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Authors: Jed Rubenfeld
Tags: #Novela, Policíaca, Histórica
—El recelo que me inspiran los Estados Unidos —le confió a un amigo hacia el final de su vida— es insuperable.
La interpretación del asesinato
es una obra de ficción de principio a final, pero en ella hay muchas cosas basadas en hechos reales.
Sigmund Freud visitó ciertamente los Estados Unidos en 1909. Llegó a bordo del buque de vapor
George Washington
en compañía de Carl Jung y Sándor Ferenczi en la tarde del 29 de agosto (no obstante el hecho de que la biografía clásica de Ernest Jones dé como fecha el 27 de septiembre, «corregida» en ediciones posteriores por la también errónea 27 de agosto). Freud se hospedó en el Hotel Manhattan de Nueva York durante una semana antes de viajar a la Universidad de Clark para impartir sus famosas conferencias y desarrolló una suerte de horror hacia los Estados Unidos de Norteamérica. En el curso de su estancia en este país, a Freud se le pidió que oficiara alguna que otra improvisada sesión de psicoanálisis, aunque, que nosotros sepamos, el alcalde de Nueva York jamás le pidió nada parecido.
El Manhattan de 1909 descrito en esta novela es fruto de una investigación minuciosa. La arquitectura, las calles, la alta sociedad…, casi cada detalle, hasta el color de los taxis, se han basado en datos reales. Sin duda quedan errores; agradeceré a los lectores que los encuentren me lo comuniquen a www.interpretationofmurder.com. Los errores que aún puedan detectarse, por tanto, tan sólo a mí son achacables.
No pude, sin embargo, ceñirme a los hechos en cada detalle del Nueva York de la época. Para empezar, hube de cambiar algunas ubicaciones. El depósito de cadáveres más importante, por ejemplo, estaba a la sazón en el Bellevue Hospital, en la calle Veintiséis, y yo he situado al
coroner
Hugel —personaje ficticio— y su morgue en un edificio inventado del centro urbano. Asimismo, tuve que inventar el Balmoral, donde se encontró el cuerpo de Elizabeth Riverford, pero los lectores bien informados reconocerán el edificio real —el Ansonia— en que se basa el Balmoral, con fuente y focas retozonas incluidas. Otro ejemplo: si bien el cajón del Puente de Manhattan de este libro es fiel al real en la mayoría de los aspectos, se había ya llenado de hormigón en septiembre de 1909, Y no tenía las cámaras presurizadas de eliminación de escombros que daban al río que he descrito como «ventanas». En realidad había una compuerta presurizada de descarga mucho más larga, pero yo necesitaba las «ventanas» por razones que huelga explicar a quienes hayan leído ya este libro.
También he desplazado en el tiempo, hacia delante o hacia atrás, varios acontecimientos históricos. Como botón de muestra mencionaré la referencia que hace Abraham Brill a los «norteamericanos con guión» de Theodore Roosevelt. Los fans de los datos históricos señalarán que Roosevelt no pronunció su célebre discurso sobre los «norteamericanos con guión» hasta 1915. (Tal término despectivo era ya de uso extendido en 1909, y la prensa sin duda ya había aireado las opiniones de Roosevelt antes de 1915. Los lectores curiosos pueden consultar, por ejemplo, el
New York Times
del 17 de febrero de 1912, que en la página 3 nos dice que Roosevelt vilipendiaba a los «norteamericanos con guión» en un artículo que acababa de publicar en Alemania. Brill, que fue consciente de su acento alemán durante toda su vida, tuvo que ser particularmente sensible a este respecto.) Los textos que consulta el doctor Younger para averiguar la causa de la visión de Nora Acton de sí misma tendida en el lecho, sin embargo, son todos reales, aunque varios de ellos se escribieron después de 1909. Por otra parte, el detective Littlemore pudo sin duda haber leído el relato de H. G. Wells en el que se cuenta una experiencia similar. El relato,
Bajo el cuchillo
, se publicó por vez primera hacia 1890.
Otro desplazamiento temporal afecta a la huelga en la Triangle Shirtwaist Company, donde Betty había encontrado trabajo. La huelga no tuvo lugar hasta noviembre de 1909 (los despidos masivos acontecieron en 1911). Y otro al baile ficticio de la señora Fish en el Waldorf-Astoria. En realidad, la temporada social en Manhattan empezaba más tarde; y, por cierto, el Waldorf-Astoria que describo no es el hotel que conocemos hoy por ese nombre, ubicado en Park Avenue, más arriba de la estación Grand Central. El primer Waldorf-Astoria estaba en la Quinta Avenida con la calle Treinta y cuatro, y fue demolido en 1930 para dejar espacio libre al Empire State.
Un caso más significativo de desplazamiento temporal es mi tratamiento de la ruptura de Jung con Freud, que en realidad tuvo lugar a lo largo de un período de tres años que culminó alrededor de 1912. He agrupado en el tiempo los sucesos importantes y he trasladado algunos de ellos a Norteamérica pese a haber sucedido en otros lugares. Sin embargo, las escenas entre Freud y Jung descritas aquí, por asombrosas que parezcan, al parecer tuvieron lugar realmente. Por ejemplo, el sonoro y misterioso estallido que les interrumpió en el curso de una fuerte discusión sobre lo oculto (en la que Freud mantenía una posición escéptica), y Jung reivindicó realmente haberlo causado mediante telequinesia, a través de lo que él denominó «exteriorización catalizadora». Cuando Freud se mofó de él, Jung predijo otro estallido inmediato que probaría la verdad de lo que estaba afirmando. Inexplicablemente, sus palabras se hicieron realidad. El episodio tuvo lugar, sin embargo, no en una habitación del Hotel Manhattan en 1909, sino en la casa de Freud en Viena en marzo de ese año. Además, Freud se desmayó dos veces en presencia de Jung, y una de ellas fue el 20 de agosto de 1909, el día anterior al de la partida del grupo para los Estados Unidos. El «percance» enurético de Freud en Nueva York lo reveló el propio Jung en 1951, aunque Jung bien pudo inventarlo para desprestigiar a su antiguo maestro.
Los biógrafos de Jung discrepan acerca de su supuesto carácter mujeriego, sus delirios y su antisemitismo. El retrato de Jung en este libro es simplemente esto, un retrato, basado en sus escritos, sus cartas y en las conclusiones a las que llegaron algunos, pero no todos, de los que han escrito sobre él.
Los lectores podrán preguntarse si Freud y Jung habrían expresado realmente las opiniones que yo pongo en sus labios en
La interpretación del asesinato
. La respuesta, en casi todos los casos, es que ellos mismos las expresaron de ese modo. Muchos de los diálogos mantenidos por Freud y Jung están sacados directamente de sus cartas, ensayos u otras fuentes escritas. Por ejemplo, en esta novela Freud dice: «Satisfacer un instinto salvaje es incomparablemente más placentero que satisfacer uno civilizado». Los lectores interesados podrán encontrar la afirmación correspondiente en su
Civilization and lts Discontents
de 1930, vol. 21, p. 79, de la Standard Edition de las obras completas de Freud.
Como los entusiastas de Freud reconocerán al instante, Nora está basada en Dora, la joven descrita en la historia clínica más controvertida de Freud. El nombre real de Dora era Ida Bauer; no era norteamericana ni Freud la trató en los Estados Unidos, aunque murió en Nueva York en 1945. Nora no es en absoluto una copia exacta de Dora, pero los hechos básicos del problema de Dora —las proposiciones del mejor amigo de su padre, la negativa de éste a ponerse de su lado y su aventura con la mujer de este amigo, junto con la atracción que Dora siente por esta misma mujer— están en su historia clínica. La interpretación edípica de la histeria de Dora que Freud expone a Younger en mi novela, incluido el componente oral, es la interpretación que Freud expuso en su día a la propia Dora. Las agresiones físicas, sin embargo, y el misterio del asesinato son, por supuesto, totalmente ficticios.
El intento del alcalde George B. McClellan de arrebatarle a Tammany Hall el control del gobierno de la ciudad de Nueva York es de todos conocido. Incluso no es descabellado que McClellan hubiera supervisado personalmente la investigación de un importante caso de homicidio en septiembre de 1909, porque en aquel momento había puesto prácticamente a toda la policía bajo su mando directo. Por otra parte, el interés de McClellan por asegurarse la nominación para un segundo mandato no deja de ser pura especulación. En público, insistía en que no iba a presentarse.
Charles Loomis Dana, Bernard Sachs y M. Allen Starr son figuras históricas. De hecho se los conocía como el Triunvirato. Los tres eran enemigos acérrimos de Freud y el psicoanálisis. Quiero hacer hincapié, sin embargo, en el hecho de que los actos infames que en la novela se les imputan de forma implícita son totalmente ficticios. También he exagerado, con un propósito expresivo, la riqueza de Dana y su relación de sangre con la familia del mismo apellido y de más noble prosapia. Si bien Charles L. Dana descendía al parecer del mismo ilustre antecesor, al igual que los más prominentes Dana, él había nacido en Vermont y puede que no llegara a saber nunca su exacto parentesco con Charles A. Dana, los otros Dana de Nueva York o los Dana de Boston. Smith Ely Jelliffe es otra figura histórica a la que he embellecido. Jelliffe, por ejemplo, no era rico. Ni existe ninguna razón que nos autorice a pensar que era un mujeriego. (Por cierto, si bien el Players Club existe realmente, la sugerencia de que en él se practicaba la prostitución es meramente especulativa.) Sin embargo, conviene hacer constar la casualidad de que Jelliffe fue a un tiempo psiquiatra asesor y experto en el caso del asesino Harry Thaw y el editor del primer libro de Freud aparecido en inglés:
Papeles selectos sobre la histeria
, en traducción de Abraham Brill. También conviene reseñar que Jelliffe asistía a las reuniones del club Charaka, la exclusiva (aunque no secreta) sociedad que Dana y Sachs habían fundado.
Los relatos de las agresiones sádicas de Thaw a su mujer y otras jóvenes se han tomado casi literalmente de las fuentes documentales de la época. Quiero señalar también que el asombroso testimonio de la señora Merrill no lo prestó en el juicio de Thaw por asesinato de 1907, sino en una de las ulteriores vistas en las que se juzgaba su cordura. Además, se trata de una leyenda urbana (aunque referida como real innúmeras veces) el que Thaw fuera juzgado en el tribunal de Jefferson Market; la acusación se formuló allí, es cierto, pero los dos juicios por asesinato posteriores se celebraron en el edificio de los juzgados de lo criminal de Centre Street, contiguo a las Tumbas. No hay ninguna prueba de que Thaw visitara alguna vez el negocio de la señora Merrill durante el período de su confinamiento en el hospital psiquiátrico penitenciario de Maneawan. Dada la facilidad con la que se fugó de esta institución, sin embargo, tales ausencias sin autorización no debían de resultar tan descabelladas.
El cuerpo de la señorita Elsie Sigel, nieta del general Franz Sigel, se descubrió ciertamente en el verano de 1909 en un baúl de un apartamento de la Octava Avenida propiedad de un tal Leon Ling. El personaje de Chong Sing es una combinación del Chong Sing real y de otro individuo también implicado en el caso. El cuerpo de la señorita Sigel, no obstante, se encontró dos meses y medio antes de la llegada de Freud a Nueva York, y, huelga decir, el descubrimiento no lo hizo el detective Jimmy Littlemore, personaje por entero ficticio.
Igualmente imaginario es el doctor Stratham Younger y su historia de amor con Nora.
Mi más profunda gratitud a mi brillante esposa, Amy Chua, a quien debo la idea de este libro, y a mis amadas hijas, Sophia y Louisa, que vieron errores que nadie más supo ver (ya desde la primera página). Tengo una gran deuda con Suzanne Gluck y John Sterling por creer en esta novela, y con Jennifer Barm y George Hodgman por haberla hecho mejor. Quiero dar las gracias a mis padres, a mi hermano y a mi hermana por su comprensión y afecto. Debby Rubenfeld, Jordan Smoller, Alexis Contant, Anne Dailey, Marina Santilli, Susan Birke Fiedler, Lisa Gray, Anne Toffiemire y James Bundy tuvieron la amabilidad de brindarme las primeras e inestimables lecturas críticas. Heamer Halberstadt resultó de una eficiencia increíble en la verificación de hechos y datos, y agradezco a Kenn Russell su meticulosa mirada.
[1]
Hyphenated Americans («norteamericanos con guión»): ciudadanos no nacidos en los Estados Unidos, de procedencias diversas; para designados se acude al uso del guión: German-Americans, Irish Americans, etc.
(N. del T.)
[2]
Funcionario anglosajón encargado de investigar las causas de las muertes violentas, repentinas o sospechosas.
(N. del T.)
[3]
Zona de césped y árboles, de unas diez hectáreas, del centro del campus de la Universidad de Harvard.
(N. del T.)
[4]
Dexterity,
en inglés, a diferencia de la «destreza» y la «desteridad» castellanas, no sólo designa la «destreza» sino también el hecho de que una persona se sirva especialmente de la mano derecha. De ahí el equívoco y la precisión de Hugel.
(N. del T.)
[5]
Flectere si nequeo superos, acheronta movebo:
«Si no recibo la luz de las instancias celestiales, recurriré a las tinieblas».
(N. del T.)
[6]
Descendientes de los primeros pobladores holandeses de Nueva York. Y por ende, de la flor y nata de su sociedad.
(N. del T.)
[7]
«¿Por la boca?».
(N. del T.)
[8]
La señorita Acton dice
proposed to me;
el verbo
to propose,
además de «proponer», significa «proponerle matrimonio a alguien»;
proposition,
sin embargo, además de «propuesta» y «proposición», significa «proposición deshonesta» —«hacer una…»— o, en el habla cotidiana del español, «proposiciones» —«hacer…»—. De ahí el equívoco.
(N. del T.)
[9]
Un
es un prefijo que tanto en inglés como en alemán significa «no…», «sin…», «in…».
(N del T.)
[10]
Célebre nacionalista irlandés de la segunda mitad del siglo XIX.
(N. del T.)
[11]
Dress
es «vestir, vestirse» y «aderezar, sazonar». Tal ambivalencia posibilita el juego de palabras que ironiza sobre la pudibundez de las normas bostonianas.
(N. del T.)
[12]
The Tombs, en el original.
(N. del T.)
[13]
Le llama Littlemouse, «ratoncito», en lugar de Littlemore, literalmente, «pocomás».
(N. del T.)