La maravillosa historia de Peter Schlemihl (14 page)

Read La maravillosa historia de Peter Schlemihl Online

Authors: Adelbert von Chamisso

Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
11.59Mb size Format: txt, pdf, ePub

A la mañana siguiente
Bendel
me reveló en confianza que la sospecha que hacía tiempo tenía sobre la honradez de
Rascal
se había convertido en certeza. El día anterior había escondido bolsas llenas de dinero. Yo le contesté:

—Dejemos que ese pobre sinvergüenza goce de su robo. Yo doy a todos, ¿por qué no también a él? Ayer él, y los demás criados que me has proporcionado, me han servido fielmente, me han ayudado a dar una alegre fiesta.

No se volvió a hablar más de esto.
Rascal
siguió siendo el primero de mis criados, pero
Bendel
era mi amigo y mi hombre de confianza. Se había acostumbrado a pensar que mi riqueza era inagotable y no investigaba sus fuentes; me ayudaba muchas veces adivinando mis pensamientos, buscando posibilidades para animarme a gastar dinero. De aquel desconocido, el pálido hipócrita, sólo sabía lo siguiente: que era el único que podía librarme de la maldición que pesaba sobre mí, que en él descansaba mi única esperanza, y que le temía. Por lo demás yo estaba convencido de que él podría encontrarme en cualquier sitio y yo a él en ninguna parte. Por eso, esperando al día prometido, dejé toda investigación inútil.

La magnificencia de mi fiesta y mi comportamiento en ella reafirmaron a los crédulos habitantes de la ciudad en su primera opinión, pero pronto se dedujo por los periódicos que el fabuloso viaje del rey de Prusia había sido un rumor totalmente infundado. Pero yo había sido un rey y tenía que seguir siéndolo y el más rico y regio que nunca hubiera habido. Sólo que no se sabía cuál. El Mundo no ha tenido jamás un fundamento para quejarse de escasez de monarcas, por lo menos en nuestros días. La buena gente, que no había visto todavía ninguno, apostaba con la misma suerte tan pronto por uno como por otro… y el
conde Peter
fue siempre el que era.

Un día apareció entre los visitantes del balneario un hombre de negocios, que, para enriquecerse, se había declarado en bancarrota. Gozaba de una estima general y arrojaba una ancha aunque algo pálida sombra. Quiso lucirse con la riqueza que había reunido y hasta se le ocurrió rivalizar conmigo. Yo acudí a mi bolsa, y pronto dejé tan atrás al pobre diablo, que para guardar las apariencias tuvo que declararse otra vez en bancarrota y largarse al otro lado de las montañas. Así que me quedé libre de él… ¡Había hecho en aquellos contornos tantos vagos y holgazanes!

Dentro de la magnificencia y el dispendio regios por los que todo el Mundo se me sometía, yo vivía recluido en mi casa, de una manera muy sencilla. Había convertido en regla de conducta una prudencia extraordinaria: nadie por ningún pretexto podía entrar en mi habitación excepto
Bendel
. Mientras brillaba el Sol me mantenía encerrado, lo que quería decir: el señor conde trabaja en su despacho. Este trabajo estaba en relación con la frecuente correspondencia que mandaba y recibía por cualquier nimiedad. Solamente recibía invitados por la tarde, debajo de mis árboles o en una sala iluminada profusa y hábilmente bajo la dirección de
Bendel
. Si salía, y entonces
Bendel
me vigilaba con los ojos de Argos
[33]
, era sólo al jardín del forestal y por ella. Porque el más profundo móvil de mi vida era mi amor.

¡Oh, querido Chamisso! ¡Espero que no hayas olvidado lo que es el amor! Te dejo aquí que añadas mucho por tu cuenta.
Mina
era verdaderamente una chica digna de ser amada, buena y piadosa. Toda su imaginación la tenía puesta en mí; no sabía, en su modestia, qué es lo que tenía para que yo me hubiera fijado en ella. Y pagaba amor con amor con la entera y juvenil fuerza de su inocente corazón. Amaba como una mujer, dándose por entero, olvidada de sí misma, sacrificándose, aunque le costara la vida, por el que era su vida.

Sin embargo yo… —¡oh terribles horas, terribles pero deseables para vivirlas otra vez!—, yo lloraba muchas veces sobre el pecho de
Bendel
, cuando después del primer entusiasmo inconsciente, volvía en mí, mirándome con ojos claros; yo, que sin sombra había destrozado aquel ángel con perdido egoísmo, que había robado su alma pura mintiéndole sobre mí. Entonces prometía con los más fuertes juramentos apartarme de ella y huir. Pero entonces rompía a llorar y
Bendel
me convencía de que debía ir a visitarla por la tarde al jardín del forestal.

Otras veces me mentía a mí mismo haciéndome grandes esperanzas con la próxima visita del desconocido vestido de gris, y luego lloraba cuando no había logrado convencerme. Había calculado el día en que volvería a ver a aquel hombre terrible, porque había dicho, tal día como hoy en un año, y yo creía en su palabra.

Los padres eran unos honrados y buenos viejos que amaban mucho a su única hija. La situación los sorprendió, cuando se dieron cuenta de que existía, y no sabían qué hacer. Nunca habían soñado que el
conde Peter
pensara en su hija, pero él la amaba y era amado… La madre era suficientemente vanidosa para pensar en la posibilidad de un enlace y trabajar por él. La sana sensatez del padre no daba lugar a tales extravagantes fantasías. Los dos estaban convencidos de la sinceridad de mi amor… No podían hacer otra cosa que rezar por su hija.

Me viene a las manos una carta de
Mina
que conservo aún de aquellos tiempos… Sí, ¡es su letra! La copiaré.

«Soy una muchacha débil y tonta y me imagino que mi amado, porque le quiero mucho mucho, no puede hacer daño a esta pobre. ¡Es que eres tan bueno, tan indeciblemente bueno! Pero no me entiendas mal. No debes sacrificar nada por mí, no tienes que sacrificarme nada. ¡Oh, Dios! Me odiaría, si lo hicieras. No; me has hecho infinitamente feliz, me has enseñado a amarte… ¡Vete! Yo sé cual es mi destino, el
conde Peter
no me pertenece, pertenece al Mundo. Estaré orgullosa, cuando oiga esto era él y lo ha vuelto a ser y lo ha conseguido; por eso lo han adorado y lo han idolatrado. Y me enfado contigo cuando pienso que por una simple muchacha puedas olvidar tu alto destino… Vete, porque me hace todavía más desgraciada el pensamiento de que contigo, ¡ay de mí!, soy tan dichosa, tan feliz. ¿No he puesto en tu vida una rama de olivo y un capullo de rosa, lo mismo que en la corona que te ofrecí? Te tengo en mi corazón, querido, no temas alejarte de mí… Moriré, ¡ay de mí!, tan feliz, tan indeciblemente feliz por haberte conocido.»

Ya te puedes figurar cómo me traspasaron el corazón estas palabras. Le expliqué que yo no era lo que parecía; yo era sólo un hombre rico, pero infinitamente desgraciado. Sobre mí pesaba una maldición que debía quedar como un secreto entre los dos, porque aún había una esperanza de poder librarme de ella. Este era el veneno de mis días: que yo pudiera arrastrarla conmigo al abismo, a ella, que era la única luz, la única alegría, el centro de mí vida. Se echó a llorar porque yo era infeliz. ¡Era tan amable, tan buena! Por evitarme una sola lágrima ¡con qué dicha hubiera sacrificado su vida entera!

Pero estaba muy lejos de haber entendido bien mis palabras. Pensaba que yo era algún príncipe desterrado, una cabeza importante, y su fantasía pintaba con heroicos trazos a su amado, magnificándole.

Una vez le dije:


Mina
, el último día del mes que viene puede decidirse mi destino y cambiar… Si no sucede así, moriré, porque no quiero hacerte desgraciada.

Llorando, ocultó su cabeza en mi pecho.

—Si cambia tu destino, déjame que te diga solamente que no tengo ninguna pretensión sobre ti… Si eres desgraciado, úneme a tu desgracia para que te ayude a llevarla.

—Niña, niña, vuélvete atrás de esas locas palabras que se han escapado de tu boca… ¿Sabes cuál es esa desgracia? ¿Sabes cuál es esa maldición? ¿Sabes tú quién es tu amado?… ¿Lo que él…? ¿No me ves cómo tiemblo y que guardo un secreto?

Ella cayó a mis pies sollozando y aseguró su ruego con un juramento.

Declaré al forestal, que entraba en aquel momento, que tenía la intención de pedir la mano de su hija el día uno del próximo mes. Y que fijaba esa fecha, porque antes sucedería algo que podía tener una influencia en mi destino. Lo único inalterable era mi amor por su hija.

El buen hombre verdaderamente se impresionó al oír tales palabras en boca del
conde Peter
. Me saltó al cuello y luego se avergonzó de haber perdido la serenidad. Después se le ocurrió dudar, calcular, o investigar. Habló de dote, de seguridad, del futuro de su querida hija. Le di las gracias por habérmelo recordado. Le dije que quería instalarme en aquel lugar, donde parecía que era querido, y llevar una vida libre de preocupaciones. Le pedí que comprara las mejores fincas que se vendieran en los contornos a nombre de su hija y que me cargase a mí el pago; sería la mejor forma de que un padre prestara un servicio al enamorado de su hija. Eso le dio mucho que hacer, porque de todas partes acudieron a él forasteros. Compró sólo aproximadamente por valor de un millón.

Aquella ocupación fue en realidad una inocente estratagema para mantenerle alejado; y ya le había hecho otras, porque tengo que reconocer que era algo pesado. La madre, por el contrario, era algo sorda y no tan celosa como él del honor de charlar con el señor conde.

Se presentó también la madre; los dos, felices, me insistían en que me quedase hasta más tarde, pero no podía permanecer ni un minuto más: estaba viendo amanecer en el horizonte la saliente Luna. Mi tiempo había terminado.

Al día siguiente, por la tarde, fui otra vez al jardín del forestal. Me había envuelto en la capa y tenía el sombrero calado hasta los ojos. Me acerqué a
Mina
. Cuando levantó los ojos y me miró, hizo un movimiento involuntario. Se me volvió a representar claramente la escena de aquella terrible noche cuando aparecí a la luz de la Luna sin sombra. Era ella realmente
[34]
. ¿Me había reconocido ella ahora también? Estaba callada y pensativa. Yo tenía un gran peso en el corazón. Me levanté. Ella se arrojó en mi pecho llorando calladamente. Me fui.

Desde entonces la encontré muchas veces llorando. Cada vez lo veía todo más negro dentro de mi alma… Y los padres flotaban en medio de una superabundante felicidad. El día fatal se acercaba inquieto y sordo como una nube de tormenta. Empezó la tarde… Yo apenas podía respirar. Por precaución había llenado algunas cajas de dinero y esperé las doce… Sonaron.

Y yo estaba sentado con los ojos fijos en las manecillas del reloj, contando los segundos y los minutos como puñaladas. Cualquier ruido que se producía me asustaba. El día amaneció. Las horas plomizas se empujaban unas a otras, llegó el mediodía, la tarde, la noche; giraron las agujas, se agostó la esperanza; sonaron las doce y no apareció nadie, pasaron los últimos minutos de la última hora y no apareció nadie, sonó la primera campanada, la última campanada de las doce horas y yo me hundí en mi asiento sin esperanza, con lágrimas sin fin. Mañana —sin sombra para siempre— tenía que ir a pedir la mano de mi amada… Un sueño pesado me hizo cerrar los ojos ya hacia la mañana.

V

Era todavía temprano cuando me despertaron voces que se elevaban en una violenta discusión en mi antecámara. Escuché.
Bendel
prohibía entrar,
Rascal
juraba a voces que no se dejaría dar órdenes de un igual e insistía en entrar en mi habitación. El buen
Bendel
le hacía saber que, si tales palabras llegasen a mis oídos, le harían perder un buen puesto.
Rascal
amenazaba con llegar a las manos, si le impedía por más tiempo la entrada.

Me había vestido a medias y abrí enfadado la puerta dirigiéndome a
Rascal
.

—¿Qué es lo que quieres, sinvergüenza?

Retrocedió dos pasos y contestó fríamente:

—Pedirle con todos los respetos, señor conde, que me deje ver su sombra… Ahora da el Sol en el patio.

Me quedé como herido por un rayo. Tardé bastante en recobrar la palabra.

—¿Cómo puede un criado a su señor…?

Me interrumpió tranquilamente.

—Un criado puede ser un hombre honorable y no querer servir a uno sin sombra. Me despido.

Tuve que cambiar de actitud.

—Pero
Rascal
, querido
Rascal
. ¿De dónde has sacado esa lamentable idea… cómo puedes pensar que…?

Él continuó en el mismo tono:

—Hay gente que piensa que usted no tiene sombra… En pocas palabras: o me muestra usted su sombra o me despido.

Other books

The Laird Who Loved Me by Karen Hawkins
Strange Women, The by Miriam Gardner
Cowboy After Dark by Vicki Lewis Thompson
Demon Singer II by Benjamin Nichols
Katherine Anne Porter by Katherine Anne Porter, Darlene Harbour Unrue
In the Red by Elena Mauli Shapiro
Lost Paradise by Cees Nooteboom