La Estrella (28 page)

Read La Estrella Online

Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

BOOK: La Estrella
11.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lan caminaba con la mirada fija en los surcos, que se resquebrajaban bajo la suela de sus botas produciendo un relajante sonido. Hacía horas que no hablaban, por un lado para ahorrar energía y por el otro porque el Errante parecía haberse encerrado en sí mismo. ¿Eran imaginaciones suyas o cada vez caminaba más alejado de ella?

—¿Tenemos suficiente comida y bebida para poder sobrevivir? —le preguntó, con la única intención de romper el incómodo silencio.

—No, en absoluto —dijo el Errante—. Solo contamos con una pequeña botella de agua y un par de galletas de grasa de pescado.

—Será suficiente.

—¿Tú crees? —lo puso en duda.

—Tendrá que serlo —respondió, segura de sí misma.

—¡
Shhhhhh
! —oyeron.

—¿Qué es eso?

—Un zumbido.

—¿Partículas?

—No.

Lan confirmó que el chico estaba en lo cierto, ya que sus ojos no se habían encendido. El sonido se hacía cada vez más fuerte. La muchacha empezó a temblar.

—No tengas miedo, quizá sólo sea el viento —trató de tranquilizarla.

—¡
Shhhhhhhhhhhh
!

—No es el viento. Es como si…

—… miles de bichos vinieran hacia aquí —terminó la frase por ella.

De repente, el zumbido tomó forma de sombra y se vieron rodeados por una espesa nube de insectos. Tuvieron miedo de que los devoraran lentamente, pero éstos pasaban de largo. Permanecieron durante unos segundos en la más completa oscuridad, sin ver ni escuchar nada, deseando que todo aquello terminara de una vez, y, de pronto, silencio. Lan abrió los ojos, comprobando que los insectos se habían esfumado tan rápido como habían aparecido.

—Pero… ¡¿De dónde han salido todos esos bichos?! —exclamó exaltada—. ¿De la Herida? ¿Tan cerca estamos? Nunca había visto tantos juntos. ¿Tengo alguno en el pelo? Por un momento, he creído que…

—Eh, ¿qué es eso? —la interrumpió el Errante.

Lan dejó de sacudirse la ropa y se giró hacia donde señalaba el chico, luego utilizó su mano como visera y dijo:

—Es… ¿Una piedra?

Había aparecido una enorme roca a tan sólo unos pocos metros de ellos.

—Las piedras no se mueven.

La roca se agitó y empezó a cobrar forma lentamente. Surgieron cuatro patas y una enorme mandíbula de dientes diminutos aunque afilados, como la hoja de una sierra. Aquella extraña criatura tenía un cuerpo chepudo de tamaño descomunal del que surgía una corona de lánguidas púas que se iluminaban como látigos en llamas. Era terrorífico. Alrededor de su sonrisa sardónica, quedaba el rastro de los miles de insectos que había devorado con su hocico de piedra.

—Huían de él… —comprendió la muchacha, muerta de miedo.

La criatura empezó a acercarse sigilosamente, agazapada como un felino en plena cacería.

—Lan…

La muchacha lo miró fijamente; aquel ser monstruoso tenía ojos, pero no pupilas.

—Lan… —volvió a llamarla, tratando de no alzar demasiado la voz.

—¿Sí?

El Errante le lanzó el moral con la Esfera y gritó:

—¡¡¡CORRE!!!

Acto seguido, el chico se lanzó valientemente hacia la bestia, que corría más rápido de lo esperado para un animal de sus dimensiones. En el último momento lo esquivó enfilándose ágilmente en su lomo para intentar llevar a cabo la misma treta que había empleado con el monstruo marino.

Lan había salido disparada, debía proteger el mapa pasara lo que pasara. Tenía una importante misión que cumplir.

O tal vez no.

El muchacho seguía luchando contra la fiera, pero su plan no estaba surtiendo efecto. El monstruo de roca parecía inmune al contacto con un Errante.

La muchacha escuchó los gritos del Secuestrador ahogándose entre los rugidos de la criatura y entonces se detuvo en seco. Estaba volviéndolo a hacer; ahora iba a abandonarlo a él. No, de ninguna manera. No iba a permitirlo. Se convenció a sí misma de que había otras opciones y entonces cambió de rumbo.

Aunque el Errante se esmeraba por golpear a su adversario tan fuerte como podía, no lograba hacerle ni un rasguño. Parecía la lucha imposible entre un gato y una montaña. La criatura se agitó con fiereza, haciendo caer al Errante de su lomo. Después, se acercó a su presa dejando al descubierto varias hileras de dientes y una viscosa lengua negra manchada de tierra y llena de insectos.

El muchacho trató de encontrar su punto débil, pero antes de dar con él comprendió que todo estaba perdido. Los ojos del animal empezaron a brillar como los de un Caminante de la Estrella. ¡Él también estaba intoxicado! Si hubiera sido humano le habrían tatuado una estrella.

El Errante sintió el aliento putrefacto de la bestia invadiendo sus fosas nasales mientras el resplandor plateado de sus ojos lo hipnotizaba lentamente, y de repente, algo golpeó con violencia el rostro del animal.

A lo lejos, Lan recogía su
vuelve
con destreza.

—¡Eh, tú! ¡Cabeza dura! —gritó—. Ven a por mí si te atreves —lo desafió la muchacha.

Al chico le pareció estar presenciando la peor de sus pesadillas. Aunque sabía que no podía hacer nada para salvarla, se puso en pie, dispuesto a interponerse en el camino del monstruo, y entonces el animal lo golpeó furiosamente con su cola, arrastrándolo por el suelo varios metros hasta dejarlo inconsciente.

—Te vas a enterar… —murmuró la salviana.

Lan no pensaba permitir que el miedo la dominara, empezó a correr hacia el animal y éste hizo lo mismo. Parecía que no tardarían en chocar de frente; pero entonces la chica se desvió de improviso para hacer que la siguiera. Ahora era el monstruo el que perseguía a su presa, aunque desconocía que la humana tenía un plan.

Cuando Lan supo que ya no tenía escapatoria, lanzó el vuelve tan fuerte como pudo hacia delante y se apartó de su trayectoria con un calculado salto. La muchacha rodó varios metros por el suelo, golpeándose las rodillas y pelándose los codos. Cuando se giró, presenció cómo el arma que había lanzado se clavaba con fuerza en el cráneo del animal.

No estaba muerto, pero ahora era incapaz de coordinar sus extremidades. Lan se había quedado inmóvil a una distancia prudencial para prever el próximo movimiento de su rival. La criatura recuperó fuerzas y se dispuso a embestirla de nuevo, pero ella fue más audaz y se deslizó bajo una de sus patas, clavando el cuchillo en el suelo para girar sobre sí misma y terminar bajo la panza. Ahora o nunca.

En cualquier momento, aquella bestia podía aplastarla con facilidad. Lan tragó fuerte, identificó el lugar donde la piel parecía más fina y entonces le desgarró la tripa de arriba abajo mientras corría hacia su cola, que no dejaba de asestar peligrosos latigazos a un lado y a otro.

Mientras la bestia se retorcía del dolor, rugiendo salvajemente, la humana aprovechó para alejarse tapándose los oídos. Lan temió que sus gritos hubieran invocado a otros monstruos de su misma especie, pero nada ocurrió.

La criatura bramó por última vez y luego cayó a plomo contra el suelo. Instantes después, sus ojos se apagaron.

El silencio se adueñó nuevamente del lugar. Lan se incorporó entre jadeos. Estaba exhausta y llena de polvo, había salido algo magullada, pero se sentía orgullosa porque, por primera vez, ella había salvado a su compañero. Oteó el horizonte para asegurarse una vez más de que no quedaba ningún peligro al que enfrentarse y entonces suspiró aliviada, ya que no se veía con fuerzas de repetir lo que acababa de hacer.

Lan se acercó al chico, que aún seguía inconsciente. Le examinó las heridas; ninguna parecía grave, pero seguramente el golpe lo había dejado agotado. Trató de despertarlo tocándolo con uno de los extremos del
vuelve
pero éste no reaccionaba, así que, una vez hubo aceptado que no podía hacer nada al respecto, decidió que pasarían allí la noche.

El cielo se volvió oscuro, por lo que Lan hurgó en la bosa de El Verde en busca de una de las campanas de cristal que los niños Errantes utilizaban para convocar a las luciérnagas de tierra. La colocó en el suelo, tal y como les había visto hacer, y después golpeó suavemente el cristal con uno de sus cuchillos. Una dulce melodía resonó ahogada en el interior del instrumento, filtrándose por la tierra hasta encontrar a aquellos diminutos insectos de luz que empezaron a surgir de entre las grietas. Lan los observó con curiosidad. ¿Funcionaría esa técnica en cualquier parte del Linde? Deseó probarlo en Salvia, en su casa, pero ésta ya no existía. Se sintió melancólica y suspiró.

Echó un vistazo a su alrededor, en cualquier momento podía presentarse un nuevo peligro. Lentamente, la tenue luz de la campana de cristal lo envolvió todo con un velo de mágico sosiego. Lo único que le seguía molestando era el cuerpo sin vida del monstruo que había derribado, pero, como no podía hacer nada para alejarse de allí, se resignó y decidió esperar a que el chico recuperara el conocimiento.

La temperatura se mantenía estable, el paisaje, estático. No se oía ni un murmullo. Parecía una noche de lo más tranquila. Lan desenvolvió una de las galletas de grasa de pescado y la mordisqueó hasta dejarle la mitad a su compañero. Luego se tumbó delante de él, alejando así la imagen del cadáver del monstruo que tan nerviosa la ponía.

Lo miró con curiosidad. Su respiración parecía estable. Dormía como un bebé y pensó que, a pesar de las magulladuras y del barro, sus facciones seguían siendo perfectas. Se había acercado mucho y ahora podía observarlo sin temor a que lo descubriera y se riera de ella. Estudió detenidamente la forma de sus cejas, de su nariz y su sonrisa. Sus labios estaban secos.

Lan se incorporó para empapar la punta de su pañuelo con un poco de agua, intentando no derramar las pocas gotas que les quedaban para el resto del viaje. Volvió a acercarse a él, esta vez arrodillándose a su lado y, con cuidado de no tocarlo, le humedeció los labios con el pañuelo. En breve recuperaron su color original y probablemente también su suavidad. En ese momento recordó el beso de Nao, tan sencillo y cálido. Su amigo le ofrecía todo lo que una chica podía desear. Sus familias siempre habían dado por hecho que algún día terminarían juntos; no obstante, se había alejado de él para embarcarse en una misión suicida. Se sintió estúpida, egoísta por no haber sabido darle una respuesta a Nao, pero sabía que antes tenía asuntos que resolver con el chico que se encontraba tendido en el suelo. No podía resultar tan difícil, cualquier otra persona hubiese llegado rápidamente a la conclusión obvia: nunca estarían juntos. Y, aun sabiendo que eso era así, que no podía hacer nada para cambiarlo… su corazón se aceleraba al pensar que, tal vez, el Errante sintiera algo similar por ella.

La muchacha no pudo resistirse y arriesgó su vida acercando su rostro tanto como pudo al del Errante. Deseó que despertara. Quiso que abriera los ojos y le dijera algo, aunque sólo fuera para regañarla. Echaba de menos su voz y el brillo de sus pupilas color plata.

La tristeza del deseo imposible de cumplir la embargó por completo y entonces una sentida lágrima se deslizó por sus mejillas, estallando finalmente en los labios del chico. Lan se apartó asustada. Se secó los ojos e intentó calmarse para dejar de llorar, pero éstos se resistían a obedecerla. Por fin, a la chica no le cupo duda de que sentía algo muy fuerte por él.

***

Al despertar, lo primero que vio el Secuestrador fue el rostro de Lan durmiendo plácidamente. Sus mejillas estaban rosadas y sus labios tiritaban, como si trataran de decir algo en sueños.

Lo último que recordaba el Errante era a la bestia golpeándolo violentamente antes de devorar a Lan, así que descubrirla respirando lo calmó. Pensó en incorporarse, pero la muchacha tenía un rostro tan dulce que temía despertarla. Tan cerca y tan lejos. Aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, no lograba que los sentimientos hacia ella desaparecieran. Había reducido sus conversaciones al mínimo y cada vez caminaban más distanciados, pero ni así podía quitársela de la cabeza. Sintió un impulso: quería besarla.

El Errante inclinó ligeramente su cuello con la esperanza de que Lan no se moviera ni un milímetro y acercó sus labios a los de la muchacha para sentir su aliento.

Era cálido.

De inmediato, se percató de que la estaba poniendo en peligro y se retiró. Tenía que ser fuerte, sabía que un simple beso no la mataría, pero podía herirla gravemente.

En aquel instante envidió a Nao. Deseó haber nacido salviano, para no tener que cargar con esa horrible maldición que lo apartaba de alguien cada vez más importante para él. Se angustió al pensar que aún tenían numerosos peligros que sortear y que, sin importar lo que ocurriera, seguiría sin poder protegerla entre sus brazos.

El muchacho se levantó frustrado y miró más allá de Lan. El horizonte estaba despejado a lo lejos se dibujaba una extraña figura geométrica. Era el perfil de un cubo tan perfecto que sólo podría haber sido tallado con el hombre. Encajaba con la descripción de las antiguas leyendas: el Templo.

19

El abismo

L
an se incorporó mientras abría los ojos con dificultad. El Errante se encontraba a unos pocos metros, como hipnotizado por el horizonte.

—¿Qué ocurre?

No obtuvo respuestas.

La muchacha se ladeó para observar la extraña forma geométrica que se encontraba al lado del despeñadero. Era un cubo, grande y perfecto.

—Es el Templo, ¿verdad?

El Secuestrador contestó sin girarse:

—Sí, eso parece.

Lan se puso por fin en pie, llena de entusiasmo.

—¿Ya qué estamos esperando? ¡Lo hemos conseguido! No hay tiempo que perder, tenemos que…

El muchacho se dio vuelta, mostrándole sus ojos encendidos como dos bolas de fuego. Lan se quedó sin habla, nunca los había visto brillar de esa forma. Los destellos flotando en su iris habían desaparecido para dejar paso a una intensa luminiscencia.

Un escalofrío recorrió su cuerpo.

—¿Se acerca otra Ruptura, verdad? —preguntó asustada.

El Errante negó con la cabeza y por fin reveló:

—No, esta vez es algo… mucho peor: la Herida está ganando terreno

Lan avanzó unos pasos y descubrió un descomunal agujero. La Herida se estaba extendiendo y, donde antes solo había un desierto de tierra seca, ahora podía verse un impresionante abismo.

Una vibración puso a Lan en alerta. Se arrodilló y pegó la oreja al suelo.

Other books

The Brink by Austin Bunn
Finding Miracles by Julia Alvarez
A Life On Fire by Bowsman, Chris
Bending Bethany by Aria Cole
The Adderall Diaries by Stephen Elliott
Lace by Shirley Conran
Wild Hunt by Margaret Ronald