La espada encantada (7 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La espada encantada
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Había hablado con cierto humor, pero Ellemir cayó sobre él como un torbellino.

—¿Estás diciendo que no podemos hacer nada, que estamos impotentes, que debemos abandonarla a su destino?

—No digo nada de eso —objetó Damon—. Ya me has oído. No podemos buscarla al azar por las montañas, aunque la tormenta amainara. Si estuviera en algún escondrijo normal, podrías llegar hasta ella con la mente. Aprovechemos estos días de tormenta para empezar la búsqueda de algún modo razonable, y la mejor manera de hacerlo es sentarse y pensar. Ven y siéntate, Ellemir —rogó—. No favorecerás a Calista caminando de arriba abajo y destrozándote los nervios. Con esto sólo lograrás estar en peores condiciones cuando llegue el momento de ayudarla. No has comido; tienes aspecto de no haber dormido tampoco. Ven, pariente. Siéntate junto al fuego. Deja que te sirva un poco de vino.

Se puso en pie y llevó a la joven hasta un asiento. Ella alzó la vista, con labios temblorosos y le dijo:

—No seas amable conmigo, Damon, o me echaré a llorar.

—A lo mejor te hacía bien —observó él, sirviéndole una copa de vino. Ella lo sorbió con lentitud, y él permaneció junto al fuego, observándola—. He estado pensando. Me contaste que Calista se quejaba de tener pesadillas... ¿jardines marchitos, gatas-brujas?

—Así es.

Damon asintió.

—Vine desde Serráis con un grupo de guardias, y Reidel, uno de ellos, me habló de la desgracia acaecida a su pariente. Parece que deliraba, óyeme bien, acerca de las tierras oscuras. También hablaba de grandes fuegos y vientos que causaban la muerte, y de muchachas que desgarraban su corazón como gatas-brujas. De haber sido otro hombre, yo hubiera calificado todo eso como mera charlatanería, pura imaginación. Pero conozco a Reidel de toda la vida. No es un charlatán, y por lo que he podido saber, no tiene más imaginación que una de sus alforjas. No tenía, debería haber dicho; el pobre hombre está muerto. Pero me contó lo que había visto y oído, y creo que se trata de algo más que una coincidencia. Y ya te hablé de la emboscada, cuando unos atacantes invisibles cayeron sobre nosotros con espadas y armas también invisibles. Esto solo bastaría para pensar que algo muy extraño está ocurriendo en las alturas que han empezado a llamar las tierras oscuras. Como es demasiado improbable que se produzcan dos acontecimientos inesperados en la misma parte del país sin que estén relacionados, no sería un disparate suponer que lo que les ocurrió a mis guardias está de alguna manera asociado con la desaparición de Calista.

—Parece probable —coincidió ella—. Esto me sugiere algo más. No fue un ser humano quien arrancó los ojos de Bethiah mientras ella trataba de salvar a su hija de crianza. —Se estremeció, abrazándose los hombros como si estuviera aterida—. ¡Damon! ¿Es posible, puede ser, que Calista esté en poder del pueblo-gato?

—No parece imposible.

—¿Pero qué pueden querer de ella? ¿Qué harán con ella? ¿Qué... qué...?

—¿Cómo puedo saberlo, Ellemir? Sólo puedo suponer. Sé muy poco acerca de este pueblo, a pesar de que he luchado contra ellos. No he llegado a ver a un miembro de esta raza, salvo como cadáver sobre el campo de batalla. Algunos creen que son tan inteligentes como los hombres, y otros piensan que son apenas mejores que los animales. Creo que desde los días de Varzil el Bueno no hay nadie que tenga datos seguros sobre ellos.

—No, hay algo que sí sabemos con seguridad —objetó Ellemir—, que pelean como hombres, y a veces con mayor fiereza.

—Eso sí —coincidió Damon, y quedó en silencio, pensando en sus guardias, emboscados y muertos en las colinas por debajo de Armida. Habían muerto para que él pudiera estar allí sentado frente al fuego con Ellemir. Sabía que no había podido hacer nada por salvarlos, y compartir la muerte de ellos no hubiera beneficiado a nadie, pero de todas maneras se sintió desgarrado por el sentimiento de culpa, que no cedía—. Cuando la tormenta amaine debo ir a darles sepultura —dijo, y al cabo de un momento añadió—: Si es que queda algo para sepultar.

Ellemir citó un conocido proverbio montañés:

—El muerto en el paraíso está demasiado feliz para preocuparse por las indignidades de su cadáver; el muerto en el infierno tiene muchas otras cosas en qué pensar.

—Sin embargo —insistió Damon con obstinación—, en nombre de sus familias haré todo lo que esté en mi mano.

—Es el destino de Calista lo que me preocupa ahora. ¡Damon! ¿Estás hablando en serio? ¿De veras crees que Calista puede estar en manos de seres no humanos? Más allá de otras consideraciones, ¿qué pueden querer de ella?

—En cuanto a eso, niña, sé tanto como tú. Es posible... y debemos aceptar esa posibilidad, que la hayan raptado por alguna razón inexplicable, sólo comprensible para los no-humanos, que nosotros jamás podríamos conocer o entender.

—¡Esto no facilita las cosas! —Ellemir estaba furiosa—. ¡Parecen los cuentos de horror que me contaban de pequeña! Fulanito fue raptado por monstruos, y cuando yo pregunté por qué lo habían raptado los monstruos, la niñera me contestó que porque los monstruos eran malos... —Se interrumpió y recobró la voz—. ¡Esto es
real
, Damon! ¡Es mi
hermana
!¡No me expliques cuentos de hadas!

Damon la miró sin perder la calma.

—Nada más lejos de mi intención. Ya te lo he dicho: en realidad nadie sabe nada sobre el pueblo-gato.

—¡Salvo que es maligno!

—¿Qué es el mal? —Preguntó Damon con cansancio—. Puedes decir que perjudican a nuestro pueblo, y estaré totalmente de acuerdo contigo. Pero si dices que son malignos en sí mismos, sin ninguna razón y sólo por el placer de hacer el mal, entonces los estás convirtiendo en los monstruos de los cuentos de que me has hablado. Sólo dije que como nosotros somos humanos y ellos son del pueblo-gato, tal vez tengamos que aceptar que no podamos comprender, ni ahora ni nunca, qué razones tuvieron para raptarla. Es simplemente un dato a tener en cuenta: cualquier razón que podamos suponer como causa del rapto de Calista puede ser una simple aproximación a las razones de ellos, y no toda la verdad. Aparte de eso, sin embargo, ¿por qué rapta mujeres cualquier pueblo, y por qué a Calista en particular? O, en todo caso, ¿por qué raptan las bestias? Jamás he oído decir que comieran carne, y en cualquier caso los bosques están repletos de caza en esta época, de modo que podemos suponer que la razón no es ésa.

—¿Estás tratando de asustarme? —Ellemir todavía parecía furiosa.

—En absoluto. Estoy tratando de disipar el horror. Si tenías alguna vaga idea de que podrían haberla matado y comido, creo que puedes descartarla. Por la forma en que mataron a los guardias, e hirieron a su madre de crianza, está claro que no les servía cualquier ser humano, ni siquiera cualquier mujer. De modo que se la llevaron, pero no porque fuera humana ni porque fuera mujer: se la llevaron porque era una determinada mujer humana, porque era Calista.

—Los bandidos y los salteadores de caminos —comentó Ellemir en voz baja— suelen raptar mujeres jóvenes, a veces, como esclavas o concubinas, o para venderlas en las Ciudades Secas...

—Creo que también podemos olvidar eso —objetó Damon con firmeza—. Dejaron a todas las criadas aquí; en cualquier caso, ¿qué harían los hombres-gato con mujeres humanas? Hay historias de cruces entre hombres y
chieri
, leyendas que se remontan a la antigüedad, pero nadie puede asegurar que tengan algún fundamento real. En cuanto a los otros pueblos, nuestras mujeres no significan para ellos más que las suyas para nosotros. Por supuesto, entra en lo posible que tuvieran algún cautivo humano que deseara una mujer, pero aun en el caso de que fueran tan amables y altruistas como para proporcionarle una, hecho que me resulta inverosímil, había una docena de criadas, tan jóvenes como Calista, igualmente bellas y mucho más accesibles. Si tan sólo querían mujeres humanas como rehenes, o para venderlas como esclavas, se las hubieran llevado también. O se las hubieran llevado a ellas y hubieran dejado a Calista.

—O a mí. ¿Por qué sacar a Calista de su propia cama, y dejarme a mí tan tranquila?

—También eso. Tú y Calista sois gemelas. Yo puedo distinguiros, pero sólo porque os conozco desde que teníais el pelo demasiado corto como para llevar trenzas. Un desconocido nunca os hubiera distinguido, y fácilmente se hubiera llevado a una creyendo que era la otra. Tampoco es probable que desearan simplemente un rehén, o alguien por quien pedir rescate, y cogieran a la que estaba más a mano.

—No —confirmó Ellemir—. Mi cama está más cerca de la puerta, y la rodearon con todo sigilo para llegar hasta la de ella.

—Entonces se trata del único rasgo que os diferencia —indicó—. Calista es telépata y Celadora. Tú, no. Sólo podemos suponer que de alguna manera ellos sabían cuál de las dos era telépata, y que por alguna razón querían llevarse específicamente a la mujer que respondía a esa característica. ¿Por qué? Sé tanto como tú, pero estoy seguro de que ésa es la razón.

—Pero eso no nos aproxima a ninguna solución —exclamó Ellemir, con tono frenético—. ¡El hecho es que ella ha desaparecido, y nosotros no sabemos dónde está! ¡Así que toda tu charla no sirve para nada!

—¿No? Piensa un poquito. Sabemos que hay posibilidades de que no la hayan matado, salvo por accidente; si se tomaron tanto trabajo para raptarla, es probable que la traten con gran cuidado, la alimenten bien, la mantengan caliente, la consideren un lujo. Puede estar asustada y sentirse sola, pero es de presumir que no tenga frío, ni hambre ni dolor, y sería muy raro que haya sufrido abusos o molestias físicas. También es de suponer que no la hayan violado. Eso, al menos, debería tranquilizarte.

Ellemir alzó la olvidada copa de vino y tomó otro sorbo.

—Pero eso no nos ayuda a traerla de vuelta, y ni siquiera sabemos dónde buscarla. —De todos modos, su voz sonaba más tranquila, y Damon se alegró.

—Poco a poco, muchacha. Tal vez, después de la tormenta...

—Después de la tormenta, cualquier rastro o huellas que puedan haber dejado se habrán borrado —objetó Ellemir.

—Por lo que sé, el pueblo-gato no deja rastros que un hombre pueda interpretar, y casi nunca rastros que sirvan para otros gatos. En cualquier caso, no soy rastreador. Si en algo puedo ayudarte, no es de esa manera.

Los ojos de ella se abrieron muy grandes y de repente se le aferró al brazo.

—¡Damon! Tú también eres telépata, has tenido cierto entrenamiento... ¿no puedes hallar a Calista de ese modo?

Parecía tan excitada, tan viva y feliz con la perspectiva, que a Damon le dolió tener que destruir sus esperanzas, pero sabía que no quedaba más remedio.

—No es tan fácil, Ellemir. Si tú, que eres su gemela, no puedes llegar hasta su mente, debe ser por alguna razón.

—Pero yo no tengo entrenamiento, sé muy poco —murmuró Ellemir con esperanza—, y tú tienes el entrenamiento de la Torre...

El hombre suspiró.

—Eso es cierto. Y lo intentaré. Desde el principio he tenido la intención de probar. Pero no esperes demasiado,
breda
.

—¿Lo intentarás
ahora
? —rogó ella.

—Haré lo que pueda. Primero, tráeme algo de Calista... una joya que use mucho, una prenda muy usada, algo así.

Mientras Ellemir iba a buscarlo, Damon extrajo la piedra estelar del envoltorio protector de seda y la observó, reflexionando. Telépata, sí, y entrenado en una Torre en las antiguas ciencias telepáticas de Darkover... por un breve período. Y el don hereditario, el
laran
o poder telepático de la familia Ridenow, era la percepción psíquica de fuerzas extrahumanas, engendrado en el material genético del Dominio Ridenow para tareas como ésta, desde hacía siglos. Pero últimamente, las antiguas ciencias no-causales de Darkover habían caído en desuso; a causa de los matrimonios entre parientes, los antiguos dones del
laran
rara vez eran intensos. Damon había heredado todo el don de la familia, pero él siempre lo había experimentado más como una condena que como una bendición, y ahora retrocedía ante la idea de usarlo.

También había retrocedido ante la idea de usarlo —ahora enfrentó directamente el hecho, y la culpabilidad— para salvar a sus hombres. Había percibido el peligro. El viaje, que en principio debía haber transcurrido pacífico, una rutina, una misión familiar, se había convertido en una pesadilla que apestaba a peligro. Sin embargo, no había tenido el coraje de usar la piedra estelar, la piedra matriz que le habían dado durante su entrenamiento en la Torre, demasiado íntimamente sintonizada con las estructuras telepáticas de su mente como para que otra persona pudiera usarla o siquiera tocarla.
Porque él le tenía miedo... siempre le había tenido miedo.
El tiempo vaciló, aniquilando quince años, y un Damon más joven se encontró, con la cabeza gacha, ante la Celadora Leonie, la misma Leonie que ahora envejecía y cuyo lugar debía ocupar Calista. Leonie no era joven ni siquiera entonces, y carecía de belleza, con el pelo color llama ya un poco apagado, el cuerpo chato y delgado, pero sus ojos grises eran amables y compasivos.

—No, Damon. No es que hayas fracasado, ni me has disgustado. Todos nosotros... yo misma... te amamos y te valoramos. Pero eres demasiado sensible, no puedes aislarte y autoprotegerte. Si hubieras nacido mujer, en un cuerpo de mujer —agregó, poniéndole una mano en el hombro—, hubieras sido una Celadora, tal vez una de las más grandes. Pero como hombre —hizo un leve encogimiento de hombros—, te destruirías a ti mismo, te harías pedazos. Tal vez, libre de la Torre, puedas rodearte de otras cosas, hacerte menos sensible, menos... —vaciló, buscando la palabra exacta— menos vulnerable. Te despido por tu bien, Damon, por tu salud, por tu felicidad, tal vez por tu cordura misma. —Levemente, casi como un suspiro, los labios de ella le rozaron la frente—. Sabes que te amo, por eso no quiero destruirte. Ve, Damon.

No había apelación posible, y Damon se había ido, maldiciendo la vulnerabilidad, el don que llevaba como una condena.

Había emprendido una nueva carrera en el Concejo del Comyn, y aunque no era buen soldado ni espadachín, había aceptado el cargo de comandante de los guardias, coaccionado por la necesidad de probarse a sí mismo. Ni siquiera para sus adentros había admitido hasta qué punto aquella conversación con Leonie había socavado su virilidad. Había evitado con horror y pánico cualquier trabajo con la piedra estelar (aunque la seguía llevando, ya que se había convertido en una parte de sí mismo).

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