La muerte del rey Arturo (24 page)

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Authors: Anónimo

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BOOK: La muerte del rey Arturo
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De este modo la reina se quedó aquí con las monjas, por el miedo que tenía al rey Arturo y a Mordrez. Deja ahora la historia de hablar de ella y vuelve al rey Arturo.

171.
A continuación cuenta la historia que, cuando el rey Arturo se embarcó para ir al reino de Logres a destruir y exiliar a Mordrez, tuvo un fuerte viento favorable que, con toda su gente, pronto le llevó al castillo de Dovres; al llegar, después de sacar las armas de las naves, el rey pidió a los de Dovres que le abrieran la puerta y lo recibiesen dentro; lo hicieron con gran alegría, diciéndole que pensaban que había muerto. «Sabed que esa deslealtad la urdió Mordrez, les dijo el rey Arturo, y, si puedo hacerlo, por ella morirá como desleal y perjuro hacia Dios y hacia su legítimo señor.»

172.
Aquel día, alrededor de la hora de vísperas, dijo mi señor Galván a los que estaban con él: «ld a decir a mi señor tío que venga a hablar conmigo.» Uno de los caballeros va al rey y le comunica que mi señor Galván lo llama. Cuando el rey llega allí, se encuentra a mi señor Galván tan apagado que nadie le puede sacar una palabra; entonces empieza el rey a llorar amargamente y a manifestar una gran aflicción; cuando él oyó a su tío con tal duelo, lo reconoció, abrió los ojos y le dijo como pudo: «Señor, me muero; por Dios, si podéis evitar enfrentaros con Mordrez, evitadlo, pues os aseguro que si habéis de ser muerto por alguien, será por él. Saludad a mi señora la reina; y vos, señor, como aún habrá alguien, si Dios quiere, que verá a Lanzarote, decidle que, con preferencia a cuantos hombres conocí, le envío mis saludos y que le pido perdón; ruego a Dios que lo guarde en el estado en que yo lo dejé; a él le suplico que tan pronto como sepa que he muerto por nada del mundo deje de acudir a ver mi tumba; sin duda le moverá a compasión por mí.» A continuación le dice al rey: «Señor, os pido que me hagáis enterrar en Camaloc con mis hermanos y quiero ser metido en la misma tumba donde fue metido el cuerpo de Gariete, pues fue el hombre del mundo a quien yo más amé. Haced escribir sobre la tumba:
AQUÍ YACEN GARIETE Y GALVÁN, A QUIENES MATÓ LANZAROTE POR LAS INJURIAS DE GALVÁN
. Tales palabras quiero que estén allí, de manera que como me lo he merecido yo sea denostado por mi muerte.» El rey, que se lamentaba mucho, al oír lo que decía Galván, le pregunta: «¿Cómo, buen sobrino, morís por Lanzarote? —Señor, sí, por la herida que me hizo en la cabeza: hubiera sanado totalmente, pero los romanos me la volvieron a abrir en la batalla. » Después de esto, nadie le oyó pronunciar una palabra, excepto que dijo: «Jesucristo, Padre, no me juzguéis según mis malas acciones.» Entonces abandonó el siglo, con las manos cruzadas sobre el pecho. El rey llora y se lamenta, desmayándose frecuentemente y a menudo sobre él, mientras se llama desgraciado, infeliz, triste y añade: «¡Ay! Fortuna, cosa contraria y opuesta, lo más desleal que hay en el mundo, ¿por qué me fuiste tan favorable y amiga si me lo venderías tan caro al final? Antaño me fuiste madre, ahora me eres madrastra y para hacerme morir de dolor has llamado contigo a la muerte, de forma que me has afrentado de dos maneras: con mis amigos y con mis tierras. ¡Ay! Muerte villana, no debías haber atacado a un hombre como era mi sobrino, que sobrepasaba en bondad a todo el mundo.»

173.
El rey está muy triste por esta muerte y tiene un pesar tan grande que no sabe qué decir; se desmaya tan a menudo que los nobles temen que se les muera entre las manos; lo llevan a una habitación, porque no quieren que vea el cuerpo, ya que mientras lo viera no cesaría su lamentación. El duelo del castillo fue tan grande durante todo el día que no se hubiera oído a Dios tronante, y lloraban todos, sin excepción, como si fuera primo hermano de cada uno de ellos; y no debe extrañar, pues mi señor Galván había sido el caballero del mundo más amado por las gentes; rindieron al cuerpo el honor que pudieron hacerle y lo metieron en telas de seda tejidas con oro y con piedras preciosas; por la noche hubo tal iluminación, que os parecería que el castillo estaba ardiendo. A la mañana siguiente, tan pronto como amaneció, el rey Arturo, que se ocupaba de todo, llamó a cien caballeros y los hizo armar; después les mandó tomar un ataúd que pudiera ser transportado por los caballos e hizo meter en él el cuerpo de mi señor Galván diciéndoles: «Llevadme a Camaloc a mi sobrino y, allí, haced que lo entierren tal como ha pedido y que lo metan en la tumba a Gariete.» Mientras decía estas palabras lloraba amargamente, de manera que los que estaban en aquel lugar, no se sentían menos afligidos por su dolor que por la muerte de mi señor Galván. Entonces montan los cien caballeros y en el acompañamiento había más de otros mil; todos se lamentaban y gritaban tras el cuerpo, diciendo: «¡Ay! Buen caballero, firme, cortés y bondadoso, la muerte sea maldita, pues nos quitó vuestra compañía.» Así lloraba todo el pueblo tras el cuerpo de mi señor Galván. Después de haber acompañado largo trecho el cuerpo, el rey se detuvo y dijo a quienes debían seguir con él: «No puedo seguir; id a Camaloc y haced lo que os he dicho.» Entonces se vuelve el rey más afligido que nadie y dice, a sus hombres: «¡Ay! Señores, a partir de ahora parecerá que os esforzáis más, pues habéis perdido al que era padre y escudo vuestro en todas las necesidades. ¡Ay!, Dios, creo que mucho tiempo notaremos su ausencia.» Así decía el rey mientras iba.

174.
Los que tenían que conducir el cuerpo, cabalgaron el día entero, hasta que la ventura los llevó a un castillo que se llamaba Beloe, cuyo señor era un caballero que nunca amó a mi señor Galván; antes bien, lo odiaba por envidia, pues veía que mi señor Galván era mejor caballero que él. Los que llevaban el cuerpo descabalgaron ante la sala principal y no había nadie que no tuviera un gran dolor en el corazón.

En esto, he aquí que la señora del lugar les pregunta quién es aquel caballero; le respondieron que era mi señor Galván, sobrino del rey Arturo. Cuando la dama oye estas palabras corre hacia el cuerpo como enloquecida y se desmaya sobre él; al volver en sí,— dice: «¡Ay! Mi señor Galván, qué gran calamidad es vuestra muerte, tanto para damas como para doncellas. Y yo pierdo con ella bastante más que ninguna otra, pues pierdo al hombre que más amaba en el mundo; sepan todos cuantos aquí están que nunca amé a nadie sino a él y que mientras yo viva, no amaré a ningún otro.» A estas palabras salió de la habitación el señor enfadándose mucho por el duelo que hacía la dama; corre a una sala, toma su espada, vuelve al cuerpo, y golpea con ella a su mujer, que estaba sobre él; lo hace con tal fuerza que le atravesó el hombro y se la hundió cerca de medio pie en el cuerpo; la dama exclama: «¡Ay! Mi señor Galván, ahora soy muerta por vos. Por Dios, señores que estáis aquí, os ruego que llevéis mi cuerpo allí donde lleváis el suyo, de forma que todos los que vean nuestras sepulturas sepan que he muerto por él.» Los caballeros no escuchan demasiado lo que la dama dice, pues están muy afligidos de que por tal desgracia haya muerto así; atacan al caballero y le quitan la espada y uno de ellos le dice encolerizado: «Ciertamente, señor caballero, nos habéis hecho una gran afrenta al matar ante nosotros sin motivo a esta dama; así me ayude Dios, creo que no volveréis a golpear a una dama sin acordaros de ello.» Toma entonces la espada y le da un golpe tan fuerte al señor del lugar, que le causa una herida mortal; éste, que se siente herido de muerte, quiere fugarse, pero el caballero no le deja, sino que le da otro golpe, derribándole muerto en medio de la gran sala. Entonces exclama un caballero que allí estaba: «¡Ay! Desgraciado, infeliz, este caballero ha matado a mi señor.» Lo hace saber por toda la ciudad, toman las armas y dicen que en mala hora vinieron los caballeros, pues les van a vender muy cara la muerte de su señor; llegan a la gran sala y les atacan, aunque aquellos se defienden bien, porque son buenos caballeros y amigos, de forma que los de la ciudad se consideran equivocados por el ataque que han emprendido, pues aquellos les hacen abandonar la gran sala en poco tiempo.

175.
Así pasaron aquella noche, comiendo y bebiendo lo que pudieron encontrar allí dentro. Por la mañana, prepararon un ataúd y se llevaron a la dama. Cabalgaron hasta llegar a Camaloc y cuando los de la ciudad supieron que era el cuerpo de mi señor Galván, se entristecieron y afligieron mucho por su muerte y decían que ya estaban completamente aniquilados; acompañan el cuerpo hasta la iglesia mayor y lo colocan en medio de la nave. Cuando el pueblo supo que había sido llevado el cuerpo de mi señor Galván, acudió en tal cantidad como nadie podía contar. A la hora de tercia, cuando el cuerpo ya había cumplido el tiempo, lo metieron en la tumba con Gariete, su hermano, y escribieron sobre su sepultura:
AQUÍ YACEN LOS DOS HERMANOS, MIS SEÑORES GALVÁN Y GARIETE, A QUIENES MATÓ LANZAROTE DEL LAGO POR LAS INJURIAS DE GALVÁN
.

Así fue enterrado Galván con su hermano Gariete; los de aquella tierra hicieron un gran duelo por la muerte de mi señor Galván. La historia deja ahora de hablar de mi señor Galván y de la dama de Beloe y vuelve a referirse al rey Arturo y a su compañía.

176.
Cuenta ahora la historia que cuando el rey Arturo dejó el cuerpo de mí señor Galván, tras enviarlo a Camaloc, se volvió al castillo de Dovres, permaneciendo allí todo aquel día. A la mañana siguiente, se puso en marcha y se dirigió contra Mordrez; cabalgaba con toda su hueste. Pasó la noche a la entrada de un bosque: cuando se acostó y ya se había dormido en su cama, creyó que en sueños se le presentaba mi señor Galván, más hermoso que lo había visto nunca; tras él venía una muchedumbre de pobres que decían: «Rey Arturo, hemos conseguido la casa de Dios para vuestro sobrino, mi señor Galván, por el gran bien que nos ha hecho; haz como él y obrarás como sensato.» El rey contesta que le agrada mucho; entonces corría hacia su sobrino y lo abrazaba y mi señor Galván le decía llorando: «Señor, tened cuidado al atacar a Mordrez; si lo hacéis, moriréis o seréis herido de muerte. —Ciertamente, respondía el rey, le atacaré, aunque deba de morir, pues si no, sería cobarde al no defender mi tierra contra un traidor.» Con esto se marchaba mi señor Galván, manifestando la mayor pena del mundo, mientras decía a su tío el rey: «¡Ay! ¡Señor, qué tristeza y qué desgracia que precipitéis así vuestro fin!» Después se volvía al rey y le decía: «Señor, llamad a Lanzarote y estad seguro de que si lo tenéis en vuestra compañía, Mordrez no podrá resistir; si no lo llamáis en este momento de necesidad, no os escaparéis sin la muerte.» El rey le responde que no lo hará llamar para esto, pues se ha portado tan mal con él que no cree que venga a su orden. Mi señor Galván se volvía llorando y decía: «Señor, sabed que será una gran desgracia para todos los nobles.» Esto le sucedió al rey Arturo mientras dormía. Por la mañana, al despertarse, hizo el signo de la cruz sobre su rostro y dijo: «¡Ay! Buen Señor Dios Jesucristo, que me habéis hecho tantos honores, ya que primero, llevé corona y pude tener tierras, Señor bueno y dulce, por vuestra misericordia, no permitáis que yo pierda la honra en esta batalla, pero dadme la victoria sobre mis enemigos que me son perjuros y desleales.» Tras decir esto se levantó y fue a oír misa del Espíritu Santo y, después, hizo que toda su hueste desayunara un poco, pues no sabía a qué hora encontraría a las gentes de Mordrez. Después de comer se pusieron en camino; durante todo el día cabalgaron con tranquilidad, para que los caballos no estuvieran demasiado cansados al entrar en la batalla. Aquella noche se instalaron en la llanura de Lovedón y estuvieron muy a gusto. El rey se acostó en su tienda solo, con sus chambelanes; al dormirse, le pareció que venía una dama, la más hermosa que había contemplado en el mundo; lo levantaba de la tierra y se lo llevaba a la montaña más alta que había visto; allí lo colocó sobre una rueda. En aquella rueda había unos asientos que subían y otros que bajaban; el rey miró en qué sitio de la rueda estaba sentado y vio que su asiento era el más alto. La dama le preguntó: «Arturo, ¿dónde estás? —Señora, le responde, estoy en una alta rueda, pero no sé qué es. —Es, le contesta ella, la rueda de la fortuna», y le pregunta a continuación: «Arturo, ¿qué ves? —Señora, me parece que veo todo el mundo. —Así es, le contesta, lo ves y no hay prácticamente nada de lo que no hayas sido señor hasta ahora y de todo el entorno que contemplas, fuiste el rey más poderoso. Pero es tal el orgullo en la tierra, que no hay nadie sentado tan alto que no caiga del poder.» Entonces lo tomó y lo tiró al suelo con tanta fuerza que al rey le pareció que estaba destrozado y que iba a perder la fuerza del cuerpo y de los miembros.

177.
Así vio el rey las desgracias que le iban a ocurrir. Por la mañana, cuando se levantó, oyó misa antes de armarse, y, lo mejor que pudo, confesó a un arzobispo todos los pecados de los que se sentía culpable hacia su Creador; después de confesarse y de dar gracias, le contó las dos visiones que había tenido las noches anteriores. Cuando el santo varón las oyó, le— dijo al rey: «¡Ay! Señor, por la salvación de vuestra alma, de vuestro cuerpo y del reino, volveos a Dovres con toda vuestra gente, pedid a Lanzarote que venga a socorreros; acudirá con mucho gusto. Si os enfrentáis a Mordrez en este momento, seríais herido de muerte o muerto y nosotros tendríamos una pérdida tan grande, que duraría tanto como durara el mundo. Rey Arturo, todo eso os ocurrirá si os enfrentáis con Mordrez. —Señor, le responde el rey, me decís cosas admirables al prohibirme hacer lo que no puedo abandonar. —Conviene obrar así, contesta el hombre bueno, si no queréis ser deshonrado.» De tal forma le habla el arzobispo al rey Arturo, como quien quería hacerle desistir de su deseo, pero no lo logra, pues el rey jura por el alma de Uterpandragón, su padre, que no retrocederá y que se enfrentará con Mordrez. «Señor, contesta el religioso, es una lástima que yo no os pueda hacer abandonar vuestro deseo.» El rey le dice que se calle, pues no dejaría de hacerlo por el honor de todo el mundo.

178.
Aquel día cabalgó el rey y se dirigió tan directamente como pudo hacia las llanuras de Salisbury, como quien sabía que en aquella llanura iba a tener lugar la gran batalla mortal de la que tanto habían hablado Merlín y otros adivinos. Cuando el rey Arturo entró en el llano dijo a sus gentes que acampasen allí, donde esperarían a Mordrez; lo hicieron tal como ordenó; en poco rato se asentaron y se establecieron lo mejor que pudieron. Por la noche, después de cenar, el rey Arturo con el arzobispo fue a dar un paseo por la llanura y llegaron a una roca alta y dura; el rey miró roca arriba y vio que tenía letras talladas. Mira al arzobispo y dice: «Señor, he aquí maravillas; en esta roca hay letras que fueron inscritas hace largo tiempo; mirad lo que dicen. Contempla las letras, que decían:
EN ESTA LLANURA TENDRÁ LUGAR LA BATALLA MORTAL POR LA QUE QUEDARÁ HUÉRFANO EL REINO DE LOGRES
». «Señor, le dice al rey, ya sabéis lo que quieren decir; si os enfrentáis con Mordrez, el reino se quedará huérfano, pues o moriréis o seréis herido de muerte; no será de otra forma; y para que no dudéis de que en este texto no hay sino verdad, os digo que el mismo Merlín escribió las letras y en todo cuanto dijo sólo hubo verdad, como quien estaba seguro de lo que había de ocurrir. —Señor, le responde el rey Arturo, lo veo tan claro que, si no hubiera avanzado tanto, me volvería, fuera cual fuese el deseo que tuviera; pero que ahora nos ayude Jesucristo, porque no me retiraré hasta que Nuestro Señor me haya dado honor a mí o a Mordrez; y si me va mal, habrá sido por mis pecados y por mis culpas, pues mis buenos caballeros son más que los de Mordrez.» El rey Arturo decía estas palabras muy desanimado y más atemorizado de lo que solía, porque había visto numerosas señales que le presagiaban su muerte. El arzobispo llora con ternura, ya que no puede hacer que se vuelva. El rey regresó a su tienda; cuando estuvo en ella se le acercó un criado para decirle: «Rey Arturo, no te saludo, pues soy vasallo de un mortal enemigo tuyo: Mordrez, rey del reino de Logres. Te dice, a través de mí, que has entrado alocadamente en su tierra, pero que si le prometes, como rey, que al amanecer te volverás con toda tu gente allí donde habéis venido, te lo tolerará de manera que no te hará ningún daño; pero si no quieres hacerlo, te fija la batalla para mañana. Dile cuál de estas dos cosas vas a hacer, que no quiere tu destrucción si abandonas su tierra.»

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