Segundo, la supremacía inglesa se mantendría sólo mientras la guerra civil francesa permitiese a los ingleses combatir solamente con la mitad de Francia, con la ocasional ayuda de la otra mitad. Si la guerra civil cesase, entonces, en ese mismo momento, Inglaterra tendría serios problemas.
Y aunque, mientras Enrique V vivió, los franceses no aprendieron a luchar adecuadamente ni dieron fin a la guerra civil, de alguna manera aún resistieron.
El Delfín francés, en Bourges, aunque tachado de ilegítimo y aunque era débil, pasivo y una total nulidad, con todo, representaba a Francia, y esto significaba algo. Quedaban castillos que los ingleses debían someter y hombres que debían matar, pese al Tratado de Troyes, pese al casamiento de Enrique con Catalina y pese a la ocupación de la capital.
Cuando Enrique no estaba allí en persona, hasta hubo derrotas inglesas. Después de su matrimonio, Enrique se llevó a su esposa de vuelta a Inglaterra y, mientras estaba fuera de Francia, el hermano de Enrique, Tomás de Clarence, pensó que podía tratar de ganar un poco de gloria para sí mismo. No parecía haber ninguna razón para temer a los franceses, ya que unos pocos ingleses podían derrotar a cualquier número de franceses; ¿no lo había demostrado Azincourt? El 23 de marzo de 1421, Tomás condujo una partida de tres mil ingleses a lo profundo de Anjou, y allí, en Baugé, a 240 kilómetros de París, se dejó emboscar por una fuerza francesa superior. Fue derrotado y muerto.
No fue una gran derrota, pero Enrique sabía bien que era la mística de la victoria la que mantenía sometidos a los franceses, y tuvo que volver apresuradamente a Francia por tercera vez, dejando a su esposa embarazada en el castillo de Windsor, cerca de Londres.
En Francia tenía que presentar a ingleses y franceses otra victoria, y por lo tanto puso sitio a la ciudad de Meaux, a veinticinco kilómetros al este de París. Fue un asedio duro, que continuó durante el invierno de 1421 (y que seguía aún cuando le llegó la noticia de que en Inglaterra había tenido un hijo). Después de siete meses, tomó la ciudad, sin duda, pero esta victoria no fue una verdadera victoria. Le costó su ejército y, peor aún, su salud.
Cogió la disentería durante el asedio y su estado empeoró constantemente. Pudo saludar a su mujer y ver a su hijo por primera vez cuando ambos llegaron a París, en la primavera de 1422, pero su vida se estaba consumiendo. El 31 de agosto de 1422, el héroe-rey inglés murió, con sólo treinta y cinco años de edad. No vivió para subir al trono de Francia, que habría sido suyo a la muerte de Carlos pues el rey loco vivió siete semanas más.
Carlos VI murió el 21 de octubre de 1422, después de reinar cuarenta y dos años, gran parte de este tiempo en la locura, y durante uno de los períodos más desastrosos de la historia de Francia. El hijo de Enrique V, de sólo nueve meses en el momento de la muerte de su padre, había sido proclamado rey con el nombre de Enrique VI, y ahora, con la muerte de Carlos VI, fue proclamado rey de Francia y fue llamado Enrique II, según el cómputo francés.
La abuela del niño, Isabel, esposa de Carlos VI, lo reconoció como rey de Francia. Lo mismo hizo Felipe el Bueno de Borgoña. Y también la Universidad de París, los representantes de las provincias septentrionales y de Guienne, la misma ciudad de París, etc.
Naturalmente, no podía gobernar por sí mismo, pero tenía tíos. El gobierno de los territorios ingleses en Francia lo tuvo Juan, duque de Bedford, un hermano menor de Enrique V. Otro tío, hermano menor de Bedford, Humphrey, duque de Gloucester, gobernó Inglaterra.
En Bourges, el Delfín Carlos fue proclamado rey de Francia con el nombre de Carlos VII, y en noviembre de 1422 fue coronado en Poitiers. Esto no sirvió de mucho, pues era en Reims donde se efectuaba tradicionalmente la coronación de los reyes de Francia. Si no era coronado en Reims, nadie podía ser verdaderamente rey de Francia, y Reims estaba en manos de los ingleses.
Los ingleses, indiferentes ante la costumbre francesa, no se molestaron en coronar a su rey-niño en Reims, dejando esto confiadamente para cuando alcanzase la mayoría de edad (algo que resultó ser un error). Se rieron burlonamente de Carlos VII, a quien llamaban «Rey de Bourges» y nunca le otorgaron un título superior al de Delfín.
Bedford era un general casi tan capaz como el mismo Enrique V, y mientras él vivió la causa inglesa siguió prosperando.
En Cravant, a ciento cuarenta kilómetros al sudeste de París y en los límites del territorio borgoñón, una pequeña fuerza de ingleses y borgoñeses batieron a una fuerza francesa un poco mayor el 21 de Julio de 1423.
De mayor significación fue una batalla librada en Verneuil, a cien kilómetros al oeste de París, un año más tarde. Librada el 17 de agosto de 1424, ésta fue otra batalla a la manera de Crécy y Azincourt, y la última. Los arqueros ingleses, que protegían el equipaje del ejército, fueron atacados por una fuerza considerablemente mayor de caballeros franceses. Los arqueros ganaron nuevamente, y con facilidad, pero esta vez los franceses no intentaron llevar a cabo una carga de frente, sino que efectuaron una maniobra de flanqueo. Fueron derrotados, pero estaban aprendiendo.
Bedford también trató de unir el territorio francés conquistado a Inglaterra mediante una política ilustrada. Reformó los procedimientos legales, trató de actuar a través de cuerpos administrativos franceses y mediante funcionarios franceses, fundó una universidad en Caen y trató, en todo aspecto, de mostrar que los reinos unidos de Francia e Inglaterra serían un caso de asociación, no de conquista.
Pero Bedford no podía de ninguna manera forzar a los soldados ingleses a que fuesen tan ilustrados como él. Cegados por Azincourt, los ingleses sólo sentían desprecio por los franceses, y sus depredaciones engendraban un odio latente que Bedford no podía calmar. En verdad, cuanto más abismales fueron las derrotas que Francia sufrió, tanto más fuerte se hizo el sentimiento nacionalista. Todos los franceses pudieron hallar un vínculo en su temor y su odio comunes a los ingleses. Pero la mayor y más inmediata desgracia de Bedford fue la conducta de su alocado hermano Humphrey de Gloucester.
Al parecer, había una heredera flamenca, Jacqueline de Hainaut, cuyas propiedades interesaban a Felipe el Bueno de Borgoña para redondear sus propios dominios flamencos. Por ello, casó a la dama con un enfermizo pariente suyo, con el plan de controlar esa tierra de este modo.
A Jacqueline no le gustó el casamiento. Por ello, lo hizo anular por el papa Benedicto XIII (con sede en Aviñón y cuyo rango papal no era reconocido en gran parte de Occidente), luego escapó a Inglaterra y le propuso matrimonio a Humphrey. Nadie sino un inglés, y un inglés muy encumbrado, pensó ella con razón, podía protegerla a ella y a sus dominios de Felipe el Bueno.
Parecería que Humphrey de Gloucester debía comprender que, si se casaba con Jacqueline, esto sería una mortal afrenta a Felipe el Bueno. También parecería que Humphrey debía saber que la alianza de Felipe con Inglaterra era absolutamente esencial para la política nacional y que solamente en esto se basaba la esperanza de éxito en Francia.
Sin embargo, Humphrey, ansioso de obtener ricas tierras en Flandes, se casó con Jacqueline, y el mundo presenció el espectáculo de un príncipe inglés iniciando una guerra privada contra el aliado esencial de Inglaterra. Sólo podemos suponer que Humphrey, que había estado en Azincourt pero no combatía contra los franceses en aquellos días, era víctima de lo que podríamos llamar la «Psicosis de Azincourt». Realmente pensaba que los ingleses no necesitaban aliados ni ayuda; que podían ganar batallas sólo por una innata superioridad.
Pero Juan de Bedford, que combatía realmente contra los franceses, tenía mejor conocimiento de la situación. Tuvo que trabajar como un demonio para someter a Humphrey y aplacar los sentimientos de Felipe. Finalmente, lo consiguió. El matrimonio de Humphrey fue declarado nulo en 1428 y éste casó con otra (con su amante, en verdad). Felipe fue apaciguado, después de obtener sustanciales concesiones a expensas de las posesiones inglesas.
Pero el daño hecho fue enorme, aunque no fácilmente visible. Los duros esfuerzos de Bedford para mantener la alianza con Felipe de Borgoña puso de relieve para éste cuan importante era para los ingleses. Naturalmente, esto lo predispuso menos a prestar su ayuda sin un elevado precio. Además, había tenido la experiencia de lo que él sólo podría considerar como la perfidia inglesa. Su afecto por los ingleses, que nunca se basó en nada más poderoso que la conveniencia política, se enfrió aún más.
Felipe se percató de la fuerza creciente del nacionalismo francés y no estaba dispuesto a acompañar a los ingleses en la derrota. Mientras los ingleses ganasen las batallas, estaría con ellos, pero ni un momento más. Una vez que los ingleses comenzasen a perder (si es que esto ocurría), se apartaría de ellos.
Y esto significaba que una sola derrota inglesa importante podía poner fin a la guerra civil francesa y, casi inevitablemente, el derrumbe de toda la conquista inglesa... y Bedford lo sabía.
Su única opción era seguir reforzando la aureola de victoria que había rodeado a los ingleses desde Azincourt. Con las regiones al norte del río Loira firmemente en sus manos, no tenía más opción que extender la dominación inglesa hacia el sur. Ya mientras se esforzaba por poner fin a la querella con Borgoña, inició el empuje hacia el sur.
¿Un milagro en Orleáns?
El blanco de Bedford era Orleáns, situada a ciento diez kilómetros al sur de París y en la curva más septentrional del río Loira. Orleáns era el bastión más septentrional de los nacionalistas franceses del sur y la mayor ciudad que aún prestaba fidelidad a Carlos VII. Si caía, era dudoso que Carlos VII pudiese retener el sur en lo sucesivo, y que hubiera sido posible toda resistencia organizada a los ingleses.
Los ingleses iniciaron su campaña hacia el sur en 1427, poniendo sitio a la ciudad de Montargis, a sesenta y cinco kilómetros al este de Orleáns.
Carlos VII se dio cuenta del peligro y estaba suficientemente desesperado como para organizar un intento de romper el asedio. Los franceses no habían osado impedir un asedio inglés desde que Enrique V había desembarcado por primera vez en Francia, una docena de años antes. Ahora, una fuerza francesa avanzó cautamente para enfrentarse con los ingleses.
El ejército de socorro estaba bajo el mando de Juan, conde de Dunois. Era un hijo ilegítimo de aquel Luis de Orleáns que fue asesinado por Juan Sin Miedo, el acto que dio comienzo a la guerra civil. Por lo tanto, era medio hermano de Carlos de Orleáns, que había sido capturado en Azincourt, y primo carnal de Carlos VII. A veces es llamado el «Bastardo de Orleáns».
Sólo tenía veinticuatro años por entonces y fue el más grande de los jefes que estaban surgiendo en el bando nacionalista francés por entonces. Hubo otros, de modo que Carlos VII, tan pobre criatura en sí mismo, recibiría en el futuro el nombre de «Carlos el Bien Servido».
Bajo el Bastardo de Orleáns, las columnas de socorro francesas fueron tan diestramente conducidas que los ingleses se vieron obligados a retroceder y los asediados habitantes de la ciudad, alentados, hicieron una salida para unirse a sus salvadores. Bajo el doble ataque, la retirada inglesa se convirtió en una derrota completa, y de mil a mil quinientos de ellos fueron muertos o capturados.
No fue una victoria decisiva para los franceses, en modo alguno, y sólo había luchado un pequeño contingente inglés. No detuvo la ofensiva de Bedford. Pero cualquier victoria de los franceses sobre los ingleses, en cualquier circunstancia, era un estímulo muy necesitado para la moral francesa. El Bastardo fue el héroe del día.
En 1428, seis mil soldados de refuerzo ingleses conducidos por Thomas, Eari de Salísbury, desembarcaron en Calais y marcharon al sur para unirse a los cuatro mil veteranos que Bedford había elegido para la ofensiva. El 12 de octubre de 1428, esos hombres, al mando de Salisbury, empezaron a establecer líneas de asedio alrededor de Orleáns.
Con Salisbury estaba John Talbot, un fiero guerrero inglés a quien los ingleses, en años posteriores, idolatraron por sus cualidades bélicas (ya que no por su inteligencia). Talbot combatió en Gales e Irlanda durante la primera expedición de Enrique V a Francia, y no estuvo en Azincourt (lo cual debe de haber lamentado
eternamente, sin duda). Marchó a Francia en 1419 y fue el pilar de las fuerzas inglesas allí después de la muerte de Enrique V. Venció en unas cuarenta escaramuzas y batallas, y, en verdad, era tan invariablemente victorioso que parecía invencible.
Pese al despliegue de lanzas y arcos ingleses alrededor de sus murallas y pese a la presencia de Talbot («el Aquiles inglés» era llamado), los habitantes de Orleáns se prepararon para el asedio, quemando los suburbios para que las fuerzas sitiadoras no pudieran protegerse en las casas. Había pocos soldados verdaderos en la ciudad, pero los mismos habitantes guarnecieron las murallas, y todos estaban bajo el mando del mismo hombre que antaño había defendido resueltamente Harfleur contra Enrique V (y había estado en prisión durante trece años por sus esfuerzos).
Los ingleses tenían artillería como parte de su arsenal. El diseño del cañón ya había mejorado hasta el punto de que podía formar una parte importante de las armas de ataque. Aún no eran suficientemente fuertes para abatir las murallas de una ciudad, pero hacían considerable daño entre los soldados.
Pero nunca hubo en Orleáns ingleses en número suficiente para cerrar totalmente el cerco alrededor de la ciudad. No podían extender sus fuerzas todo lo necesario, y siempre quedó la posibilidad de que se deslizaran en la ciudad refuerzos y suministros. Este fue el defecto esencial de la ofensiva inglesa.
Se llevaron cañones a la ciudad, y el 27 de octubre de 1428, dos semanas después de comenzar el sitio, un cañón ubicado dentro de la ciudad disparó una bala que dio al Earl de Salisbury en el rostro, hiriéndolo espantosamente. Fue llevado aguas abajo y murió el 3 de noviembre. (Según la leyenda, el cañón fue disparado por el hijo del artillero, mientras éste se hallaba almorzando.)
Al día siguiente del disparo contra Salisbury, el Bastardo de Orleáns, a la cabeza de varios cientos de combatientes, logró abrirse camino hasta el interior de la ciudad. Otros soldados franceses le siguieron, poco a poco.