La Ilíada (30 page)

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Authors: Homero

Tags: #Clásico

BOOK: La Ilíada
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295
Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares, entrando en la tienda, cogió enseguida una broncínea lanza y fue en seguimiento de Idomeneo, muy deseoso de volver al combate. Como va a la guerra Ares, funesto a los mortales, acompañado de la Fuga, su hija querida, fuerte e intrépida, que hasta el guerrero valeroso causa espanto; y los dos se arman y saliendo de la Tracia enderezan sus pasos hacia los éfiros y los magnánimos flegis, y no escuchan los ruegos de ambos pueblos, sino que dan la victoria a uno de ellos, de la misma manera, Meriones a Idomeneo, caudillos de hombres, se encaminaban a la batalla, armados de luciente bronce. Y Meriones fue el primero que habló, diciendo:

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—¡Deucálida! ¿Por dónde quieres que penetremos en la turba: por la derecha del ejército, por en medio o por la izquierda? Pues no creo que los melenudos aqueos dejen de pelear en parte alguna.

311
Respondióle Idomeneo, caudillo de los cretenses:

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—Hay en el centro quienes defiendan las naves: los dos Ayantes y Teucro, el más diestro arquero aqueo y esforzado también en el combate a pie firme; ellos se bastan para rechazar a Héctor Priámida por fuerte que sea y por incitado que esté a la batalla. Difícil será, aunque tenga muchos deseos de pelear, que, triunfando del valor y de las manos invictas de aquéllos, llegue a incendiar los bajeles; a no ser que el mismo Cronión arroje una tea encendida en las ligeras naves. El gran Ayante Telamonio no cedería a ningún hombre mortal que coma el fruto de Deméter y pueda ser herido con el bronce o con grandes piedras; ni siquiera se retiraría a vista de Aquiles, que rompe las filas de los guerreros, en un combate a pie firme; pues en la carrera Aquiles no tiene rival. Vamos, pues, a la izquierda del ejército, para ver si presto daremos gloria a alguien, o alguien nos la dará a nosotros.

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Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares, echó a andar hasta que llegaron al ejército por donde Idomeneo le aconsejaba.

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Cuando los troyanos vieron a Idomeneo, que por su impetuosidad parecía una llama, y a su escudero, ambos revestidos de labradas armas, animáronse unos a otros por entre la turba y arremetieron todos contra aquél. Y se trabó una refriega, sostenida con igual tesón por ambas partes, junto a las popas de las naves. Como aparecen de repente las tempestades, suscitadas por los sonoros vientos un día en que los caminos están llenos de polvo y se levanta una gran nube del mismo, así entonces unos y otros vinieron a las manos, deseando en su corazón matarse recíprocamente con el agudo bronce por entre la turba. La batalla, destructora de hombres, se presentaba horrible con las largas picas que desgarran la carne y que los guerreros manejaban; cegaba los ojos el resplandor del bronce de los lucientes cascos, de las corazas recientemente bruñidas y de los escudos refulgentes de cuantos iban a encontrarse; y hubiera tenido corazón muy audaz quien al contemplar aquella acción se hubiese alegrado en vez de afligirse.

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Los dos hijos poderosos de Crono, disintiendo en el modo de pensar, preparaban deplorables males a los héroes. Zeus quería que triunfaran Héctor y los troyanos para glorificar a Aquiles, el de los pies ligeros; mas no por eso deseaba que el ejército aqueo pereciera totalmente delante de Ilio, pues sólo intentaba honrar a Tetis y a su hijo, de ánimo esforzado. Poseidón había salido ocultamente del espumoso mar, recorría las filas y animaba a los argivos, porque le afligía que fueran vencidos por los troyanos, y se indignaba mucho contra Zeus. Igual era el origen de ambas deidades y una misma su prosapia, pero Zeus había nacido primero y sabía más, por esto Poseidón evitaba el socorrer abiertamente a aquéllos, y, transfigurado en hombre, discurría, sin darse a conocer, por el ejército y le amonestaba. Y los dioses inclinaban alternativamente en favor de unos y de otros la reñida pelea y el indeciso combate; y tendían sobre ellos una cadena inquebrantable e indisoluble que a muchos les quebró las rodillas.

361
Entonces Idomeneo, aunque ya semicano, animó a los dánaos, arremetió contra los troyanos, llenándoles de pavor, y mató a Otrioneo. Éste había acudido de Cabeso a Ilio cuando tuvo noticia de la guerra y pedido en matrimonio a Casandra, la más hermosa de las hijas de Príamo, sin obligación de dotarla; pero ofreciendo una gran cosa: que echaría de Troya a los aqueos. El anciano Príamo accedió y consintió en dársela; y el héroe combatía, confiando en la promesa. Idomeneo tiróle la reluciente lanza y le hirió mientras se adelantaba con arrogante paso, la coraza de bronce que llevaba no resistió, clavóse aquélla en medio del vientre, cayó el guerrero con estrépito, a Idomeneo dijo con jactancia:

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—¡Otrioneo! Te ensalzaría sobre todos los mortales si cumplieras lo que ofreciste a Príamo Dardánida cuando te prometió a su hija. También nosotros te haremos promesas con intención de cumplirlas: traeremos de Argos la más bella de las hijas del Atrida y te la daremos por mujer, si junto con los nuestros destruyes la populosa ciudad de Ilio. Pero sígueme, y en las naves surcadoras del ponto nos pondremos de acuerdo sobre el casamiento; que no somos malos suegros.

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Hablóle así el héroe Idomeneo, mientras le asía de un pie y le arrastraba por el campo de la dura batalla; y Asio se adelantó para vengarlo, presentándose como peón delante de su carro, cuyos corceles, gobernados por el auriga, sobre los mismos hombros del guerrero resoplaban. Asio deseaba en su corazón herir a Idomeneo, pero anticipósele éste y le hundió la pica en la garganta, debajo de la barba, hasta que el bronce salió al otro lado. Cayó el troyano como en el monte la encina, el álamo o el elevado pino que unos artífices cortan con afiladas hachas para convertirlo en mástil de navío; así yacía aquél, tendido delante de los corceles y del carro, rechinándole los dientes y cogiendo con las manos el polvo ensangrentado. Turbóse el escudero, y ni siquiera se atrevió a torcer la rienda a los caballos para escapar de las manos de los enemigos. Y el belicoso Antíloco se llegó a él y le atravesó con la lanza, pues la broncínea coraza no pudo evitar que se la clavase en el vientre. El auriga, jadeante, cayó del bien construido carro; y Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, sacó los caballos de entre los troyanos y se los llevó hacia los aqueos, de hermosas grebas.

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Deífobo, irritado por la muerte de Asio, se acercó mucho a Idomeneo y le arrojó la reluciente lanza. Mas Idomeneo advirtiólo y burló el golpe encongiéndose debajo de su liso escudo, que estaba formado por boyunas pieles y una lámina de bruñido bronce con dos abrazaderas, la broncínea lanza resbaló por la superficie del escudo, que sonó roncamente, y no fue lanzada en balde por el robusto brazo de aquél, pues fue a clavarse en el hígado, debajo del diafragma, de Hipsenor Hipásida, pastor de hombres, haciéndole doblar las rodillas. Y Deífobo se jactaba así, dando grandes voces:

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—Asio yace en tierra, pero ya está vengado. Figúrome que, al descender a la morada de sólidas puertas del terrible Hades, se holgará su espíritu de que le haya procurado un compañero.

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Así habló. Sus jactanciosas frases apesadumbraron a los argivos y conmovieron el corazón del belicoso Antíloco; pero éste, aunque afligido, no abandonó a su compañero, sino que corriendo se puso cerca de él y le cubrió con el escudo. E introduciéndose por debajo dos amigos fieles, Mecisteo, hijo de Equio, y el divino Alástor, llevaron a Hipsenor, que daba hondos suspiros, hacia las cóncavas naves.

424
Idomeneo no dejaba que desfalleciera su gran valor y deseaba siempre o sumir a algún troyano en tenebrosa noche, o caer él mismo con estrépito, librando de la ruina a los aqueos. Poseidón dejó que sucumbiera a manos de Idomeneo, el hijo querido de Esietes, alumno de Zeus, el héroe Alcátoo (era yerno de Anquises y tenía por esposa a Hipodamía, la hija primogénita, a quien el padre y la veneranda madre amaban cordialmente en el palacio porque sobresalía en hermosura, destreza y talento entre todas las de su edad, y a causa de esto casó con ella el hombre más ilustre de la vasta Troya): el dios ofuscóle los brillantes ojos y paralizó sus hermosos miembros, y el héroe no pudo huir ni evitar la acometida de Idomeneo, que le envainó la lanza en medio del pecho, mientras estaba inmóvil como una columna o un árbol de alta copa, y le rompió la coraza que siempre le había salvado de la muerte, y entonces produjo un sonido ronco al quebrarse por el golpe de la lanza. El guerrero cayó con estrépito; y, como la lanza se había clavado en el corazón, movíanla las palpitaciones de éste; pero pronto el arma impetuosa perdió su fuerza. E Idomeneo con gran jactancia y a voz en grito exclamó:

446
—¡Deífobo! Ya que tanto te glorías, ¿no te parece que es una buena compensación haber muerto a tres, por uno que perdimos? Ven, hombre admirable, ponte delante y verás quién es este descendiente de Zeus que aquí ha venido; porque Zeus engendró a Minos, protector de Creta, Minos fue padre del eximio Deucalión, y de éste nací yo, que reino sobre muchos hombres en la vasta Creta y vine en las naves para ser una plaga para ti, para tu padre y para los demás troyanos.

455
Así dijo; y Deífobo vacilaba entre retroceder para que se le juntara alguno de los magnánimos troyanos o atacar él solo a Idomeneo. Parecióle lo mejor ir en busca de Eneas, y le halló entre los últimos; pues siempre estaba irritado con el divino Príamo, que no le honraba como por su bravura merecía. Y deteniéndose a su lado, le dijo estas aladas palabras:

463
—¡Eneas, príncipe de los troyanos! Es preciso que defiendas a tu cuñado, si por él sientes algún interés. Sígueme y vayamos a combatir por tu cuñado Alcátoo, que te crió cuando eras niño y ha muerto a manos de Idomeneo, famoso por su lanza.

468
Así dijo. Eneas sintió que en el pecho se le conmovía el corazón, y se fue hacia Idomeneo con grandes deseos de pelear. Éste no se dejó vencer del temor, cual si fuera un niño, sino que te aguardó como el jabalí que, confiando en su fuerza, espera en un paraje desierto del monte el gran tropel de hombres que se avecina, y con las cerdas del lomo erizadas y los ojos brillantes como ascuas aguza los dientes y se dispone a rechazar la acometida de perros y cazadores, de igual manera Idomeneo, famoso por su lanza, aguardaba sin arredrarse a Eneas, ágil en la lucha, que le salía al encuentro; pero llamaba a sus compañeros, poniendo los ojos en Ascálafo, Afareo, Deípiro, Meriones y Antíloco, aguerridos campeones, y los exhortaba con estas aladas palabras:

481
—Venid, amigos, y ayudadme; pues estoy solo y temo mucho a Eneas, ligero de pies, que contra mí arremete. Es muy vigoroso para matar hombres en el combate, y se halla en la flor de la juventud, cuando mayor es la fuerza. Si con el ánimo que tengo, fuésemos de la misma edad, pronto o alcanzaría él una gran victoria sobre mí, o yo la alcanzana sobre él.

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Así dijo; y todos con el mismo ánimo en el pecho y los escudos en los hombros se pusieron al lado de Idomeneo. También Eneas exhortaba a sus amigos, echando la vista a Deífobo, Paris y el divino Agenor, que eran asimismo capitanes de los troyanos. Inmediatamente marcharon las tropas detrás de los jefes, como las ovejas siguen al carnero cuando después del pasto van a beber, y el pastor se regocija en el alma; así se alegró el corazón de Eneas en el pecho, al ver el grupo de hombres que tras él seguía.

496
Pronto trabaron alrededor del cadaver de Alcátoo un combate cuerpo a cuerpo, blandiendo grandes picas; y el bronce resonaba de horrible modo en los pechos al darse botes de lanza los unos a los otros. Dos hombres belicosos y señalados entre todos, Eneas a Idomeneo, iguales a Ares, deseaban herirse recíprocamente con el cruel bronce. Eneas arrojó el primero la lanza a Idomeneo; pero, como éste la viera venir, evitó el golpe: la broncínea punta clavóse en tierra, vibrando, y el arma fue echada en balde por el robusto brazo. Idomeneo hundió la suya en el vientre de Enómao y el bronce rompió la concavidad de la coraza y desgarró las entrañas: el troyano, caído en el polvo, asió el suelo con las manos. Acto continuo, Idomeneo arrancó del cadaver la ingente lanza, pero no le pudo quitar de los hombros la magnífica armadura, porque estaba abrumado por los tiros. Como ya no tenía seguridad en sus pies para recobrar la lanza que había arrojado, ni para librarse de la que le arrojasen, evitaba la cruel muerte combatiendo a pie firme; y, no pudiendo tampoco huir con ligereza, retrocedía paso a paso. Deífobo, que constantemente le odiaba, le tiró la lanza reluciente y erró el golpe, pero hirió a Ascálafo, hijo de Enialio; la impetuosa lanza se clavó en la espalda, y el guerrero, caído en el polvo, asió el suelo con las manos. Y el ruidoso y robusto Ares no se enteró de que su hijo hubiese sucumbido en el duro combate porque se hallaba detenido en la cumbre del Olimpo, debajo de áureas nubes, con otros dioses inmortales por la voluntad de Zeus, el cual no permitía que intervinieran en la batalla.

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La pelea cuerpo a cuerpo se encendió entonces en torno de Ascálafo, a quien Deífobo logró quitar el reluciente casco, pero Meriones, igual al veloz Ares, dio a Deífobo una lanzada en el brazo y le hizo soltar el casco con agujeros a guisa de ojos, que cayó al suelo produciendo ronco sonido. Meriones, abalanzándose a Deífobo con la celeridad del buitre, arrancóle la impetuosa lanza de la parte superior del brazo y retrocedió hasta el grupo de sus amigos. A Deífobo sacóle del horrísono combate su hermano carnal Polites: abrazándole por la cintura, lo condujo adonde tenía los rápidos corceles con el labrado carro, que estaban algo distantes de la lucha y del combate, gobernados por un auriga. Ellos llevaron a la ciudad al héroe, que se sentía agotado, daba hondos suspiros y le manaba sangre de la herida que en el brazo acababa de recibir.

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Los demás combatían y alzaban una gritería inmensa. Eneas, acometiendo a Afareo Caletórida, que contra él venía, hirióle en la garganta con la aguda lanza: la cabeza se inclinó a un lado, arrastrando el casco y el escudo, y la muerte destructora rodeó al guerrero. Antíloco, como advirtiera que Toón volvía pie atrás, arremetió contra él y le hirió: cortóle la vena que, corriendo por el dorso, llega hasta el cuello, y el troyano cayó de espaldas en el polvo y tendía los brazos a los compañeros queridos. Acudió Antíloco y le quitó de los hombros la armadura, mirando a todos lados, mientras los troyanos iban cercándole ya por éste, ya por aquel lado, e intentaban herirle; mas el ancho y labrado escudo paró los golpes, y ni aun consiguieron rasguñar la tierna piel del héroe con el cruel bronce, porque Poseidón, que bate la tierra, defendió al hijo de Néstor contra los muchos tiros. Antíloco no se apartaba nunca de los enemigos, sino que se agitaba en medio de ellos; su lanza, lamas ociosa, siempre vibrante, se volvía a todas partes, y él pensaba en su mente si la arrojaría a alguien, o acometería de cerca.

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