Read La maravillosa historia de Peter Schlemihl Online
Authors: Adelbert von Chamisso
Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras
Bendel
, pálido y tembloroso, pero más dueño de sí que yo, me hizo una seña, y yo me refugié en el dinero que todo lo allana. Pero también esto había perdido su poder. Lo tiró al suelo.
—No lo acepto de un hombre sin sombra.
Me volvió la espalda y se fue de la habitación, el sombrero en la cabeza, silbando una cancioncilla, sin prisas. Yo estaba allí delante de
Bendel
como de piedra viendo cómo se iba, sin saber qué hacer ni qué pensar.
Suspirando amargamente y con la muerte en el corazón, me dispuse finalmente a desempeñar mi palabra y a aparecer en el jardín del forestal como un malhechor delante del juez. Penetré en la obscura glorieta a la que habían dado mi nombre y donde me estaban esperando también esta vez. La madre me recibió alegre y despreocupada.
Mina
estaba sentada, pálida y bella como la primera nieve que a veces en otoño besa las últimas flores y en seguida se convierte en agua amarga. El forestal, con un papel escrito en la mano, paseaba nervioso y parecía callar muchas cosas, que se dibujaban en su rostro, generalmente impasible, poniéndose tan pronto encendido como pálido. En cuanto llegué, se acercó a mí, me invitó a seguirle y me condujo a un sitio despejado y con Sol del jardín. Me dejé caer mudo en mi asiento, y siguió un largo silencio, que ni siquiera la madre se atrevió a romper.
El forestal seguía paseando furiosamente por la glorieta, de pronto se quedó parado delante de mí en silencio, miró al papel que tenía en la mano y me preguntó con una mirada escrutadora:
—Señor conde, ¿no ha conocido realmente nunca a un tal
Peter Schlemihl
?
Yo callé.
—Un hombre de carácter excelente y buenas cualidades…
Esperaba una respuesta.
—¿Y si fuera yo mismo ese hombre?
Y él añadió rápido:
—¡¡A quién se le ha extraviado la sombra!!
—¡Lo presentía, lo presentía! —gritó Mina—. ¡Hace tiempo que lo sé! ¡No tiene sombra!
Y se arrojó en los brazos de su madre, que se asustó y se abrazó convulsivamente a ella, reprochándole que para su desdicha no hubiese revelado un secreto de aquella clase. Ella, como Aretusa
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, se había convertido en una fuente de lágrimas que corría más abundante al sonido de mi voz y con mi cercanía hervía tumultuosamente.
—Y usted —añadió él forestal ceñudo—, con un descaro inaudito, no ha tenido el más mínimo reparo en engañarnos a ella y a mí. Y ¡encima dice que ama a la que ha hundido de esa manera! ¡Mírela cómo padece y llora! ¡Horrible, horrible!
Yo estaba tan trastornado, que empecé a decir locamente que al fin y al cabo no era más que una sombra, una sombra, que también se podía seguir viviendo sin ella y que no merecía la pena hacer tanto ruido por una cosa así. Pero sentía el poco fundamento de lo que decía de una manera tan clara, que yo mismo me callé no sintiéndome digno de una respuesta. Sin embargo, añadí todavía que lo que se había perdido una vez se podía volver a encontrar.
Él me respondió iracundo:
—Pero dígame, señor, dígame, ¿cómo ha podido perder su sombra?
Tuve que mentir de nuevo.
—Es que una vez un hombre descomunal pisó con tanta fuerza mi sombra, que le hizo un roto muy grande… La he llevado a arreglar, porque: el dinero puede mucho. Ayer tenía que haberla recibido.
—¡Muy bien, señor, de acuerdo! —contestó—. Usted pretende a mi hija, cosa que hacen otros también, y yo, que soy el padre, tengo que cuidarme de ella. Le doy tres días de plazo para que en ese tiempo se procure usted una sombra. Si dentro de ese tiempo aparece usted con una sombra apropiada, será bien recibido. Pero al cuarto día —se lo digo en serio— mi hija será la mujer de otro.
Intenté decirle algo a
Mina
, pero ella, llorando aún más, se abrazó fuertemente a su madre, y ésta me hizo en silencio un gesto de que me alejara. Retrocedí vacilante y me pareció que el Mundo se cerraba detrás de mí.
Escapándome de la amable vigilancia de
Bendel
, atravesé en loca carrera bosques y campos. Un sudor angustioso me corría por las sienes, roncos gemidos salían de mi pecho, creí volverme loco.
No sé cuánto tiempo duró esto, hasta que en un soleado páramo me sentí sujeto por la manga. Me paré sin decir una palabra y miré alrededor… Era el hombre del abrigo gris, que, según parecía, había tenido que correr hasta quedarse sin aliento detrás de mí. En seguida empezó a hablar.
—Le avisé que vendría hoy, y usted no me ha esperado, pero todavía puede arreglarse todo. Usted lo piensa, canjea otra vez su sombra, que pongo a su disposición, y se va en seguida; será bien recibido en el jardín del forestal y todo queda en una broma. De
Rascal
, que es el que le ha traicionado y pretende a su novia, me encargo yo; ese pillo ya está maduro.
Yo estaba como en sueños.
—… ¿Que vendría hoy?…
Volví a echar cuentas… Tenía razón; me había equivocado en un día
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. Busqué con la mano derecha la bolsa en mi pecho. Él adivinó mi pensamiento y retrocedió dos pasos.
—No, señor conde, está en muy buenas manos, quédese con ella.
Lo miré fijamente, con gesto interrogante, asombrado. Él continuó:
—Es sólo una pequeñez como recuerdo. Si es tan amable, firme en esta hoja.
Sobre el pergamino estaba escrito:
«Por esta firma doy mi alma al poseedor de este documento, después de su natural separación de mi cuerpo.»
Yo miraba alternativamente, con mucho asombro, al escrito y al desconocido vestido de gris. Entre tanto él había mojado una pluma recién cortada en una gota de sangre que corría en mi mano del arañazo de una espina, y me la estaba ofreciendo.
—¿Quién es usted? —le pregunté finalmente.
—¿Y eso qué importa? —fue su respuesta—. ¿Es que no lo ve? Un pobre diablo, una mezcla de profesor y físico, que con sus artes extraordinarias recoge una mala cosecha de desagradecimiento entre los amigos. Y no tiene en la tierra otra diversión que experimentar un poquito… Vamos, firme aquí, a la derecha:
Peter Schlemihl
.
Moví la cabeza negativamente y dije:
—Perdone, señor, pero yo no firmo eso.
—¿No? —repitió él asombrado—. ¿Y por qué no?
—Me parece arriesgado cambiar el alma por la sombra.
—¿Ah, sí? ¿Arriesgado? —repitió; y se echó a reír a carcajadas en mi cara—. ¿Qué es su alma, si me lo permite? ¿La ha visto jamás? ¿Y qué va a hacer con ella cuando esté muerto? Ya puede estar contento de encontrar un pretendiente que sienta interés todavía y quiera pagar algo real por ese nadie-sabe-qué, esa fuerza galvánica o actividad polarizadora o lo que quiera que sea esa disparatada cosa. Y que quiere pagarlo con su sombra corporal, con la que puede conseguir la mano de su amada y el cumplimiento de todos sus deseos. ¿Es que prefiere dejar a la pobre chica y entregarla a ese infame bribón de
Rascal
?… No, si esto tiene usted que verlo con sus propios ojos. Venga, que le presto la capa invisible
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—sacó algo del bolsillo— y peregrinaremos sin ser vistos hasta el jardín del forestal.
Tengo que reconocer que me dio vergüenza que aquel hombre se riera de mí. Le odiaba desde el fondo de mi corazón, y yo creo que esta oposición personal me apartaba de comprar mi sombra por medio de la firma solicitada más que cualquier prejuicio o creencia. También me era insoportable la idea de hacer aquel camino en su compañía, como me propuso. El ver entrometerse burlonamente a aquel hipócrita repelente, aquel duende sarcástico entre mi amada y yo me destrozaba el corazón y soliviantaba mi más íntimo sentir. Consideré lo que me había sucedido como impuesto y mi desgracia como algo fatal, y, volviéndome a aquel hombre, le dije:
—Señor, yo le vendí mi sombra por esta bolsa maravillosa y hace tiempo que me he arrepentido. ¿No puede deshacerse el trato, por el amor de Dios?
Dijo que no con la cabeza y puso un ceño adusto. Yo añadí:
—Entonces no le venderé nada de lo que tengo, aunque sea al precio que me ha ofrecido, el de mi sombra, y no le firmo nada. Se entiende también que el disfraz que me ofrece no es igualmente divertido para usted y para mí. Así que discúlpeme, y separémonos sin más.
—Siento mucho, monsieur
Schlemihl
, que por su terquedad se deje ir de la mano un negocio que le ofrezco tan amistosamente. Pero quizá tenga otra vez más suerte… ¡Hasta pronto!… A propósito, permítame mostrarle que las cosas que compro no las dejo nunca estropear, sino que les hago honor y las cuido bien.
Y sacó mi sombra de su bolsillo y, arrojándola hábilmente sobre la maleza, la desplegó a sus pies al lado que daba el Sol, de forma que él caminaba entre dos sombras, la suya y la mía; y la mía también tenía que obedecerle, adaptarse y acomodarse a todos sus movimientos.
Cuando volví a ver mi pobre sombra, después de tanto tiempo y degradada a un servicio tan indigno, y precisamente cuando por culpa de ella me encontraba en un apuro tan sin nombre, se me partió el corazón y empecé a llorar amargamente. El muy odioso presumía del robo y me renovó descaradamente su ofrecimiento.
—Todavía puede tenerla. Sólo una firma y con eso salva a la desgraciada
Mina
de las garras de ese sinvergüenza, llevándola a los brazos del magnífico señor conde… ya lo ve, sólo una firma.
Mis lágrimas brotaron con renovada fuerza, pero me volví y le hice seña de que se fuera.
Bendel
, que había seguido mis huellas, muy preocupado, apareció en aquel momento. Cuando aquel hombre fiel y bueno me encontró llorando y mi sombra (que se reconocía en seguida) en poder del extraño y gris desconocido, decidió hacerme recobrar lo que me pertenecía, aunque fuera por la fuerza. Y como no entendía de maneras refinadas, empezó a atacarle con palabras, y sin muchos preámbulos le pidió que me devolviera inmediatamente lo mío. Pero él, en vez de contestar, volvió la espalda al inocente hombre y se fue.
Bendel
, entonces, levantando el bastón de espino que traía y pisándole los talones, le dejó sentir sin ningún miramiento toda la fuerza de su nervudo brazo, mientras le repetía la orden de que devolviera la sombra. El otro, como si estuviera acostumbrado a aquel trato, bajó la cabeza, encorvó los hombros, y siguió su camino Con paso tranquilo por el páramo, llevándoseme mi sombra a la vez que a mi fiel criado. Seguí oyendo largo rato retumbar el sordo ruido en aquellos lugares desiertos, hasta que por fin se perdió en la lejanía. Estaba solo y, como antes, con mi desgracia.
Solo de nuevo en el páramo desierto di rienda suelta a infinitas lágrimas, aligerando a mi pobre corazón de un peso sin nombre y angustioso. Pero no veía el fin de mi inmensa desdicha, ni límites, ni fronteras, y sorbía con fiera sed el nuevo veneno que el desconocido había vertido en mi herida. Cuando evoqué en mi alma la figura de
Mina
y se me apareció su dulce rostro pálido y con lágrimas, y luego al bribón de
Rascal
, descarado y burlón entre ella y yo, me tapé el rostro y huí a través de aquellos parajes desiertos, pero la horrible aparición no me dejaba, sino que seguía persiguiéndome en mi carrera, hasta que caí al suelo sin aliento y humedecí la tierra con una renovada fuente de lágrimas.
¡Y todo por una sombra! Y una firma podía haberme conseguido esa sombra. Volví a sopesar la extraña oferta y mi negativa.