La llamada de la venganza (8 page)

BOOK: La llamada de la venganza
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Manex apartó la vista un momento, pensando.

—No tengo pruebas —dijo despacio—. No me pareció justo decir nada sin tener alguna prueba. Esas chicas han pasado por tantas cosas. Primero al morir sus padres, y luego al morir su protector. Al principio creí que estaba loco por sospechar de ellas.

—¿Sospechar de ellas de qué?

—De trabajar con los Absolutos. Es una acusación terrible para las hijas de un héroe Obrero. Por eso me presento a Gobernador Supremo contra Alani. No puedo ver cómo el Gobierno vuelve a caer en manos de los corruptos.

—¿Qué te hizo sospechar de ellas? ¿Estás seguro de que es cosa de las dos?

—Alani no hace nada sin Eritha. Y Eritha no actúa sin Alani. Ya he dicho que no tengo pruebas. Sólo alguna conversación oída a medias. Momentos desprevenidos. Cómo se comunican entre sí. Sentí falsedad en sus lágrimas por Roan. Y hoy, cuando supe que Qui-Gon había estado en la Legislatura Unida, también descubrí que había estado con Eritha justo antes de que la escuadra de seguridad fuera a por él.

—¿Crees que lo delató ella?

—No lo sé —dijo Manex, abriendo las manos—. Lo siento. No es mucho con lo que trabajar. ¿Ves por qué no quería decir nada? No sé nada con seguridad. Es todo por instinto.

—Yo creo en el instinto —dijo Obi-Wan, y se dirigió a la puerta.

Salió por la puerta de atrás. No quería encontrarse con Mace. Bant salió de entre las sombras cuando corría por el césped.

—Obi-Wan, ¿adonde vas?

—Di a Mace que necesito hablar con Eritha —respondió él.

—¿No puede esperar? —preguntó Bant, frunciendo el ceño.

—No. No puede esperar. Ya te lo explicaré luego. Di a Mace que me he ido.

Obi-Wan no creía que Balog atacase esa noche a Manex, pero sabía que Mace y Bant podrían ocuparse de él si lo hacía. Le preocupaba más Qui-Gon, que aún confiaba en Eritha.

La residencia del Gobernador Supremo estaba cerca. Rodeó el edificio para entrar por detrás. Si recordaba correctamente la disposición del lugar, el cuarto de Eritha estaba en la parte de atrás. No tenía motivos para pensar que Obi-Wan sospechaba de ella. Se reuniría con él fuera y la interrogaría. Si tenía la menor sensación de que sus dudas sobre ella eran correctas, pediría a Mace que le dejase buscar a Qui-Gon.

Cuando llegó a la parte de atrás, vio que había alguien caminando por el césped en sombras. Al principio no supo cuál de las gemelas era, pero al acercarse supo con seguridad que era Alani. Las dos chicas eran casi idénticas. Podrían engañar a los demás, pero no a él.

—Buenas noches, Alani —dijo.

—Veo que tú tampoco puedes dormir —repuso Alani—. Mañana será un gran día. Van a presentar mi nombre al pueblo para que lo voten. Cumpliré con el legado de mi padre.

Obi-Wan decidió arriesgarse. No llegaría a ninguna parte jugando con Alani.

—¿El legado de tu padre? Si Ewane nunca se alió a los Absolutos. Ellos lo encerraron y torturaron. Me parece que has cambiado su legado.

Por un momento, Alani pareció sorprendida. Entonces forzó una risa.

—Estás de broma.

—No. Estoy discutiendo tu aseveración —Obi-Wan dio otro paso hacia ella—. Creo que no te pareces en nada a tu padre.

Alani retrocedió un paso involuntariamente. Entonces hizo acopio de valor y alzó la barbilla.

—Da igual lo que pienses. Eritha me dijo que no tenía nada que temer de los Jedi. Tu amigo está persiguiendo al aire. Pronto estarás demasiado ocupado intentando sacarlo de la cárcel. Y yo gobernaré Nuevo Ápsolon.

—¿Tan segura estás de ti misma? ¿Tan segura de que no te descubrirán?

—Ya no es posible que me descubran. Los Jedi no tienen pruebas de nada. El pueblo de Nuevo Ápsolon me quiere. Eritha tenía razón.

—Así que Eritha es tu aliada.

—Es mi hermana y protectora. Es parte de mí. Me dijo que era más lista que los Jedi, y tenía razón. Me dijo que no me preocupara. Que yo podría gobernar Nuevo Ápsolon con ella a mi lado. A Eritha no le gustan las luces de candilejas, pero quiere el poder. A mí me gusta que la gente me rodee y quiera hablar conmigo. Así que yo gobernaré, y ella me dirá lo que debo hacer, como siempre ha hecho. Me dijo que se ocuparía de Qui-Gon, y eso está haciendo. Ha sido tan sencillo que hasta un niño podría haberlo hecho. Y ya no somos niñas. Nunca tuvimos una infancia. Nuestra madre murió. Nuestro padre fue encarcelado. Luego se convirtió en gobernador y dejamos de verlo. Así que tomamos lo único que nos dejo, su buen nombre, e hicimos con él algo en nuestro beneficio. Es lo que dice Eritha.

Tenía que mantenerla hablando. Se daba cuenta de que Alani no era tan lista como Eritha.

—¿Y qué pasa con Tahl? —preguntó, ignorando la oleada de ira que le hizo tambalearse al mencionar su nombre. La ira fluiría por él y pasaría—. Fue buena con vosotras y la traicionasteis.

—Nos fue útil —dijo Alani, sonrojándose por un momento—. No creí que fuera a morir. Pero Eritha dice que así sigue siéndonos útil. Debido a Tahl, Qui-Gon confía en Eritha sin dudarlo. Irá con ella adonde ella quiera, incluso a la central de Seguridad Mundial. Así es de lista mi hermana. Hoy, en la Legislatura, puso un rastreador a Qui-Gon. Sabemos dónde está en todo momento. ¡Lo conducirá a la central de Seguridad y él la seguirá! Y no importa si consigue escapar, ya que lo encontrarán de todos modos. ¿A que es un plan astuto?

No necesitaba nada más. Obi-Wan dio media vuelta y echó a correr, sin decir nada.

—¡Llegas tarde, Obi-Wan! —gritó Alani tras él—. ¡Como llegaste tarde para salvar a Tahl!

Capítulo 14

Obi-Wan corrió por el ancho bulevar en dirección a los edificios del Gobierno. Esperaba fervientemente no llegar demasiado tarde.

Ante él se alzaba el edificio gris y plano de la central de Seguridad Mundial. A un lado había un gran cerco con aerodeslizadores y barredores aparcados. Al otro lado había un muro de piedra que separaba el aparcamiento de la calle.

—¡Qui-Gon! —gritó.

Qui-Gon se volvió y le vio. Eritha le tocó el brazo, obviamente urgiéndole a ignorar a Obi-Wan y a entrar en el edificio. Obi-Wan aceleró, buscó en la Fuerza y saltó.

Cuando estaba en lo alto de la curva del salto, se abrieron las puertas de la central de Seguridad. Guardias y androides de combate se derramaron por las escaleras.

La Fuerza debió de prevenir a Qui-Gon, pues antes de que Obi-Wan tocara el suelo a su lado ya tenía el sable láser activado y en la mano. Qui-Gon apartó a Eritha del peligro con una mano y saltó hacia delante para cubrirla

Para entonces, Obi-Wan ya estaba lo bastante cerca, como para hablar con Qui-Gon.

—A ella no le harán daño. Te ha traicionado —dijo, situándose al lado de su Maestro.

Qui-Gon no reaccionó. Mantuvo la mirada fija en los guardias y en los androides que rodaron hasta ponerse en formación.

—Debemos acabar con los androides —le dijo Qui-Gon—. No hagas nada a los agentes. Estoy reclamado. Sólo hacen su trabajo. Nos iremos en cuanto caiga el último androide. ¿Qué me dices si tomamos la iniciativa?

Qui-Gon y Obi-Wan saltaron juntos en un solo movimiento. Los androides empezaron a salpicarlos con disparos láser. Los agentes de seguridad no se movieron de detrás de sus escudos de duraimpacto, esperando a que los androides hicieran su trabajo.

Los sables láser de los Jedi se movieron en equipo, bloqueando disparos y devolviéndolos contra los androides. Los agentes de seguridad se agacharon tras sus escudos ante el inesperado regreso de los disparos.

Los androides se abrieron en una maniobra en abanico. Los Jedi se separaron. Obi-Wan a la izquierda, Qui-Gon a la derecha. Se abrieron paso uno a uno por la línea.

Al principio, los agentes se mantuvieron tras los escudos. Pero a medida que disminuía el combate, y el fuego de láser escaseaba, se atrevieron a intervenir. Algunos sacaron las pistolas láser y dispararon.

—¡Ahora, padawan! —gritó Qui-Gon, desviando los disparos.

Los dos Jedi saltaron sobre una línea de vehículos de Seguridad que, una fracción de segundo más tarde, fueron destrozados por disparos láser. Otro salto más y aterrizaron al otro lado del muro del aparcamiento. Obi-Wan tuvo el tiempo justo de ver la expresión de rabia en el rostro de Eritha cuando se pusieron a salvo. Eso le dijo todo lo que necesitaba saber.

Se internaron en la oscuridad del parque. Obi-Wan oyó el lejano sonido de un aeroexplorador al arrancar.

—Maestro, Eritha te puso un rastreador —dijo Obi-Wan—. Hoy, en la Legislatura.

—Cuando me abrazó —dijo Qui-Gon.

Se palpó cuidadosamente piel y vestiduras mientras corría. Encontró el aparato en la parte trasera de su cinturón de utilidades. Lo arrojó a la oscuridad, y ambos corrieron en dirección contraria.

Los brillantes focos del aeroexplorador barrieron el parque, pero fueron tras el localizador. Oyeron a los agentes de seguridad moviéndose entre los árboles. Los atacantes seguirían el rastreador por un tiempo.

Los Jedi se refugiaron en árboles gigantes cuyas hojas ofrecían cierto grado de protección. Estaban plantados tan cerca unos de otros que hasta los barredores habrían tenido problemas para maniobrar entre ellos.

Qui-Gon corría en zigzag por el parque, seguido por Obi-Wan, agachándose cada vez que veía luces sobre ellos y moviéndose a continuación. Obi-Wan notó que parecía conocer bien el parque. Pronto estuvieron al otro extremo. Saltaron el muro y corrieron por las calles oscuras. Al cabo de unas manzanas reconoció la parte en la que estaba. Qui-Gon les había llevado al sector Obrero.

Pararon para recuperar el aliento a la sombra de un callejón situado entre dos altos edificios.

—Gracias, padawan —dijo Qui-Gon—. No creí necesitar ayuda. Y es obvio que sí la necesitaba. ¿Cómo supiste que Eritha me traicionaría?

—Por instinto. Alani me lo confirmó. No temen a nada, y menos a los Jedi. Alani dijo que ya no temían ser descubiertas.

—Eso significa que tiene la lista —musito Qui-Gon—. Así que podemos dejar de buscarla.

—Alani dio la impresión de que Balog no es el asesino de Oleg y Pleni. Dijo que estabas persiguiendo aire.

—Pero le vi justo antes de que mataran a Oleg.

—Igual no iba a por Oleg, sino a por ti —señaló Obi-Wan.

—Eso es posible —dijo Qui-Gon despacio.

—¿Adonde vamos ahora?

Esperaba que su Maestro le dejara seguir a su lado. Ya había decidido que si le ordenaba volver con Mace, se negaría.

—A ver a Mota —dijo Qui-Gon—. Él tiene la clave.

***

Qui-Gon activó el llamador láser para indicar a Mota que tenía visita. Pareció transcurrir un largo tiempo antes de que la puerta se abriera. Mota apareció en el umbral.

—Está cerrado —dijo—. Hasta yo necesito descansar. Volved mañana.

Qui-Gon alzó una mano y empleó la Fuerza para mantener la puerta abierta. Mota miró a la puerta, luego a Qui-Gon, y se encogió de hombros.

—Por otra parte, ¿por qué rechazar un negocio?

Se volvió y desapareció en el almacén.

Los Jedi lo siguieron. Conocían el camino por la rampa hasta los pisos inferiores en que Mota guardaba sus mercancías para el mercado negro.

Mota les esperaba allí. En vez del unimono de Obrero que llevaba para atender al público, vestía una túnica de dormir y llevaba las blancas piernas embutidas en unas zapatillas abiertas.

—¿Qué será esta vez, Jedi? ¿Otra sonda robot? ¿Has perdido otra? Tienes la peor suerte que he visto nunca.

—Queremos información —dijo Qui-Gon.

Mota le miró fijamente.

—La información también tiene un precio.

Obi-Wan vio la frustración que bullía en su Maestro. Nunca antes le había visto tan furioso.

—El precio será que no destroce hasta el último artículo de este almacén —dijo Qui-Gon, avanzando un paso hacia Mota.

De pronto, el hombre vestido con su camisón pareció muy frágil al lado del tamaño y la fuerza de Qui-Gon.

—Va... vamos, calma, que somos amigos —tartamudeó.

—¡No soy tu amigo y no he venido a calmarme! —tronó Qui-Gon—. He venido a saber por qué han reprogramado a mis sondas robot. Y tú tienes la respuesta a eso.

Mota retrocedió hasta poner una mesa entre Qui-Gon y él.

—No sé lo que quieres decir.

Obi-Wan habló con rapidez, buscando conceder a Qui-Gon un momento para controlar su ira. Si podía controlarla. Obi-Wan estaba cada vez más preocupado. Este Qui-Gon no era el que conocía. Siempre había controlado sus sentimientos. Cuando le invadía la ira, era en forma de relampagueantes fogonazos que daban paso a la serenidad.

—Sabemos que reprogramaron las sondas robot, Mota —dijo Obi-Wan con tono calmado—. Nunca fueron tras Balog. En vez de eso atacaron a otros dos seres. La cuestión es si lo hiciste tú.

Mota tragó saliva.

—No fui yo —dijo con rapidez—. No sé quién fue. Alguien entró en mis archivos. Tengo un sistema de alarma en ellos, así que me enteré la siguiente vez que accedí a ellos.

—¿Cuándo fue? —preguntó Qui-Gon.

—Unas horas después de que os fuerais —dijo Mota—. No sé cómo lo hicieron. Ni quién. Hoy en día no se puede confiar en nadie.

—¿Cómo supieron las fuerzas de seguridad que Qui-Gon había comprado esas sondas? —preguntó Obi-Wan.

—Me lo preguntaron —dijo Mota con una vocecilla—. Todas mis sondas están codificadas. Siguieron el rastro de las sondas hasta mí. Les dije que las había comprado el Jedi Qui-Gon. Tuve que decirles la verdad. No querrías que me metieran en la cárcel, ¿verdad?

Mota intentó sonreír. Qui-Gon lo miró fijamente, haciéndolo retroceder aún más.

—Ah, igual debí mencionar a los agentes que sospechaba que habían reprogramado las sondas. Pero cuando se habla con los de seguridad es mejor no responder a preguntas que no te hacen. Podrían haber registrado todos mis archivos y no habría podido proteger a mis clientes. Y habría perdido el negocio. Nadie quiere eso. Por ejemplo, si tú quisieras otra sonda robot...

—Queremos acceder a tus ordenadores —dijo bruscamente Obi-Wan—. Ahora mismo.

—Por supuesto, es todo tuyo —repuso Mora, señalando apresuradamente a su pantalla—. Pero no borres mis beneficios, je, je.

Qui-Gon empezó a teclear y a acceder a los archivos.

—¿Intentaste rastrear la entrada?

—No —admitió Mota—. No soy tan experto. Sólo sé controlar mi inventario y mi dinero.

Qui-Gon continuó examinando los archivos de Mota con rapidez asombrosa. Obi-Wan sabía que no se le estaba pasando nada por alto. Podía ver en la cara de su Maestro su grado de concentración.

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