La Espada de Fuego (12 page)

Read La Espada de Fuego Online

Authors: Javier Negrete

Tags: #Tramórea 1

BOOK: La Espada de Fuego
10.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Allí es donde nos han dicho —susurró el Serpiente, acercándose al gigante embozado.

Se detuvieron ante una casucha encajonada entre dos edificios destartalados, junto a la fuente de los tres caños herrumbrosos que tenían como referencia, y llamaron a la puerta. Al cabo de un rato, se abrió un postigo tras el que asomaba un rostro fundido con las sombras.

—Hemos venido a consultar con tu amo.

—¿Has dicho mi amo? —respondió una voz en el acento arrastrado del Eidostar-. ¡Yo no tengo amo!

Otra voz llegó desde el interior.

—Déjalos entrar, Dritos.

La puerta se abrió con un quejido de óxido. El gigante ordenó a los escoltas que aguardaran fuera, y él entró en la casucha con Kirión. El hombre al que habían llamado Dritos, un pillastre de mirada insolente, cerró y se volvió para examinarlos a la luz de un cabo de vela. La mayoría de aquellas ratas de suburbio eran hijos de labriegos arruinados que habían trasladado su miseria del campo a la ciudad. El filósofo Brauntas había propuesto una forma de limpiar Koras: prender fuego al Eidostar por los cuatro costados, pero no sin antes cercarlo con el ejército imperial para evitar que las sabandijas que lo poblaban escapasen de las llamas.

El otro morador de la casa era un viejo que vestía una túnica grasienta y sostenía con mano temblequeante una lamparilla de cerámica. Su voz aguardentosa hacía pareja con su nariz, sembrada de bubas y venillas.

—Bienvenidos a mi humilde hogar, señores. Acompañadme a la bodega, si os place, y acabaremos cuanto antes.

Guiados por el viejo, bajaron la escalera que conducía al sótano. La madera de los peldaños crujió bajo sus pies. Llegaron a un corredor de paredes labradas en la roca que se perdía más allá de las luces. Caminaron durante unos minutos. El aire era húmedo y olía a moho y a orines. Kirión se acercó a su señor y le susurró que tal vez no fuera prudente seguir, pues se estaban alejando demasiado de la escolta. El gigante desechó sus temores. Poco después, la galería dobló a la izquierda y empezó a descender. El suelo era irregular y los hilos de agua que se filtraban de las paredes lo hacían resbaladizo. Tras varios recodos, el túnel desembocó en una estancia más amplia. El viejo encendió unos candelabros que revelaron su forma. Era una cripta circular de unos siete metros de diámetro, techada por una falsa cúpula de hiladas de mampostería. Reinaba un olor agrio y dulzón a la vez. Las paredes estaban adornadas con dibujos y grabados esotéricos, que compartían la piedra con mensajes obscenos y maldiciones surtidas.

—¿Adonde nos has traído? ¿A una guarida de delincuentes? —preguntó Kirión.

—¡No, no, señores! —respondió el viejo, frotándose las manos-. Todo aquí cumple su misión. Si lo decís por lo que veis en las paredes, se trata de invocaciones, pues algunos espíritus son muy rijosos.

—¿Y a cuál de ellos vas a invocar?

—Paciencia, señores —respondió el viejo, hurtando el lomo como un perro apaleado-. Controlo numerosos poderes y tengo relación con muchas potestades del otro mundo, que sin duda os dirán lo que queréis saber.

El gigante apoyó la mano en una larga mesa de madera, y sintió algo frío y húmedo en ella.

—Ten cuidado, señor. Ésa es la mesa de la invocación.

No era sangre, como se había temido el gigante embozado, sino vino. Sin embargo, al examinar la madera con más atención descubrió unas manchas parduscas en las que reconoció sangre, ya antigua. Había también cuatro argollas clavadas a la madera y unos signos casi borrados.

—¿Qué vas a hacer, sacrificar un cerdo o un pollo? —se burló Kirión.

—Por desgracia los cerdos no sirven para este ritual, señor. Los dioses les otorgaron sabrosos atributos, pero entre ellos no se cuenta el don de la palabra. No, debemos hacer un sacrificio... humano.

Al decir esto, su mirada se volvió hacia Dritos. Éste, al comprender para qué lo habían hecho, dejó caer la vela y sacó un estilete del cinto.

—¡Un momento! ¡No me conocéis si creéis que me vais a poner la mano encima! —los amenazó.

—Y tú, ¿me conoces a mí?

El gigante se retiró por fin el embozo. La luz temblorosa de los candelabros reveló una negra melena que caía sobre unos rasgos duros y alargados. El hombre dio un paso más, y las sombras huyeron de las cuencas de sus ojos. En cada uno de ellos brillaban dos pupilas que compartían un iris verdoso y alargado.

—Togul Barok...

Dritos susurró el nombre del príncipe como si hubiera visto a un demonio del inframundo. Sus dedos se aflojaron y dejaron caer el estilete. El príncipe de Áinar dio dos pasos hacia él, lo agarró por los codos, lo levantó en vilo y lo puso sobre la mesa. Cuando el ratero vio sus muñecas y tobillos aherrojados, comprendió que la noche no iba a ser tan provechosa como había imaginado.

Togul Barok se apartó y le hizo una seña al viejo, que al conocer la identidad de su visitante se dejó caer de rodillas y clavó la frente en el suelo.

—Mi señor... Alteza... No sabía que tú...

—Levanta. Quiero respuestas. Me han dicho que tu magia las da.

El viejo se levantó, pero siguió haciendo reverencias a cada momento, ignorante de qué protocolo debía seguir ante el hijo del emperador. Dritos, recobrado del estupor inicial, les dedicó todo tipo de improperios mientras se debatía en vano contra los grilletes.

—Tiene una voz muy desagradable. ¿No puedes hacerlo callar?

—Por desgracia, señor, necesitaremos su voz. Pero no te preocupes. Pronto dirá tan sólo lo que os interese escuchar. En cuanto beba esto...

El viejo se agachó y recogió de debajo de la mesa una jarra de barro, cuyo contenido vertió en un vaso de cobre. La pócima caía a cuajarones, y ni por su olor ni por su textura parecía inofensiva. Togul Barok preguntó de qué se trataba.

—Es una mixtura de sangre de escuerzo, cenizas de feto humano, hojas de yedra machacadas, cristal tóxico de los montes Elbor... Hay más ingredientes, pero no quisiera aburriros. El resultado es un veneno de efectos curiosos —añadió, mientras acercaba el vaso a la boca de Dritos-. Perdonad mi atrevimiento, pero si me ayudarais a administrárselo...

El príncipe tapó con una mano la nariz del malhechor y con la otra le estrujó las mejillas para que abriera la boca. El viejo vació el líquido nauseabundo en la garganta de Dritos y después le cerró las mandíbulas.

—Observa, Alteza.

Dritos agitó la cabeza unos segundos y después quedó inmóvil, con los ojos fijos en el techo. El viejo sacó de su túnica un cuchillo curvo, le desgarró la ropa y dejó al descubierto su pecho. En él clavó la hoja y practicó una larga incisión hasta el costado. Al lado puso una palangana para recoger la sangre que brotaba de la herida.

—Ahora no siente ni padece, o al menos no puede manifestarlo. Su cuerpo aún vive, pero su espíritu lo ha dejado vacío, y por ello puede servir de morada a otros númenes.

Los ojos de Dritos, forzados a mantenerse abiertos, se estaban llenando de lágrimas. El viejo comenzó su invocación.

—¡Espíritus que moráis bajo la superficie del suelo! ¡Vosotros, que amontonáis tesoros en los cimientos de la tierra! ¡Vosotros, que atormentáis las noches de los mortales con ensueños ora veraces, ora engañosos!

Togul Barok estaba absorto en el ritual. No era entusiasta de las artes negras, pero la Espada de Fuego justificaba tentar todos los recursos.

—¡Tomad como ofrenda la sangre de esta indigna víctima, venid a beberla a su cuerpo! —El viejo tomó la bacina, llena ya de oscura sangre, y vertió su contenido en la boca entreabierta de Dritos-. ¡Acudid, espíritus subterráneos, y decidme lo que debo saber!

El viejo siguió salmodiando sus invocaciones. Togul Barok empezó a impacientarse. Brauntas, su preceptor de filosofía, sostenía que todos los magos eran unos charlatanes, y acaso tuviera razón.

—Un momento... —susurró el viejo-. Ya viene... —Agachó la cabeza, se recogió las descoloridas guedejas y pegó la oreja al pecho de Dritos, pringándose la cara de sangre-. Ahí está. No, no, ahí
están.
Deben de ser por lo menos tres o cuatro. ¿Deseas preguntar ahora, Alteza?

Togul Barok asintió, con las cuatro pupilas fijas en la boca sanguinolenta del ratero.

—Quiero saber dónde está
Zemal.

Una voz ronca que parecía llegar de las profundidades del infernal Prates le contestó:

—¿Quieres saber dónde está la Espada de Fuego?

—Eso he dicho. ¿Quién eres? —repuso el Príncipe, impaciente.

Los labios de Dritos no se habían movido. El espíritu parecía utilizar su pecho como caja de resonancia.


¿QUIERES SABER QUIENES SOMOS?
—preguntó otra voz, aún más grave que la primera.

—Ya te he dicho que son varios, Alteza —explicó el viejo.

—Y también insolentes —repuso Togul Barok-. He hecho dos preguntas y aún no me han contestado.

—Perdóname, Alteza, pero hay que tener en cuenta que los espíritus no son como nosotros. Sufren en su mundo de sombras, y como venganza les gusta atormentar a los mortales. Si no pueden hacernos daño físico, al menos intentan burlarse de nosotros.

—Pues fuérzalos a que me digan la verdad.

El viejo asintió, y cerró la boca de Dritos. Los ojos del inerte malhechor estaban rojos y anegados de lágrimas.

—Habladnos con palabras verdaderas o no volveréis a salir por la boca de este hombre. Dadnos respuestas ciertas u os quedaréis confinados por siempre en su miserable cuerpo.

Después volvió a separarle los labios. Una voz atiplada respondió:

—Pregunta y te contestaremos. No queremos quedarnos en este mortal. Su cuerpo es sucio y maloliente.

—Mi señor pregunta por
Zemal,
la Espada de Fuego. Quiere saber dónde está.

—Nunca fui un héroe ni luché por la Espada. A otro has de preguntar —
respondió la voz.

Togul Barok miró al viejo con expresión suspicaz.

—A otro pregunto, a otro de los espíritus que se han alojado en este mísero cuerpo. ¿Dónde está la Espada?

La primera voz respondió:

—El señor Tarimán, cuyo poder llega hasta las profundidades, se enfurecería si reveláramos el secreto paradero de su arma. Pero puedo decirte qué héroes lucharán por ella, sus nombres y ciudades.

Togul Barok, que había estado inclinado sobre el cuerpo de Dritos, se incorporó y miró al viejo.

—Pierdo el tiempo escuchando cosas que ya sé o que puedo averiguar por espías. Si he recurrido a la magia es porque quiero saber
dónde
se encuentra la Espada de Fuego.

—Sí, Alteza —contestó el anciano, tragando saliva-. ¡Espíritus de las profundidades, decidme dónde se encuentra
Zemal!

—¡Qué engañosas son las palabras de los mortales! —
exclamó la voz atiplada-,
Acudí a tu invocación para saciarme de sangre negra y recibir noticias del mundo de los vivos, y soy yo quien debo contestar a preguntas que no me complacen. Busca... al este, en... en tierras de...

Togul Barok hizo chasquear la lengua y curvó apenas los labios.

—Decepcionante.

—No te entiendo, señor... —balbuceó el viejo.

—Al palacio imperial de Koras acude todo tipo de artistas y charlatanes. No hace más de un año que presencié la actuación de un ventrílocuo bastante mejor que tú. Al menos no movía la boca.

—¿Cómo? ¿Insinúas, Alteza, que yo estoy tratando de... ?

Las palabras del viejo murieron en su boca, ahogadas por unos dedos cárdenos que se habían cerrado sobre su garganta. El príncipe y Kirión dieron un respingo y retrocedieron asustados. Dritos había arrancado de cuajo un grillete para aferrar el cuello de su verdugo. Después se incorporó rompiendo la otra argolla y habló, moviendo sus propios labios. Pero la voz que brotó de ellos no le pertenecía ni a él ni al falso hechicero, ni quizá a ninguna criatura que morara sobre la faz de la tierra.

—¡VIEJO ESTÚPIDO, HAS JUGADO CON FUERZAS QUE NO PUEDES COMPRENDER! CREADOR DE MENTIRAS, EL PAGO POR DESPRECIAR LAS VERDADERAS ARTES NEGRAS ES SIEMPRE EL MISMO: ¡LA MUERTE!

Mientras los dedos del ladrón se clavaban como garfios en el cuello del viejo, una espantosa metamorfosis se operó en el rostro de Dritos.

—¡Mira, mi señor! —exclamó Kirión.

Era ocioso decirlo, pues el príncipe no tenía ojos para otra cosa. Los rasgos del ladrón estaban transformándose entre horribles crujidos de huesos, rezumar de sangre y desgarrones de piel, como si una mano invisible los moldeara desde dentro. Poco a poco fue definiéndose un rostro distinto, una máscara de facciones finas que hubieran sido bellas de no estar bañadas en sangre y surcadas de grietas.

—¡CONTEMPLA MI ROSTRO, VIEJO! ¡GUÁRDADLO EN TU MEMORIA, PORQUE SERÁ LO PRIMERO QUE TE RECIBA EN EL INFIERNO!

La mano que había sido de Dritos se cerró aún más. Con un último esfuerzo, los dedos se unieron, aplastándole la tráquea al viejo, que cayó al suelo como un guiñapo.

Togul Barok desenvainó la espada, dispuesto a decapitar a aquella abominación.

—¡ALTO, MI SEÑOR PRÍNCIPE! —Dritos giró el cuello y unos ojos inyectados en sangre se clavaron en los de Togul Barok-. PERMITE QUE ME SIRVA DE ESTE CUERPO UNOS INSTANTES MÁS. ESE ESTÚPIDO VIEJO ME HA OFRECIDO LA OPORTUNIDAD DE HABLAR CONTIGO ANTES DE LO QUE ESPERABA.

—¿Quién o qué eres? —preguntó Togul Barok, sin guardar la espada.

La criatura esbozó una sonrisa desollada. Los esfuerzos de la metamorfosis habían arrancado los dientes de su boca.

—EL DESEO DE ULMA TOR ES AYUDARTE, MI SEÑOR.

—Entonces contesta: ¿dónde está la Espada de Fuego?

Kirión se admiró del aplomo del príncipe. Pero no en vano su señor era el elegido de los dioses.

—NO LO SÉ, MI SEÑOR. —Aquellos rasgos torturados se contrajeron en un fingido gesto de aflicción-. AMPLIOS SON MIS PODERES, PERO EL SECRETO DE
ZEMAL
ESTÁ BIEN GUARDADO. NO CONOCERÁS SU PARADERO HASTA QUE NO TE LO REVELEN LOS PlNAKLES.

—Entonces, ¿qué ayuda puedes brindarme, engendro del infierno?

—NO ME LLAMES ASÍ, MI SEÑOR. MI ROSTRO NO ES TAN HORRENDO COMO ÉSTE. —Su voz se rompió en un gorgoteo-. SIETE HABRÉIS DE SER LOS QUE COMPITÁIS POR
ZEMAL,
UNA JAUKA. TUS RIVALES SERÁN APERIÓN DE LA HORDA ROJA, TYLSE DE ATAGAIRA, DARNIL-MUGUNI-RAHIMIL EL AUSTRAL, KRATOS EL AINAIRI, KRUST DE NARAK Y DERGUÍN GORIÓN.

—Derguín Gorión... —musitó el príncipe.

Aquel nombre le era desconocido, pero sin saber por qué se sintió desasosegado.

Other books

Penric's Demon by Lois McMaster Bujold
Electromagnetic Pulse by Bobby Akart
Overtime by Roxie Noir
The Creepers by Dixon, Norman
A Twist of Fate by T Gephart
Geekhood by Andy Robb
Carolina Heart by Virginia Kantra
Heaven and Earth by Nora Roberts