La hora del mar (51 page)

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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Fantástico, #Terror

BOOK: La hora del mar
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Estaba pensando en eso cuando un hombre de aspecto corpulento salió a su encuentro. Iba vestido con chaqueta, pero parecía que no la había usado desde hacía tiempo y había ensanchado espalda desde entonces.

—General —dijo—, quiero presentarle al señor Chevaller. Es el experto del que hemos hablado.

El general asintió.

—El francés.

—Correcto, mi general. Pero habla español tan bien como usted o como yo. Apenas se le nota en la pronunciación.

—Sí, sí. Maravilloso.

Chevaller resultó ser un hombre joven, mucho más joven de lo que había imaginado. Vestía un traje negro con una corbata de esas modernas, fina como un bastón. A Abras no le gustaban; las corbatas debían ser largas y tener el ancho adecuado; lo demás eran fruslerías ridículas, invenciones extranjeras. Tal y como él lo veía, la corbata era el signo más elegante de vestir en un caballero, aunque muchos hombres lo redujeran a algo tan pueril como anudarse al cuello un pedazo de tela.

—General, es un placer saludarle —exclamó el francés, tendiéndole la mano.

—Lo mismo digo, señor Chevaller. Me han comentado grandes cosas de usted.

—Llámeme Pichou, por favor.

El general asintió. Acababa de darse cuenta de que la corbata del francés no sólo era negra, tenía además un pequeño borde blanco. Levantó una ceja.

—Su corbata… —dijo.

Pichou la cogió con una mano.

—¿Sí, general?

—¿La ha elegido de color negro con un borde blanco por algún motivo?

Pichou sonrió, visiblemente sorprendido.

—No puedo creer que se haya dado cuenta,
monsieur
. ¡En efecto! ¿Conoce la anécdota de Napoleón, entonces?

—La conozco, por supuesto —contestó Abras—. Muy ocurrente.

Pichou asintió, complacido.

—¡Bravo! Me pareció un detalle simpático cuando me enteré de que me invitaban ustedes a asistir a esta reunión.

El general Abras la conocía, sí. Napoleón pudo ser muchas cosas, y entre ellas un dictador brutal, pero racionalizó el Estado y fue además un gran estratega, y como tal lo había estudiado todo sobre él. La historia contaba que el emperador francés vestía siempre corbatas negras con bordes blancos, hasta que una mañana, sin que hubiera ningún motivo aparente para ello, decidió cambiarla por otra. Era el 18 de junio de 1815. Ese mismo día, perdía la batalla de Waterloo.

—Esperemos que su corbata nos ayude a ganar algo hoy.

—Eso espero —exclamó Pichou—. En cuanto a la reunión de hoy, ¿ha visto mis notas?

Como si alguien hubiera pulsado un interruptor, el general adoptó inmediatamente su mejor gesto de impasibilidad. Era imposible leer en él; una expresión neutra producto de quien sabe cómo manejar conversaciones donde se tratan temas de índole confidencial.

—Por supuesto —exclamó.

—Bien… ¡Bien! Si ha podido revisarlas, entenderá que es importante que en la reunión de hoy se trate el tema de las señales que captamos en los días previos a los ataques. Seguro que las recuerda, aunque me sorprende que alguien lo haga por aquí, con todo lo que está pasando. Tengo la sensación de que nos dejamos algo, que es una parte importante de…

El general levantó la mano, sin mover un músculo de la cara.

—Lo he leído. El comité ha decidido qué contenidos tendrá la exposición de esta reunión, así que no debe preocuparse.

—Bien —exclamó Pichou. Pero el tono del general se había vuelto inesperadamente frío y distante, y decidió no seguir preguntando.

En ese momento, una voz anunció por megafonía la inminencia de la conexión. Los dos hombres se saludaron cortésmente y ocuparon sus asientos. El general se sentaba al lado de la ministra y del jefe del Estado Mayor de la Defensa, que estaban enfrascados revisando unos documentos, y tan pronto ocupó su sillón, se colocó los cascos de traducción simultánea. Era de los pocos en la sala que aún tenía problemas con el idioma.

La reunión empezó, con los portavoces de los distintos países apareciendo en pantalla a la vez. La pantalla de la Confederación Australiana, no obstante, estaba en negro.

—Bienvenidos a la reunión de control número cuarenta y cuatro —dijo una voz, en perfecto inglés. A continuación mencionó problemas técnicos que impedían comunicar con el portavoz australiano y sugirió no retrasar el comienzo de la reunión si el resto de los participantes estaba de acuerdo, y todos lo estuvieron—. Siguiendo el orden de participación establecido en la reunión anterior, el portavoz de la República Bolivariana de Venezuela tiene la palabra.

—Creo que Australia ha seguido el destino de Japón, como lo hicieron Cuba y todos los otros —comentó el jefe del Estado Mayor en voz baja. La ministra no replicó, pero en su fuero interno, coincidía con él.

El portavoz venezolano no era el típico latino, sino más bien un híbrido de diversas razas. Tenía el cabello pajizo, ojos rasgados y una tez tan blanca que casi parecía sobrenatural, como si fuera una máscara de cera. Tan pronto apareció en la pantalla central, saludó brevemente y empezó con su informe.

Explicó que en Venezuela continuaban sufriendo ataques masivos en casi todas sus costas. Después de los destrozos provocados por los tsunamis, la mayoría de las ciudades atacadas lo habían sido después de un bombardeo masivo en el que se habían empleado trozos de roca. Sus científicos habían confirmado que estos trozos eran, en su mayoría, rocas sedimentarias extraídas del fondo del mar a profundidades que no superaban los tres mil metros, lo cual no era un dato particularmente novedoso porque ya se habían informado de cosas así en reuniones anteriores. Pero, a continuación, mostró algo sorprendente.

Una grabación apareció en pantalla, mostrando imágenes de una panorámica aérea de una ciudad. El portavoz dijo que se trataba de Higuerote, en el estado de Miranda, una población con unos veintisiete mil habitantes. La imagen se amplió dos y tres veces para mostrar una vista de pájaro de la ciudad, y lo que se veía allí arrancó exclamaciones de sorpresa en la sala de reuniones. La ciudad entera había sido totalmente arrasada; ya ni siquiera se distinguía edificación alguna: todo era una alfombra confusa de restos de ladrillo, madera y algún vehículo tan salvajemente aplastado que era apenas una plancha metálica contra el suelo. Pero lo que conmocionó al personal de la sala fue lo que había varios cientos de metros tierra adentro. Se trataba de un barco; un portaaviones de colosal envergadura, tendido sobre un costado. Estaba partido en cuatro trozos, y tan destrozado que al principio costaba un poco entender qué representaba su voluminosa forma metálica. Algunos inclinaron la cabeza al enfrentarse por primera vez a la imagen.

—Esto que ven —dijo el portavoz— es el
USS Enterprise
, uno de los navíos americanos de más envergadura con sus casi trescientos cuarenta metros de eslora total. Como saben, fue hundido hace pocos días junto a un gran porcentaje de los barcos que se encontraban en navegación en el mundo. Según hemos podido saber, surgió del mar como un proyectil hace ahora algunas horas. Fue…
lanzado…
desde el mar. Voló por el aire mientras se deshacía en pedazos y cayó sobre Higuerote destrozándolo todo a su paso. El impacto fue tan brutal que provocó un pequeño seísmo.

En el resto de las pantallas, los portavoces de cada país conversaban por sus micros privados. Sus expresiones lo decían todo.

—Estamos hablando de noventa mil toneladas —continuó diciendo el portavoz—. ¿Pueden decirnos qué fuerza en la naturaleza es capaz de desarrollar semejante potencia? Señores, ¿a qué nos enfrentamos
realmente?.

La ministra dirigió una mirada al general. Éste la captó con su vista periférica, pero no le respondió. Pichou, mientras tanto, estaba golpeando un bolígrafo contra sus dientes, pensativo.

—Mientras tenemos la palabra, queremos solicitar ayuda a nuestros vecinos los Estados Unidos de América. Al fin y al cabo, el
USS Enterprise
ha sido arrojado contra nuestra población civil, por lo que entendemos que debemos recibir alguna compensación. Si no obtenemos ayuda, sucumbiremos. Nuestras armas pueden ser técnicamente superiores, pero el número con el que el enemigo sigue abordando nuestras costas parece infinito. El armamento se agota antes de que podamos reabastecerlo, rocían nuestros blindados con esporas abrasivas, derriban nuestros aviones y diezman a nuestros soldados. Habríamos rendido la nación si existiera esa posibilidad. Esto es todo.

El director tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo, retomó la sesión y pasó la palabra al siguiente país en la ronda de turnos. Éste resultó ser, precisamente, los Estados Unidos de América.

Su portavoz declaró, preliminarmente, que ellos tenían sus propios problemas y que no estimaban posible enviar ayuda a Venezuela. Naturalmente denegaron cualquier responsabilidad sobre la aparición del
USS Enterprise
en sus costas, ya que el barco había desaparecido junto a todos los que estaban en navegación en el día de los hechos. Señaló que el transporte aéreo era demasiado lento y no del todo seguro (había informes de aviones que habían sido interceptados incluso a gran altura), que el transporte marítimo estaba fuera de toda cuestión, y el paso a través de los Estados Unidos Mexicanos, un país tan manifiestamente costero, era del todo inviable. Como la isla de Cuba, el décimo país más extenso del mundo había desaparecido prácticamente en el mar.

Después, tras anunciar brevemente que habían introducido varios
gigabytes
de fotografías, vídeos y documentos en la base de datos de recursos compartidos, el portavoz dijo que habían detectado algo que querían comentar en la reunión.

Una imagen insólita pasó entonces a primer término en la pantalla. Tan pronto la vio, Pichou se inclinó hacia delante, visiblemente interesado. El general Abras también reconoció la imagen: era idéntica al asunto que habían estado tratando con más atención en la última hora, de entre todos los asuntos urgentes en la planificación de la defensa del país.

—Esto que ven no es una marea negra en tierra firme —continuó diciendo el portavoz—. Parecería una mancha de petróleo, o una nube de estorninos cuando cruzan por nuestros campos, pero como pueden imaginar, se trata del enemigo. Abajo tienen un indicador de la escala en el que la imagen aérea se ha tomado. Un píxel en esta imagen equivale más o menos a veinte individuos, por lo que estaríamos hablando de una aglomeración aproximada de unas cincuenta mil criaturas. Bien, la fotografía fue tomada al sureste de Jacksonville, al otro lado del río St. Johns. Jacksonville, por cierto, fue salvajemente bombardeada antes de ser ocupada, y ha sido una de las ciudades que perdimos completamente.

»Aquí tienen otra imagen, tomada desde menos altitud. Lamentablemente, no disponemos de más material porque el avión espía utilizado fue derribado después de enviar estos últimos datos. Si la observan cuidadosamente verán unas líneas negras que salen del río y que van hacia este pequeño valle de este lado, justo en el epicentro de donde el enemigo se congrega. Creemos que son los mismos tubos que las criaturas han empleado en otros puntos geográficos, aparentemente, como transportes. Bien, nos ha parecido un comportamiento interesante porque, hasta el momento, habíamos sido incapaces de determinar su plan de ataque, si es que hay alguno. Como saben, en ningún caso estos seres se han adentrado más de diez kilómetros hacia el interior.

«Continuemos con las imágenes —siguió diciendo el portavoz—. Esta es de Nick's Cove, en California, junto a Tomates Bay. Como ven, se repite el mismo fenómeno, incluyendo los tubos de transporte. Este descubrimiento es reciente, así que no descartamos que se estén produciendo otros similares en otros puntos de Estados Unidos sobre los que no tenemos control. Como hemos dicho antes, sencillamente tenemos demasiados flancos abiertos.

«Hemos analizado estas fotografías con técnicas de análisis espacial y nuestros expertos opinan que, cerca del epicentro antes mencionado, la densidad de puntos y el color de la mancha, así como la longitud e inclinación de las sombras, inducen a pensar que lo que se halla en el centro de éstas podrían ser estructuras de algún tipo. Sin duda existen paredes verticales, al menos, aunque por la densidad del color establecemos que podrían estar construidas con el mismo material que exhiben estos seres en…

La ministra soltó un bufido.

—¿No podemos ponerles un nombre, por el amor de Dios? —preguntó en voz baja, aunque sabía que los micrófonos estaban apagados mientras no fuese el turno de España—. El enemigo, criaturas, seres, monstruos, tangos… Ya no sé si hablamos del hombre del saco o del asunto que estamos tratando.

—Es una buena propuesta, señora —respondió el jefe del Estado Mayor, también en un tono de voz confidencial—. Podríamos pasarla al portavoz, cuando nos toque el turno.

—No se moleste. No iba en serio.

—En la última media hora —continuaba diciendo el portavoz americano, totalmente ajeno a la conversación—, coordinamos un ataque contra una de estas aglomeraciones. Utilizamos un ataque a distancia con proyectiles balísticos de última generación, basados en una mejora del proyectil ruso
Bulavá
, y diseñado para que fueran imposibles de abatir una vez estuvieran en el aire. Naturalmente, sin carga nuclear.

En la pantalla de la Federación de Rusia, el portavoz estaba recibiendo unos pliegos de papel mientras se esforzaba por escuchar, con expresión de urgencia, a través del comunicador instalado en la oreja.

—Su velocidad es de diez kilómetros por segundo —continuó diciendo el portavoz norteamericano—, y las ojivas van rodeadas de decenas de blancos falsos, haciéndolos imposibles de identificar. Poseen además medios individuales de separación para hacerlos capaces de burlar cualquier sistema de defensa antimisil. Bien, todo esto no sirvió de nada.

Esa declaración provocó un revuelo de comentarios entre los asistentes. En sus pantallas, los portavoces de los distintos países, aunque entrenados para no dejar entrever emoción alguna al dar o recibir noticias sobre cualquier particular, también parecían contrariados.

—Diez kilómetros por segundo, por el amor de Dios —exclamó el general—. ¡No me lo creo!

—¿No era ésta la gran alternativa, general? —preguntó la ministra, aunque no esperaba respuesta ni la obtuvo.

—Seguimos la trayectoria de los misiles con el radar —decía el portavoz mientras tanto, con su tono monocorde y pausado—, y cuando se suponía que debían detonar, sencillamente no lo hicieron. La señal desapareció, y eso fue todo.

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