La llamada de la venganza (9 page)

BOOK: La llamada de la venganza
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Qui-Gon tecleó un modo de búsqueda que Obi-Wan no reconoció. Al cabo de unos segundos obtuvo una respuesta.

—¿Reconoces este código? —preguntó, señalando la Pantalla.

Mota se inclinó más.

—Es una dirección de datos de los Obreros. Ya la tengo en mis archivos.

—¿Quién la utiliza? —preguntó Qui-Gon.

El rostro de Mota estaba teñido de azul por el brillo de la pantalla.

—Irini y Lenz —dijo.

Capítulo 15

Obi-Wan corrió tras Qui-Gon. Su Maestro se había movido con tanta rapidez que no le había dado tiempo de pensar o decidir en qué dirección debían ir. Esperaba que se hubiera dirigido a la rampa que conducía a la calle, pero en vez de eso bajó al piso inferior. Quería un transporte rápido.

—¡Abre las puertas del hangar! —gritó Qui-Gon a Mota mientras corría.

La inquietud atronaba en cada latido de su corazón mientras corría tras su Maestro. Nunca le había visto así. Apenas parecía notar lo que le rodeaba o la presencia de Obi-Wan. Toda su voluntad estaba concentrada en su objetivo.

A Obi-Wan le preocupaba cuál sería su objetivo. ¿Era la justicia... o la venganza?

Cuando llegaron al nivel inferior, la puerta situada al final del almacén estaba abierta. Qui-Gon saltó en un aerodeslizador. Obi-Wan apenas tuvo tiempo de subirse al asiento del pasajero cuando Qui-Gon puso en marcha los motores y salió disparado por el túnel.

Los motores iban casi a plena potencia, a demasiada velocidad para maniobrar en el túnel. Obi-Wan pudo ver que las puertas al final del túnel aún no se habían abierto. Aun así, Qui-Gon no redujo la velocidad.

Obi-Wan le miró fijamente. Su Maestro no sólo estaba forzando su suerte, sino que estaba siendo completamente imprudente.

—¡Maestro!

El rostro de Qui-Gon parecía tallado en la piedra gris de Nuevo Ápsolon. Sus labios formaban una fina línea. Sus manos permanecían firmes a los controles. No parecía oír a Obi-Wan.

Una grieta de luz grisácea apareció ante ellos. Se ensanchó. Las puertas se estaban abriendo, pero demasiado despacio para la comodidad de Obi-Wan.

—¡Agárrate! —avisó Qui-Gon.

Obi-Wan tuvo el tiempo justo de agarrarse con fuerza antes de que Qui-Gon volteara lateralmente el aerodeslizador. Cruzó la abertura sin reducir la velocidad, con apenas centímetros de margen. Se internaron en la noche oscura.

Obi-Wan volvió a ponerse bien en el asiento, intentando calmar su agitada respiración. Qui-Gon parecía a punto de perder el control. No parecía haber nada que Obi-Wan pudiera hacer o decir para que redujera la velocidad. Intentó anular su propio pánico. Debía confiar en su Maestro.

Pero, por primera vez en su larga asociación, no creía poder hacerlo. Darse cuenta de ello hizo que el miedo le atenazara la garganta.

Qui-Gon pilotó con habilidad la nave por las calles desiertas. Paró ante el escondrijo de Lenz y subió las escaleras. Llamó con fuerza en la puerta de Lenz. Se oyó el crujido de los maderos del suelo.

—No cojas tu ruta de escape —le avisó Qui-Gon—. Te encontraríamos.

La puerta se abrió, y Lenz les miró, inseguro. Parecía más frágil de lo normal, con la piel pálida y reluciente.

—Es noche cerrada.

Qui-Gon abrió más la puerta, dando un portazo, y entró de una zancada.

—Tengo que hablar con Irini y contigo. Si no está aquí, llámala.

—Está aquí. Pero no puedes verla. Está enferma...

Qui-Gon le ignoró y abrió una puerta cerrada. Se paró en seco. Obi-Wan entró detrás de él. Irini yacía en un lecho, cubierta por una manta. Estaba tiritando y tenía el rostro brillante por el sudor.

—¿Qué es esto? ¿Qué le pasa? —preguntó Obi-Wan.

Lenz le apartó para arrodillarse junto a Irini.

—Un disparo de láser. No quiere ver a un médico.

Obi-Wan se acercó más.

—Necesita bacta.

—Lo sé —dijo Lenz.

—¿Quién ha sido? —preguntó Qui-Gon.

—Balog —dijo Irini con los dientes apretados—. Ahora tiene la lista.

—Así que siempre tuviste la lista —repuso Qui-Gon.

—No. Se la robé a la legisladora Pleni.

Obi-Wan miró a Qui-Gon. ¿Significaba eso que Irini había reprogramado a las sondas robot para atacar a la legisladora? ¿Era una asesina?

Ella notó la mirada que se cruzó entre ellos.

—Te... tenía que conseguir... esa lista —dijo con evidente dolor en la voz—. No quería que muriese nadie. Pero tampoco podía permitir que nadie se pusiera en mi camino.

—¿Y querías que me culparan a mí de ello? —preguntó Qui-Gon.

Ella negó con la cabeza.

—Eso fue una sorpresa para mí. Pero no podía descubrirme para limpiar tu nombre.

Qui-Gon se inclinó y examinó las heridas de Irini. La ira parecía haberle abandonado ante la visión de su estado. Necesitaba ayuda.

—Tus heridas no te matarán si te ve un médico Ya veo señales de infección.

—Es lo que le he dicho yo —repuso Lenz. Apartó el pelo húmedo de la frente de Irini—. Sigue negándose a ello.

—¿También enviaste a las sondas robot tras Oleg? —preguntó Obi-Wan.

Irini asintió.

—Yo iba tras él. Dije a Qui-Gon que quería proteger a Oleg, pero era mentira. Nos había traicionado. Necesitábamos la lista. Si tan sólo me la hubiera entregado... Si Pleni me la hubiera entregado... nada de esto habría pasado.

—¿Por qué? —preguntó Obi-Wan—. Dijiste haber renunciado a la violencia.

Irini apretó los labios y no contestó.

—Lo hizo por mí —dijo Lenz.

—Lenz... —empezó a decir Irini en tono de aviso.

—Esto ha ido muy lejos, Irini —el tono de Lenz estaba lleno de ternura—. Ya me has protegido demasiado. ¿Crees que también veré cómo mueres por mí? —se volvió hacia los Jedi—. Mi nombre también está en la lista.

—¿Fuiste un informador? —preguntó Qui-Gon.

—Lo torturaron —dijo Irini. Jadeó un poco y cerró los ojos de dolor—. Lo que le hicieron... Nadie tendría que pasar por eso.

—Eso no es una excusa —dijo Lenz con firmeza—. Se lo confesé a Irini, y ella me perdonó. Otros no lo harían. Di información a los Absolutos...

Irini forcejeó por levantarse, pero el dolor la obligó a tumbarse.

—No se lo digas, Lenz —suplicó ella—. Es nuestro secreto. Puede seguir siendo nuestro secreto. Tu carrera es demasiado importante. Eres un gran líder...

—No —dijo Lenz con tristeza—. Ya no lo soy, si es que lo fui alguna vez. Los Obreros seguirán sin mí —se volvió hacia los Jedi—. Fue hace cinco años. Los Absolutos atacaron una reunión, mataron a dos Obreros y encerraron a los demás. A mí me dejaron marchar —miró a Irini con tristeza—. Ahora los dos tenemos dos muertes en nuestra conciencia, Irini.

Se levantó.

—Voy a llamar a un equipo médico —protestó Irini, pero Lenz siguió hablando con firmeza—. Balog tiene la lista. Ha ganado. Quitará su nombre de la lista y la sacará a la luz. Desacreditará a todos sus enemigos, yo incluido —Lenz miró con ternura a Irini—. En cuanto a mi Irini, prefiero tenerla viva y encarcelada a muerta.

Irini apartó la mirada para fijarla en la pared. Obi-Wan notó que sus hombros se agitaban por los sollozos.

Lenz se volvió hacia los Jedi.

—No sabía lo que había hecho Irini, y siento oír que te han culpado de sus crímenes. Ahora te debemos nuestra ayuda más que nunca. Ya sabéis que Alani se presenta a Gobernador Supremo. Hace poco que descubrimos que pese a querer el apoyo Obrero, no lo necesita. Hay alguien más respaldándola, con recursos económicos que nosotros no tenemos. Eso nos ha hecho sospechar. Nuestro espía en la residencia del Gobernador Supremo me ha notificado esta noche que ha descubierto un túnel secreto que une la residencia con el Museo Absoluto. En los viejos tiempos lo utilizaban para transportar a los capturados en secreto hasta la central de los Absolutos. El museo está ahora cerrado. Es una conjetura, pero ¿no sería el lugar ideal para que se escondieran Balog y los Absolutos? Las gemelas podrían hacerle ir y venir sin problemas hasta que eligieran a Alani.

Obi-Wan se dio cuenta de que eso tenía sentido. Sería como si Balog se escondiera en un lugar tan evidente que nadie lo buscaría allí, en el lugar donde han quedado registrados todos los males que los Absolutos han infligído a Nuevo Ápsolon.

La mirada en el rostro de su Maestro indicó a Obi-Wan que éste había llegado a la misma conclusión.

—Debemos ir esta misma noche —dijo Qui-Gon—. Mañana sería demasiado tarde.

Capítulo 16

Circularon a toda velocidad por las calles vacías y oscuras, rumbo al sector Civilizado. Obi-Wan sabía que Qui-Gon sentía que Balog estaba a su alcance. Y en ese momento daba todas las señales de ser un hombre dispuesto a vengarse.

Casi le daba miedo decirle algo. Así de intransigente era la mirada en el rostro de Qui-Gon. Los años pasados con su Maestro, la proximidad que habían compartido, todo ello pareció evaporarse en el aire de la noche. Era como un extraño para él.

Había supuesto que, si estaba con su Maestro, podría ayudarle a controlar sus sentimientos de ira y pena. Había pasado los últimos días sumido en el tormento, pensando que necesitaba estar al lado de Qui-Gon. Y ahora veía que su presencia no significaba nada para él. Su Maestro estaba perdido en su propia búsqueda. Si quería vengarse, no podría impedírselo. La voluntad de Qui-Gon combinada con su gran habilidad le impediría detenerlo. Sintió un escalofrío al pensarlo. Aun así, tendría que intentarlo.

Esa noche su Maestro podía caer en el Lado Oscuro. Lo imposible se había vuelto posible. Podía sentirlo en la oscura energía de la Fuerza que se revolvía y arremolinaba alrededor de Qui-Gon. Nunca se había sentido tan impotente.

Obi-Wan buscó su propia conexión con la Fuerza. Decidió que, pasara lo que pasara, permanecería al lado de su Maestro. No podía perder la esperanza. Si hacía falta, lo protegería de sí mismo. No lo perdería ante esa noche oscura.

Qui-Gon aparcó ante la residencia del Gobernador Supremo.

—Maestro, deberíamos contactar con Mace Windu —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon saltó del aerodeslizador.

—Como quieras.

Obi-Wan activó su comunicador mientras saltaba del aerodeslizador y corría tras su Maestro. Habló apresuradamente con Mace, contándole lo que habían descubierto.

—Esperadnos —dijo Mace—. Estamos cerca de allí.

—Demasiado tarde —repuso mientras Qui-Gon abría un agujero en la puerta de la residencia empleando el sable láser.

Apagó el comunicador y siguió a Qui-Gon por el agujero. Los sistemas de seguridad dieron la alarma, y un guardia de seguridad salió de la cabina. Miró al Jedi, pero no sacó el láser.

—Me ha llamado Lenz —dijo—. Ahora apagaré las alarmas. Ya he desconectado el enlace con Seguridad Mundial.

Qui-Gon asintió. Obi-Wan se alegró por esa pequeña suerte. El espía de los Obreros estaba de servicio. Las gemelas habrían oído el estrépito, claro, pero al menos no llegarían los refuerzos de seguridad. Sólo tendrían que lidiar con la seguridad normal de la residencia, al menos por un tiempo.

Lenz les había proporcionado los detalles necesarios para encontrar el túnel. Qui-Gon corrió hacia el final de la casa, con su padawan al lado. Sabían que la entrada estaba en una alacena de las cocinas.

Entraron en ella. Eritha les esperaba allí, apuntándoles al pecho con dos pistolas láser.

—Tendréis que matarme para cruzar esa puerta —dijo. Parecía avejentada. Tenía el rostro pálido y los ojos brillantes. Sus cabellos dorados se derramaban por su espalda.

—Estoy dispuesto a hacer eso —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan no miró a su Maestro. Esperaba que sólo fuera un farol. Qui-Gon no sabía lo cerca del precipicio que estaba. Ya no podía sentir a su Maestro. Entre ellos sólo había estática y todo un mundo gris.

—Crees que no te atacaré por ser una jovencita —dijo Qui-Gon—. Pero cuando tomaste el sendero del poder, asumiste las consecuencias de un adulto. Eres responsable de la muerte de Tahl.

—¡Yo no soy responsable de eso! —chilló ella—. Mucha gente ha sobrevivido al contenedor de privación sensorial. ¿Por qué no iba a hacerlo ella? ¡Era una Jedi!

—Se pasó días encerrada allí —dijo Qui-Gon—. Mucho más tiempo que cualquier prisionero de los Absolutos.

Hablaba en tono inexpresivo, sin emociones. De algún modo había conseguido apartar tanto su pena de él, que ésta no se reflejaba en sus palabras. Eso preocupó a Obi-Wan más que su previo despliegue de ira. ¿Significaba eso que Qui-Gon había aceptado la venganza y estaba dispuesto a llevarla a cabo?

—Yo no tenía nada contra Tahl —dijo Eritha—. Es una baja de guerra. La trajimos porque sabíamos que vendría. Todo estaba planeado desde el principio. Al principio necesitábamos una presencia Jedi que nos cubriera. Con apoyo Jedi, el resto sería sencillo. Balog nos secuestraría y Roan dimitiría. Alani se presentaría a su puesto. Entonces nos enteramos de la existencia de la lista. Balog estaba en ella. Sabíamos que la tenía Roan v que pensaba delatar a Balog, aunque fuera su amigo. No quería delatarlo, pero lo haría. Y todo el mundo sabría entonces que Balog había sido un Absoluto. ¡Eso nos habría estropeado los planes! Teníamos que conseguir esa lista. Creímos que Balog, al ser el jefe de Seguridad Mundial nos ayudaría a conseguirla, pero no fue así. Le pasó la información a los Absolutos, y alguien robó la lista. Pero en vez de entregársela a Balog, se la quedó para venderla. No sabíamos quién había sido.

—Oleg —dijo Obi-Wan.

Quería que Eritha siguiera hablando. Le preocupaba la forma en que la urgencia de Qui-Gon se había trocado en una calma letal. Podía sentir con la Fuerza que no había serenidad en esa calma. Qui-Gon miraba a Eritha como si fuera un obstáculo, no una persona.

—Sí. Menuda suerte, el Absoluto que tenía la lista resultaba ser un espía Obrero. Pero entonces sólo sabíamos que la tenía alguien. Necesitábamos ayuda, más ayuda de la que podía proporcionar Balog. Necesitábamos a alguien con valor y cerebro, y tuvimos suerte de que Tahl ya estuviera en camino. Sabía que podíamos hacer que nos ayudara sin que ella se diera cuenta. Era así de generosa. Haría lo que le pidiéramos. Seguía considerándonos unas niñas indefensas sin madre y sin un padre de verdad.

Qui-Gon cerró los ojos.

—La dejamos creer que la idea de infiltrarse en los Absolutos había sido suya. Sabíamos que se enteraría de lo de la lista y que intentaría conseguírnosla.

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