Read La Espada de Disformidad Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Malus cerró los puños.
—Tú deberías saberlo mejor que yo, demonio. Dentro de poco no estaré en mejores condiciones que los despojos de estas tumbas, empapado de tanta brujería que ni siquiera los gusanos me tocarán.
Una carcajada obscena estremeció las costillas de Malus.
—¡Qué niñerías! ¡Qué vanidad! Tu cuerpo se ha recuperado de una herida mortal en menos de una semana. Algunos considerarían eso un pasmoso regalo por el que merecería la pena pagar casi cualquier precio.
El noble entró en la cámara siguiente y aceleró el paso.
—La diferencia reside en que yo me doy cuenta de tus engaños —replicó—. Cada vez que me abro a tu poder, permito que aumentes tu dominio sobre mí.
—Tengo tu alma, Darkblade. —El demonio parecía divertido de verdad—. ¿Qué mayor dominio que ése me hace falta?
—Entonces, ¿por qué esto? —Se abrió los ropones para dejar a la vista las negras costras lustrosas que tenía en el pecho y los profundos moretones—. ¡Tus regalos están convirtiéndome en una abominación.
Tz'arkan suspiró.
—No, están convirtiéndote en alguien digno del destino que te aguarda. No disimules, Malus. Conozco los más profundos deseos de tu corazón. Codicias el poder. Sueñas con el día en que todo Naggaroth se incline ante ti.
Furioso, Malus continuó pasando en silencio ante las tumbas de los enanos.
—¿Pensabas que sólo la traición y la astucia bastarían para suplantar a alguien como el Rey Brujo? Necesitarás un poder muchísimo mayor que el de los grandes héroes druchii. Eso es lo que yo te ofrezco y, sin embargo, lo rechazas a cada paso.
—No me siento más fuerte, demonio. Me siento... vacío —replicó Malus—. Me siento retorcido y enfermo. Me estás corrompiendo.
—¿Con qué propósito?
—¡Con el de esclavizarme! ¿Con cuál, si no?
El demonio rió.
—¡Estúpido, estúpido Darkblade! ¿Por qué iba a hacer algo semejante? Conozco tu destino, del que puse los cimientos hace milenios. En ese sentido, fuiste esclavo de mis deseos desde el momento en que naciste.
»En bien de la discusión, supongamos que estás en lo cierto. Digamos que estoy subvirtiendo tu voluntad con cada toque de mi poder. Ahora, dime: ¿cómo es que continúas estando resentido conmigo, aunque tu cuerpo se debilita y tus enemigos aumentan su fuerza? ¿Has perdido tan sólo un ápice de tu obstinada personalidad desde que entraste en mi templo del norte?
Malus contuvo la lengua. Una parte de él ansiaba el poder del demonio como un borracho anhela desesperadamente un sorbo de vino. Si Tz'arkan no lo sabía, él no iba a darle voluntariamente esa información.
—¿No tienes nada que decir? Es lo que pensaba —continuó el demonio.
El noble atravesó la cámara funeraria mortecinamente iluminada y entró en la siguiente. Allí, las cosas eran diferentes. Había más lámparas que ardían a lo largo de la curva cámara y dejaban ver un improvisado campamento de mantas en el suelo y sacos de tela que habían sido dejados de cualquier manera en apretado montón en el centro de la estancia. La sacerdotisa y un novicio druchii yacían envueltos en las capas, profundamente dormidos sobre el suelo de piedra. Malus se dio cuenta de que, después de todo el tiempo pasado, aún no sabía el nombre de la joven sacerdotisa.
—¿Y qué harás, Malus? —preguntó Tz'arkan—. ¿Continuarás sufriendo innecesariamente, o me permitirás renovar tus fuerzas?
Malus avanzó en silencio y con cuidado de no molestar a los leales que roncaban, y se encaminó al otro extremo de la cámara. Allí habían alzado otra barricada, pero Malus vio que también una gran puerta de piedra sellaba esa entrada. En la superficie de la puerta se destacaban unas runas que habían sido rellenadas con plata fundida. De esta barrera radiaban poderosos hechizos y protecciones espirituales que al noble le causaron hormigueo en la piel.
Malus pasó por encima de la barricada y empujó la puerta con precaución.
Dentro no había ninguna lámpara de aceite. Abrió la puerta de par en par para dejar que la iluminación de la cámara que abandonaba penetrara en la pequeña habitación que tenía ante sí. Era similar a los nichos funerarios ante los que había pasado cuando iba hacia allí, excavada como una caverna artificial y con una sola tumba dentro. A diferencia del resto, el ataúd de piedra continuaba cerrado y estaba cubierto por una profusión de sigilos y hechizos. «GOTHAR GRIMMSON, MAESTRO HERRERO», decía la inscripción.
Malus entró en la cámara principal y, pasado un momento, cerró la puerta. La oscuridad y el silencio lo envolvieron totalmente.
—¿Cómo sé que me dices la verdad?
El demonio rió entre dientes.
—Las mentiras son para los débiles y los estúpidos, Darkblade. Yo tengo poca necesidad de ellas. Ya lo he dicho antes, y volveré a decirlo: nunca te he mentido; jamás.
—Tampoco me has dicho toda la verdad.
—Eso, Malus, es algo muy diferente —replicó Tz'arkan con sorna—. Te he dicho todo lo que necesitas saber de momento.
—¿Y qué no me estás diciendo ahora?
El demonio tardó un instante en responder.
—Nada de importancia, te lo aseguro.
Malus sonrió fríamente.
—En ese caso, comprenderás que busque respuestas en otra parte.
—¿Qué significa eso? —siseó el demonio.
Envuelto en la oscuridad, Malus alzó las manos y se palpó la fría banda de plata que le rodeaba un dedo de la mano izquierda. El centinela le había dicho que en el exterior era de noche, y hasta donde podía determinar, la luna estaría en cuarto creciente y brillante.
Por supuesto, Eldire no se había molestado en explicarle cómo funcionaba el condenado anillo. A falta de otras ideas, cerró el puño y se concentró en una sola palabra.
Madre
.
Sintió que una brisa fantasmal le rozaba la cara. Percibió un débil olor a ceniza. De repente, el demonio se envolvió apretadamente en torno a su corazón y le hizo dar un respingo.
—Malus, ¿qué estás haciendo? —preguntó Tz'arkan con brusquedad—. ¿Qué necedad es ésta?
La presa del demonio estaba relajándose y su voz se desvanecía. Un extraño resplandor plateado, como un débil claro de luna, comenzó a inundar la pequeña cámara. Malus sintió que sus dolores disminuían, y sin embargo el cuerpo se le volvía pesado y frío al mismo tiempo.
La luz se intensificó, hizo retroceder las sombras y silueteó nítidamente una figura que se encontraba de pie cerca de la antigua tumba. Con cada momento transcurrido la figura adquiría solidez, pasando de ser poco más que una silueta a transformarse en una mujer alta, de hombros cuadrados, que iba ataviada con los ropones negros de las videntes. El largo cabello blanco le caía hasta más abajo de la cintura, recogido en una trenza rematada por una banda de oro. Era escultural y regia, con un rostro a la vez hermoso y fríamente formidable. Envuelta en perlada luz, estudió el entorno con interés distante, completamente impasible ante la mágica llamada.
—Eldire —dijo Malus, e inclinó respetuosamente la cabeza.
Ella se volvió al oírlo.
—Hola, hijo mío —respondió. La voz de la mujer sonaba con claridad en la habitación, aunque tenía un eco curioso, como si hablara desde el fondo de un pozo. El cuerpo de Eldire continuaba siendo algo etéreo, como el de un fantasma, y Malus vio la débil silueta de la tumba del enano a través de la vaporosa forma.
—Ha pasado algún tiempo, Malus —continuó Eldire—. Había comenzado a temer lo peor.
El comentario hizo que Malus riera entre dientes.
—Como si una vidente con tu poder tuviera alguna necesidad de preocuparse.
—Nada es nunca seguro, hijo, en especial por lo que concierne a la adivinación —replicó con frialdad—. Manejamos posibilidades. En lo que te concierne a ti, las hebras están más enredadas que en la mayoría de los casos.
El noble frunció el entrecejo.
—Eso no parece alentador.
—Por el contrario, significa que estás intentando crear tu propio destino, en lugar de tener uno ya asignado —dijo ella—. Por supuesto, eso significa que las cosas son menos seguras que antes.
—Estás diciendo que coqueteo con el desastre.
—Más de lo habitual, sí —afirmó Eldire, cuyos labios se estremecieron en la más fugaz de las sonrisas.
—Intentaré que eso me anime.
—Bien —aprobó ella, que se volvió a mirar la tumba que tenía al lado—. Ahora, tal vez puedas explicar qué estamos haciendo en una cripta de enanos, cuando deberías estar en Har Ganeth, buscando la
Espada de Disformidad
.
Se lo explicó lo mejor que pudo y narró cómo por fin había logrado entrar en la Ciudad de Verdugos para luego encontrarse atrapado en la guerra santa que libraban los leales al templo y los fanáticos de Tyran. Le habló de la debacle del sanctasanctórum y de la retirada a las catacumbas.
Luego habló de la herida que había sufrido, y del poder que Tz'arkan tenía sobre él.
—Afirma que está fortaleciéndome —dijo Malus con amargura—. Tiene algo de sentido, si piensas en ello, pero ¿es la verdad? ¿Qué otra razón puede haber que no sea la de esclavizarme por completo?
Eldire pensó en todo lo que Malus acababa de decirle.
—El demonio dice la verdad, hasta cierto punto —replicó ella con cuidado—. Es verdad que Tz'arkan te ha robado el alma, y que corromperte el cuerpo no le daría más influencia sobre ti de la que ya tiene, pero no creo que a estas alturas intente controlarte. Lo que intenta es convertirse en ti.
Un escalofrío recorrió la espalda del noble.
—¿Qué quieres decir?
—Tz'arkan está transformándote, lenta e inexorablemente, para que te conviertas en un huésped de demonios —explicó la vidente—. Normalmente, un proceso semejante requiere muchísimo tiempo, pero tu caso no es nada normal, ¿verdad?
—Así que el demonio pretende... ¿qué? ¿Vestirme como si yo fuera un traje?
—Por decirlo de algún modo, sí. Tu alma será destruida y Tz'arkan ocupará su lugar.
Malus bajó los ojos hacia su pecho.
—Si las energías del demonio pueden curarme de esta manera, ¿hasta qué punto he llegado?
Eldire se deslizó silenciosamente hacia él y tendió una mano fantasmal hacia la herida. Su expresión se ensombreció.
—Caminas por el filo de un cuchillo, hijo mío —le advirtió—. Las energías del Caos hierven en tu carne, pero aún no te han consumido del todo. Tu voluntad continúa siendo fuerte, y mientras sea así podrás mantener controlado al demonio durante un poco más de tiempo.
Malus asintió con la cabeza, aunque se sentía todo menos fuerte. ¿Se atrevería a decirle cómo le temblaba el cuerpo cuando pensaba en el poder del demonio? Anhelaba la gélida inundación de los dones de Tz'arkan, y temía, en lo profundo de los huesos, que no podría derrotar a su medio hermano sin contar con él.
—La batalla que se avecina será difícil —dijo—. ¿Cómo podré enfrentarme con Urial en combate singular y vencerlo, cuando empuña la
Espada de Disformidad
?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —preguntó Eldire, irritada—. Estoy a cientos de kilómetros de distancia. Nunca he puesto los pies en Har Ganeth, y mucho menos examinado la espada. Simplemente, tendrás que hallar el modo.
Malus suspiró y se rodeó el pecho con fuerza.
—¿Por qué no puedes aparecer y resolverlo todo sencillamente con un poco de sabiduría arcana, como los brujos de todas las leyendas?
Eldire se inclinó hacia él.
—Si de verdad pudiéramos hacer eso, hijo mío, no tendríamos necesidad de gente como tú —replicó la vidente—. Encuentra el modo de hacerlo. Tu alma depende de eso.
—Con el odio, todo es posible —dijo él, y deseó que la frase aún tuviera el poder de tranquilizarlo.
Eldire sonrió y le acarició una mejilla con una mano insustancial, para luego retroceder. Estudió la tumba una vez más.
—¿Por qué tantas molestias por unos enanos? —preguntó.
—Fue una recompensa por construir el templo —explicó Malus con acritud—. Ciento veinte esclavos enanos en la flor de la vida. Qué desperdicio de una carne tan valiosa como ésa.
La vidente extendió un largo dedo con el que recorrió los sigilos inscritos en la tumba.
—Están muertos, pero sus espíritus perduran —dijo—. Estas son poderosas protecciones de retención. En estas tumbas se invirtió una gran cantidad de brujería.
—¿Quién puede entender la sabiduría de los sacerdotes? —preguntó Malus, con un encogimiento de hombros.
—En efecto —admitió Eldire, y suspiró.
—¿Han llegado a Hag Graef noticias de Urial?
—No, aún no —respondió ella—. Si las sacerdotisas del templo saben algo, no lo cuentan. Tú tienes razón, por supuesto. Cuando Malekith se entere de que Urial tiene la espada, marchará sobre Har Ganeth. Un jinete veloz puede llegar al Camino Odioso en menos de una semana.
Malus imaginó a Rhulan galopando a toda velocidad por el camino de los Esclavistas.
—¿E Isilvar?
Eldire se volvió para mirar a Malus.
—El drachau lo ha proclamado héroe por salvar la ciudad —le explicó—. Su poder aumenta día a día.
—¿Es tan poderoso como Lurhan?
—No, pero será lo bastante poderoso, llegado el momento —afirmó ella—. Olvídate de él y de Hag Graef, hijo mío. Tu futuro está en otra parte.
—Mi futuro debo decidirlo yo, madre —la contradijo Malus—. Tú misma me lo has dicho. Cuando llegue el momento adecuado, regresaré a Hag Graef. Tengo asuntos pendientes allí.
Eldire abrió la boca para responder, pero lo pensó mejor y se encogió de hombros.
—Como quieras, hijo. Antes, sin embargo, debes ocuparte de Urial. Me temo que eso será un reto lo bastante importante.
Dicho esto, desapareció. No hubo ningún gesto de despedida. Eldire simplemente se desvaneció como un fantasma y se llevó consigo la luz mortecina.
Malus quedó sumido en dudas y oscuridad.
Cuando Arleth Vann regresó al pabellón, encontró a Malus sentado sobre la tumba de Gothar Grimmson, cogiendo con los dedos unas migas de pan rancio y un trozo de carne astillosa que tenía esparcidos en un paño grasiento, sobre el regazo. Encima del ataúd de piedra, cerca de los pies del enano, ardía una lámpara de aceite.
El noble alzó la mirada cuando el asesino se escabulló silenciosamente dentro de la pequeña cripta.
—¿Dónde encontraste esta porquería? —preguntó, con una mueca de asco. Cogió una tira de la oscura carne astillosa del paño, y se la metió en la boca a regañadientes—. Si no te conociera, diría que la robaste de las perreras del templo.