar una entrevista.
Eran las nueve y media cuando llegaba a la Casa Gótica.
Alistair Blunt hallábase solo en la biblioteca aguardando al detective, y al estrecharle la mano le preguntó:
—Bien. ¿La ha encontrado?
Hércules Poirot asintió con la cabeza lentamente.
—Sí, sí. La encontré.
Después de sentarse exhaló un suspiro. Alistair Blunt se interesó:
—¿Está cansado?
—Sí. Y no es agradable lo que tengo que decirle.
—¿Muerta?—dijo Blunt.
—Eso depende de como se mire.
Blunt arrugó el entrecejo.
—Mi buen amigo, una persona
ha de estar
viva o muerta. Y miss Sainsbury Seale estará o lo uno o lo otro.
—¡Ah! Pero ¿quién es miss Sainsbury Seale?
—¿No querrá decir que... no existe?
—¡Oh, no, no! Existía esa persona. Vivió en Calcuta. Enseñaba declamación. Se ocupaba en buenas obras. Vino a Inglaterra en el
Maharanah
, el mismo barco en el que viajaba Amberiotis, aunque no en la misma clase; la ayudó en una ocasión por cuestiones de su equipaje. Por lo visto, era un hombre amable, y algunas veces, mister Blunt, la amabilidad es recompensada de modo insospechado. Eso es lo que le pasó a Amberiotis. Encontró un par de veces a esa dama por las calles de Londres. Era expansivo y bonachón y la invitó a comer en el Savoy. ¡Y menuda ganga fue para él! Porque su amabilidad no fue premeditada... Ignoraba que aquella dama iba a ser una mina de oro sin ella misma sospecharlo. No era muy inteligente; sencilla, de buena intención, pero con el cerebro de un mosquito.
—¿Luego —intervino Blunt— no fue ella quien mató a esa mujer llamada Chapman?
—Es difícil saber ordenar este asunto. Empezaré por donde comenzó para mí. ¡Por un zapato!
Blunt repitió, aturdido:
—¿Un zapato?
—Sí. Un zapato con hebilla. Al salir de mi
séance
al dentista bajé los escalones del número cincuenta y ocho de la calle Reina Carlota; un taxi se había detenido ante la puerta y su ocupante se disponía a apearse. Yo soy un hombre que sé calificar a las mujeres por sus extremidades inferiores. Aquella dama tenía un tobillo bien formado y llevaba medias de buena calidad, pero no me gustaron sus zapatos. Eran nuevos, de charol reluciente con una gran hebilla. ¡De lo más chabacano! Y mientras hacía estas observaciones, se puso al alcance de mi vista el resto de su persona, y francamente, ¡qué decepción! Se trataba de una mujer de mediana edad, sin atractivo y mal vestida.
—¿Era miss Sainsbury Seale?
—Precisamente. Y al apearse le ocurrió un
cóntretemps
: engánchesele una hebilla en la portezuela y cayó al suelo. Me agaché, la recogí y me apresuré a devolvérsela. Eso fue todo. El incidente concluyó así. Aquel mismo día fui con el inspector Japp a interpelar a la dama; aún no había cosido la hebilla. Y aquella misma noche, miss Sainsbury Seale salió del hotel para desaparecer. Esto, podríamos decir, es la primera parte. La segunda empieza cuando el inspector Japp me llamó desde las Residencias del rey Leopoldo. Dentro de un arca para pieles habían encontrado un cadáver. Entré en la habitación, levanté la tapa y... lo primero que vi fue un zapato con hebilla muy usado.
—¿Y bien?
—No se ha fijado usted... Era un zapato viejo, muy usado. Y ya ve usted: miss Sainsbury Seale había ido a las Residencias del rey Leopoldo el mismo día de la muerte de Morley. Por la mañana los zapatos eran nuevos y por la noche viejísimos. Ya comprenderá usted que un par de zapatos no se destroza en un día.
—Podía tener dos pares —dijo sin interés Alistair Blunt.
—¡Ah, pero no los tenía! Porque Japp y yo estuvimos en el hotel Glengowrie revisando todas sus cosas... y no había ningún par de zapatos como ese. Podía tener un par más usado y ponérselo después de un día de mucho trajín para salir por la noche, ¿no es verdad? Pero, de ser así, el otro par habría quedado en el hotel. ¿No lo encuentra curioso?
—No veo que eso tenga gran importancia —comentó el millonario, sonriendo levemente.
—No. No la tiene, pero no me gustan las cosas que no pueden explicarse. Ante el arcón, me quedé mirando el zapato..., y la hebilla había sido cosida a mano. He de confesar que tuve un momento de duda... Sí. Me dije: «Hércules Poirot, me parece que has sido un poco optimista. Ves el mundo a través de un cristal de color rosa. Hasta los zapatos viejos te parecen nuevos.»
—Puede ser que esa sea la explicación.
—No. No lo es. ¡Mis ojos no me engañaron! —y continuó—: Estudié el cadáver y no me gustó lo que vi, ¿Por qué desfiguraron deliberadamente su rostro hasta dejarlo irreconocible?
—¿Para qué volver sobre lo mismo? Ya sabemos...
Alistair Blunt movióse inquieto.
—Es preciso—dijo el detective con energía—. Tengo que hacerle seguir peldaño a peldaño el camino que me condujo a la verdad. Me dije: «Debe de haber algún error. Aquí está una mujer muerta vestida con la ropa de miss Sainsbury Seale (a excepción de los zapatos) y aquí está también su bolso...; pero ¿por qué su cara está destrozada? ¿No será porque su rostro no es el de miss Sainsbury Seale?» E inmediatamente me puse a recordar lo que había oído sobre el aspecto de la dueña del piso, y me pregunté: «¿No puede ser esta otra la que yace aquí muerta?» Y fui a su habitación para tratar de imaginar qué clase de mujer era. Aparentemente, muy distinta a la otra. Elegante, extremada en el vestir y muy maquillada. Pero
bastante parecidas
en lo esencial: cabellos, estatura, edad... Solo había una diferencia: mistres Chapman calzaba un treinta y cinco y miss Sainsbury usaba el número diez en medias... Lo cual quiere decir que calzaría lo menos un treinta y seis. Por tanto, mistress Chapman tenía el pie más pequeño. Volví junto al cadáver. Si mi idea era exacta y el cuerpo fuera el de mistress Chapman, vestido como el de miss Seale, entonces
los zapatos serían demasiado grandes
. Tiré de uno, pero no salió. ¡Le estaba muy ajustado! Parecía como si, después de todo, fuese el cuerpo de miss Seale. Pero, entonces, ¿por qué le desfiguraron el rostro? Su identidad estaba suficientemente probada por el bolso que pudieron quitarle..., pero que
dejaron
. Era un rompecabezas. Desesperado busqué el librito de direcciones de mistress Chapman. Solo un dentista podía identificar el cadáver. Por coincidencia, su dentista era mister Morley, que había muerto, pero la identificación era todavía posible. Ya conoce el resultado. El cuerpo fue identificado en el depósito de cadáveres, por el sucesor de mister Morley, como el de mistress Chapman.
Blunt, impaciente, tamborileaba con sus dedos sobre la butaca. Poirot hizo caso omiso.
—Estaba ante un problema psicológico. ¿Qué clase de mujer era Mabelle Sainsbury Seale? Existían dos respuestas a esta pregunta. La primera era su vida en la India y el testimonio de sus amigos. Esto la retrataba como una mujer activa, de conciencia, aunque algo tonta. ¿Existía otra miss Sainsbury Seale? Aparentemente sí. La que había comido con un agente extranjero bien conocido, que había acosado a usted en la calle alegando amistad con su esposa (cosa que no era cierta), que había salido de casa de un dentista poco antes que falleciera y visitado a otra mujer la noche en que fue asesinada, desapareciendo luego, aunque debía saber que la Policía la buscaba. ¿Eran compatibles estas acciones con el carácter que describieron sus amistades? Parece ser que no. Además, si miss Seale no era la criatura dulce y buena que aparentaba, había de ser una asesina a sangre fría o por lo menos cómplice. Yo tenía mi criterio personal. Había hablado con ella. ¿Cómo la juzgué? Esta, mister Blunt, fue la pregunta más difícil de responder. Todo cuanto dijo, su modo de expresarse, sus gestos, sus modales, estaban de perfecto acuerdo con su carácter expresado, pero
también concordaban con las de una actriz representando su papel
. Y Mabelle Sainsbury Seale había empezado su vida como actriz. Yo estaba impresionado por una conversación que tuve con mister Barnes en Ealing, que también fue al número cincuenta y ocho de la calle Reina Carlota el día del suceso. Según su teoría, las muertes de mister Morley y de Amberiotis fueron accidentes, ya que la víctima debía ser
usted
.
—¡Ah, vamos, es algo traído por los pelos! —dijo Alistair Blunt.
—¿Sí, mister Blunt? ¿No es cierto que en estos momentos hay muchas personas para quienes es un asunto vital el que usted..., digamos..., sea destituido? ¿O que deje de ejercer su influencia?
—¡Oh, eso sí es verdad! Pero ¿por qué relacionarlo con la muerte de Morley?
—Porque hay cierta, ¿cómo diré yo?..., disipación en este caso..., el móvil no ha sido el dinero... ni una vida humana... Existe una temeridad..., una depravación... que señala los
grandes
crímenes.
—¿Así que no cree que Morley se suicidara?
—Nunca lo pensé. Ni por un instante. No. Morley fue asesinado. Amberiotis fue asesinado, y una mujer irreconocible fue asesinada, ¿por qué? Por casualidades. Barnes supone que quisieron sobornar a Morley o a su socio para que le eliminaran a usted.
—¡Qué tontería!—exclamó Alistair Blunt.
—¡Ah!, ¿sí? ¿Tontería? Quieren deshacerse de una persona que está sobre aviso, defendida, o es de difícil acceso. Para matarla es necesario acercarse a él sin despertar sospechas... ¿Y dónde estará un hombre más indefenso que en el sillón del dentista?
—Bien, puede que sea verdad. Nunca lo pensé.
—Es verdad. Y cuando me di cuenta, había dado el primer paso hacia la verdad.
—¿Así que acepta la teoría de Barnes? A propósito, ¿quién es ese Barnes?
—Es el paciente que Reilly tenía citado para las doce. Está jubilado del Ministerio de la Go-bernación y vive en Ealing. Es un hombrecillo insignificante. Pero se equivoca al decir que yo apruebo su teoría. No. Solo acepto el
principio
.
—¿Qué quiere decir?
El detective se explicó:
—Durante todo este caso he sido inducido, a veces involuntariamente, otras deliberadamente, a considerar este caso como un crimen
público
. Es decir, que usted, mister Blunt, era el foco por su carácter público. Usted, el banquero, rey de la Banca, conservador de la tradición. Mas todo hombre tiene también su vida
privada
. Ese fue mi error.
Olvidé la vida privada.
Y si existían razones de índole privada para matar a Morley (Francis Carter, por ejemplo), podía también haberlas para asesinarle a usted... Tiene usted parientes que heredarán su fortuna cuando muera. Gente que le aprecia y le odia... como hombre..., no como figura pública. Y así llegué a lo que llamo «la carta forzada»: el frustrado atentado de Francis Carter. Si era un ataque sincero, entonces era un crimen político. Pero ¿cabía otra explicación? Tal vez. Estuvo presente otro personaje. El hombre que sorprendió a Carter. Un hombre que pudo disparar y arrojar el revólver a los pies de Carter de modo que este tuviera que cogerlo y ser sorprendido con él en la mano. Consideré la situación de Howard Raikes. Estuvo en la calle Reina Carlota la mañana de la muerte de Morley. Es enemigo de todo lo que usted representa. Y hay algo más:
quería casarse con su sobrina
, y a la muerte de usted heredaría una bonita renta, aunque usted ha dispuesto prudentemente que no pueda tocar el capital. Entonces podía ser un crimen de índole particular, por intereses
privados
, por motivos de satisfacción personal. ¿Por qué lo tomé por un crimen público?
Porque no una, sino muchas veces me habían sugerido esa idea, inclinándome a ella como el prestidigitador nos obliga a tomar la carta que él quiere.
Y al ocurrírseme esta idea vislumbré los primeros atisbos de verosimilitud. Fue en la iglesia, al cantar un salmo. Hablaba de una red tendida... ¿Una trampa? ¿Preparada para mí? Pudiera ser. Pero ¿
quién
la puso?
Solo una persona pudo hacerlo
. No tenía sentido... o tal vez sí. ¿Habría estado enfocando el caso al revés? ¿No sería el móvil el dinero? ¿Desprecio de la vida? Sí. Porque los riesgos que había corrido el culpable eran
múltiples...
Si esta nueva y extraña idea era cierta, lo explicaría todo. Por ejemplo, el misterio de la doble personalidad de miss Sainsbury Seale y el enigma del zapato con hebilla, y responder a la pregunta:
¿Dónde está ahora miss Sainsbury Seale?
Y he aquí que respondo a esto y más. Demuestra que miss Seale es el principio, medio y fin de este caso. No era que me pareciera que existían dos Mabelle Sainsbury Seale; es que efectivamente eran dos personas. La buena, estúpida y amable que alaban sus amistades, y la otra, la mujer que estaba mezclada en los crímenes, contaba mentiras y había desaparecido misteriosamente. Recuerde que el portero de las Residencias del Rey Leopoldo dijo que miss Seale había estado allí otra vez. Al reconstruir el caso, deduje que fue la única vez. No volvió a salir de las Residencias del rey Leopoldo.
La otra Mebelle Sainsbury Seale salió en su lugar.
Vestida con sus ropas y calzando un par de zapatos nuevos con hebilla, porque los otros le eran muy grandes, fue al hotel de la plaza Russell y recogiendo el equipaje de la muerta pagó la cuenta y se marchó al hotel Glengowrie Court. Recuerde que ninguno de sus amigos íntimos la vio a partir de entonces. Durante una semana representó el papel de Mabelle Sainsbury Seale. Usaba sus vestidos, hablaba como ella, y también tuvo que comprar un par de zapatos de noche más pequeños... y luego desapareció. Se la vio por última vez en las Residencias del rey Leopoldo la noche del día en que Morley fue asesinado.