La maldición del demonio (35 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La maldición del demonio
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El mundo se estremeció y el cielo se abrió con un trueno cataclísmico. Ehrenlish chilló cuando las energías concentradas por el ritual estallaron en una tormenta de fuego voraz.

«En el dolor hay vida. En la oscuridad, fuerza infinita.»

El viejo catecismo resonó desde algún lóbrego rincón de la mente de Malus. Yacía en la oscuridad. Sentía el cuerpo como si fuera una vasija que hubiera estallado dentro de un horno y cuyos humeantes fragmentos se hubiesen dispersado fuera de su alcance. Y sin embargo, en la oscuridad, aún perduraba una pizca de la voluntad del noble. Y lentamente, muy poco a poco, cada vez con más fuerza y velocidad, Malus logró recomponerse.

Cuando recobró la vista, se encontró con que estaba tendido de lado, apoyado contra una de las piedras erectas. El cráneo de Ehrenlish había caído cerca de él, ennegrecido y con el alambre de plata parcialmente fundido a causa de una explosión de intenso calor. Muchas de las piedras habían estallado en pedazos y las puntiagudas esquirlas estaban clavadas en los cuerpos de los sacerdotes, que yacían, quemados y destrozados, por todo el círculo. Sorprendentemente, Kul Hadar permanecía de pie, envuelto en humo. Estaba aturdido y mareado a causa de la explosión, pero, de algún modo, su brujería lo había protegido de lo peor.

A Malus no se le ocurría ni una sola razón que explicara por qué él había sobrevivido, pero de momento tenía cosas mucho más urgentes en las que pensar.

Esgrimir el talismán de Nagaira había sido una apuesta desesperada. Había sospechado que, en el momento mismo en que se rompiera, los cazadores de Urial serían capaces de percibir la localización del cráneo y correrían a recuperarlo. La fe que Malus tenía en el resuelto odio de su medio hermano se había visto validada una vez más. Urial había creado buenos esbirros.

Malus había conseguido la violenta distracción que deseaba. Entonces, sólo tenía que escapar de ella entero.

De algún modo, el jinete que tan resueltamente había violado el círculo había logrado sobrevivir; la pálida figura arrastraba el destrozado cuerpo por el suelo de pizarra hacia Malus, apoyándose sobre los calcinados muñones de los antebrazos. La ropa y buena parte de la piel se le habían consumido en la explosión, pero el ennegrecido cráneo sin ojos estaba concentrado en el noble con infalible intención asesina.

Malus trató de levantarse, pero sus extremidades estaban débiles y descoordinadas a causa del dolor. Movió débilmente los pies sobre las humeantes losas de pizarra mientras el jinete se acercaba cada vez más. Malus oía cómo la calcinada carne de los brazos siseaba sobre la pizarra caliente. Con un grito salvaje, el noble se arrastró por el suelo de piedra; quemándose las manos, recogió el ennegrecido cráneo y salió fuera del círculo ritual. Cuanto más se movía, más fuerza recuperaba su cuerpo; tras arrastrarse algo más de un metro por la tierra desnuda, descubrió que podía ponerse de pie, tambaleante y dolorido.

Para su sorpresa, las heridas de la cadera y el brazo no le dolían tanto como antes. Sospechaba que eso era obra de Ehrenlish; el miedo que la sombra tenía a disolverse era tan grande que podría haber reparado por reflejo las heridas más graves con el fin de asegurar la supervivencia del huésped durante la posesión forzosa.

En el soto tenía lugar una batalla. A medida que recobraba los sentidos, Malus se dio cuenta de que la manada de hombres bestia había reaccionado violentamente ante la llegada de los jinetes y la invasión del soto sagrado. Yaghan y sus campeones habían perseguido a los jinetes al interior de la grieta, y entonces sus enormes armas y el temible vigor representaban un desafío real para los intrusos. Los jinetes, aturdidos por la explosión mágica, habían permitido que los hombres bestia los rodearan.

Los oscuros caballos se alzaban de manos y pateaban con cascos ensangrentados, y los desarzonados jinetes tejían una mortífera red de acero con lanzas y espadas; pero por cada hombre bestia que caía un jinete sufría una herida grave. Ya había dos caballos que se debatían con impotencia en el suelo, con las patas cercenadas, y uno de los jinetes había caído definitivamente, con la cabeza cortada.

Malus observó cómo un jinete rodeado de hombres bestia atravesaba con la espada a uno de los corpulentos guerreros, pero el campeón mortalmente herido sólo se balanceó sobre los talones y aferró la cabeza del jinete con las enormes manos. El hombre bestia apretó, y entre sus dedos comenzó a manar lentamente la sangre, a medida que aplastaba poco a poco la cabeza del otro.

El noble oyó un furioso bramido y un salvaje estruendo sonó a la derecha, y cuando desvió la mirada vio que Kul Hadar destrozaba al jinete mutilado dentro del círculo con rayos de ardiente fuego verde. Los arcos de energía abrasadora lo hendieron como cuchillos llameantes, lo descuartizaron en una docena de humeantes trozos y dejaron marcas al rojo vivo en la pizarra del suelo. La frenética furia de los hombres bestia ante la invasión de su soto había eclipsado toda pretensión de sensatez y le ofrecía a Malus una oportunidad que sabía que no duraría mucho. El problema residía en que el sendero que salía de la grieta estaba atestado de hombres bestia furiosos y jinetes mágicos.

Malus cerró los ojos e inspiró profundamente para reunir las pocas fuerzas que le quedaban. Buscó con una mano la espada que llevaba colgada en la cadera. Tras desenvainarla, echó a correr a toda velocidad ladera abajo. Pasó a la carrera junto a los indiferentes hombres bestia y se metió a toda velocidad entre los árboles sedientos de sangre que flanqueaban un lado del serpenteante sendero.

El hambriento bosque estalló en sinuoso movimiento cuando Malus pasó entre los árboles. Saltaba por encima de cada raíz que se alzaba a su paso. En una ocasión perdió pie y dio una larga voltereta, de la que finalmente salió de un salto para incorporarse otra vez. Mientras continuara en movimiento, razonaba desesperadamente una parte de su mente, las enredaderas no se moverían lo bastante rápido para atraparlo. En un momento dado salió de entre los árboles para atravesar una curva del sendero y pasó entre un grupo de sorprendidos hombres bestia antes de desaparecer entre la vegetación del otro lado.

Las espinas le hacían cortes en las manos y la cara, y el veneno que dejaban le causaba escozor en la piel; pero en alguien que se había untado de veneno durante la mayor parte de la vida adulta, la toxina tenía poco efecto, siempre y cuando no se concentrara en torno a la garganta. Pareció que la loca carrera duraba horas, pero habían pasado sólo unos minutos cuando Malus salió precipitadamente del hambriento bosque, al final de la grieta.

El noble se abrió paso a empujones entre la multitud de hombres bestia que se habían reunido por debajo del sendero, y continuó corriendo ladera abajo, mientras miraba desesperadamente a todas partes en busca de sus guerreros.

—¡Guerreros de Hag Graef! —gritaba con voz aguda y desesperada—. ¡Montad!

Malus oyó el familiar bramido de
Rencor
al final de la pendiente. Al cabo de unos momentos se reunió con la partida de guerra y los encontró a todos acorazados y montados. Las caras de los druchii palidecieron de conmoción al ver al maltrecho señor que corría atropelladamente. Sin pronunciar palabra, el noble se lanzó sobre la silla de montar.

—¡Mi señor! —gritó Lhunara—. ¿Qué ha sucedido? Vimos a los jinetes... Pasaron junto a nosotros como si no existiéramos, y cargaron ladera arriba con toda la manada bramando tras ellos. —Se puso pálida al ver la expresión de Malus—. ¿Qué te hizo Hadar?

Malus se inclinó como un borracho sobre la silla de montar y comenzó a temblar; luego, se estremeció con más fuerza y se dobló por la mitad sobre el cuello de
Rencor
. Los guardias lo observaban con profunda preocupación mientras terribles exhalaciones manaban convulsivamente desde las profundidades de su pecho.

Después, el noble echó atrás la cabeza y se puso a reír con la demente alegría del maldito.

—¡Hadar me ha dado la llave de la puerta! —gritó el noble—. ¡El grandísimo idiota! ¡Habría sido más inteligente si me hubiese degollado en lugar de proporcionarme una visión del alma de Ehrenlish! —Metió el cráneo en la alforja y cogió las riendas—. ¡Deprisa, ahora! Tenemos que cabalgar hacia el valle mientras podamos. ¡Una vez que acabe con los jinetes de Urial, Kul Hadar vendrá contra nosotros con todo lo que tenga!

Justo en ese momento, un tremendo grito de furia resonó dentro de la grieta de la montaña, y de inmediato, Malus supo que la maniobra de diversión había acabado. Hadar se había dado cuenta de que el noble había huido.

—¡Adelante! —gritó Malus con voracidad, y clavó las espuelas en los flancos de
Rencor
.

Con un grito salvaje, la partida de guerra saltó tras su señor. Todos estaban convencidos de que estaba loco, pero también de que la larga búsqueda casi había concluido.

Malus esperaba encontrar un sendero muy transitado que llevara desde el campamento, a través del bosque, hasta el camino de cráneos que serpenteaba valle adentro. Pero resultó que estaba equivocado, y fue un error que estuvo a punto de costarle la vida.

La partida de guerra rodeó el campamento por la periferia, a lo largo de la línea de árboles, en busca de un sendero. Tras casi ochocientos metros, la ladera de la montaña ascendía bruscamente y formaba una elevación demasiado empinada para que un nauglir subiera por ella. La vegetación forestal de la zona era extremadamente densa, con zarzas y árboles muy juntos.

Con una maldición, Malus hizo que la partida de guerra diera media vuelta y regresara a toda velocidad por donde había venido, hacia una zona de bosque menos densa que pudieran atravesar. Al retroceder vio que los hombres bestia iban hacia ellos a la carrera; estaba toda la manada, unos trescientos, con Yaghan y los campeones supervivientes al mando. Todos aullaban pidiendo sangre, enardecidos por la profanación del soto sagrado. Malus tiró de las riendas y giró a la izquierda para dirigir a
Rencor
hacia la primera zona de bosque relativamente transitable que vio.

A pesar de todo, el avance era lento y difícil.
Rencor
corcoveaba y se lanzaba a través del sotobosque, y Malus se inclinaba al máximo sobre el cuello del gélido, con la cara apoyada contra las escamas del nauglir. El resto de la partida de guerra lo seguía de cerca y corría ciegamente sin tener ni idea de hacia dónde iban. Pasado un rato, Malus comenzó a dirigir al gélido otra vez hacia la izquierda, para retomar el rumbo en dirección al valle.

A esas alturas, sin embargo, el bosque se había llenado de aullidos y gritos de cacería. La manada se había lanzado de cabeza entre los árboles para cortarles a los druchii el paso hacia la meta que perseguían. Los gritos resonaban por todas partes en torno a la sitiada partida de guerra, y Malus miraba constantemente a ambos lados por temor a que se vieran rodeados en cualquier momento.

Por fortuna, el espeso bosque tenía un efecto similar en los hombres bestia acostumbrados a moverse por él; presas del furor, se habían adentrado en el sotobosque, donde se habían dispersado en seguida, y se veían reducidos a cazar en solitario o en grupos pequeños. En más de una ocasión, Malus y
Rencor
se precipitaron entre el follaje para caer en medio de un grupo de hombres bestia; los que quedaban en el camino del nauglir eran arrojados a un lado por la cabeza y las paletillas de la bestia. Cualquiera que esquivara al gélido era alcanzado por el filo de la espada del noble, y entre ambos dejaban atrás una senda de cuerpos ensangrentados y aturdidos supervivientes.

Sin previo aviso, Malus se encontró con el camino de cráneos. En un momento dado,
Rencor
se abría paso entre zarzas y arbustos, y al siguiente dejaba atrás un alto obelisco de mármol que había pasado a pocos centímetros de la pierna izquierda del noble. El tránsito de la densa vegetación a una ancha avenida abierta resultó desconcertante incluso para
Rencor
, que detuvo brevemente la vertiginosa carrera para orientarse.

El camino que ascendía por el valle había sido adoquinado con piedras pálidas. Cada lisa superficie tenía tallado un cráneo. Algunos eran de animales, otros de elfos, e incluso había miniaturas de bestias míticas, como dragones, mantícoras y quimeras.

Miles de ellos cubrían una inmaculada senda blanca que atravesaba un túnel de verdes y grises oscuros. Ni un solo ser vivo crecía en los estrechos espacios que mediaban entre las piedras; de hecho, las ramas que colgaban más abajo se hallaban todas a una altura uniforme, que creaba un efecto de túnel a través del bosque. Era como si la brujería que había colocado las piedras hubiese consumido cualquier cosa viva que permaneciera demasiado cerca de la superficie.

Aunque tenían miles de años de antigüedad, parecían haber sido colocadas apenas un día antes. Cada ochocientos metros se alzaba a cada lado del camino un obelisco de mármol negro que tenía talladas caras de demonios y runas que atraían la mirada y atormentaban el alma.

Una vez en terreno abierto, la partida de guerra corrió a toda velocidad por el camino mientras el bosque estallaba en aullidos y gritos, pues los cazadores reaccionaron ante el característico sonido de pesados pasos sobre el adoquinado. Malus hizo que los caballeros continuaran corriendo al límite de lo que eran capaces los nauglirs, y se adentraron cada vez más en el valle de la montaña.

Los sonidos de persecución disminuyeron tras ellos. Los jinetes recorrieron un kilómetro y medio más; luego, tres. Malus comenzaba a creer que habían dejado atrás lo peor cuando
Rencor
superó una curva, y allí, justo delante, vio una veintena de hombres bestia acorazados y dispuestos en algo parecido a una formación ante un arco de irregular mármol veteado. Más allá del arco de piedra el aire hervía de locura y destrucción; la muerte de mundos encarnada en una forma tangible. Al fin, habían llegado a la Puerta del Infinito.

Menos de cien metros separaban a los druchii del contingente de hombres bestia. Malus no sabía si habían sido despachados horas antes, como precaución por parte de Kul Hadar, o si habían participado en la persecución y simplemente habían acudido al único sitio al que sabían que se dirigiría la partida de guerra. Aguardaban resueltamente, con la espalda vuelta hacia la silenciosa tormenta ultraterrena, y Malus vio de inmediato que la mortífera barrera representaba un peligro para los caballeros que corrían hacia ella. Alzó una mano y ordenó a los guerreros que frenaran y avanzaran al paso.

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