La hija del Apocalipsis (61 page)

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Authors: Patrick Graham

BOOK: La hija del Apocalipsis
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—¿Por qué?

—Porque es a ella a quien quieren, y también porque el poder que voy a verme obligado a liberar os mataría a vosotras también si os quedáis conmigo.

—¿Y tú?

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Tienes alguna posibilidad de salir de ésta?

—Gira a la derecha. Es ahí.

Parks obedece. Holly se ha vuelto a dormir. Marie se vuelve de nuevo hacia Gordon.

—¿Vas a intentar detener a Kassam?

—Sí. Aunque parece disponer de facultades que no comprendo, sus protocolos sintéticos jamás podrán igualar los poderes de un Guardián. Más aún teniendo en cuenta que no estaré solo.

—¿Te refieres a los tres tipos rubios?

—Sí. Ellos también se acercan. Pero eso Kassam no lo sabe.

Marie acaba de detener el Buick a unos metros de las vías férreas. Detrás de ellos se extiende la estación de clasificación. Delante, los raíles desaparecen en dirección a Des Moines. Gordon ve un convoy que va a salir. Coge con cuidado a Holly y ayuda a Marie a instalarla en el interior de un vagón de mercancías. Unas luces intermitentes acaban de encenderse. Un pitido automático. Gordon besa a Marie en la frente, baja del vagón y se vuelve hacia la joven, que lo mira en la penumbra.

—Me alegro de haberte conocido.

—No creas que vas a librarte de mí tan fácilmente, Flash Gordon.

Walls cierra la puerta del vagón. Marie oye el crujido de sus pasos sobre el balasto. Otro pitido. El convoy empieza a moverse a tirones sobre las vías. Chirría. Acelera. Marie estrecha a Holly contra sí y cierra los ojos.

136

Walls mira cómo el convoy se aleja. Los últimos vagones desaparecen tras una curva. Suspira. Nunca le han gustado los trenes que se van. El Buick arranca entre una nube de polvo. Gordon da varios rodeos antes de parar al final de la carretera que bordea el Mississippi. Cierra el coche con llave y se adentra entre los árboles. Oye crujir las hojas secas bajo sus pies. Se acerca al Santuario de los dos ríos. Tiene la impresión de que las ramas se mueven y de que las hojas tiemblan en el aire inmóvil. Los árboles lo reconocen, saben que un Guardián avanza entre ellos. En otros tiempos era un bosque grande y viejo. Ahora ha quedado reducido a una franja de unos cincuenta metros de anchura. Insuficiente para detener a los que se acercan.

Walls acaba de salir al resplandor del día. La luz es más suave y los colores son más vivos, como después de una tormenta. Llega a un claro en el lugar exacto donde se encuentran los ríos Mississippi y Des Moines. Se sienta sobre una piedra plana y contempla las aguas pardas que se juntan y se mezclan. Un pontón pasa por el Mississippi y se pega a la derecha para aprovechar la corriente que se incorpora a él. «La autopista de San Luis», así es como los marinos llaman a ese tramo del río que acelera bruscamente debido al impulso del afluente del Padre de las Aguas.

Walls cierra los ojos y saborea las vibraciones que desprende el suelo y ascienden hasta él a través de la piedra. Un poder muy antiguo dormita ahí. Un poder que él está despertando. Se insinúa lentamente por todos los poros de su piel. Lo apacigua y lo refuerza. Ni siquiera necesita ya concentrarse para percibir que una hilera de motos acaba de aparcar al lado del viejo Buick. Kassam va en cabeza; Ash le sigue. Detrás de ellos avanza una treintena de agentes con abrigo negro. Caminan bajo las ramas, que se agitan y dejan caer una lluvia de hojas. El Santuario de Keokuk ya no es una fortaleza. Es un viejo lugar cargado de historia y de magia, pero, como a todos los viejos lugares, le cuesta recordar.

Walls oye los crujidos bajo los árboles. Hace una seña a los tres abrigos blancos que acaban de llegar a la orilla. Kano, Cyal y Elikan tienen un aspecto más juvenil. Más poderoso también. Sonríen como niños a punto de gastar una broma.

Los cuatro Guardianes se sientan uno al lado del otro sobre la piedra plana. Sin prestar atención a los crujidos que se acercan, intercambian recuerdos mentales, olores e historias. Hablan del viejo Chester. De qué era antaño. Los hechos se remontan a tiempos tan lejanos que Cyal tiene una laguna en la memoria. Los otros se burlan de él sin malicia. A la vez que los crujidos se interrumpen, Walls levanta los ojos hacia la hilera de agentes que acaban de detenerse en la linde de los árboles. Kassam y Ash dan unos pasos más y también se paran.

Kano se inclina para acariciar la hierba con la palma de la mano. Walls devuelve la sonrisa a Kassam. Ash permanece impasible. Los otros agentes tienen los ojos brillantes por efecto de las dosis masivas de protocolos que se han inyectado. No advierten que la hierba ha empezado a endurecerse bajo sus botas desde que Kano se ha puesto a tocarla. A endurecerse y a resecarse. La sonrisa de Kassam se borra poco a poco. Él ha percibido algo. Examina los bordes del claro como si empezara a darse cuenta de que no se encuentra en el lugar adecuado.


Kimla nak an tech nah jawad
!

Tras estas palabras pronunciadas por Cyal, el bosque parece cerrarse detrás de los agentes. Kano está furioso.

—¡Cyal! ¡Habíamos quedado en que pronunciaría yo la fórmula! ¡Hacía siglos que esperaba una ocasión para decirla!

—¿Y tú qué? Has hecho lo de la hierba sin avisar a nadie.

Gordon mira a Kassam. Se estremece al percibir el poder que empieza a emanar del hombrecillo trajeado.

—¿Dónde está la zorra?

—Sea más preciso.

—Y de paso, más educado también.


Ush, Kano
!

—¿Qué pasa? ¡Es verdad! ¡Es de la joven Madre de quien habla así, ese
ektan shek tah
!

Kassam se queda pálido al oír el insulto.

—¿Repito la pregunta?

—Está usted aquí para morir, así que no se moleste en hacer preguntas inútiles. De todas formas, ya se encuentran lejos.

Kano está a punto de añadir algo cuando nota que las moléculas que componen su organismo empiezan a distenderse.

—No se esfuerce, el
Hem Lak
no funciona aquí.

—Eso es lo que usted cree, Kano. Los santuarios se debilitan, y antes de venir he pedido a mis mejores lobos que me hicieran un pequeño favor. Me ha costado un buen puñado de agentes, pero merecía la pena.

Kano contempla sus manos, que han empezado a envejecer. Justo unas pocas arrugas en la superficie de la piel. A una señal de Kassam, Ash arroja un fardo que rueda hasta los pies de Gordon. El Guardián baja los ojos y levanta la tela con la yema de los dedos. En el interior, una cabeza cortada parece sonreírle. A Walls se le nubla la vista. Cyal se inclina y se estremece al reconocer el rostro del viejo Chester.

Gordon piensa en Harold y en Jake. Nunca ha pensado tan intensamente. A su lado, los otros Guardianes le siguen. Ya han dejado de jugar. Por primera vez en su larga vida, sienten que una oleada de odio los invade. Un odio tan poderoso que el pontón que se ha adentrado en la autopista de San Luis comienza a atravesarse, arrastrado por el río. Detrás de Kassam y Ash, dos agentes profieren un terrible grito de dolor que acaba en un gorgoteo cuando su rostro empieza a fundirse. El pelo de otros cuatro agentes acaba de incendiarse. Mientras, sufriendo lo indecible, los últimos que quedan se reparten a los Guardianes, cuyas moléculas empiezan a distenderse, Ash y Kassam apuntan a la mente de Walls, al que la fuerza del impacto sobresalta. Concentrado en su odio y su dolor, lo han pillado desprevenido. La piedra acaba de rajarse bajo él. Antes de hundirse, tiene el tiempo justo de envolver su mente en una bruma de protección.

Gordon ha caído sobre la hierba quemada. Gritos. A través de la bruma que invade sus ojos, se vuelve hacia la densa nube de avispones que los Guardianes han atraído y que ahora se abalanza sobre los agentes. Parecen un abrigo vivo sobre sus cuerpos en carne viva. Los últimos hombres caen de rodillas mientras los insectos penetran por su garganta. Ash y Kassam se mantienen a unos metros. Juntos envían una formidable vibración que envuelve a los Guardianes. El rostro de Kano parece agrietarse. Envejece a toda velocidad. Levanta sus manos apergaminadas hacia Cyal y Elikan, cuyos semblantes se reducen a polvo. Gordon tiene la impresión de que el cuerpo de los Guardianes se convierte en arena bajo su ropa. Tiene tiempo de captar sus miradas desoladas y de coger al vuelo los fragmentos de poder que le transmiten antes de disolverse en el viento que barre el Santuario. Mira los jirones de los abrigos blancos que se elevan por encima del río. Su mejilla cae de nuevo sobre la hierba quemada. Sus manos tiemblan. La cabeza de su abuelo se ha salido del fardo.

«Piensa en Harold y en Jake.»

Pasos. Gordon levanta los ojos hacia Ash y Kassam, que se acercan. Apela al poder del Santuario. Mira sus manos, que han empezado a envejecer. El poder del viejo Chester se propaga por sus venas. Se pone lentamente de rodillas. Siente que la fuerza de los ríos pasa por sus riñones y sube por su espalda. Es Eko. Es Chester. La vibración hace chisporrotear el aire alrededor de él. La retiene. La deja ascender. Sabe que solo tendrá una oportunidad de disparar. Mira a Kassam a través de los ojos entornados. Ya ni siquiera intenta contener el odio que lo invade. Kassam está a veinte pasos. Se acerca despacio. Junto con él, se acerca la nada. Gordon comprende por fin el poder del científico. No son solo los protocolos, es otra cosa. Un poder al que un Guardián no había tenido que enfrentarse desde hacía siglos. El Destructor de los mundos. Deja que se acerque. Necesitará liberar toda su vibración de golpe. Sabe que eso también puede matarlo a él. Envolverlo y carbonizarlo.

Detrás de Kassam, Ash se ha quedado inmóvil. Ha percibido algo. Intenta advertir mentalmente a Kassam, pero este ya no es Kassam. Es el universo en marcha. El sistema inmunitario del universo cerrándose sobre el tumor Gordon. Ha puesto la mano sobre la frente del Guardián arrodillado. Sonríe. Esteriliza el poder del Santuario. Lo aniquila.

Ash retrocede mientras Walls yergue la cabeza. A su espalda, el río crece y se desborda. El último Guardián se ha hecho infinitamente viejo. Infinitamente poderoso también. Coge la mano de Kassam entre las suyas. Los ojos del científico se enturbian mientras el poder del Santuario se vuelve contra él. Llega de todas partes. Se extiende a través de la hierba y la tierra. Pasa por Gordon. Kassam intenta arrancar sus dedos del puño del Guardián, pero las viejas manos que lo retienen son más sólidas que la roca.

Gordon sonríe. El poder explota dentro de él como una nova. Estalla en el centro de sí mismo. Se propaga silenciosamente a la velocidad de la luz. Es como una estrella que muere. Es ardiente, cegador. Gordon echa la cabeza hacia atrás mientras la mano de Kassam se reblandece entre las suyas. El científico grita con todas sus fuerzas. Es como un agujero negro que se cierra. Trata desesperadamente de aspirar la formidable energía de la estrella. Demasiada materia, demasiado poder. Kassam nota que el rebote se extiende por su cerebro. Intenta cerrar las puertas, pero la fuerza de los últimos santuarios hace que sus neuronas estallen una tras otra. Una papilla sanguinolenta chorrea por su cuello. Finalmente se desploma.

Detrás de él, Ash retrocede a medida que la tierra se cuartea. Ha llegado a la barrera de árboles que Walls ha atravesado. Retrocede entre los troncos calcinados y las ramas secas. Todavía tiene tiempo de ver a Gordon arrodillado encima de su señor. El cuerpo de Kassam ha empezado a fundirse. Suplica al Guardián, pero este no le oye. Ash se queda paralizado. Debería haber huido. No debería haber perdido unos segundos preciosos mirando cómo moría su señor. Su mirada acaba de encontrar la del Guardián. Ya no hay nada bueno en esos ojos, ninguna forma de piedad. Ash da media vuelta y echa a correr a toda velocidad. El poder lo alcanza. Lo envuelve. Funde sus cabellos. Hace estallar la mitad de su mente. Ash profiere un gemido al sentir el dolor que se extiende por su cerebro. Ha llegado donde están las motos. Cae de rodillas. Sabe que le queda poco tiempo. Hace una seña a su último agente, que se ha quedado atrás. El hombre lo ayuda a montar en una gran Silver Wing. Ash hace una mueca. Justo antes de mandar su vibración, Gordon ha pensado en la mujer y la niña. Ash ha leído adónde van. Ahí es donde irá él también.

137

Las calles de Des Moines están llenas de gente asustada. La ciudad no es más que un gigantesco embotellamiento. Se rumorea que la amenaza sube ahora hacia Missouri y hacia Iowa.

Marie avanza llevando a Holly de la mano. La niña está agotada. Hace horas que ha dejado de hablar. Se echó a llorar una vez en el tren, al ver que Gordon no estaba allí. Pero volvió a dormirse casi enseguida. Una hora más tarde, se crispó de nuevo entre los brazos de Marie y se limitó a decir:

—Se ha acabado.

Desde entonces, no había vuelto a pronunciar palabra. Marie estaba segura de que durante un rato la niña había dormido a pierna suelta. Lo sabía porque no reaccionó ante lo que sucedió a unos kilómetros de Des Moines. Parks se había acercado a la puerta y la había entreabierto para tomar el aire. El convoy había pasado por Knoxville y atravesaba un macizo boscoso cuando vio que dos Hummer del ejército perseguían a cuatro vehículos civiles que acababan de saltarse un control. Desaparecieron unos segundos de su campo visual y luego, tras una serie de explosiones un Ford reapareció en lo alto del talud y cayó hacia la vía férrea dando vueltas de campana.

El capó de un Hummer emergió de los arbustos mientras el vehículo se quedaba inmóvil, con las ruedas al aire, a unos metros del tren de mercancías. Un hombre consiguió salir del amasijo de chapa. Trató de sacar a alguien tirando de un brazo ensangrentado cuya muñeca estaba adornada con una pulsera de mujer. Los soldados apuntaron al hombre, que echó a correr junto al convoy. Acababa de ver un vagón cuya puerta estaba entreabierta y aceleró para tratar de alcanzarlo. No le dieron el alto. Mientras las uñas del hombre arañaban el tirador del vagón en el que iba Marie, se oyeron cuatro ráfagas cortas.

Sentada en la penumbra, Marie escuchó cómo el hombre se desplomaba sobre el balasto. No hizo nada para intentar salvarlo. Solo pensaba en Holly. Esperó unos minutos antes de cerrar la puerta y regresar junto a la niña. Media hora más tarde, mientras el tren avanzaba muy despacio por las afueras de Des Moines, bajó con la pequeña en brazos. Luego cruzó las vías y se perdió entre la multitud que atestaba las calles.

Marie avanza por Walnut Street. Holly se pega a ella. La muchedumbre la aterra. Marie la levanta suspirando. No puede más. Desde hace unos minutos, siente que las fuerzas la abandonan. Su respiración es sibilante. Tiene sed. Tiene fiebre. Holly se crispa. Se diría que intenta encaramársele para escapar del gentío.

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