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Authors: Elizabeth Kostova

La Historiadora (58 page)

BOOK: La Historiadora
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—¿Es posible que Drácula fuera enterrado aquí, o que su cadáver fuera trasladado hasta este castillo desde Snagov, con el fin de protegerlo de profanaciones?

Georgescu rió.

—No pierde la esperanza, ¿eh? No, nuestro amigo está en Snagov, hágame caso. Esa capilla de ahí tenía una cripta, desde luego. Hay una zona hundida, con un par de peldaños que bajan. La excavé hace años, cuando vine por primera vez. —Me dedicó una amplia sonrisa—. Los aldeanos no me dirigieron la palabra durante semanas. Pero estaba vacía. Ni siquiera había huesos.

Poco después empezó a bostezar de una manera prodigiosa. Acercamos nuestras provisiones al fuego, nos envolvimos en nuestras mantas de viaje y guardamos silencio. La noche era helada y me alegré de haber llevado mis prendas de más abrigo. Contemplé las estrellas un rato (parecían muy cercanas al oscuro precipicio) y escuché los ronquidos de Georgescu.

Al final debí dormirme también, porque cuando desperté el fuego estaba casi apagado y jirones de nubes cubrían la cumbre de la montaña. Me estremecí, y estaba a punto de levantarme para arrojar más leña al fuego cuando un crujido próximo me heló la sangre en las venas. No estábamos solos en las ruinas, y quienquiera que compartiera el oscuro recinto con nosotros estaba muy cerca. Me puse poco a poco de pie, mientras pensaba en si debía despertar a Georgescu en caso necesario y me preguntaba si llevaría armas en su bolsa zíngara, además de las ollas. Se había hecho un silencio de muerte, pero al cabo de unos segundos la tensión fue excesiva para mí. Introduje una rama de nuestra pila en el fuego, y cuando se prendió tuve una antorcha, que alcé con cautela.

De repente, en las profundidades de la zona de la capilla invadida por la maleza, la luz de mi antorcha captó el brillo rojizo de unos ojos. Mentiría, amigo mío, si dijera que no se me pusieron los pelos de punta. Los ojos se acercaron un poco más, pero no vi si estaban muy alejados del suelo. Me miraron durante un largo momento y experimenté la sensación irracional de que poseían conciencia, de que sabían quién era yo y me estaban tomando la medida. Después, aplastando la maleza, una gran bestia apareció ante mi vista, volviendo la cabeza a un lado y a otro, y luego se alejó en la oscuridad. Era mi lobo de un tamaño asombroso. A la escasa luz vi apenas un momento su espeso pelaje y su enorme cabeza, justo antes de que saliera de las ruinas y se desvaneciera.

Me acosté de nuevo, y decidí no despertar a Georgescu ahora que el peligro parecía haber pasado, pero no pude dormir. Una y otra vez (al menos en mi mente), veía aquellos ojos inteligentes y penetrantes. Supongo que finalmente me hubiera llegado a dormir, pero mientras estaba despierto tomé conciencia de un sonido lejano que parecía ascender hacia nosotros desde la oscuridad del bosque. Al final, demasiado inquieto para seguir acostado, me levanté una vez más y atravesé de puntillas el patio para mirar por encima del muro. La pendiente más abrupta desde el borde del precipicio era la que daba al Arges, como va he dicho, pero a mi izquierda había una zona en que la ladera boscosa era más suave, y oí llegar desde allí el murmullo de muchas voces y un resplandor que bien podía ser de hogueras de campamento. Me pregunté si habría gitanos acampados en aquellos bosques.

Tendría que preguntárselo a Georgescu por la mañana. Como si ese pensamiento le hubiera conjurado, mi nuevo amigo apareció de repente a mi lado, medio dormido.

—¿Pasa algo?

Miró por encima del muro.

Señalé.

—¿Podría ser un campamento gitano?

El hombre rió.

—No, no tan lejos de la civilización. —Bostezó, pero sus ojos se veían brillantes y

despiertos a la luz de nuestro fuego agonizante—. De todos modos, es peculiar. Vamos a echar un vistazo.

No me gustó nada la idea, pero unos minutos después nos habíamos puesto las botas y estábamos bajando por el sendero en dirección al sonido. Fue aumentando de intensidad, subiendo y bajando, una siniestra cadencia. No eran lobos, pensé, sino voces de hombres.

Intenté no pisar ninguna rama. En un momento dado, observé que Georgescu introducía una mano en la chaqueta. Iba armado, pensé con satisfacción. Pronto vimos la luz de un fuego que parpadeaba entre los árboles, y el arqueólogo me indicó por señas que me agachara, y después se acuclilló a mi lado entre la maleza.

Habíamos llegado a un claro del bosque, y estaba lleno de hombres. Formaban dos círculos alrededor de una hoguera y cantaban. Uno, al parecer el líder, estaba de pie cerca del fuego, y siempre que su cántico alcanzaba un crescendo, todos levantaban un brazo para saludarle y apoyaban la otra mano sobre el hombro del individuo de al lado. Sus rostros, de un naranja tétrico a la luz del fuego, estaban tirantes y serios, y sus ojos centelleaban. Llevaban una especie de uniforme, chaqueta oscura sobre camisa verde y corbata negra.

—¿Qué es esto? —murmuré a Georgescu—. ¿Qué están diciendo?

—«¡Todo por la patria!» —siseó en mi oído—. Guarde silencio o somos hombres muertos.

Creo que es la Legión del Arcángel San Miguel.

—¿Qué es eso?

Intenté mover los labios el mínimo posible. Habría sido difícil imaginar algo menos angelical que aquellos rostros pétreos y los rígidos brazos extendidos. Georgescu me indicó por señas que nos alejáramos, y regresamos hacia el bosque, pero antes de volvernos observa un movimiento al otro lado del claro, y ante mi creciente estupor vi a un hombre alto de hombros anchos con capa, cuyo pelo oscuro y cara enjuta iluminó un momento el resplandor del fuego. Se hallaba fuera de los círculos de hombres uniformados, con expresión risueña. De hecho, daba la impresión de que estaba riendo. Al cabo de un segundo deja de verle, y pensé que se había deslizado entre los árboles. Después Georgescu tiró de mí para que continuara subiendo el talud.

Cuando volvimos a estar a salvo en las ruinas (cosa rara, ahora me sentía a salvo allí), Georgescu se sentó al lado del fuego y encendió su pipa, como para relajarse.

—Dios santo, hombre —_susurró——. Eso podría haber sido nuestro fin.

—¿Quiénes son?

Tiró la cerilla al fuego.

—Criminales —replicó—. También se les llama la Guardia de Hierro. Van de pueblo en pueblo por esta parte del país, reclutan jóvenes y los convierten al odio. Odian a los judíos en particular, y quieren limpiar el mundo de ellos. —Dio una feroz calada a su pina—. Los gitanos sabemos que, donde los judíos son asesinados, los gitanos también acaban siendo asesinados. Y mucha más gente, por lo general. Describí la extraña figura que había visto fuera del círculo.

—Oh, sin duda —masculló Georgescu—. Atraen a todo tipo de admiradores extraños. No pasará mucho tiempo sin que todos los pastores de las montañas se unan a ellos.

Tardamos un rato en tranquilizarnos y volver a dormir, pero Georgescu me aseguró que no era probable que la Legión escalara la montaña una vez iniciados sus rituales. Conseguí conciliar un sueño intranquilo, y me alivió ver que el alba llegaba pronto al nido de águilas.

Reinaba el silencio, la niebla era bastante espesa y no soplaba nada de viento. En cuanto hubo suficiente luz, me encaminé con cautela hacia la capilla derruida y examiné las huellas del lobo. Se veían con claridad en la tierra a un lado de la capilla, grandes y pesadas. Lo más extraño es que sólo había pisadas en una dirección, las que se alejaban de la zona de la capilla, surgiendo de las profundidades de la cripta, pero no existía el menor indicio de que el lobo hubiera entrado antes, o tal vez fui incapaz de ver sus huellas en la maleza que crecía detrás de la capilla. Reflexioné sobre esta circunstancia mucho después de haber desayunado, hice unos cuantos dibujos y nos dispusimos a bajar la montaña.

Una vez más, debo parar de momento, pero te envío fervorosos recuerdos desde una tierra muy lejana...

Rossi.

47

Querido amigo:

No puedo ni imaginar lo que pensarás de esta correspondencia extraña y unilateral cuando llegue por fin a tus manos, pero me siento impulsado a continuar, aunque sólo sea para tomar notas dirigidas a mí mismo. Ayer por la tarde volvimos al pueblo situado a orillas del Arges desde el que habíamos iniciado nuestro viaje a la fortaleza de Drácula, y Georgescu partió hacia Snagov, con un cordial abrazo y un apretón en mis hombros, y el deseo de que algún día tal vez nos pondríamos en contacto de nuevo. Ha sido un guía de lo más simpático, y le echaré de menos. En el último momento sentí una punzada de culpabilidad por no haberle contado todo lo que observé en Estambul, pero no pude decidirme a romper mi silencio. De todos modos, tampoco lo habría creído, de modo que me ahorré el trabajo de intentar convencerle. Podía imaginar demasiado bien su risa estentórea, su científico meneo de cabeza, su rechazo de mi imaginación desbordada.

Me animó a acompañarle de vuelta hasta Târgoviste, pero yo ya había decidido quedarme unos días más en esta zona, con el fin de visitar algunas iglesias y monasterios cercanos, y después, quizá, parte de la región que rodeaba la fortaleza de Vlad. Ésa fue la razón que me di, y también a Georgescu, y él me recomendó varios lugares que Drácula debió visitar sin duda en vida. Creo que yo albergaba otro motivo, amigo mío, la sensación de que nunca volvería a este lugar, tan remoto, tan lejos de mis investigaciones habituales, y de una belleza tan inmensa. Una vez decidido a utilizar mis últimos días libres aquí, en lugar de correr a Grecia antes de tiempo, he estado relajándome un rato en la taberna, con la intención de mejorar mis conocimientos de rumano y tratando con poco éxito de hablar con los ancianos sobre las leyendas de la región. Hoy he paseado por los bosques cercanos al pueblo y me he topado con un rústico santuario que se alzaba solitario bajo un árbol. Estaba construido con piedras antiguas y techo de paja, y pensé que su parte original tal vez se encontraba aquí mucho antes de que las tropas de Drácula cabalgaran por estos parajes. Las flores frescas del interior se acababan de marchitar y la cera que había caído de la vela formaba un pequeño túmulo debajo del crucifijo.

Cuando regresaba hacia el pueblo, me topé con otra visión sorprendente: una joven de la aldea se hallaba inmóvil en mitad de mi camino, vestida de campesina, como una figura histórica. Como no dio señales de moverse, me detuve a hablar con ella, y ante mi asombro me entregó una moneda. Era muy antigua (medieval) y tenía en una cara la figura de un dragón. Aunque sin pruebas, me quedé convencido de que había sido acuñada para la Orden del Dragón. La chica sólo hablaba rumano, por supuesto, pero conseguí averiguar

que la moneda se la había dado una anciana que bajó a su pueblo en algún momento desde los riscos cercanos al castillo de Vlad. La muchacha también me dijo que su apellido era Getzi, aunque parecía no tener ni idea de su significado. Ya puedes imaginar mi nerviosismo: con toda probabilidad, me encontraba cara a cara con una descendiente de Vlad Drácula. La idea era asombrosa y desconcertante al mismo tiempo (si bien la pureza del rostro y el comportamiento delicado de la joven estaban muy lejos de insinuar algo monstruoso o cruel). Cuando intenté devolverle la moneda, pareció insistir en que me la quedara, cosa que he hecho de momento, aunque intentaré que vuelva a su dueña.

Quedamos en seguir hablando mañana, y debo desistir ahora de hacer un dibujo de la moneda y de examinar mi diccionario con la esperanza de poder preguntarle acerca de su familia y sus orígenes.

Querido amigo:

Anoche conseguí hablar un poco más con la joven de la que te he hablado. Se apellida en verdad Getzi, y me lo deletreó con la misma ortografía que Georgescu me dio para mis notas. Me dejó atónito la celeridad de su comprensión cuando intentamos conversar, y descubrí que, además de sus grandes dones naturales de percepción, sabe leer y escribir, y fue capaz de ayudarme a buscar palabras en mi diccionario. Me gustaba ver su cara vivaz y alegre, los ojos oscuros que se abrían de placer con cada nueva información. Nunca ha aprendido otro idioma, por supuesto, pero no me cabe duda de que podría hacerlo con facilidad si recibiera la instrucción adecuada.

Se me antojó un fenómeno considerable descubrir tal inteligencia en este lugar remoto y sencillo. Tal vez sea una prueba más de que desciende de gente noble, culta e inteligente.

La familia de su padre llegó a este pueblo hace tanto tiempo que ya nadie se acuerda, pero algunos eran húngaros, por lo que pude deducir. Dice que su padre se cree heredero del príncipe del castillo de Arges y que hay un tesoro enterrado allí, creencia compartida por todos los demás campesinos de la zona. Creen que en determinadas onomásticas de santos, deduje no sin dificultad, una luz sobrenatural ilumina el lugar donde está enterrado el tesoro, pero nadie del pueblo se atreve a ir en su busca. Los dones de la muchacha, tan claramente superior a su entorno, me recordaron la belleza de Tess D'Urbervilles, la noble lechera creada por Hardy. Sé que no te aventuras más allá del siglo XVIII, pero volvía leer el libro el año pasado y te lo recomiendo como una distracción de tus incursiones habituales. Dudo que exista ese tesoro, por cierto, porque Georgescu ya lo habría encontrado.

También me explicó el hecho sorprendente de que se grababa un diminuto dragón en la piel de un miembro de cada generación de su familia. Esto, al igual que su apellido, y la historia que había contado su padre al respecto, me ha convencido de que la joven pertenece a una rama viviente de la Orden del Dragón. Me gustaría hablar con su padre, pero cuando se lo propuse, se puso tan nerviosa que habría sido un necio de haber insistido. Se trata de una cultura extremadamente tradicional, y debo ser cauto para no manchar su reputación. Estoy seguro de que se arriesga hasta hablando a solas conmigo, y le estoy muy agradecido por su interés y colaboración.

Ahora me voy a pasear un rato por el bosque. Tengo tantas cosas en qué pensar que antes he de aclarar mas ideas un poco.

Mi querido amigo y único confidente:

Han pasado dos días, y apenas sé cómo escribirte acerca de ellos, o si enseñaré esto a alguien en el futuro. Estos dos días han significado un cambio radical en mi vida. Me han aportado por igual temor y esperanza. Creo que he cruzado el umbral de una vida nueva.

Qué significará a la larga, lo ignoro. Soy el hombre más feliz de la creación y el más angustiado al mismo tiempo.

Hace dos noches, después de escribirte mis últimas líneas, me encontré de nuevo con la joven angelical que te he descrito y esta vez nuestra conversación condujo a un repentino cambio (un beso, de hecho), antes de que ella huyera. Estuve despierto toda la noche, y cuando llegó la mañana, salí de mi habitación y vagué hasta adentrarme en el bosque.

Después paseé un rato, de vez en cuando me sentaba en una roca o un tocón, entre la delicada y cambiante hierba verde de la mañana, y veía su cara entre los árboles o en la misma luz. Me pregunté muchas veces si debía abandonar el pueblo de inmediato, como si ya la hubiera ofendido.

Pasé todo el día así, caminando de un lado a otro, y regresé al pueblo sólo para comer; pues tenía miedo de encontrármela de un momento a otro, al mismo tiempo que lo anhelaba.

Pero no vi ni rastro de ella, y por la noche volvía nuestro lugar de cita, pensando que si aparecía le diría como bien pudiera que le debía una disculpa y que no volvería a molestarla. Cuando ya estaba perdiendo la esperanza de verla, convencido de que la había ofendido profundamente y de que debía irme del pueblo a la mañana siguiente, apareció entre los árboles. La vi un segundo con su pesada falda y el chaleco negro, la cabeza descubierta oscura como madera pulida, la trenza colgando sobre el hombro. Sus ojos también eran oscuros, y aterrorizados, pero la radiante inteligencia de su cara se abalanzó sobre mí.

Abrí la boca para hablarle, y en aquel momento salvó la distancia que nos separaba y se arrojó en mis brazos. Ante mi estupor, dio la impresión de entregarse por completo a mí, y nuestros sentimientos no tardaron en transportarnos a una intimidad plena, tan tierna y pura como espontánea. Descubrí que podíamos hablarnos con entera libertad, aunque no estoy seguro de en qué idioma, y pude leer el mundo, y tal vez todo mi futuro, en la negrura de sus ojos, con las espesas pestañas y el delicado pliegue asiático de la comisura interna.

Cuando se fue, me quedé transido de emoción, intenté reflexionar en lo que había hecho, en lo que habíamos hecho, pero mi sensación de plenitud y felicidad interfería en cada giro mental. Hoy iré a esperarla de nuevo, porque no puedo evitarlo, porque todo mi ser parece unido a otro ser tan diferente de mí, y al, mismo tiempo tan exquisitamente familiar, que apenas puedo comprender lo sucedido.

Mi querido amigo (si aún eres tú a quien escribo): He vivido cuatro días en el paraíso, y mi amor por el ángel que lo preside parece justo eso: amor Nunca había sentido por una mujer lo que siento en este momento, en este lugar extraño. Con tan sólo unos pocos días más para pensar, he estado analizando la situación desde todos los ángulos. La idea de abandonarla y no volver a verla se me antoja tan imposible como no volver a ver mi casa. Por otra parte, he estado reflexionando sobre lo que significaría llevármela conmigo: cómo, en primer lugar, podría arrancarla de su casa y su familia, y qué consecuencias se desencadenarían si la llevara conmigo a Oxford. Esta última idea es complicada era extremo, pero la crudeza de la situación está clara para mí: si me marchara sin ella, partiría el corazón de los dos, y eso sería un acto de cobardía y villanía después de lo que yo le he arrebatado.

He decidido convertirla en mi mujer lo antes posible. No cabe duda de que nuestras vidas seguirán un extraño sendero, pero estoy seguro de que su gracia natural y agudeza de mente la ayudarán a superar todas las pruebas. No puedo desaparecer y preguntarme toda la vida qué habría podido pasar, ni puedo abandonarla en tal situación. He decidido que esta noche le pediré que se case conmigo dentro de un mes. Creo que antes volveré a Grecia, donde puedo pedir prestado a mas colegas, o pedir que me envíen por cable dinero suficiente para compensar a su padre por llevármela. Me queda poco tiempo aquí, y no me atrevo a hacer las cosas de otra manera. Además, creo que debo participar en la excavación a la que me han invitado, la tumba de un noble cerca de Knossos. Mi futuro trabajo puede depender de estos colegas, pues sería el sustento de nuestra vida futura.

Después volveré a buscarla. ¡Cuán largas serán cuatro semanas de separación! Es mi deseo averiguar si los sacerdotes de Snagov podrían casarnos en el monasterio, para que Georgescu sea nuestro testigo. Si sus padres insisten en que nos casemos antes de abandonar el pueblo, lo haremos. Ella viajará conmigo como mi esposa, en cualquier caso.

Enviaré un telegrama a mis padres desde Grecia, y después iremos a alojarnos en su casa cuando volvamos a Inglaterra. Y tú, querido amigo, si ya estás leyendo esto, ¿podrías averiguar con discreción cuánto costaría alquilar habitaciones fuera de la universidad?

También me gustaría que empezara a estudiar inglés lo antes posible. Estoy seguro de que destacará entre sus compañeros. Tal vez el otoño te encontrará delante de nuestra chimenea, amigo mío, y entonces tú también verás razón en mi locura. Hasta ese momento eres el único en quien puedo confiar este asunto, en cuanto encuentre la manera de enviarte estas cartas, y rezo para que me juzgues con indulgencia, gracias a tu generoso corazón.

Tuyo en dicha y angustia,

Rossi.

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