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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (17 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—Te lo diré dentro de un instante —respondió Belgarath y se acercó a él—. ¿Te importa? —preguntó mientras apoyaba la mano con suavidad sobre la hedionda calva.

—¿Y bien? —preguntó Beldin.

Belgarath asintió con un gesto.

—No lo usa muy a menudo, pero está allí —dijo—. Garion, arregla esa puerta. Creo que debemos hablar en privado.

Garion miró los restos de la puerta con expresión de impotencia.

—No está en muy buenas condiciones, abuelo —dijo sin convicción.

—Entonces haz una nueva.

—Ah. Lo había olvidado.

—La práctica te vendrá bien, pero asegúrate de que luego podamos abrirla para salir. No quiero tener que volver a hacerla estallar.

Garion se concentró un momento y señaló el agujero de la entrada.

—Puerta —dijo y la abertura vacía se llenó de inmediato.

—¿Puerta? —preguntó Beldin, incrédulo.

—A veces hace esas cosas —respondió Belgarath—. He intentado desterrar ese hábito, pero de vez en cuando vuelve a caer en él.

Senji los miraba con los ojos entrecerrados.

—Bueno —dijo—, por lo visto me encuentro ante unos visitantes con mucho talento. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía a un hechicero de verdad.

—¿Cuánto? —preguntó Belgarath con brusquedad.

—Oh, supongo que unos doce siglos. En aquella época, un grolim daba clases en la Facultad de Teología Comparada. Era un tipo pomposo, como la gran mayoría de los grolims.

—Muy bien, Senji —dijo Belgarath—. ¿Cuántos años tienes?

—Creo que nací en el siglo quince —respondió Senji—. ¿En qué año estamos ahora?

—En el cinco mil trescientos setenta y nueve —respondió Garion.

—¿Ya? —preguntó Senji con suavidad—. ¡Cómo pasa el tiempo! —Contó con los dedos—. Supongo que entonces tengo unos tres mil novecientos años

—¿Cuándo averiguaste lo de la Voluntad y la Palabra? —preguntó Belgarath.

—¿Qué?

—La hechicería.

—¿Conque así la llamáis? —Senji reflexionó un instante—. Parece una expresión bastante acertada —murmuró—. Me gusta. La Voluntad y la Palabra. Suena bien, ¿verdad?

—¿Cuándo lo descubriste? —repitió Belgarath.

—Durante el siglo quince, como es natural. De lo contrario habría muerto después de un tiempo prudencial, como todo el mundo.

—¿Nunca fuiste entrenado?

—¿Quién iba a entrenarme en el siglo quince? Lo descubrí por casualidad.

Belgarath y Beldin intercambiaron una mirada, luego el primero suspiró y se cubrió los ojos con una mano.

—Ocurre de vez en cuando —dijo Beldin—. Hay gente que lo descubre por pura casualidad.

—Lo sé, pero es tan desalentador... Piensa en los siglos que dedicó nuestro Maestro a instruirnos, mientras este tipo lo aprendía todo sin ayuda. —Volvió a mirar a Senji—. ¿Por qué no nos cuentas tu historia? —sugirió—. Intenta no olvidar demasiados detalles.

—¿Tenemos suficiente tiempo, abuelo? —preguntó Garion.

—Si no lo tenemos, tendremos que hacérnoslo —dijo Beldin—. Se trata de una de las últimas órdenes de nuestro Maestro: cada vez que encontramos a alguien que ha descubierto el secreto de forma espontánea, debemos investigar. Ni siquiera los dioses saben cómo sucede.

Senji se bajó de la mesa y cojeó hasta una estantería atestada de libros. Rebuscó un momento y por fin cogió un volumen desgastado por el uso.

—Lamento el estado en que se encuentra —se disculpó—, pero ha sobrevivido a varias explosiones. —Volvió a la mesa y abrió el libro—. Lo escribí en el siglo veintitrés —dijo—. En esa época noté que comenzaba a volverme olvidadizo y quise dejar todo escrito antes de que desapareciera de mi memoria.

—Es lógico —dijo Beldin—, mi viejo amigo también tiene problemas con su memoria... aunque es de esperar en una persona de diecinueve mil años.

—¿Quieres dejar de decir bobadas? —dijo Belgarath con acritud.

—¿Acaso son más?

—Cierra el pico, estúpido.

—Aquí está —dijo Senji y comenzó a leer en voz alta—: «Durante los mil cuatrocientos años siguientes, el imperio melcene prosperó y se mantuvo al margen de las disputas teológicas y políticas que se sucedían al oeste del continente. Los melcenes eran laicos, civilizados y cultos. Desconocían la esclavitud y obtenían grandes beneficios del comercio con los angaraks y sus súbditos de Karanda. Melcena, la antigua capital, se convirtió en un centro de erudición».

—Perdóname —dijo Belgarath—, pero ésa no es una cita textual de Los emperadores de Melcena y Mallorea?

—Por supuesto —respondió Senji sin el menor indicio de vergüenza—. El plagio es la base de la cultura. Ahora no vuelvas a interrumpirme, por favor.

—Lo siento —se disculpó Belgarath.

—«Por desgracia» —continuó Senji—, «un grupo importante de eruditos melcenes comenzó a interesarse por las ciencias ocultas, y se concentró especialmente en el campo de la alquimia». —Miró a Belgarath—. Aquí empieza a ser original —dijo mientras se aclaraba la garganta—. «Un alquimista melcene con un pie deforme, Senji, utilizó la magia de forma involuntaria durante uno de sus experimentos.»

—¿Hablas de ti mismo en tercera persona? —preguntó Beldin.

—Era una moda del siglo veintitrés —respondió Senji—. Las autobiografías eran consideradas de mal gusto por su falta de modestia, ya sabes. Fue un siglo muy aburrido. Me pasé bostezando del principio al fin. —Continuó con la lectura—: «Senji, un alquimista del siglo quince, profesor de la universidad de la ciudad imperial, era famoso por su ineptitud». —El hombrecillo hizo una pausa—. Debería corregir esta parte —señaló con aire crítico y luego leyó mentalmente la próxima línea—. Y esto tampoco puede quedar así —añadió—. «Con franqueza» —leyó con disgusto—, «los experimentos de Senji tenían más posibilidades de convertir el oro en plomo que lo contrario. Durante un ataque de ira motivado por el fracaso de un experimento, Senji convirtió de forma accidental media tonelada de cañerías de plomo en oro macizo. De inmediato se desató un debate sobre quién debía controlar el descubrimiento entre el Departamento de Divisas, el de Minas y el de Sanidad por una parte y la Facultad de Alquimia Aplicada y la de Teología Comparada por otra. Después de trescientos años de discusiones, los contrincantes se percataron del hecho de que Senji no sólo tenía un gran talento, sino que también parecía ser inmortal. En aras de la investigación científica, los diversos departamentos, oficinas y facultades acordaron asesinarlo para verificar este hecho.

—¡No! —exclamó Beldin.

—¡Oh, sí! —respondió Senji con triste ironía—. La curiosidad de los melcenes raya en la estupidez y son capaces de cualquier cosa para probar una teoría.

—¿Y tú qué hiciste?

Senji esbozó una sonrisa tan grande que su nariz y su afilada barbilla estuvieron a punto de tocarse.

—«Contrataron a un famoso asesino para que arrojara al irascible y viejo alquimista por la ventana de una de las torres de la universidad» —leyó—. «El experimento tenía un triple propósito: a) averiguar si Senji era realmente invencible, b) observar qué medidas tomaría para evitar su muerte cuando cayera al patio pavimentado de la facultad y c) comprobar si sería capaz de descubrir la forma de volar forzado por la falta de opciones». —El alquimista del pie deforme golpeó el libro con el dorso de la mano—. Siempre me he sentido orgulloso de esa frase —dijo—. ¡Está tan bien expresada!

—Es una obra de arte —dijo Beldin y apoyó su afirmación con una palmada tan efusiva en la espalda del hombrecillo que estuvo a punto de arrojarlo de la mesa—. Permíteme —añadió mientras cogía la jarra de Senji—, te serviré otra. —Entonces el hechicero arrugó la frente, Garion sintió una ligera vibración y la jarra se llenó al instante. Senji bebió un sorbo y se quedó boquiabierto—. La fabrica una amiga nadrak —explicó Beldin—. Tiene mucho cuerpo, ¿verdad?

—Mucho —asintió Senji con voz ronca.

—Continúa con tu historia, amigo.

Senji se aclaró la garganta varias veces y leyó:

—«Como resultado de este experimento, los funcionarios y eruditos descubrieron que es extremadamente peligroso amenazar la vida de un hechicero, aunque se tratara de uno tan inepto como Senji. El asesino sufrió una teleportación y apareció en el puerto, a unos mil quinientos metros de altura. Luchó por arrojar a Senji por la ventana, y un segundo después se encontró suspendido en el aire sobre una flota pesquera. Su desaparición no provocó mayor aflicción, excepto en los pescadores, cuyas redes resultaron dañadas por su vertiginoso descenso.»

—Ese pasaje también es brillante —rió Beldin—, pero ¿cómo llegaste a descubrir el significado de la palabra «teleportación»?

—Leí un libro sobre las hazañas de Belgarath, el hechicero, y... —Senji se interrumpió y miró al abuelo de Garion con la cara súbitamente pálida.

—Es decepcionante, ¿verdad? —dijo Beldin—. Siempre le decimos que debería procurarse un aspecto más imponente.

—Tú no eres el más indicado para hablar —protestó el anciano.

—Yo no tengo una reputación tan impresionante como la tuya —dijo Beldin encogiéndose de hombros—. Sólo soy un don nadie y mi función es hacer reír.

—Disfrutas mucho con estos malentendidos, ¿verdad, Beldin?

—Hacía años que no me divertía tanto. Espera que se lo cuente a Pol.

—Mantén la boca cerrada, ¿me has oído?

—Sí, poderoso Belgarath —respondió Beldin con voz burlona.

—Supongo que ahora comprenderás por qué Seda me hace enfadar tanto —le dijo el anciano a Garion.

—Sí, abuelo —respondió el joven—, creo que sí.

Senji los miraba con los ojos desorbitados.

—Toma otra copa, amigo —le aconsejó Beldin—. Cuando te hayas emborrachado por completo, no te resultará tan duro aceptar la realidad. —Senji comenzó a temblar, pero vació la jarra de un trago y esta vez no tosió—. Buen chico —lo felicitó Beldin—. Ahora es mejor que sigas leyendo. Tu historia es fascinante.

El alquimista continuó balbuceando:

—«Presa de una justificada indignación, Senji procedió a castigar a los funcionarios que habían organizado el atentado contra su vida. Sólo el ruego personal del emperador hizo desistir al anciano de emplear peculiares técnicas de escarmiento. Después de este incidente, los jefes de las distintas instituciones no volvieron a interferir en el trabajo de Senji.

»Por su parte, el alquimista instaló una academia privada y se anunció para conseguir alumnos. Aunque sus discípulos nunca se convirtieron en hechiceros de la magnitud de Belgarath, Polgara, Ctuchik o Zedar, algunos de ellos fueron capaces de aplicar los principios rudimentarios que su maestro había descubierto de forma espontánea. Esta circunstancia pronto los hizo destacarse entre los magos y brujas que practicaban sus artificios en los confines de la universidad.» —Senji alzó la vista—. Aún sigue —dijo—, pero el resto se refiere sobre todo a mis experimentos en el campo de la alquimia.

—Creo que ésa es la parte más importante —dijo Belgarath—. Ahora intenta recordar qué sentiste en el momento en que transformaste el plomo en oro.

—Furia —dijo Senji mientras cerraba el libro—, o incluso algo peor. Había hecho mis cálculos con mucho cuidado, pero la barra de plomo con la cual trabajaba permanecía intacta. Estaba indignado. Arrojé todo lo que había a mi alrededor y sentí que un enorme poder se apoderaba de mí. Entonces grité: «¡Transfórmate!». Me refería a la barra de plomo, pero en la habitación había varias cañerías y por lo visto mi poder se extendió a todas ellas.

—Tuviste suerte de no transformar también las paredes —dijo Beldin—. ¿Pudiste repetirlo alguna vez?

Senji negó con la cabeza.

—Lo he intentado, pero no he conseguido volver a enfurecerme del mismo modo.

—¿Siempre que haces estas cosas estás enfadado? —preguntó el hechicero.

—Casi siempre —admitió Senji—. De lo contrario, no puedo prever los resultados. A veces funciona y otras no.

—Ahí parece residir el secreto, Belgarath —dijo Beldin—. La ira es el elemento común de todos los casos que hemos encontrado.

—Si no recuerdo mal, yo también estaba enfadado la primera vez que lo hice —admitió Belgarath.

—Y yo —asintió Beldin—, creo que contigo.

—¿Entonces por qué te desquitaste con ese pobre árbol?

—En el último instante recordé que el Maestro te tenía afecto y no quise herir sus sentimientos haciéndote desaparecer.

—Ese recuerdo te salvó la vida. Si hubieses dicho «desaparece», ahora no estarías aquí.

—Eso explica por qué hemos encontrado tan pocos casos de hechicería espontánea —murmuró Beldin mientras se rascaba la barriga—. Cuando alguien se enfada con algo, su primer impulso es destruirlo todo. Esto debe de haber sucedido en multitud de ocasiones, pero los hechiceros espontáneos se habrán autodestruido en el momento del descubrimiento.

—No me sorprendería que tuvieras razón —asintió Belgarath.

Mientras tanto, Senji había palidecido otra vez.

—Creo que hay algo que debo saber —dijo.

—Es la regla básica —le explicó Garion—. El universo no nos permite hacer desaparecer las cosas. Si lo intentamos, nuestro poder se vuelve hacia nuestro interior y desaparecemos nosotros. —El joven recordó la destrucción de Ctuchik y se estremeció. Luego miró a Beldin—. ¿Lo he resumido bien?

—Bastante bien. La explicación exacta es un poco más compleja, pero has descrito el proceso con suficiente precisión.

—¿Crees que este fenómeno le sucedió a alguno de tus alumnos? —le preguntó Belgarath a Senji.

—Es probable —dijo el alquimista con una mueca de preocupación—. Varios de ellos desaparecieron. Entonces pensé que se habían marchado, pero tal vez no haya sido así.

—¿Aún te dedicas a enseñar?

Senji negó con la cabeza.

—Ya no tengo paciencia —respondió—. Sólo uno de cada diez era capaz de comprenderme, mientras el resto se dedicaba a protestar y a culparme de no explicar mejor las cosas. Volví a la alquimia y ya casi nunca uso la hechicería.

—Alguien nos dijo que aún puedes convertir el latón en oro —dijo Garion.

—¡Oh, sí! —respondió Senji con naturalidad—. Es bastante fácil, pero el procedimiento resulta más caro que el propio oro. Ahora intento simplificarlo usando productos más baratos. Sin embargo, no encuentro a nadie que quiera financiar mis experimentos.

De repente, Garion sintió una extraña sensación palpitante en la cadera. Intrigado, bajó la cabeza para mirar la bolsa donde llevaba el Orbe. Un peculiar zumbido resonó en sus oídos, el tipo de sonido que solía emitir el Orbe.

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