La espada oscura (54 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
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—¡Tres menos! —dijo Kirana Ti.

—¿Quedan muchos más? —preguntó Streen, pareciendo un poco preocupado.

—Montones —respondió ella.

Kam Solusar, con su eterno fruncimiento de ceño, se enfrentó al Colosal en solitario. Su enemigo era un viejo y no muy maniobrable vehículo de asalto de superficie que ya estaba obsoleto en la mayor parte del Imperio, aunque todavía se podían encontrar muchos de ellos en los Territorios del Borde Exterior. Solusar no había olvidado aquellas enormes «losas rodantes» que habían sido usadas para aterrorizar a los que se oponían al Imperio gracias a sus dimensiones descomunales, aunque ciertamente no su eficiencia o su flexibilidad.

El Colosal era un inmenso tanque del que sobresalían tres cañones láser de gran calibre, un par de lanzadores de granadas de onda expansiva y un cañón desintegrador de calibre mediano. Sus cinco juegos de ruedas se movían sobre ejes independientes, lo que le permitía desplazarse por los terrenos más abruptos y difíciles. El Colosal contaba con dos cabinas, una delante y otra detrás, para que los pilotos pudieran conducir su torpe y lento vehículo en cualquiera de las dos direcciones, ya que era prácticamente imposible hacer girar a aquella monstruosidad.

Una torre de vigilancia brotaba al final de un estrecho tallo carente de protección por encima de la cabina delantera, y era el sitio en el que el soldado de las tropas de asalto de menos rango cumplía con la nada envidiable misión de localizar los blancos..., con lo que él mismo se convertía en el blanco más obvio. El Colosal era uno de los vehículos de asalto menos sofisticados que había llegado a diseñar el Imperio, por lo que Kam Solusar supuso que su tripulación no había sido seleccionada entre lo mejor que podía ofrecer la flota de la almirante Daala.

El Caballero Jedi estaba solo y no tenía ningún arma visible: todavía no había construido una nueva espada de luz, en parte por reluctancia ante la idea de volver a esgrimir semejante poder. Kam Solusar ya había causado suficientes daños cuando renunció temporalmente a su herencia Jedi. Pero además de eso, consideraría una ironía enormemente agradable poder convencer a los imperiales de que se destruyeran a sí mismos usando sus propias armas. Kam Solusar no podía imaginar un desenlace más delicioso.

El veterano guerrero desplegó un zarcillo de la Fuerza y percibió la presencia de los ocho tripulantes a través del grueso blindaje de duracero. No encontró ningún oficial carismático o con auténticas dotes de mando, y sólo halló un grupo de idiotas carentes de voluntad..., exactamente lo que había esperado.

Kam Solusar ni siquiera se tomó la molestia de mostrarse. Permaneció escondido detrás de un viejo árbol mientras cerraba los ojos y se concentraba. Lo que iba a hacer tendría que hacerse muy deprisa.

Utilizó la Fuerza para tirar de los cañones láser de gran calibre del Colosal, haciendo que girasen hasta quedar dirigidos hacia la estructura del vehículo. Las soldaduras temblaron y el metal chirrió bajo la tensión mientras Kam Solusar colocaba los cañones en posiciones de disparo para las que nunca habían sido diseñados.

Después envió un dardo de pensamientos, un mensaje urgente dirigido a la mente más débil que encontró: la de un artillero imperial que no tenía ni idea de dónde se encontraba o por qué estaba luchando.

«¡Dispara contra el enemigo!», le ordenó Kam Solusar.

El artillero obedeció la orden sin pensar, y disparó los dos cañones láser de gran calibre a máxima potencia. El Colosal estalló bajo su propia andanada.

Kam Solusar se agachó, pero el tronco del árbol massassi protegió su cuerpo del diluvio de metralla metálica que voló por los aires. El veterano guerrero meneó la cabeza con expresión disgustada.

—Malditos idiotas... —murmuró, y después se alejó en busca de otro blanco.

La puerta horizontal del hangar que ocupaba el nivel inferior del Gran Templo estaba abierta, un agujero de vulnerabilidad practicado en la fortaleza piramidal de la Academia Jedi.

Un caminante de exploración avanzó ruidosamente hasta dejar atrás la lanzadera imperial abandonada que Dorsk 81 había posado en la luna selvática. El caminante hizo varios disparos que ennegrecieron partes de la estructura rocosa del templo. En cuanto se hubo asegurado de que no había ninguna oposición, el caminante atravesó la parrilla de descenso y fue hacia el hangar abierto que parecía esperar su llegada.

La enorme máquina de guerra se detuvo delante de la puerta y titubeó, y un instante después potentes haces de luz blanca atravesaron la cavernosa oscuridad del interior del hangar. Nada se movió, y los focos sólo encontraron la inmovilidad de las negras sombras. Unos cuantos roedores—lagartos se apresuraron a huir para escapar de la luz.

El comandante, que al parecer todavía estaba un poco nervioso, lanzó dos andanadas hacia el interior de la cámara vacía. Los haces de energía de sus cañones láser rebotaron en las paredes internas y se esparcieron sobre la piedra, causando pequeños daños en las viejas superficies rocosas. La ausencia de fuego de represalia hizo que el caminante imperial avanzara. Su comandante debía de estar pensando que podía conquistar la fortaleza de los Jedi por sí solo y evitar un asedio prolongado.

Pero mientras el caminante de exploración pasaba por debajo de la gran puerta levantada, Erredós —que había estado escondido entre las sombras— dejó escapar un trino electrónico y avanzó para activar los controles de liberación del mecanismo. La pesada losa blindada, que era lo bastante gruesa como para poder proteger el interior del templo de los disparos de un cañón desintegrador de gran calibre, descendió con un veloz estruendo.

Impulsada por pistones hidráulicos, la puerta dejó aplastado al caminante de exploración en un momento y lo incrustó en el suelo de piedra. Los depósitos de combustible hicieron erupción, los líquidos refrigerantes se derramaron y el humo flotó por los aires. La estructura del caminante de exploración había quedado totalmente irreconocible, y había sido reducida a un montón de trozos de metal laminado.

Erredós celebró su triunfo con una serie de silbidos y pitidos y después volvió a activar los controles de la puerta, levantando la gran losa y dejando de hacer ruido. El templo se oscureció y recuperó su inmovilidad y su silencio anteriores, volviendo a ser vulnerable.

Erredós contempló la jungla iluminada por el sol que se extendía fuera del hangar, esperando la ocasión de atraer a un nuevo blanco.

Kyp Durron fue corriendo a reunirse con Han Solo a bordo del
Halcón
Milenario
, y Calista siguió a Luke y Tionne mientras contorneaban el Gran Templo para desaparecer dentro de la zona más frondosa de la jungla, en la que se estaban reuniendo más imperiales.

Calista estaba volviendo a sentir la opresión paralizadora de la ira y la impotencia. Luke obraba impulsado por las mejores intenciones y sus palabras tenían como único origen su preocupación por ella..., pero sin darse cuenta de lo que hacía, acababa de restregarle por la cara el hecho de que él tenía poderes Jedi y había dado a entender que Calista estaba indefensa sin ellos.

«Te protegeré», había dicho Luke.

Era lo peor que se le podía decir a Calista. No quería que Luke la protegiese. Quería hacer su parte del trabajo. Calista tenía que encontrar alguna manera de asestar tantos golpes en defensa de la Academia Jedi como él. Necesitaba demostrar que podían existir en términos de igualdad. De lo contrario su relación no tendría futuro..., al menos en lo que a ella concernía.

Percibió el leve zumbido y los débiles arañazos de las oscuras sombras que se agazapaban en las profundidades de su mente, tentándola y atrayéndola para que recurriese a sus poderes malignos, pidiéndole que los empleara sólo durante unos momentos y prometiéndole que luego sería capaz de utilizar el lado de la luz.

Pero Calista sabía que eso era una mentira. Aferró su espada de luz v corrió junto a Luke mientras se abrían paso por entre una maraña de lianas y delicados helechos purpúreos.

Una enorme y pesada máquina de asalto se bamboleó a través de la jungla, avanzando en dirección al templo. Luke movió una mano para indicarles que le siguieran, pero Calista se fue quedando más y más rezagada. Luke y Tionne trabajarían en una estrecha colaboración, uniendo sus poderes Jedi de una manera que Calista ya no podía compartir.

Calista acabó llegando a la temida comprensión de una verdad que no le gustaba nada. Quizá no había podido tratar de usar nuevas técnicas a fin de recuperar sus poderes porque estaba demasiado cerca de Luke. Su presencia la intimidaba con sus propias capacidades, y subrayaba de una manera inconsciente el hecho de que a Calista le quedaban muy pocos recursos que utilizar. Quizá necesitaba estar a solas durante algún tiempo y trabajar con sus propios recursos, sin expectativas y sin ninguna necesidad de actuar para Luke Skywalker y estar a la altura de su nivel de capacidad. Ella y Luke estaban unidos por un vínculo del corazón y el espíritu..., pero Calista quizá necesitaba volver a encontrar sus propias fuerzas internas para así poder establecer contacto con las de Luke.

Y en aquel instante, con las batallas de la jungla rodeándola por todas partes, Calista se sintió impotente y sola, más una carga que una compañera de lucha. No necesitaba demostrarle nada a Luke..., pero tenía que demostrárselo a sí misma.

—Ahí vienen —dijo Luke.

Pero su atención estaba concentrada en Tionne mientras los dos caballeros Jedi se preparaban para enfrentarse a la máquina de guerra imperial. Calista aprovechó que no la miraban, y fue formando su propio plan.

La Fortaleza Volante imperial se aproximaba hacia ellos a unos cuatro metros por encima del suelo, suspendida sobre un viejo despeñadero en el que se habían desplomado varios gigantescos árboles massassi después de ser derribados por las tormentas hacía ya muchos años.

Luke reconoció el inmenso vehículo. Tácticamente, era como un enorme caminante imperial, pero sin las patas y reducido al cuerpo blindado cargado de armamento pesado. Tenía forma rectangular con las esquinas redondeadas, y poseía dos cañones desintegradores de gran calibre montados en una torreta superior. Una red de identificación de blancos operaba desde sensores instalados por todo el casco. La máquina emitía un débil zumbido mientras avanzaba, abriéndose paso a través de las gruesas ramas y partiéndolas cuando se negaban a ceder ante su morro.

Las planchas del blindaje ya mostraban las señales de los impactos sufridos, así como los arañazos dejados por las ramas más duras y las manchas pegajosas de la savia derramada. La Fortaleza Volante siguió avanzando, moviendo de un lado a otro sus gruesos cañones desintegradores como si fueran par de tentáculos rígidos. Los cañones iban recibiendo señales de la red de identificación de blancos, y disparaban andanadas letales contra cualquier infortunada criatura de la selva que escogiera el momento equivocado para emprender la huida.

Luke se concentró en la monstruosidad acorazada que avanzaba hacia ellos.

—Tendremos que hacerlo juntos —le susurró a Tionne—. ¿Ves ese tronco de árbol caído que tiene la punta tan afilada? Cuando la Fortaleza pase por encima de él...

Tionne asintió, y esperaron mientras el suave zumbido de los haces repulsores impulsaba a la Fortaleza Volante por encima del viejo despeñadero. Luke clavó sus ojos azules en la afilada punta del gran tronco. —¡Ahora! —gritó.

Luke y Tionne usaron la Fuerza juntos y lanzaron el tronco hacia arriba, impulsándolo como si fuese una estaca para que atravesara el casco interior de la Fortaleza Volante. El vehículo de asedio empalado giró sobre sí mismo con un estridente rugido de potencia motriz. Sus cañones desintegradores abrieron fuego en todas direcciones e incendiaron los árboles..., pero el coloso ya no podía moverse.

—Ahora utilizaremos ese árbol —dijo Luke.

Inclinó la cabeza, señalando otro viejo tronco. El coloso vegetal estaba medio derrumbado, pero seguía manteniéndose en pie gracias a una red de lianas. Luke y Tionne tiraron del árbol muerto con hilos invisibles de Fuerza, partiendo las masas de cuerdas vegetales y haciendo que el enorme tronco cayera con la fuerza irresistible de la hoja de un hacha. Muchas toneladas de madera se desplomaron sobre la Fortaleza Volante atrapada en el despeñadero, aplastándola y convirtiéndola en un amasijo irreconocible de planchas humeantes.

Luke y Tionne surgieron de su escondite con un salto triunfal, y se estrecharon las manos en un apretón de celebración.

—¿Has visto, Calista? —gritó Luke—. ¡Iremos acabando con ellos uno a uno!

Pero cuando se volvió para mirar hacia atrás, no vio ni rastro de ella.

—¿Calista? —llamó, mirando a su alrededor alarmado.

Tionne también la buscó, pero no vieron ningún movimiento en la espesura de la jungla y no recibieron ninguna respuesta de ella. Calista estaba totalmente oculta a la Fuerza, y eso hacía que fuera invisible incluso para sus poderes Jedi. Por mucho que se esforzara, Luke no podía percibirla.

—¡Calista! —volvió a gritar.

Pero Calista se había esfumado en la selva.

CINTURÓN DE ASTEROIDES DE HOTH
Capítulo 52

Qxi Xux se inclinó hacia adelante y señaló con un dedo en el mismo instante en que Wedge empezaba a distinguir la masa de luces organizadas que había delante de ellos. Los ojos azul índigo de la joven alienígena eran más agudos que los suyos, y Qwi podía percibir detalles que Wedge todavía no había sido capaz de imaginar.

—Muy bien, aumenten la amplificación —ordenó.

La pantalla visora les mostró el largo cilindro que flotaba entre islas de escoria endurecida y componentes descartados. El arma de los hutts parecía estar terminada y lista para entrar en acción.

—Han llegado a construirla —murmuró Qwi—. Espero que no lleguemos demasiado tarde.

—Así que todo era verdad —dijo Wedge—. Y los hutts han conseguido llegar tan lejos sin que nos enterásemos... —Dirigió una sombría inclinación de cabeza a su timonel—. Pero no llegarán más lejos.

Seguidos por sus tres corbetas corellianas, el Yavaris y el
Dodonna
avanzaron hacia la gigantesca estructura de la Espada Oscura.

Sin más ceremonias, los guardias de Durga sacaron el cadáver de Crix Madine de la cubierta de control de la Espada Oscura.

Bevel Lemelisk contempló al caído saboteador rebelde sintiendo una curiosa confusión de emociones, y tensó los labios y frunció el ceño bajo el peso de un millar de pensamientos encontrados. La expresión que había en el rostro de Madine —fijada allí para siempre de tal manera que Lemelisk nunca podría olvidarla— encerraba un triunfo secreto, como si Madine supiera algo que los hutts y los imperiales nunca llegarían a entender. Lemelisk también sintió una cierta envidia mientras contemplaba el cadáver, pues sabía que por lo menos Madine seguiría muerto y no tendría que preocuparse por la posibilidad de ser devuelto a la vida una vez y otra y otra para enfrentarse a nuevos tormentos.

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