La Espada de Disformidad (30 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La Espada de Disformidad
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No por primera vez, Malus se preguntó cómo le irían las cosas a
Rencor
en la ciudad desgarrada por la guerra. ¿Aún lo alimentarían y alojarían en los corrales para nauglirs del distrito de los nobles, o acaso el hambre o la desventura habrían impulsado al gélido a salir a las calles? No sentía ningún temor real por la seguridad del nauglir, ya que la bestia de guerra era rival más que digno para cualquiera que no fuesen los grupos más pesadamente armados que merodeaban por Har Ganeth. Era la seguridad de las reliquias que había dentro de las alforjas del gélido lo que le daba motivo de preocupación. Lo obsesionaban visiones del gélido que se abría paso con las zarpas a través de las puertas del corral, y las alforjas le eran arrancadas del lomo en el proceso; o se las desgarraban en una lucha y el contenido se esparcía por la calle.

Una cosa que comenzaba a comprender sobre las reliquias mágicas era que encontrarlas constituía sólo la mitad del desafío. Conservarlas, durante el tiempo que fuera, resultaba igual de difícil, si no más.

Si los fanáticos habían robado la espada y escapado a través de la Puerta Bermellón hacía cientos de años, Malus no tenía ni la más remota idea de cómo seguirles el rastro, pero Arleth Vann conocía una biblioteca, situada dentro de la Ciudadela de Hueso, que podría contener algunos indicios útiles. Lo único que tenían que hacer era dejar atrás a las bestias de Urial y las patrullas de fanáticos y escabullirse sin ser vistos dentro de uno de los más importantes edificios de la fortaleza. Como siempre, el asesino se ofreció a intentarlo en solitario, pero Malus había insistido en enviar a un pequeño grupo. Simplemente, había demasiado en juego como para arriesgarse a enviar a uno sólo, aunque fuera tan diestro como Arleth Vann. Si algo salía mal y Urial adivinaba qué interés tenían en la biblioteca, el pretendido Azote podría ponerla bajo una vigilancia tan estrecha que no lograrían ni acercarse; o peor aún, pondría una trampa mágica para cogerlos desprevenidos la próxima vez que intentaran llegar a ella.

Con el globo de luz bruja por encima de la cabeza, Arleth Vann echó a andar por el estrecho corredor sembrado de huesos. Muchos de los pasadizos habían quedado sumidos en el desorden a causa del paso de las bestias del Caos. De los nichos habían caído esqueletos que las patas leoninas de los monstruos habían reducido a polvo. Algunos de los más recientes incluso tenían el cráneo y los huesos largos partidos debido a que las bestias buscaban carne en vano. El asesino pasó con cuidado entre los huesos y la tela podrida, y Malus y los leales le seguían los pasos y observaban cada nicho y pasadizo lateral con creciente sensación de inquietud. Nadie hablaba, pero todos compartían la misma sensación de miedo. Cuanto más tiempo pasaban en los túneles, mayor era la posibilidad de que las bestias olfatearan su olor. Antes o después, se les acabaría la suerte.

Arleth Vann avanzaba con seguridad por el laberinto de túneles, y sólo de vez en cuando se detenía para comprobar su orientación en los cruces de pasadizos o en las antecámaras. Por lo que Malus podía ver, Niryal y los otros servidores del templo estaban tan desorientados como él. Lo único que sabía con certeza era que se encontraban cerca de la superficie. Los corredores mostraban señales de tráfico frecuente, y en su mayor parte estaban libres de telarañas y capas de polvo. El noble se sorprendió ante lo ansioso que estaba por salir de debajo de la tierra, aunque fuera durante poco tiempo. Habían pasado seis días desde que había estado al aire libre por última vez, y el claustrofóbico peso de las catacumbas comenzaba a afectarle los nervios.

Pasaban largos minutos, y la impaciencia de Malus aumentaba. Un pasadizo conducía a otro, y cualquier sonido lo ponía nervioso. No oyeron resonar más aullidos de cacería en la negrura. ¿Significaba eso que las bestias se habían alejado, o que se les aproximaban sigilosamente y esperaban hasta el último instante para lanzarse sobre ellos en medio de un estruendo de terribles chillidos sibilantes?

Al fin, Malus no lo pudo aguantar más. Aceleró ligeramente el paso, lo suficiente para dar alcance a Arleth Vann, y le tironeó de la ropa. El asesino se detuvo.

—Dijiste que faltaban apenas unos minutos más —susurró Malus.

—Ya casi hemos llegado —replicó el guardia, y señaló hacia la negrura de delante—. Hay una cámara situada a pocos metros, en esa dirección. Al otro lado encontraremos una rampa que asciende hasta las habitaciones inferiores de la ciudadela.

Malus inspiró profundamente y se obligó a relajarse.

—De acuerdo —dijo—. Adelante.

El asesino avanzó silenciosamente por el corredor y, al cabo de pocos minutos más, Malus vio que el resplandor de la luz bruja se expandía para llenar una amplia cámara situada justo delante. Se trataba de una habitación rectangular de casi veinte pasos de largo, y contra paredes y rincones se apilaban esqueletos y cráneos medio deshechos. A derecha e izquierda partían pasadizos, y al otro lado de la cámara ascendía una rampa. Arleth Vann se apartó a un lado al entrar, y Malus se precipitó al interior junto con los leales, justo detrás de él.

—¡Espera, mi señor! —le advirtió el asesino con un susurro—. Hay algo raro...

Con el entrecejo fruncido, el noble se volvió para preguntar de qué hablaba, pero la pregunta quedó sin formular cuando un coro de alaridos agudos hizo estremecer el aire húmedo.

18. El interrogatorio de los muertos

Durante un brevísimo instante, Malus quedó petrificado de horror cuando los agudos chillidos reverberaron por la cámara débilmente iluminada. Los atacantes cargaron desde los pasadizos en sombras, pero en lugar de las rapaces bestias del Caos que esperaban, sus enemigos tenían forma de druchii. Vestían ropones y kheitans azules bajo largos camisotes, y llevaban la piel y el pelo embadurnados con una gruesa capa de hollín o ceniza. Iban armados con lanzas cortas de punta engarfiada o con espadas de filo serrado, y sus expresiones estaban contorsionadas en una mueca ferozmente sanguinaria.

Malus sabía que no eran monstruos mágicos que se encogieran de hombros ante el mordisco del acero afilado, y ese conocimiento lo colmó de vigor asesino. El noble alzó la espada y recibió la carga de los enemigos con una risa sedienta de sangre.

—¡Sangre y almas para Khaine! —gritó, y corrió hacia los druchii que iban hacia ellos.

El primero, con los ojos muy abiertos de sorpresa ante la intrépida carga de Malus, intentó ensartarlo con la lanza. El noble desvió el arma a un lado con el plano de la espada, y con el golpe de retorno la estrelló en la cara del atacante. Se oyó un crujido de hueso cuando la afilada hoja impactó justo debajo de la nariz del oponente y le cortó el cráneo en dos. El cadáver pasó junto al noble al dar unos pasos más llevado por su impulso antes de desplomarse en el suelo.

El estruendo de la batalla inundó la cámara en el momento en que los leales se lanzaron contra sus enemigos. Un atacante pálido lanzó un grito cuando Niryal se agachó por debajo de la estocada de lanza que le dirigía y le cortó la pierna derecha justo por debajo de la rodilla. Arleth Vann desenvainó una de las espadas que llevaba y penetró como un bailarín entre los enemigos que los acometían desde la izquierda, para matar a dos en medio de una brillante fuente roja.

Dos druchii acometieron a Malus con cuchillos de hoja serrada dispuestos a apuñalarlo. Sin dejar de reír furiosamente, cargó contra el primero de ellos, al que hizo retroceder con un barrido dirigido a la cara. El segundo vio que tenía una oportunidad y lo atacó por la derecha con un tajo ascendente destinado a destriparlo, momento en que descubrió que había caído en la trampa del noble. En el último momento, Malus pivotó para esquivar la puñalada y cercenó la mano que sujetaba el cuchillo con un tajo corto y fuerte. La sangre caliente salpicó el rostro de Malus mientras el guerrero mutilado caía de espaldas, pero él ya había desviado la atención hacia el segundo. El druchii dirigió a la garganta de Malus un tajo que éste bloqueó con facilidad y desvió el arma, más pequeña, con la espada. Antes de que el druchii pudiera recuperarse, el noble plantó en el suelo el pie izquierdo al tiempo que reía, y acometió la garganta del atacante con el filo del arma. La punta de la hoja raspó contra la columna vertebral del druchii, que, herido de muerte, se desplomó sin vida.

De repente, Malus sintió que algo curvo y afilado le rodeaba el tobillo izquierdo. Miró hacia la izquierda justo a tiempo de ver que uno de los druchii le sonreía triunfalmente antes de tirar de la lanza. La curva hoja del arma hizo que Malus perdiera el equilibrio. El instinto y los reflejos desarrollados en la batalla lo hicieron rotar en el aire y le permitieron caer de espaldas en lugar de hacerlo sobre el brazo que llevaba la espada, pero el lancero era un luchador rápido y astuto; avanzó velozmente y estrelló la hoja de la lanza contra la mano con que Malus empuñaba el arma. El noble rugió de dolor y cólera cuando la espada salió girando por la habitación.

La lanza volvió a acometer, esta vez dirigida hacia el cuello de Malus, pero el noble atrapó el asta con ambas manos y tiró del druchii hacia sí. Cuando daba traspiés hacia él, le pateó la entrepierna con fuerza y estrelló el tacón contra la rodilla izquierda del atacante. El druchii cayó con una mueca de dolor, y Malus le arrebató la lanza de las manos. El noble hizo girar el arma y clavó la punta en una sien del enemigo. Luego se alejó a gatas del cuerpo que se estremecía y fue en busca de su espada.

Junto a él pasaban druchii corriendo. Los atacantes de rostro cubierto de ceniza estaban en plena retirada, desmoralizados por la ferocidad del contraataque enemigo. Algo con el brillo del acero pasó girando por el aire, se oyó un impacto sordo y uno de los druchii fugitivos lanzó un grito estrangulado antes de caer al suelo con la espada de Arleth Vann clavada en la espalda. Malus llegó hasta su espadón y se puso en pie de un salto, pero para entonces se había desvanecido el resto de los atacantes y sus pasos se alejaban con rapidez en la oscuridad.

Arleth Vann corrió hasta su víctima y le arrancó la espada al tiempo que mascullaba una maldición. Malus pasó revista al grupo y se encontró con que ninguno de ellos había resultado herido en el breve combate. Se volvió a mirar al guardia.

—En el nombre de la Oscuridad Exterior, ¿quiénes eran?

—Señores de las Bestias —replicó el asesino—. El templo los contrata para que le proporcionen animales para los juegos de las festividades y para que entrenen a sus guerreros. —Dirigió la mirada hacia el pasadizo lateral con expresión preocupada—. Debemos de haberlos sorprendido tanto como ellos a nosotros, pero en cualquier momento llamarán a las bestias para que acudan. ¡Tenemos que entrar en la ciudadela, ahora!

—Guíanos —dijo Malus, y Arleth Vann corrió rampa arriba sin decir nada más.

La rampa atravesaba una serie de espaciosos almacenes y giraba ciento ochenta grados después de cada nivel. Pasaron ante cajones polvorientos y urnas de cerámica rajadas que en otros tiempos habían contenido costosa tinta; balas de tela medio podrida y haces de varitas de incienso que cargaban el aire de sofocantes esencias especiadas. No vieron a nadie durante la carrera hacia los niveles superiores de la torre, aunque en algunos sitios Malus observó en las capas de polvo las huellas de unas botas que iban por delante de ellos.

Tras varios largos minutos, llegaron a la cámara situada en lo más alto de la rampa, con la nariz cargada de polvo y extraños perfumes. Al otro extremo de la estancia había un par de puertas anchas con bandas de hierro, y una de las pesadas hojas estaba ligeramente entreabierta. Arleth Vann corrió por un pasillo formado por cajones apilados y la abrió más, como si temiera que pudiera cerrarse en cualquier momento. Al otro lado, Malus vislumbró una amplia habitación mortecinamente iluminada donde también había grandes pilas de suministros. A lo largo de las altas paredes de piedra ascendía una escalera hacia la torre.

El asesino suspiró de alivio y apagó la luz bruja.

—Estamos de suerte. Los necios no han pensado en barrar la puerta. ¡Rápido!

Malus y los leales al templo cruzaron el dintel y Arleth Vann cerró la puerta tras ellos. Junto a ella había una gran rueda de madera montada sobre un eje encajado en la pared de piedra. El asesino se aferró a un radio de la rueda y se apoyó en él para empujar con todas sus fuerzas. Desconcertado, el noble se situó en el lado contrario de la rueda y tiró. Hizo una mueca por el dolor que despertó en su pecho. Al principio, la rueda se negó a moverse. Luego, centímetro a centímetro, comenzó a girar. Se oyó un crujido cada vez más fuerte de hierro oxidado, y al fin la puerta se estremeció con un golpe sordo.

—Ya está —dijo Arleth Vann, sin aliento, al tiempo que se reclinaba contra la rueda—. Los enanos construyeron este artilugio para asegurar la ciudadela en tiempos de guerra. —Señaló la parte superior del marco de la puerta—. Hay unas barras de hierro que bajan para encajarse en unos orificios abiertos en lo alto de las puertas e impedir que se muevan. Ahora las bestias no pueden llegar hasta nosotros.

—¿Y cómo se supone que vamos a regresar al pabellón? —preguntó Malus.

Para su sorpresa, Arleth Vann le dedicó una de sus fantasmales sonrisas.

—Honradamente, no tengo ni idea. Podría decirse que voy decidiendo sobre la marcha.

Malus hizo una mueca de dolor. —Ah, bueno, eso es tranquilizador.

—¿Serviría de algo si te dijera que podría no ser un problema?

—¿Y eso por qué?

—Hay muchas probabilidades de que muramos todos cuando lleguemos a la biblioteca.

El noble le dirigió a su guardia una mirada funesta.

—Creo que en Hag Graef pasaste demasiado tiempo con Hauclir. Ha sido una mala influencia.

Arleth Vann se irguió.

—¿De verdad? Eso es interesante.

—¿Por qué?

—Él dijo lo mismo acerca de ti.

Malus frunció el entrecejo.

—Desgraciado impertinente...

—Resulta gracioso. Él dijo lo mismo...

—¡Basta! —gruñó el noble—. ¡Vayamos a ver esa condenada biblioteca!

Arleth Vann le hizo a Malus una ligerísima reverencia y se alejó a paso rápido hacia la escalera que había al otro lado de la estancia.

Ascendieron dos pisos más antes de salir a un corredor iluminado por globos de luz bruja. El aire olía a limpio, y Malus lo bebió como si fuera vino. Por fin se encontraban en la superficie.

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