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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (18 page)

BOOK: La esquina del infierno
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Una mujer regordeta con unos vaqueros demasiado ajustados les guio hasta una pequeña estancia donde un hombre corpulento estaba sentado a un escritorio metálico con el teléfono pegado a la oreja. Les hizo un gesto para que entraran y señaló dos sillas.

Cuando Gross le enseñó la placa el hombre dijo por el teléfono:

—Ya te llamaré más tarde. —Colgó el auricular, se levantó, se introdujo la camisa por la cinturilla allí donde se le había caído y preguntó‌—: ¿Puedo ver otra vez la placa?

Gross se le acercó y le enseñó el rango y la placa durante varios segundos. Incluso después de que el hombre apartara la mirada, Gross continuó mostrando la placa del FBI como si quisiera dar a entender el significado de su presencia.

—¿En qué puedo ayudarles? —‌preguntó el hombre con incomodidad.

—Para empezar estaría bien que nos dijera su nombre —‌dijo Gross.

El hombre carraspeó.

—Lloyd, Lloyd Wilder.

—¿Y es el encargado de este lugar?

—Soy el encargado, sí. Desde hace diez años. ¿De qué va esto?

Gross se encaramó al borde del escritorio del hombre mientras Stone se apoyaba en una pared y Chapman se sentaba en una de las sillas. Todos ellos miraban fijamente a Wilder, que tragó saliva nervioso y a punto estuvo de caerse de la silla.

—Miren —‌empezó a decir Wilder‌—, esos tíos me dijeron que eran legales. Vale, quizá no tenían todo el papeleo, pero ¿saben cuánta burocracia hay? Me paso todo el día solo para leer la documentación y no encuentro a nadie más que quiera hacer este tipo de trabajo y …

Stone, que captó la información antes que Gross, dijo con frialdad:

—No somos de Inmigración. La placa dice FBI, no ICE.
[1]

Wilder los miró de uno en uno.

—¿FBI?

Gross se inclinó hacia abajo y se colocó bien cerca de Wilder.

—FBI. Ese señor trabaja con los de contraterrorismo y la señora pertenece al MI6 del Reino Unido.

Wilder miró a Chapman con expresión incrédula.

—¿El MI6, como James Bond?

—Mejor que Bond, en realidad —‌dijo Chapman‌—. Como nuestro querido James, pero con esteroides.

—Y sus trabajadores ilegales nos importan una mierda, pero si no coopera seguro que al ICE le interesarán.

Wilder ensombreció el semblante.

—Pero si no están aquí por ellos, ¿por qué están aquí?

—¿Ve las noticias?

—Sí. Veo el canal de deportes todas las noches.

—Me refiero a las noticias de verdad.

—Oh, de vez en cuando. ¿Por qué?

—¿Una explosión en Lafayette Park? —‌añadió Gross‌—. ¿Se ha enterado de eso?

—Joder, claro. Está por todas partes.

Todos lo miraron con intención y él les devolvió la mirada, desconcertado.

—Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo? —‌soltó al final.

—Creemos que la bomba estaba en el árbol que salió de este vivero.

—Venga ya, me están tomando el pelo. —‌Wilder esbozó una débil sonrisa‌—. Un momento. Ustedes no son agentes federales, ¿verdad? Esto es una broma, ¿no?

Gross se le acercó todavía más.

—Cuando una bomba estalla tan cerca del presidente de Estados Unidos a mí no me hace ni pizca de gracia, señor Wilder, ¿y a usted?

La sonrisa se desvaneció.

—¿O sea que va en serio? ¿Que son polis de verdad?

—De verdad de la buena. Y queremos saber cómo es posible que una bomba llegara a uno de sus árboles.

Cuando por fin fue consciente de la gravedad de lo ocurrido, dio la impresión de que Wilder hiperventilaba.

—Oh, Dios mío, oh, madre mía. —‌El hombre empezó a mecerse adelante y atrás.

Stone se situó a su lado y le colocó una mano en el hombro para calmarlo.

—No le estamos acusando de nada, señor Wilder —‌dijo‌—. Y a juzgar por su reacción, está claro que no sabe nada del tema. Pero de todos modos quizá pueda ayudarnos. Ahora respire hondo un par de veces e intente relajarse. —‌Le dio un apretón en el hombro.

Al final Wilder se calmó y asintió.

—Haré todo lo posible por ayudarles. En serio. Soy patriota hasta la médula. He sido de la Asociación Nacional del Rifle toda mi vida. Joder, mi padre era unionista.

Gross se sentó delante de él mientras Stone permanecía de pie.

—Háblenos de todos los trabajadores —‌indicó Stone.

Durante los siguientes veinte minutos Wilder sacó las fichas de los trabajadores y las repasó una a una con ellos.

—Eso es todo —‌dijo cuando hubo terminado‌—. Y no hay ninguno lo bastante listo como para hacer algo con una bomba. Ya cuesta bastante conseguir que cojan la pala por el extremo adecuado. Aunque quizá se deba a que mi español no es muy bueno.

Stone puso el dedo encima de uno de los nombres de la lista.

—John Kravitz. No parece hispano.

—No, eso está claro. Pero está meando fuera de tiesto, y perdón por la expresión —‌se apresuró a añadir.

—¿Por qué? —‌preguntó Stone.

—Tiene estudios universitarios.

—Creía que había dicho que eran todos cortitos, y no tengo nada contra este negocio, pero ¿qué hace un licenciado arrancando árboles?

—Aquí hacemos más cosas. John estudió paisajismo, horticultura y cosas de esas. Es un buen arborista. Ve cosas que nadie más ve. Por eso lo contratamos.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? —‌preguntó Chapman.

—Hace unos siete meses. No esperaba que durara tanto, pero parece contento.

—¿Ha venido a trabajar esta semana?

—Todos los días como un reloj.

—¿Dónde está ahora? ¿Aquí?

Wilder consultó la hora en el reloj de pared.

—Llegará dentro de una media hora. Vive a unos ocho kilómetros de aquí en una pequeña zona de caravanas cerca de la autopista.

—¿Qué más puede decirnos de él? —‌preguntó Gross.

—Tiene unos treinta años, alto y delgado como usted —‌dijo, señalando a Stone‌—. Pelo castaño y perilla.

—¿Se lleva bien con todo el mundo?

—Miren, los demás chicos apenas saben dos palabras en inglés y ni siquiera sé si saben leer en su propio idioma. Como he dicho, John fue a la universidad. Suele pasarse la hora de la comida leyendo.

—¿Sabe algo de su vida privada? ¿Ideas políticas? —‌preguntó Gross.

—No, pero les digo que John no es ningún terrorista.

—¿Juega al baloncesto por casualidad? —‌inquirió Gross.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Responda a la pregunta.

—Me dijo que había jugado en el instituto. Allá atrás tenemos una canasta. Los chicos juegan a la hora del almuerzo si no salen a hacer ninguna entrega.

—¿Qué pelota utilizan? —‌preguntó Stone.

—¿Pelota? Tenemos un par de ellas por aquí. Sé que John tiene una. —‌Wilder estaba nervioso‌—. ¿Qué tiene que ver una pelota de baloncesto con la dichosa bomba?

—Esperaremos a John. Cuando llegue, dígale que venga a su despacho, ¿entendido? —‌dijo Gross.

—¿De verdad tenemos que …?

—¿Entendido? —‌repitió Gross con firmeza.

—Entendido —‌dijo Wilder con un susurro.

35

Mientras esperaban la llegada de John Kravitz, Stone y Chapman inspeccionaron las instalaciones. Unos cuantos trabajadores hispanos les observaban con recelo a lo lejos, probablemente porque temían que fueran del ICE. Stone no les hizo mucho caso, pero una cosa le llamó la atención. En un edificio situado detrás de la oficina había unos agujeros en la madera y el contorno de algo que había estado atornillado allí. Stone lo señaló, pero Chapman no sabía a qué se refería.

—Un aro de baloncesto —‌dijo Stone‌—. O donde hubo uno.

—¿O sea que alguien se lo llevó?

—Pero no rellenó los orificios ni pintó encima.

Cuando regresaron al interior y preguntaron a Wilder al respecto, confesó no saber nada del aro desaparecido.

—Sé que ayer estaba puesto. Algunos chicos jugaron.

Al cabo de media hora llegaron media docena de empleados, pero no Kravitz.

—Necesitamos su dirección —‌dijo Gross.

—Seguro que no es nada —‌dijo Wilder.

Stone se llevó a Gross a un lado.

—Chapman y yo le haremos una visita mientras tú te quedas aquí con Wilder.

—¿Crees que está metido en esto?

—Yo ya no sé qué pensar, así que tendremos que suponer que sí.

—Puedo llamarle a casa —‌dijo Wilder‌—, para ver si está bien. Y decirle que venga.

—No —‌dijo Stone‌—. Nada de llamadas. Quédese aquí sentado con el agente Gross.

Stone asintió hacia Gross y la mano del agente del FBI se deslizó hasta la culata de la pistola que llevaba en la pistolera de la cintura, y Wilder, al verlo, empezó a hiperventilar otra vez.

—¿Quieres que llame a algunos LEO para que te cubran?

—Unos cuantos polis locales no irían mal —‌dijo Stone‌—. Diles que vengan sin sirenas y que permanezcan al margen hasta que les hagamos una señal.

Gross asintió.

—Buena suerte.

Al cabo de un momento, Stone y Chapman estaban en el Crown Vic camino de la zona de caravanas. Stone iba al volante. El sedán circulaba a toda velocidad por la autopista. Pasaron al lado de un coche patrulla que iba en la misma dirección. El policía que conducía estaba a punto de indicar al vehículo que parara por exceso de velocidad cuando Stone aminoró la marcha, se quedó rezagado y le mostró la placa. El policía del lado del pasajero bajó la ventanilla.

—¿Sois los agentes de refuerzo? —‌preguntó Stone.

El policía asintió.

—¿Posible sospechoso del atentado de Lafayette Park?

Stone asintió.

—Seguid nuestras indicaciones. ¿Entendido?

—Sí, señor —‌dijo el joven ayudante del sheriff claramente emocionado.

Stone subió la ventanilla y pisó el acelerador.

Chapman lanzó una mirada y vio la pistola en la pistolera que colgaba del hombro de Stone.

—¿Qué llevas? —‌preguntó.

—No la reconocerías.

—¿Por qué no?

—Para empezar porque es más vieja que tú.

—Conozco la mayoría de los modelos. Americanos y europeos, chinos, rusos.

—No es de los más conocidos.

—Conozco algunos modelos poco conocidos.

—No se fabricó en serie.

—¿Tirada limitada?

—Podría decirse.

—¿Cuántas se fabricaron?

—Una.

Cuando llegaron a la zona de caravanas, Stone dejó el coche en el arcén y se dirigieron a pie hasta el tráiler de Kravitz. En el recinto, circundado por bosques densos, había unas veinticinco caravanas ancladas al suelo. Los policías estaban a diez pasos y a ambos lados del estrecho camino de grava que constituía la única vía de entrada y de salida.

—Si es el terrorista quizás haya conectado la caravana a una bomba trampa —‌observó Chapman.

—Eso también se me ha ocurrido.

—¿Entonces llamaremos a la puerta?

—Ya lo veremos sobre la marcha.

Chapman se mostró un tanto contrariada.

—Vale, me encanta ver que ya lo has planeado todo.

—En situaciones como esta los planes no suelen valer una mierda. Hay que reaccionar con profesionalidad ante lo que se nos presente. Es el mejor plan de todos.

La caravana tenía una pequeña zona con gravilla delante. Enfrente había una furgoneta Chevy vieja y desvencijada, con el metal oxidado y la pintura descascarillada. Comprobaron que la furgoneta estuviera vacía y entonces se protegieron detrás de ella.

Stone vio a dos policías y les indicó con la mano dónde quería que se posicionaran. Cuando estuvieron colocados, llamó.

—¿John Kravitz?

No hubo respuesta.

—¿John Kravitz? Agentes federales. Salga con las manos en alto. Ahora mismo.

Nada.

Chapman miró a Stone. Los dos policías también lo miraban de hito en hito.

—¿Y ahora qué? —‌preguntó ella.

—Lo haremos por las malas —‌repuso Stone.

—¿Es decir?

Stone se fijó en la bombona blanca conectada delante de la caravana. Sacó la pistola.

—Kravitz, tienes cinco segundos para salir o dispararé a la bombona de propano y saltarás por los aires.

—¿Estás loco? —‌susurró Chapman.

Los dos policías miraron a Stone como si se estuvieran planteando si debían detenerlo.

—¡Dos segundos, Kravitz! —‌gritó Stone.

Adoptó la posición de tiro y apuntó a la bombona.

—¡Stone! —‌exclamó Chapman‌—. ¡Vas a hacernos saltar por los aires!

—Un segundo, Kravitz.

La puerta de la caravana se abrió y Kravitz apareció con los brazos en alto. Daba la impresión de que se acababa de levantar de la cama.

—No disparen —‌suplicó‌—. No disparen, no voy armado. Joder, ¿qué quieren de mí? Me he quedado dormido. ¿Ahora envían a los federales por eso?

Stone vio el destello de luz reflejado en la ventana del tráiler. Se dio cuenta de qué era inmediatamente y gritó:

—¡Todos al suelo! ¡Ya!

Agarró a Chapman por el brazo y la obligó a tirarse al suelo. Con el rabillo del ojo vio que los otros dos policías hacían otro tanto. Kravitz seguía erguido y parecía atónito. Stone soltó a Chapman y se dio la vuelta, apuntó con la pistola hacia el bosque y disparó. En ese instante, alguien abrió fuego desde lo más hondo del bosque. El ruido de los dos disparos fue como el de una pequeña explosión. Chapman sacó su pistola rápidamente y disparó seis tiros con su Walther en la misma dirección.

El disparo procedente del bosque alcanzó a Kravitz en pleno pecho, le salió por detrás y chocó con el lateral de la caravana. Kravitz permaneció inmóvil durante un segundo con los ojos bien abiertos, como si no fuera consciente de que le habían disparado. Y matado. Acto seguido, se desplomó. Stone supo que estaba muerto antes de que llegara a la gravilla. La bala de un rifle de largo alcance era casi siempre mortal si atravesaba el pecho.

Antes de que nadie se moviera Stone se levantó y echó a correr hacia el bosque. Escudriñó el límite superior de la vegetación y gritó por encima del hombro.

—¡Comprobad si todavía respira! Si es así, haced lo que podáis y llamad a una ambulancia. Luego acordonad la escena del crimen y pedid refuerzos. Chapman, ven conmigo, mantente agachada.

Ella corrió tras él mientras se internaba en el bosque.

—Ha sido un rifle de largo alcance —‌dijo‌—. Estate atenta a cualquier movimiento, a quinientos metros o más lejos.

—¿Cómo te has dado cuenta de que había alguien?

—He visto la marca de la óptica reflejada en la ventana del tráiler. Era imposible alcanzar al francotirador con la pistola, solo quería que errase el tiro.

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