Washington podía haberse vuelto pero ardía en deseos de emprender una acción militar, y los indios de la región que eran amigos le ofrecieron ayuda contra los franceses. Washington planeó llevar a cabo un ataque por sorpresa.
Así continuó su marcha hasta llegar a un punto situado a unos setenta kilómetros de Fort Duquesne, donde estableció una base que llamó Fort Necessity (cerca de la moderna ciudad de Uniontown, en Pensilvania).
Estaba ubicada en un terreno mal elegido, demasiado bajo y cenagoso en tiempo húmedo, pero Washington esperaba usarlo sólo para preparar su ofensiva. Los hombres acudieron a él y pronto se halló el frente de cuatrocientos hombres.
El 28 de mayo, Washington salió de Fort Necessity al frente de un contingente considerable y se encontró con un pequeño grupo de treinta franceses. Los franceses ignoraban la presencia de los hombres de Washington allí y, puesto que había paz entre ambas naciones, ninguna de las partes tenía derecho legítimo a disparar.
Washington (que sólo tenía veintidós años, recuérdese) no pudo reprimirse. Anhelante de acción se persuadió a sí mismo de que los franceses eran espías, que si no se los detenía informarían sobre la debilidad de Washington a Fort Duquesne y harían imposible el ataque por sorpresa. Pensando que estaba en Juego la seguridad de su contingente, Washington ordenó un ataque sorpresivo contra los franceses, a los que superaban en número y que se hallaban totalmente desprevenidos. Casi instantáneamente, diez de ellos fueron muertos, inclusive el comandante, el señor de Jumonville, y los restantes fueron tomados prisioneros.
Esta versión colonial de un Pearl Harbor llevado a cabo contra los franceses fue el comienzo de otra guerra entre Francia e Inglaterra en América del Norte.
No pudo recibir el nombre del monarca británico porque Jorge II, que había dado su nombre a la guerra del rey Jorge estaba aún en el trono. La nueva guerra fue llamada la guerra contra Franceses e Indios (nombre anodino, pues todas las guerras coloniales podían ser descritas de esta manera).
El éxito preliminar de Washington hizo que se lo ascendiera a coronel y que recibiera refuerzos. Pero los franceses, furiosos por lo que consideraban (con alguna justificación) como un acto de baja traición salieron coléricos de Fort Duquesne.
Washington tuvo que enfrentarse con quinientos franceses y cuatrocientos indios. Superado numéricamente con creces, se retiró prudentemente a Fort Necessity, pero ahora lo inadecuado de este fuerte arruinó toda posibilidad de defensa. Llovió, y los defensores se hallaron sumidos en el fango. Los franceses no hicieron ningún intento de tomarlo por asalto, sino que protegidos por los bosques, pacientemente dispararon sobre todo animal que pudieron ver dentro de los muros, asegurándose de que las fuerzas de Washington quedarían desprovistas de alimentos.
El 3 de julio, tres días después de entrar en el fuerte, Washington, sin alimentos ni municiones, se vio obligado a rendirse.
Puesto que Francia y Gran Bretaña aún no se hallaban formalmente en guerra, las tropas francesas (para las que tantos prisioneros habrían sido una carga embarazosa) se mostraron dispuestos a dejar libres a los ingleses y permitirles retornar a Virginia. Mas primero debían hacer algo con el hombre que, traicioneramente, había matado a buenos soldados franceses. Por ello pusieron la condición de que Washington firmase la admisión de que era responsable de la muerte (
l'assassinat
) del señor de Jumonville. Para que sus hombres quedasen libres, Washington firmó.
Su admisión del asesinato fue severamente criticada hasta en la corte británica. El Joven Jorge Washington quedó terriblemente embarazado y humillado y ofreció la pobre excusa de que, como no conocía la lengua francesa, no sabía que
l'assassinat
significaba el asesinato.
Benjamín Franklin
El decidido avance francés por el Territorio de Ohio alarmó también a las colonias situadas al norte de Virginia. Entre aquellos que veían el peligro de la desunión colonial frente a la amenaza externa se contaba Benjamín Franklin de Filadelfia. Fue el hombre más notable que dieron las colonias británicas antes de su independencia (incluido aun Jorge Washington) y, ciertamente, el primer colono que alcanzó renombre en Europa.
Benjamín Franklin nació en Boston, Massachusetts, el 17 de enero de 1706, de modo que era un cuarto de siglo mayor que Washington. Su padre, Josiah Franklin era un inglés que había llegado a Massachusetts en 1682, con su mujer y tres hijos. Tuvo cuatro hijos mas después de llegar a América, y cuando su mujer murió, en 1689, Josiah se casó nuevamente y tuvo diez hijos más de su segunda esposa. De sus diecisiete hijos, Benjamín era el decimoquinto, el décimo y último de los hijos varones.
La familia no estaba en buena situación económica y Benjamín Franklin tuvo escasas posibilidades de ir a la escuela. A los diez años abandonó la escuela y entró a trabajar en el taller de un fabricante de velas. Esto no agradó a Benjamín, quien amenazó con escaparse al mar, de modo que su padre persuadió a James Franklin, un hijo de su primera mujer, a que emplease a su joven hermanastro. James tenía una imprenta y publicaba un periódico de éxito. Así, a la edad de doce años, Benjamín se convirtió en impresor y tuvo oportunidad de leer y escribir y de aprovechar muchísimo su ambiente.
Pero Benjamín no tenía talante para recibir órdenes de nadie, ni siquiera de un hermano mayor, y ambos reñían enconadamente. Finalmente, Benjamín decidió dejar a James y hallar trabajo con algún otro impresor. El encolerizado James lo hizo poner en la lista negra en Boston y Benjamín no tuvo más remedio que abandonar la ciudad.
En octubre de 1723, Benjamín Franklin, que ahora tenía diecisiete años se marchó a Filadelfia y esta ciudad fue su hogar por el resto de su larga vida. Llegó a Filadelfia con sólo un dólar en sus bolsillos, pero consiguió trabajo como impresor y, gracias a su capacidad y laboriosidad, pronto se halló en una situación desahogada. Lo suficiente como para marcharse a Londres y pasar dos años conociendo el gran mundo europeo del otro lado del océano.
Volvió a Filadelfia en octubre de 1726, y al año pudo establecer una imprenta propia. En 1729 compró un periódico titulado
The Pennsylvania Gazette
. Este había estado perdiendo dinero, pero bajo la enérgica dirección de Franklin empezó a dar sólidos beneficios.
Franklin hizo de todo. Compró, vendió y publicó libros y creó talleres gráficos en otras ciudades.
En 1727 creó el Junto, un club de discusión donde podían reunirse jóvenes inteligentes y discutir los problemas del día y que, en 1743 se convirtió en la Sociedad Filosófica Americana, la cual estimuló los estudios científicos en todas las colonias. Fundó la primera biblioteca circulante de América, en 1731, y la primera compañía de bomberos de Filadelfia, en 1736. En 1749 se convirtió en el presidente del consejo de administración de la recientemente fundada Academia de Filadelfia, organismo que más tarde se convertiría en la Universidad de Pensilvania.
Su empresa comercial de más éxito fue un almanaque que empezó a publicar en 1732, y del cual publicó una edición anual durante veinticinco años. Incluía lo que contienen de ordinario los almanaques: calendarios, días de las fases de la luna, la hora de la salida del sol, del crepúsculo, salida de la luna, puesta de la luna, mareas altas y bajas de cada día, días de eclipse, etcétera.
Pero además, Franklin los llenó de interesantes y agudos artículos de interés para los colonos. También incluía muchos dichos breves y medulosos, gran cantidad de los cuales eran de su propia creación y que, en general, elogiaban el ahorro y el trabajo duro. Muchos de esos dichos entraron al lenguaje común; y el más famoso de todos y que todavía se repite hoy (aunque no siempre seriamente) es:
Early to bed, and early to rise, makes a man healthy, wealthy and wise
(acostarse temprano y levantarse temprano hacen a un hombre rico, sabio y sano).
El almanaque fue publicado por Franklin con el seudónimo de Richard Saunders, y lo llamó
Poor Richard’s Almanac
(El Almanaque del Pobre Ricardo). Los medulosos dichos comúnmente iban precedidos de la frase: «El Pobre Ricardo dice…»
El almanaque se vendía muy bien realmente: hasta 10.000 al año, cifra enorme para esa época. Franklin se enriqueció y en 1748 tuvo suficiente dinero para retirarse. Dejó a otros el manejo de sus intereses comerciales y se mudó a las afueras de la ciudad, donde pudo dedicarse a la investigación científica. Tampoco fracasó en este campo: fue el primer gran científico norteamericano; también demostró ser el primer gran inventor norteamericano.
Por ejemplo, en aquellos días las casas eran calentadas mediante fuegos encendidos en chimeneas. Esto implicaba un gran desperdicio de combustible, pues la mayor parte del calor se escapaba por la chimenea. En verdad era aun peor que esto, pues el aire caliente en ascenso provocaba una corriente que hacía entrar el aire frío de afuera y, en definitiva, enfriaba la casa en vez de calentarla. Para obtener algún calor había que apiñarse alrededor del fuego.
A Franklin se le ocurrió que lo que se necesitaba era colocar en la habitación una estufa de hierro sobre ladrillos. Dentro de ella podía encenderse un fuego. El metal se calentaría y, a su vez, calentaría el aire; el aire caliente permanecería dentro de la habitación en vez de desaparecer por la chimenea, pero el humo podía ser trasportado por un tubo hasta la chimenea.
La primera estufa de Franklin fue construida en 1742 y funcionó muy bien. Ha estado en uso desde entonces. Las estufas de los sótanos de las casas modernas son, en esencia, estufas de Franklin.
Algunas personas le sugirieron que patentase su estufa, de modo que pudiese cobrar un porcentaje a cualquier fabricante que las construyese y vendiese. Esto habría hecho millonario a Franklin, pero también habría elevado el precio de las estufas de modo que Franklin se negó. Decía que él disfrutaba de las invenciones que otros hombres habían hecho antes de su época y deseaba que otros pudiesen disfrutar libremente de sus invenciones.
También inventó gafas bifocales y un instrumento de música construido con hemisferios de vidrio mantenidos húmedos y que se frotaban con los dedos. Hacia el final de su vida ideó unas tenazas de largo mango para bajar libros de estantes elevados, instrumento que aún se usa en tiendas de comestibles y otros establecimientos similares para alcanzar estantes elevados sin una escalera.
Franklin fue también el primero que observó la corriente del Golfo, una corriente de agua cálida que asciende hasta la costa de América del Norte, e hizo sensatas sugerencias (en lo cual se adelantó mucho a su tiempo) sobre la predicción meteorológica y el uso de un horario de verano.
Pero lo que hizo realmente famoso a Franklin fueron sus experimentos con la electricidad.
El siglo XVIII fue llamado la Edad de la Razón. Era una época en que los caballeros con tiempo libre se interesaban por los experimentos científicos y en que estaban de moda los experimentos con el fenómeno recientemente explorado de la electricidad. Un objeto llamado la botella de Leiden (porque fue inventado en Leiden, una ciudad de los Países Bajos) podía ser usado para acumular una gran carga eléctrica, y todos los hombres de ciencia experimentaban con él.
Franklin demostró en 1747 que, si bien una botella de Leiden comúnmente se descargaba con una chispa y un chasquido, podía descargarse mucho más rápidamente, y sin chispa ni chasquido, si la barra de metal a través de la cual se descargaba terminaba en punto, y no en una superficie redondeada.
La chispa y el chasquido con que se descargaba una botella de Leiden le recordaron a Franklin (y a otros) el rayo y el trueno. ¿Era posible que, durante una tormenta, la tierra y las nubes actuasen como una enorme botella de Leiden, que se descargaba con el chispazo de un rayo y el chasquido de un trueno?
En junio de 1752, Franklin hizo ondear una cometa en una tormenta (tomando precauciones para no ser electrocutado, pues tenía experiencia en la conducta de las botellas de Leiden, que a veces acumulaban suficiente electricidad como para derribar a una persona en la descarga y hacerle chocar los dientes). Logró extraer electricidad de las nubes y usarla para cargar una botella de Leiden descargada. De este modo, demostró que las tormentas involucran efectos eléctricos en el cielo, los mismos efectos eléctricos (pero muchísimos más intensos) que los producidos por los hombres en el laboratorio.
Franklin concluyó que lo que era válido para la botella de Leiden también era válido para las nubes. Si una botella de Leiden se descargaba fácilmente sin chispas ni chasquidos a través de una punta de metal, ¿por qué no colocar barras metálicas con punta en los techos y unirlas al suelo? De este modo, las cargas eléctricas formadas en la tierra durante una tormenta se descargarían fácil y silenciosamente a través de la barra de metal con punta. Ninguna carga se acumularía hasta un grado tan alto como para descargarse de golpe, cosa que sucede en el rayo. Un edificio con tal pararrayos en su cima estaría protegido de los rayos.
En la edición de 1753 del
Poor Richard's Almanac
, Franklin anunció este descubrimiento y sugirió maneras para equipar a los edificios de pararrayos. El mecanismo era tan simple y el rayo tan temido que todo el mundo se sintió tentado a aplicar el método. Después de todo, ¿qué se perdería con ello?
Los pararrayos empezaron a elevarse sobre los edificios de Filadelfia por centenares, luego en Boston y Nueva York. ¡Y daban resultado!
Franklin ya había ganado reputación en Gran Bretaña como científico. Pero ahora su nombre y sus realizaciones se difundieron por toda Europa a medida que el pararrayos entraba en uso en una región tras otra. Por primera vez en la historia uno de los grandes peligros para la humanidad había sido superado, y ello gracias a la ciencia.
La fama mundial de Franklin hizo que se lo apreciase hasta en su propio país. En julio de 1753 la Universidad de Harvard le otorgó un título honorario, y en septiembre del mismo año Yale hizo lo mismo. Luego, en noviembre, la Royal Society de Londres le otorgó la medalla de oro Copley, el mayor honor que concedía esa institución.
Hasta Luis XV de Francia envió a Franklin una carta elogiosa.
Pero la carta de Luis no le impidió a Franklin comprender lúcidamente la amenaza que representaba Francia. De hecho, la comprendió tanto más claramente cuanto más oscuramente la comprendía su propia colonia de Pensilvania. Esta era una colonia privada y era propiedad, por así decir, de la familia Penn. Esta familia y muchos de los colonos influyentes eran cuáqueros y se negaban persistentemente a votar dinero para preparativos militares.