La formación de Francia (29 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de Francia
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Cualquiera que sea el modo como racionalicemos los sorprendentes sucesos de los dos meses y medio precedentes (¡nada más!), el levantamiento del sitio de Orleáns, la derrota de los ingleses en Patay y la coronación en Reims, para todos los franceses la única explicación era que se trataba de algo milagroso. Carlos VII era un verdadero rey, aunque su madre hubiese jurado diez veces que era un bastardo. Los ingleses debían perder. Dios luchaba del lado de Francia. ¿Quién podía dudarlo?

Peor que el entusiasmo francés, desde el punto de vista de los ingleses, era la frialdad que ahora cayó sobre sus relaciones con Borgoña. Felipe el Bueno no era ningún tonto y comprendió que se había producido un viraje, máxime cuando era tan explosivamente espectacular como ése. Ahora sólo esperó el momento oportuno para cambiar de bando con el máximo beneficio para él.

Y lo peor de todo, desde el punto de vista inglés, era que los mismos ingleses estaban empezando a desesperar de obtener la victoria. Y aun mientras las nubes se ennegrecían en Francia, los señores ingleses se dividían en Inglaterra en varias facciones que disputaban por el poder sobre el rey niño.

El lento cambio de los platillos de la balanza parecía estar causando el término de la desunión en Francia y, simultáneamente, el desgarramiento de la guerra civil en Inglaterra. La sabiduría de la visión retrospectiva nos dice que los ingleses ahora debían haber hecho la paz, sin pedir más que su ancestral Normandía y algunos puntos clave a lo largo de la costa del Canal de la Mancha. Si hubiesen bajado sus miras, podía haber una buena posibilidad de que obtuvieran un asiento permanente en el Continente.

Desgraciadamente para ellos, los ingleses no podían romper el hechizo de Azincourt. Siguieron combatiendo con el sueño de obtener una victoria total, sueño que se hizo cada vez más remoto. Y puesto que no aceptaban nada menos que la victoria total, finalmente tuvieron que aceptar la derrota total.

Juana es quemada

Por supuesto, la coronación en Reims no acarreó la inmediata derrota de los ingleses. En verdad, mientras el duque de Bedford permaneció con vida, los ingleses siguieron combatiendo con habilidad y determinación. Después de Patay, los ingleses se retiraron de algunas de sus posiciones avanzadas, pero, al tener menos territorio que defender, pudieron concentrar sus fuerzas más eficazmente.

Desde el punto de vista francés, la coronación debía ser seguida por alguna gran acción para mantener encendido el fuego del entusiasmo. Era el momento, sin duda, de ocupar París.

Juana estuvo a favor de una marcha inmediata sobre París, pero algunos de los consejeros más conservadores del rey no se mostraron de acuerdo. Mucho se había ganado con la osadía, pero ésta puede convertirse poco a poco en irreflexión. La irreflexión puede hacer perder todo lo ganado con la osadía, sin duda, de modo que la cautela adquirió popularidad y Juana se halló cada vez más aislada.

Durante más de un mes, el ejército francés marchó por el territorio situado entre Reims y París, librando algunas escaramuzas, tomando algunas plazas, pero sólo a fines de agosto Juana pudo forzar un ataque contra París. Mas para entonces los ingleses habían recibido refuerzos y organizado sus defensas. Los parisinos, aún antiarmañacs y proborgoñones, guarnecían las murallas.

El ataque francés fue llevado a cabo a desgana el 8 de septiembre por jefes no dispuestos a arriesgarse a una derrota importante, y cuando los primeros ataques fueron rechazados, se ordenó la retirada, el 9 de septiembre.

No fue una derrota importante, pero causó bastante daño. Juana había conducido el ataque, y sin embargo los franceses no habían ganado. Por el contrario, habían tenido que retirarse, como en los viejos días. Peor aún, Juana había recibido una herida en el muslo. Esto sacudió la fe en su misión divina y dio origen a la idea de que su inspiración sólo llegó a la coronación del rey, y nada más. Los jefes franceses del gobierno y del ejército estaban cada vez menos dispuestos a perseguir «milagros» más allá del punto de descenso de los beneficios. Se cansaron cada vez más de Juana y de su fatigosa exigencia de acción y más acción.

Los franceses se retiraron nuevamente del otro lado del Loira, y Juana forzosamente tuvo que ir con ellos, de modo que el invierno fue relativamente tranquilo para ella.

Mientras tanto, era tiempo de que Felipe de Borgoña actuase. El dominio de los ingleses sobre los territorios situados al este de París había sido quebrantado, pero el de los franceses aún era débil. Esos territorios, que limitaban con sus dominios, eran prácticamente una tierra de nadie. ¿Por qué no habría de apoderarse de ellos? Serían de gran valor para él, pues le permitirían unir sus posesiones en la Francia central oriental con sus tierras de Flandes y los Países Bajos. Con tal unión, obtendría un ámbito compacto y haría de Borgoña una potencia importante. Horizontes ilimitados se abrían ante sus ojos deslumbrados.

Inició una cautelosa ocupación de los territorios y en marzo de 1430 avanzó tan lejos que pudo amenazar con poner sitio a la ciudad clave de Compiégne, a ochenta kilómetros al noreste de París. En abril, Juana decidió salvar la región y se lanzó hacia Compiégne con una pequeña escolta. Tuvo un éxito variable, animando a algunas ciudades a resistirse contra las tropas borgoñonas, mientras que otras le cerraron sus puertas.

Cuando un ejército borgoñón finalmente empezó a rodear a Compiégne, Juana se apresuró a entrar en la ciudad, para poder repetir su milagrosa liberación de Orleáns de un año antes. El 23 de mayo de 1430, condujo dos salidas contra los borgoñones y entonces los milagros se acabaron. Fue arrojada del caballo y capturada, con lo que terminó su notable carrera militar de trece meses.

Durante más de medio años permaneció en manos de los borgoñones, para frustración de los ingleses. Para ellos, la prisión no era suficiente; podía escapar, y si ocurría tal cosa, ello podía ser aducido como nueva prueba de la divinidad de su misión. Y si ella debía estar en prisión, no era en manos de los borgoñones donde los ingleses la querían. Inglaterra ya no confiaba mucho en Felipe de Borgoña, y los ingleses no estaban seguros de que no usaría a Juana contra ellos, si creía que podía conseguir algo de este modo.

Los ingleses querían tener a Juana en sus manos. Querían hacerla examinar y que fuese declarada una bruja por las más elevadas autoridades eclesiásticas posibles. Luego, querían que se la castigase como se castigaba a las brujas: con la muerte. Abrigaban la esperanza de que tal juicio eclesiástico, seguido por la pena capital, fuese aceptado como prueba de que Juana estaba inspirada por el Diablo; que las victorias obtenidas por los franceses el año anterior no fuesen consideradas como victorias sobre los ingleses, por así decir; y que la moral inglesa se elevara y la francesa decayera a las alturas en que estaban antes de la aparición de Juana.

La presión inglesa sobre los borgoñones aumentó constantemente, pues, y el 3 de enero de 1431 Felipe finalmente la vendió a los ingleses por 10.000 francos. Se le puso bajo la custodia de Ricardo, Earl de Warwick, y su juicio comenzó casi inmediatamente en la ciudad de Rúan, capital de Normandía y corazón de los dominios ingleses en Francia.

Durante casi cinco meses, Juana fue interrogada una y otra vez, en un laberinto de cuestiones teológicas. Se mantuvo notablemente bien, pero las únicas opciones que realmente tenía eran la de ser encarcelada de por vida como herética arrepentida o ser quemada como herética no arrepentida. En otras palabras, debía admitir que era una bruja o sería declarada bruja por sus jueces. Puesto que en modo alguno admitía ella que era una bruja, finalmente se la condenó a la hoguera, cosa que los ingleses habían estado esperando más o menos impacientemente.

El 30 de mayo de 1431, Justo un año después de su captura y dos años después de la salvación de Orleáns, fue quemada viva en la plaza pública de Rúan; afirmó hasta el fin la naturaleza divina de su misión.

Pero aunque los ingleses proclamaron que era una bruja y aunque murió en la hoguera, quienes la quemaron no ganaron nada con ello. En verdad, perdieron. Las llamas no convencieron a los franceses; por el contrario, encendieron más aún el fuego del patriotismo en sus corazones. ¿Era razonable suponer que los franceses creyesen (como claramente los ingleses pensaron que debían creer) que sólo con la ayuda del Diablo podía un ejército francés derrotar a otro inglés?

Los franceses se convencieron más que nunca de que la misión de Juana había sido sagrada y de que ella era una santa. Que hubiese muerto condenada no significaba nada. Muchos santos habían muerto condenados. Jesús mismo murió condenado. En verdad, la quema de Juana hizo decaer la moral de los ingleses, no la de los franceses. Muchos ingleses se sintieron apesadumbrados por la desagradable sensación de haber quemado a una santa.

Y, sin duda, llegaría el tiempo en que Juana fuese rehabilitada y santificada oficialmente. Ella vive en la historia como la salvadora de Francia y su nombre se ha convertido en símbolo de cualquiera que combate por la salvación nacional. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, pero en el día de su muerte ciertamente no había cumplido los veintiún años, y quizá ni siquiera los veinte.

Ninguna persona, de cualquier sexo, que murió siendo adolescente, o poco más, ejerció una influencia tan decisiva en la historia o impresionó tanto a tiempos contemporáneos o posteriores.

Pero su santificación pertenecía al futuro. ¿Qué ocurrió en el año transcurrido entre su captura y su muerte, cuando era sólo una muchacha que se enfrentaba con la tortura y la muerte? Para su eterna vergüenza, Carlos VII y quienes lo rodeaban no hicieron ningún intento de salvarla, de ofrecer un rescate por ella o siquiera de apelar a la piedad de sus captores. Considerando lo que ella había hecho por Carlos y por Francia, parece increíble que esto pudiera ocurrir, pero así fue.

Quizá a Carlos y sus consejeros les preocupaba que pudiese ser una bruja o, en todo caso, que no fuese más que una muchacha de humilde cuna. Es probable que, en verdad, se alegrasen de quitársela de encima. Era imposible de manejar y no se dejaba guiar. Sin ella las cosas eran mucho más fáciles.

Es muy justo decir que los jefes franceses fueron tan culpables de que Juana fuese quemada como los ingleses, y con más deshonra para ellos.

Felipe se convence

Los ingleses trataron desesperadamente de invertir la batalla psicológica coronando a su rey, Enrique VI, como rey de Francia. La ceremonia se realizó el 17 de diciembre de 1431 y fue un fracaso en varios aspectos.

Enrique VI sólo tenía entonces diez años; era un muchacho temeroso, de escasa inteligencia, que había sido golpeado por sus tutores, desde luego, en la creencia de que así entraría la comprensión en su cabeza. Sólo consiguieron hacer de él un tonto, y por el resto de su largo reinado sería un débil títere en manos de quienquiera que pudiese dominarlo. (Más tarde pasaría por períodos de manifiesta locura, como su abuelo francés Carlos VI.) El muchacho, pues, no era ningún símbolo de la fuerza francesa y no impresionaba a nadie.

En segundo término, los ingleses habían perdido una oportunidad. No habían coronado a Enrique en Reims cuando podían haberlo hecho, y ahora era demasiado tarde, pues Reims ya no estaba bajo dominio inglés. La coronación se efectuó en París, y para los franceses, en general, tal ceremonia no significaba nada. Había sido a Carlos a quien se había coronado en Reims, y por ende sólo él podía ser considerado rey a los ojos de Dios.

Finalmente, los ingleses cometieron el error de convertir la coronación en un asunto puramente inglés, limitando al mínimo la participación francesa y omitiendo tales superfluidades como una ostentosa reducción de los impuestos, la liberación de prisioneros o la distribución de dinero. Como resultado de todo esto, la coronación provocó una espectacular declinación de la lealtad parisina a la causa inglesa.

El fracaso del intento inglés de invertir los efectos de la meteórica carrera de Juana de Arco tuvo influencia sobre la astuta mente de Felipe el Bueno de Borgoña. Sin duda, observó atentamente para ver el efecto del juicio y la ejecución de Juana y de la coronación del rey niño inglés. Comprendió claramente que la revolución provocada por Juana no iba a invertirse.

Comprendió que, si bien Carlos VII, en ausencia de Juana, había vuelto a la pasividad del otro lado del Loira, los ejércitos franceses mantenían y ampliaban su nueva actitud agresiva. El Bastardo de Orleáns, por ejemplo, en modo alguno perdió su capacidad de combate porque Juana ya no estuviese con él. En 1432, estaba mordisqueando las afueras de París y tomó Lagny, a sólo veinticinco kilómetros al este. También estuvo cerca de Normandía y tomó Chartres, a ochenta kilómetros al sudoeste de París. Y si los franceses habían despertado y ya no se hallaban paralizados por el temor a los ingleses, estaba además el hecho de que la población francesa era siete veces la de los ingleses.

Felipe examinó todo esto y concluyó que la derrota inglesa en una guerra prolongada era segura. Sugirió a los ingleses que tratasen de llegar a un acuerdo con los franceses y salvasen lo que pudieran. Cuando los ingleses, aún cegados por Azincourt, se negaron, Felipe se convenció finalmente de que no tenía más opción que seguir su propio camino e inició negociaciones independientes con Carlos VII.

Estas negociaciones se arrastraron durante años, pues el precio de Borgoña por la paz era elevado. Durante esos años, los ingleses podían haber hecho que Felipe volviese a su anterior alianza bastante fácilmente mediante alguna victoria importante o con una inequívoca demostración de fuerza. Pero no pudieron ofrecer nada de esto, más bien lo contrario. La situación en Inglaterra estaba degenerando rápidamente en una guerra civil, y la moral inglesa en Francia cayó peligrosamente. El mismo Bedford, aún muy atareado en Francia, tuvo que apresurarse a volver a Inglaterra para imponer una paz de compromiso a las facciones en lucha.

Luego, en Normandía, el corazón mismo del poder inglés en el Continente, estalló una seria rebelión en 1434. Esto mostró claramente que en todas partes el corazón de los franceses se estaba volcando hacia la causa nacional. El hecho de que los ingleses sofocasen la rebelión fue menos importante que el hecho de que la rebelión se produjese.

Las negociaciones entre Felipe y Carlos entraron en su fase final en Arras, ciudad de territorio borgoñón situada a ciento sesenta kilómetros al norte de París. Llegaron representantes ingleses, pero no pudieron aceptar los términos claramente establecidos por ambas facciones francesas. Se marcharon frustrados.

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