—Era nuestra tercera salida. Las otras dos fueron perfectamente. Seguíamos el rastro de las criaturas, matábamos a una o dos y luego nos íbamos. Pero a esas alturas los monstruos ya habían aprendido a trabajar en equipo. Creíamos que eran bestias estúpidas, todo dientes y garras y sin cerebro..., pero estábamos equivocados.
Los cathars bufaron, y se les erizó el pelaje.
—Conocíamos la existencia de esta vieja base abandonada. La usábamos como lugar de descanso porque no hay muchos cobijos en estas rocas —dijo Burrk, y alzó la mirada hacia Luke—. Formamos grupos de exploración: yo y Nodon en una nave, y Nonak y los demás en otra. Sólo era otro día más de cacería... Hacía sol, y parecía que todo iba a ir estupendamente. —Sus ojos recorrieron las sombras de la sala—. Volvimos, y encontramos a nuestro piloto hecho pedazos..., y cuando digo «hecho pedazos» no estoy exagerando. Teníamos todas esas armas... Nunca pensamos que nos atacarían.
—Subestimamos el problema —dijo Sinidic con una débil voz nasal, y después bajó la cabeza como si acabara de darse cuenta de que no debía haber hablado.
—Cuando fuimos a investigar —siguió diciendo Burrk—, los wampas debían de estar esperándonos. Las... criaturas surgieron de la nieve y cayeron sobre nosotros como una lluvia de meteoros. No podíamos verlos. Mataron a uno de nuestros guías y a los otros tres clientes. Por suerte conseguimos refugiarnos en la base... Cerramos las puertas blindadas detrás de nosotros.
Tragó saliva, reviviendo la pesadilla.
Drom Guldi retomó el hilo de la historia y empezó a hablar con voz firme y despreocupada, como si todo aquello no tuviera ninguna importancia.
—Entonces fue cuando hicieron estallar nuestra nave —dijo—. Debió de ser un accidente. No puedo creer que supieran lo que debían hacer para destruirla. No sé cómo ocurrió, pero provocaron la explosión.
—Llevamos cuatro días aquí —dijo Burrk—. No tenemos suministros, y esas cosas están esperándonos ahí fuera. Ni siquiera pudimos enviar un mensaje pidiendo socorro.
—¿Tienen armas en su nave? —preguntó Nodon, uno de los cathars. Luke y Calista intercambiaron una rápida mirada. —¿Armas? No —admitió Luke.
—No pensamos que tuviéramos que llegar a combatir —dijo Calista.
—Habíamos conseguido poner en funcionamiento los dos cañones desintegradores —explicó Burrk—. Instalamos detectores de movimiento para que abrieran fuego contra cualquier cosa que se aproximara, pero está claro que ustedes se ocuparon de ellos. —Un ronco gruñido burbujeante brotó de las gargantas de los cathars—. Ahora no contamos con ninguna defensa aparte de esas puertas..., y no podemos quedarnos aquí para siempre.
—Y nuestra nave tampoco tiene espacio para todos —dijo Calista, anticipándose a la siguiente pregunta—. Sólo es un yate espacial de pequeñas dimensiones. Pero podemos transmitir una señal de emergencia y conseguir que un grupo de rescate venga aquí dentro de uno o dos días.
—Está oscureciendo —observó Sinidic—. ¿No creen que deberíamos hacer algo lo más pronto posible? —Alzó la mirada hacia Drom Guldi—. ¿Por qué no les ordena que vuelvan a su nave y que envíen una señal de emergencia?
—Todos iremos a su nave —dijo Drom Guldi—. De lo contrario, Burrk podría tomarlos como rehenes y largarse en la nave dejándonos aquí. Y supongo que no le culparía si lo hiciera...
Los cathars gruñeron, pero a juzgar por la forma en que miraban al ex—soldado de las tropas de asalto, Luke sospechó que esa posibilidad les parecía bastante probable.
—Sólo nos queda una docena de cargas en nuestros rifles desintegradores —dijo Burrk, sin sentirse ofendido en lo más mínimo por la acusación—. Si nos atacan no duraremos mucho.
Drom Guldi tensó las mandíbulas.
—Tendremos que sacar el máximo provecho posible de nuestros recursos. Lucharemos.
La mirada de Luke se encontró con la de Calista. Ayudar a la gente era una de las primeras responsabilidades de un Caballero Jedi, y no podían dejar abandonados a su destino ni siquiera a unos cazadores furtivos tan poco escrupulosos como aquellos. Pero Luke sintió que se le erizaba el vello sólo de recordar su propio encuentro con un wampa.
Los cathars se levantaron de los recipientes de almacenamiento vacíos que habían estado utilizando como asientos y prepararon sus desintegradores con rápidos movimientos llenos de nerviosa tensión. Drom Guldi se colgó el rifle del hombro. Sinidic no iba armado, pero se mantuvo lo más cerca posible del barón—administrador. Burrk llevaba dos pistolas desintegradoras en las caderas. Las armas tenían aspecto de ser bastante viejas y haber sido utilizadas en muchas ocasiones, y parecían haber sido reparadas un número de veces lo suficientemente elevado como para que Luke no confiara mucho en ellas. Él y Calista tenían sus espadas de luz.
—Vamos a hacerlo lo más deprisa posible —dijo Burrk, conduciéndolos hacia las puertas blindadas—. Podemos echar a correr..., dado que ya no tenemos que preocuparnos por los sensores de movimiento —añadió, contemplando a Luke con el ceño fruncido.
—Dejemos la puerta entreabierta como opción suplementaria —sugirió Drom Guldi—, por si se da el caso de que tengamos que retirarnos a toda prisa.
Burrk asintió.
Luke percibió una interesante variación en la cadena de mando. Burrk era el líder nominal, pero Drom Guldi —un administrador con amplia experiencia— era igualmente eficiente a la hora de tomar decisiones bajo tensión. Los dos hombres parecían haber formado un equipo para sobrevivir.
Las puertas blindadas se abrieron, y el aire helado y la nieve entraron en la base. El cielo se había vuelto de un neblinoso color púrpura a medida que el día se iba aproximando a su fin. Luke y Calista dirigieron a los cinco supervivientes en una veloz carrera junto a los restos de la nave destrozada de los cazadores furtivos, con su pequeño yate espacial como meta final.
Luke concentró sus sentidos Jedi en Burrk y los demás, temiendo que los desesperados refugiados pudieran dispararles por la espalda y apoderarse de su nave..., pero sólo percibió el lento roer del miedo agazapado en sus mentes. Aquellas personas estaban demasiado asustadas para poder pensar en la traición.
Cuando Luke y Calista se aproximaron a su nave, que seguía inmóvil sobre la nieve, Luke vio que la escotilla estaba abierta: la entrada parecía una boca oscura.
—Eh, yo no dejé la puerta así —dijo Calista. —Todo esto me huele muy mal —murmuró Luke. Los cathars se miraron y gruñeron.
—Malas noticias —dijo Drom Guldi.
El barón—administrador ya había adivinado lo que iban a encontrar. Luke subió corriendo por la rampa mientras Calista se quedaba fuera para evitar que los demás entraran en la nave.
Luke entró en la cabina y la recorrió rápidamente con la mirada. El sistema de comunicaciones había sido hecho añicos, y los paneles estaban arrancados y llenos de profundas señales plateadas dejadas por unas garras muy afiladas. El ordenador de navegación había desaparecido: algo lo había arrancado de sus conexiones y lo había convertido en una masa de alambres y chips rotos. Los cables cortados colgaban de los otros controles.
Era como si los monstruos hubieran sabido con toda exactitud lo que estaban haciendo.
Un gélido anillo de miedo le oprimió la base del estómago. Luke giró sobre sus talones para echar un vistazo al compartimiento en el que habían estado colgados sus trajes ambientales..., y descubrió que las criaturas de las nieves los habían destrozado a zarpazos, dejándolos totalmente inservibles.
Entonces oyó un grito procedente del exterior, un alarido lleno de pánico al que siguió una ráfaga de fuego desintegrador. Luke salió corriendo de la cabina y bajó a grandes saltos por la rampa. Calista ya había empuñado su espada de luz, y su hoja color topacio chisporroteaba y crujía bajo el frío.
Luke apenas pudo distinguir a las criaturas que se confundían de una manera tan perfecta con la nieve y la roca. Su pelaje blanco hacía que quedaran reducidas a una veloz y borrosa mancha de movimientos, cuernos curvados que brotaban de sus cabezas y zarpas afiladas como cuchillos que se extendían hacia adelante mientras surgían de la nada, desgarrando, rajando y rugiendo.
Burrk desenfundó sus dos pistolas desintegradoras y disparó, dejando a un wampa enorme muerto sobre la nieve con agujeros humeantes en su pelaje. Los dos cathars gruñeron y agitaron sus rifles desintegradores. Burrk intentó volver a disparar, pero una de sus pistolas había quedado descargada. Los wampas gritaron, emitiendo un extraño ulular que se deslizó sobre las estepas vacías como una incontenible marea de terror.
Drom Guldi disparaba con meticulosa precisión, acabando con un wampa detrás de otro. Los monstruos restantes siguieron avanzando. Un cathar empezó a disparar indiscriminadamente, atravesando la lejanía nevada con lanzazos de fuego desintegrador hasta que su rifle también quedó descargado.
Un rugido lleno de ecos que le pareció inexplicablemente familiar hizo que Luke girase sobre sus talones para ver a un wampa gigantesco inmóvil sobre un promontorio rocoso. La criatura era más grande que las demás, y lanzaba aullidos a la noche como si estuviera dirigiendo la batalla. Luke vio que aquel monstruo sólo tenía un brazo, y que el otro terminaba en un muñón cauterizado. Cuando vio las espadas de luz Jedi, la criatura hendió el aire helado con las garras de su único puño.
Y el ejército de wampas avanzó al unísono para caer sobre sus víctimas.
La Mente Superior de los taurills no descansaba y nunca dejaba de trabajar. El número de cuerpecillos intercambiables que se agitaba sobre la zona de construcción en gravedad cero era tan enorme que el trabajo progresaba a un ritmo implacable.
Bevel Lemelisk se sintió invadido por un éxtasis de alegría cuando vio que habían bastado dos días para que las diligentes criaturas consiguieran desmontar todo el trabajo equivocado, haciendo desaparecer los errores y reconstruyendo toda la sección defectuosa de la Espada Oscura. Lemelisk contempló sus esfuerzos y rezó para que los taurills no cometieran un error todavía peor que consiguiera escapar a su escrutinio.
Hubo un momento durante la peor fase de los retrasos, cuando una gran parte de la superestructura seguía estando desmantelada, en que el general Sulamar había aparecido detrás de él en la nave de Minas Celestes Orko con un ruidoso entrechocar de los tacones de sus botas que había sobresaltado al científico. El general de rostro de bebé se había dedicado a mirar por los ventanales de observación.
—Buen trabajo, ingeniero —dijo de mala gana, como si Lemelisk hubiera estado esperando semejantes elogios—. Siga así.
Lemelisk alzó la mirada hacia el techo y se fue en busca de algo que comer. De alguna manera inexplicable, se había vuelto a olvidar del almuerzo...
Aprovechó las horas del período de sueño designado para seguir trabajando con el rompecabezas cristalino tridimensional. La compleja estructura de cristales le divertía porque le proporcionaba un desafío que le obligaba a emplear sus facultades mentales casi hasta el límite..., pero no del todo. Cuando hubo llegado al punto crítico y tuvo concentrado todo su mundo sobre el problema y estaba introduciendo delicadísimos ajustes en los parámetros, Lemelisk volvió a ser interrumpido.
El rompecabezas cristalino se disolvió en un amasijo de fragmentos inconexos con un destello de luz cuando Lemelisk, hecho una furia, se encaró con el guardia gamorreano. El estúpido coloso peludo dejó que los insultos rebotaran en su gruesa piel verdosa y se limitó a gruñir una palabra: Durga.
Lemelisk reprimió su irritación y siguió al gamorreano por el pasillo que llevaba al centro de comunicaciones. Durga le había enviado un mensaje privado a pesar de que sabía que estaban en pleno período de sueño..., pero el hutt nunca había sido muy cortés con los demás.
El guardia le dejó a solas para que se enfrentase con la proyección en pantalla plana de Durga el Hutt. Durga podría haber utilizado el proyector holográfico, que transmitía una pequeña imagen tridimensional, pero al hutt no le gustaba emplear el sistema de tres dimensiones porque hacía que su enorme cuerpo pareciese diminuto. Quería la pantalla plana, que proyectaba sus facciones llenas de curvas y medio cubiertas por la mancha de nacimiento convirtiéndolas en un rostro enorme e imperioso. Los altavoces amplificaron su voz hasta transformarla en un grito atronador.
—Bien, Lemelisk —dijo Durga—. Sé que Sulamar está disfrutando de su período de descanso, por lo que puedo hablarle sin su interferencia. Los núcleos de ordenador que ha obtenido han llegado a Nar Shaddaa. Quiero que venga a la Luna de los Contrabandistas para inspeccionarlos. No hay forma de saber qué clase de basura puede habernos proporcionado Sulamar, así que debe examinarlos.
—Pero... ¡No puedo abandonar la zona de construcción en estos momentos! —exclamó.
—¿Por qué? —preguntó Durga—. ¿Ha habido problemas?
—No, no —respondió Lemelisk, alzando las manos. Esperaba que Durga no pudiera ver la película de sudor helado que había brotado repentinamente de su piel—. Eh... No, todo va estupendamente. Los taurills trabajan muy deprisa y con gran diligencia.
—Estupendo. Voy a enviar una nave para que le recoja. No establecerá ningún contacto conmigo. Limítese a ir a Nar Shaddaa y haga su trabajo. Este molesto asunto diplomático sigue teniéndome atrapado aquí.
—¿Cuándo...? —Lemelisk tragó saliva, la mente convertida en un veloz
Torbellino
de pensamientos caóticos—. Eh... ¿Cuándo volverá al cinturón de asteroides, noble Durga?
—Pronto —respondió el hutt—. Esta visita de la jefe de Estado es tediosa, pero necesaria. Ha traído consigo una flota de naves de guerra que se supone está llevando a cabo ejercicios de combate, pero no soy idiota: pretende exhibir su poderío. Eso está creando considerables dificultades en nuestras conversaciones diplomáticas, pero no creo que la Nueva República sospeche nada.
Durga soltó un gruñido y volvió bruscamente al tema del que habían estado hablando.
—¡Ya estoy harto de toda esta charla cortés! Vaya a la Luna de los Contrabandistas lo más pronto posible. En cuanto mi Espada Oscura esté terminada, ya no tendré ninguna necesidad de ser tan repugnantemente educado con estos asquerosos humanos.
Lemelisk no conocía el tipo de nave al que subió. Era un aparato bastante antiguo que parecía haber sufrido unas modificaciones tan grandes como poco efectivas. A juzgar por las cicatrices de fuego desintegrador que cubrían su casco, había tomado parte en numerosas batallas, y los enormes motores parecían lo suficientemente poderosos para impulsar una nave que tuviera diez veces su tamaño. La nave carecía de marcas identificatorias.