La dama azul (37 page)

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Authors: Javier Sierra

Tags: #Intriga

BOOK: La dama azul
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—Eminencia…

Monseñor Sebastiano Balducci, prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y el
púrpura
más anciano de los reunidos a aquella hora intempestiva, se levantó de su silla esgrimiendo aquellos folios de forma amenazadora.

—Supongo que no se nos habrá convocado a una reunión sobre doctrina, utilizando para ello la vía de máxima prioridad.

—¡Siéntese, padre Balducci! —le recriminó el cardenal Cormack con los ojos enrojecidos—. Ustedes saben lo mucho que aprecia Su Santidad el culto a la Madre de Dios, y lo mucho que ha trabajado en su consolidación en todos los continentes…

Nadie replicó…

—… Pues bien, alguien quiere poner en evidencia los métodos que hemos utilizado para promover ese culto, y desprestigiar toda nuestra institución.

—La situación es desconcertante, eminencias —Stanislaw Zsidiv, el secretario del Papa, y el último hombre que viera a Baldi en Roma, tomó la palabra, mirando a cada uno de los reunidos con su gélido rictus de leñador polaco—. De alguna manera, se ha filtrado fuera de los muros vaticanos la técnica que hemos utilizado para provocar ciertas apariciones de Nuestra Señora.

—¿Métodos? ¿Técnica? ¿Se puede saber de qué están ustedes hablando…? —el anciano Balducci volvió a la carga, cada vez más irritado.

—Monseñor Balducci, usted es el único en esta sala que no ha sido informado del objeto de discusión de esta noche —le atajó Cormack de nuevo—. Sin embargo, va a jugar un papel fundamental para tratar de controlar la tormenta que se nos viene encima.

—¿Tormenta? Aclárese, por favor.

—Si mira de nuevo el listado, le explicaré algo que nuestra institución ha mantenido en secreto durante muchos siglos.

Joseph Cormack, que a pesar de sus más de treinta años en Roma nunca había logrado pulir sus modales de cura de barrio conflictivo, apuró de un ruidoso sorbo su café, mientras observaba al padre Balducci intentando descifrar con sus pequeñas gafas doradas el primer documento.

—Lo que está leyendo, padre, es la historia de la primera aparición histórica de la Virgen. Se la resumiré: se cree que María, preocupada por los escasos avances de la evangelización de la Hispania y por las dificultades que el apóstol Santiago tenía en su misión, se le presentó en cuerpo y alma junto al río Ebro, en la ciudad de Caesar Augusta.

—Es la leyenda que dio pie a la construcción del Pilar de Zaragoza —puntualizó monseñor Torres, el único español de la reunión y declarado devoto de Nuestra Señora del Pilar.

—Así es. El caso es que esta «visita» se produjo en vida de la Virgen, antes de su ascensión a los cielos, y sirvió para que dejara en Zaragoza un recuerdo…, una columna de piedra que aún se venera.

Balducci miró a Cormack de reojo y balbuceó algo que escucharon todos los presentes.

—¡Fábulas! Santiago nunca estuvo en España…

—Santiago no, padre, pero la Virgen, sí. De hecho, se discutió mucho sobre aquel prodigio en los primeros años de nuestra institución, y se concluyó que se trató de un milagro de bilocación. Nuestra Señora se desdobló por la Gracia de Dios hasta el Ebro, y se llevó consigo una piedra de Tierra Santa que plantó allí.

—¿Y bien?

Cormack se estiró ante la duda, casi ofensiva, del suspicaz cardenal. Su peculiar manera de pronunciar «por la Gracia de Dios» había hecho recelar al prefecto de los Asuntos Públicos de la Iglesia.

—Si mira el listado, las siguientes apariciones históricas datan del siglo XI. ¡Mil años después!

Monseñor Balducci no se dio por enterado. Miraba con cara de incredulidad aquella enumeración de nombres, fechas y lugares, y repasaba los datos sobre el papel a medida que los iba enunciando su anfitrión. Todavía no sabía dónde quería ir a parar.

—Aquellas nuevas visiones de la Virgen se extendieron como una auténtica epidemia por toda Europa. Nadie sabía lo que estaba sucediendo —y la Iglesia aún menos—, hasta que el Papa Inocencio III encargó una investigación a fondo que desveló algo sorprendente, y que se decidió mantener en secreto y al alcance de sólo algunos privilegiados, dadas sus tremendas consecuencias históricas.

—Prosiga, padre Cormack. Le escucho.

—Está bien —respiró hondo—. Luego de que toda la cristiandad comprobara que el mundo seguía respirando después del 31 de diciembre de 999, se produjo una revitalización de nuestra fe sin parangón en la historia. La feligresía multiplicó su esperanza de redención y las órdenes monásticas vieron crecer espectacularmente sus reclutamientos hasta cotas antes impensables. Muchos de esos nuevos clérigos y religiosas accedieron de repente a un mundo reglado, donde fueron sometidos a toda clase de estímulos nuevos, y comenzaron a proliferar los místicos. La comisión del Papa Inocencio, al investigar algunas apariciones y compararlas con algunas anomalías que sucedían intramuros de ciertas congregaciones, descubrió que muchas apariciones de la Virgen eran «simples» desdoblamientos de religiosas. Por lo general se trataba de mujeres que, además, padecían éxtasis muy intensos donde irradiaban luz, levitaban o entraban en estados epilépticos severos, dando pie a graves confusiones.

—¿Y por qué se ocultó aquello? —Los reunidos sonrieron ante la ingenuidad del padre Balducci.

—¡Hombre de Dios! La fe medieval en la Virgen sirvió para disimular muchos cultos anteriores al cristianismo, especialmente a diosas paganas de todo tipo, y justificó la construcción de catedrales y ermitas por toda Europa. Allá donde peligraba la fe, se «inventaba» una advocación mariana y se unía al pueblo para que le edificara un monumento de propiedad eclesial… Sin embargo, no fue hasta un tiempo después que se pudo controlar el fenómeno del desdoblamiento de algunas místicas, y se crearon advocaciones de la Virgen a voluntad.

—¿A voluntad? —Balducci ya no daba más crédito a lo que oía.

—Sí. Se descubrió, gracias a algunas «filtraciones» casi milagrosas, que utilizando ciertas frecuencias musicales de los cantos practicados fundamentalmente por la Orden de San Benito, se favorecían los accesos de éxtasis en ciertas mujeres (siempre religiosas, a las que se podía controlar), que después se desdoblaban y viajaban adonde se les indicaba. El juego era peligroso, ya que las monjas envejecían rápidamente, su salud mental se deterioraba en pocos años y quedaban casi inservibles para nuevos servicios.

Monseñor Balducci echó un vistazo a otro listado incluido en el dossier que la secretaría del Santo Oficio les había facilitado. En él figuraban nombres de religiosas desde el siglo XI al XIX, que aparentemente participaron en la creación de determinadas apariciones marianas. Aquello era, en efecto, un escándalo de gigantescas proporciones para la cristiandad. Monjas como la cisterciense Aleydis de Schaerbeck, quien hacia 1250 se hizo célebre porque su celda se iluminaba de una luz fulgurante, mientras su cuerpo se «aparecía» en Toulouse y otras regiones del sudeste francés; la reformadora clarisa Colette de Corbie, santa, que hasta su muerte en 1447 se dejó ver en los alrededores de Lyon, dando pie a varias advocaciones de Nuestra Señora de la Luz, por la intensidad con que su imagen fue vista por aquellos pagos; sor Catalina de Cristo, en la España de 1590, sor Magdalena de San José, en el París de un siglo después, María Magdalena de Pazzi en 1607, en Italia… y así hasta más de cien monjas.

—Pero esto requería de una organización que coordinara todos los esfuerzos —arguyó Balducci cada vez más atónito.

—La organización existió, y era una pequeña división dentro del Santo Oficio —le respondió amablemente Giancarlo Orlandi, director general del IOE y que hasta ese momento había permanecido callado.

—¿Y ha actuado impune durante tantos siglos, sin ser descubierta?

—Impune, más o menos, padre —Cormack matizó con cierto pesar—. Ésa es, precisamente, la razón que ha motivado esta reunión de urgencia. De hecho, en otra parte de la documentación adjunta encontrará numerosos datos sobre la única grave indiscreción que cometió este proyecto en ocho siglos de existencia. Sucedió en 1631, después de que el Santo Oficio culminara con éxito un programa de «evangelización» a distancia, proyectando una monja de clausura española a Nuevo México.

—¿La Dama Azul?

—Vaya, ¿conoce el caso? —la respuesta de Balducci sorprendió a los reunidos.

—¿Y cómo no? Hasta las ratas en Roma saben que han estado desapareciendo documentos históricos de varias bibliotecas y archivos públicos relativos a ese caso, en estos últimos meses.

—Precisamente.

El padre Cormack inclinó levemente la cabeza, permitiendo a monseñor Torres, como responsable del examen del dossier de la Dama Azul para su posible canonización, que se explicara.

—El asunto de los documentos desaparecidos —arrancó Torres con brío— es un misterio. Han sido robados de la Biblioteca Nacional de Madrid, de los Archivos Iberoamericanos de los franciscanos y hasta del
Archivio Segreto Vaticano
. Los ladrones seleccionaron cuidadosamente aquellos textos que podían poner de relieve la existencia de este programa de creación de «apariciones» marianas, y han intentado filtrarlos públicamente.

—Luego estaban al corriente de todo… —murmuró el secretario Zsidiv.

—Ése es el problema. No cabe duda de que una organización muy poderosa se ha infiltrado entre nosotros, y busca nuestra ruina. Existe una quinta columna que está tratando de echar por tierra una labor de siglos.

—¡Padre! ¿No estará acusando veladamente a nadie de esta mesa? —Giancarlo Orlandi sobresaltó a todo el «concilio».

—No se exalte. La quinta columna de la que hablo actúa a espaldas de la Madre Iglesia. De momento ha conseguido hacerse con un documento que todos considerábamos perdido, y en donde se explican las técnicas para crear falsas apariciones de la Virgen y otros prodigios como las voces de Dios, mediante el uso de determinadas vibraciones acústicas.

—¡Dios! ¿Es eso posible?

Balducci miró horrorizado al padre Cormack, contemplando cómo éste asentía condescendientemente.

—Así es.

—¿Y qué ocurriría si se descubriese el engaño?

—Que caeríamos en un tremendo desprestigio. Imagínese: apareceríamos como los creadores de muchas importantes apariciones de la Virgen mediante «efectos especiales». La feligresía podría sentirse traicionada y apartarse de la tutela de la Santa Madre Iglesia…

—¿Sólo nos perjudicaría a nosotros?

La matización del cardenal Torres no sonó a pregunta, sino a exigencia para que Cormack aclarase un último punto.

—Bueno, en realidad no. Lo que nosotros hemos hecho ha sido seguir un modelo instaurado en la primera y única aparición real de la Virgen en la historia, que fue, en verdad, una bilocación. Después de su ascensión a los cielos, se nos «filtró» la fórmula para imitar ese prodigio un milenio más tarde. La misma fórmula que emplearon ciertos personajes, llamémosles ángeles de carne y hueso, para trasladar a María a Zaragoza y devolverla a su punto de partida.

—Y supongo que mi misión será convencer a la cristiandad de la autenticidad de esas apariciones como prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, ¿no es cierto? —murmuró Balducci.

—No exactamente. Calculamos que el daño es irreparable, y que la potencia hostil que se ha hecho con la documentación, ha tomado ya medidas para dar a conocer esta terrible verdad.

—¿Y entonces?

—Su misión será dosificar esa información al mundo para que no resulte traumática. Tememos seriamente que el asunto esté ya fuera de control.

—¿Y cómo?

—Eso es lo que debemos acordar aquí. Pero tengo varias ideas. Pida, por ejemplo, que alguien escriba una novela, que filmen una serie de televisión, que se ruede una película… ¡qué sé yo! Procede utilizar el engranaje de la propaganda. Ya sabe, cuando las verdades se disfrazan de ficción, por alguna razón terminan perdiendo verosimilitud.

Monseñor Zsidiv se levantó de su silla luciendo un gesto triunfal.

—Yo tengo una propuesta que creo podría ser útil. Baldi, antes de desaparecer, habló con un periodista al que, ingenuamente, le filtró ciertos detalles de la Cronovisión que más tarde publicó en España, con cierta repercusión.

—Lo recordamos —le interrumpió Cormack.

—¿Y por qué no invitar a ese periodista a escribir la novela que usted propone? A fin de cuentas, él ya dispone de ciertos elementos por donde comenzar a hilar la historia. Podría titularla algo así como
La Dama Azul

El prefecto del Santo Oficio esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Ése es un buen punto de partida. Piensa usted como los ángeles —le espetó.

Zsidiv sonrió para sus adentros, y musitó una frase apenas perceptible.

—… Sí; rebeldes.

Post Scriptum

(algunas pistas para lectores desprevenidos)

La historia de la Dama Azul dista mucho de haber quedado cerrada en las páginas precedentes. En los manuales de Historia, los arrebatos y bilocaciones de sor María Jesús de Ágreda, así como los de otras religiosas de su tiempo como sor María Luisa de la Ascensión —o de Cardón—, pasaron desapercibidos. Sin embargo, pese al olvido del episodio de la Dama Azul, la monja de Ágreda desarrolló a partir del fin de sus éxtasis una vida intensa, dedicada a la literatura y a una profusa correspondencia con los principales personajes políticos de su época, entre ellos el propio rey Felipe IV.

De entre todos sus escritos de madurez, uno en particular la convertiría en inmortal. Se trata de una voluminosa obra, en ocho volúmenes, que tituló
Mística Ciudad de Dios
, y que confeccionó —o eso aseguró ella— por expreso deseo de la Virgen María. En ella narra la vida e inmaculada concepción de Nuestra Señora, dictada por ella misma. Una vasta tarea en la que empleará siete largos años, durante los cuales no sólo se suceden sus visiones extáticas de ángeles y otras potencias celestiales, sino que inaugura una estrecha amistad con el rey Felipe.

El monarca, en la línea de sus predecesores en el trono, confió los secretos de su alma a tan inspirada mujer, cuyos consejos le indujeron a desembarazarse de la agobiante presencia del Conde-Duque de Olivares en la corte del último gran Austria. Incluso le consoló ofreciéndose como una suerte de «médium» entre el rey y su esposa Isabel de Borbón una vez fallecida, o entre el rey y su difunto hijo el príncipe Baltasar Carlos, «destinado», según la monja, al purgatorio.

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